“Me dicen: ‘el más loco’”, la historia de un hombre muerto

Por si no es suficiente la violencia, la extorsión, el secuestro, el miedo y la hibridación cultural de un pueblo de por sí híbrido, el narco vuelve a sorprendernos, pero ahora lo hace con libros. Me dicen: “el más loco”, de Nazario Moreno González, alias El Chayo, es un libro publicado post mortem que circula en ciudades y pueblos de la Costa Grande de Guerrero y Michoacán, sin que nadie, ni el Ejército, pueda detener su distribución. Además, se sabe que Moreno es autor de otras dos publicaciones que son lecturas obligadas para los miembros de La Familia, uno de ellos titulado Pensamientos y el otro, una especie de manual para sus correligionarios. Ninguno de esos dos tiene la popularidad de Me dicen: “el más loco”.

En la breve historia humana, son pocos los libros que se han prohibido. Controversiales ha habido por racimos, pero llegar al extremo de recogerlos, son casos poco frecuentes. La metamorfosis, de Franz Kafka, fue prohibida en los regímenes nazi y soviético. Mientras que La naranja mecánica, de Antony Burgess, tiene un largo historial como libro vedado en Estados Unidos. La queja recurrente era el lenguaje inapropiado. A su vez, Lolita, de Nabokov, fue prohibida en Francia e Inglaterra, por considerarla pornográfica.

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En México han existido libros censurados en algunos círculos, ya sea por su contenido insurrecto o por afectar intereses. En Guerrero el escenario es variado: el libro hasta ahora inédito Los papeles de la sedición y la verdadera historia político militar del Partido de los Pobres, de Francisco Fierro Loza, permanece sin ver la luz, pues Fierro Loza fue lugarteniente de Lucio Cabañas y todo lo que huela a guerrilla tiende a ser vetado. En 2006 y en otras circunstancias, la novela Fisuras en el continente literario, de Federico Vite, fue censurada por escritores cercanos a Octavio Paz que se sintieron ofendidos el tratamiento que Vite le dio al nobel.

Sin embargo, ni en Guerrero ni en México, un libro había sido decomisado por el Ejército o corporaciones policiacas, como ocurre con Me dicen: “el más loco”. Cualquier ciudadano que sea visto con este libro será detenido, interrogado y la publicación les será confiscada. Algunos, incluso, han sido arrestados, como ocurrió con dos menores de edad el pasado 5 de junio, cuando fueron sorprendidos por marinos mientras repartían ejemplares en Zihuatanejo. El argumento de las fuerzas castrenses es que el texto “posee contenido subversivo”.

Mientras son peras o manzanas, nadie puede negar la efectiva distribución de este material: en lugares masivos como parques o estaciones de transporte público, suelen dejar ejemplares para que la gente lo tome; en ciudades y pueblos de la Costa Grande el libro es repartido a diestra y siniestra. Me dicen: “el más loco” es tema de conversación entre la gente, quizá por lo prohibido y también, porque el narco es un asunto frecuente y además, preocupante.

¿De qué trata Me dicen: “el más loco”?

Este libro es, según sus primeras páginas, “el diario de un idealista”. Nazario Moreno lo escribió durante algunos años de su vida que permaneció oculto en la sierra michoacana. Si bien no tiene el formato de diario, sino de anecdotario, Moreno da cuenta de lo que fue su niñez, su adolescencia, juventud, la etapa adulta. Su muerte, ocurrida el 9 de diciembre de 2010, es contada por sus colaboradores en un epílogo que incluye las versiones de varias personas que lo conocieron. No obstante, las paradojas se dejan ver desde las primeras páginas, cuando narra sus primeros años de vida, allá en su natal Guanajuatillo, Michoacán. Cuenta Moreno que proviene de una familia numerosa y pobre. Que sólo comía frijoles y tortilla. Sin embargo, párrafos más adelante, cuenta que su madre fue a comprar un burro y uno se pregunta, cómo si eran tan pobres, tenían dinero para comprar una bestia. Sin embargo, puede que este tipo de costuras en su edición, sean errores de revisión o de percepción del propio autor.

Lo que sí constituye un misterio es por qué Nazario Moreno niega que la Familia Michoacana sea un cártel. Para El Chayo, el gobierno de Felipe Calderón arremete contra él porque está contra su proyecto de ayudar a la gente. Según Moreno, luego de reunir una modesta fortuna con la venta de automóviles (“vendí millones”, afirma) y tras pasar por problemas con el alcohol, se rehabilita, para iniciar con una gran cruzada de rehabilitación en favor de miles de michoacanos. Afirma que de su bolsa, pagó conferencias a Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Miguel Ángel Cornejo y Alex Day. Y es esta labor la que frena el gobierno al acusarlo de narcotraficante y ponerlo en la lista de los más buscados.

Porque eso sí, Nazario Moreno nunca menciona que la Familia se dedique al narcotráfico. Siempre afirma que hacen labor social, que le hacen justicia al pueblo, que hay voluntarios que aportan dinero, que también les regalan armas para pelear con sus enemigos. Pero nunca dice que se dediquen a negocios ilícitos. “La delincuencia no es nuestra meta”, dice.

Y uno se pregunta por qué no reconocer algo tan obvio como un cártel. Cómo creer que toda la infraestructura detrás de la Familia proviene de la venta de autos y demás negocios que, según El Chayo, eran lícitos. Cómo no reconocer a la Familia como cártel, cuando se le ha visto funcionando como tal, en pueblos y ciudades del sureste de la república mexicana.

Ahora bien, hay páginas en las que el autor pudo haber dado más datos para hacer verosímiles sus afirmaciones. Por ejemplo, en la página 73 dice que el 20 de enero de 2008 buscó reunirse con Felipe Calderón y con Genaro García Luna, para hacer un pacto: que lo dejaran acabar con los Zetas en Michoacán. Sin embargo, según Moreno, el presidente no sólo no cumplió el pacto, sino que los traicionó, y por medio de Luis Cárdenas Palomino, emboscó a dos de sus lugartenientes. Y advierte: “El gobierno debe saber que el poder sin justicia sólo genera violencia”.

También acusa al gobierno federal, a la policía federal, a los Zetas y a los medios de comunicación, de desprestigiar su imagen y presentarlo como narcotraficante, cuando sólo buscaba el bien para sus semejantes, inspirado en Francisco Villa, Emiliano Zapata, el Che Guevara y Lucio Cabañas. No obstante, El Chayo no revela más datos que los aquí mencionados, que pudieron darle credibilidad: hora, lugar, quiénes estuvieron y cómo se logró ese pacto. Porque una afirmación de ese calibre, sin sustento, se convierte en suposiciones.

De todo lo que menciona sobre la Familia, algo que sí pasa al terreno de los hechos, es lo relativo al cuidado de la naturaleza y la protección de especies en peligro de extinción. En pueblos y rancherías de la Costa Grande y la Tierra Caliente, discípulos del Chayo prohíben a los pobladores vender especies como iguana, camarón de río, armadillo, venado, jabalí o aves exóticas. La advertencia es: “pueden cazar para comer, pero no para vender. Quien lo haga, se las verá con nosotros”.

Formas inéditas de distribución de un libro 

Hasta hace unos años, la Costa Grande de Guerrero era una “maravillosa región / dulce y fuerte como tuba / florecida de pasión”, como la definiera Agustín Ramírez, tío del ondero José Agustín. Playas virginales, comidas exóticas y sitios que lo mismo cautivaron a viajeros nacionales, que a extranjeros. Desde Tecpan hasta Zihuatanejo, la variedad de sus paisajes raya en lo fantástico. Gente como Cortázar o Hemingway, disfrutaron de este sitio exótico, ahora convertido en músculo turístico.

Pero llegó el día, llegó el maldito día en que los narcos salieron a escena, como en muchas ciudades del país. Durante mayo y junio, varias escuelas de la Costa Grande de Guerrero vivieron una situación peculiar: hombres armados, con chalecos antibalas y encapuchados, entraron a la oficina del director y le avisaron que pasarían a dejar un material a los niños. Como los titulares no dudaron en que se trataba de narcotraficantes, no opusieron resistencia. Cuando los hombres se retiraron, profesores y directivos se percataron que a cada alumno le habían dado varios ejemplares de este libro. Me dicen: “el más loco” circula sin ningún problema entre los estudiantes.

Hasta ahora, la manera más segura de conseguirlo es en una escuela. Quien esto escribe lo obtuvo con un niño de tercer año de primaria. Juan N, conductor de un vehículo del servicio de transporte público de Zihuatanejo, indicó que al finalizar el día se dio cuenta que había una caja olvidada en uno de los asientos. La caja estaba abierta y cuando la revisó, encontró decenas de ejemplares de Me dicen: “el más loco”. Juan ya sabía algo del libro y como no se quiso meter en líos, los dejó en la calle. “Cuando se lo platiqué a mis compañeros choferes, me di cuenta que a varios les habían dejado cajas de libros en sus vehículos. Creemos que los dejaron ahí para que la gente los agarrara”.

No por nada Me dicen: “el más loco” es quizá el libro más leído en esta región. Profesionistas, obreros o amas de casa lo han leído. A pesar del riesgo que corre cualquier persona a quien se le encuentre el libro, algunos han optado por forrarlo para ocultar su portada, y así, prestarlo a amigos y familiares. Entre la población, a este ejemplar se le conoce como el libro rojo o el narcolibro.

Cierto o no, su contenido es irrelevante, comparado con la manera en que se publica, se distribuye y se lee. Y en contrapartida, es objeto de la violación al artículo 7º de la Constitución, relativo a la libertad de imprenta. La prohibición ha divinizado Me dicen: “el más loco”, para enojo de las autoridades. El veto ha disparado el morbo por leerlo, tenerlo y saber que es “contra la ley”. Mientras tanto, a los lectores serios nos queda la incertidumbre de saber si la siguiente invasión del narcotráfico será en folletos, libros o hasta ebooks. Ojalá estemos equivocados.

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