Año 2017 y seguimos ansiosos por excavar el pasado del punk. La época política y cultural en la que nos encontramos recuerda al clima de finales de los años setenta: la era que engendró el punk. Una era tumultuosa, profundamente dividida y marcada por una creciente desigualdad, aunque también definida por una nueva conciencia social y altas dosis de resistencia. Las conversaciones sobre punk normalmente giran en torno a Inglaterra. Pero en el otro lado del canal, Francia tenía su propia escena (aunque la reconstrucción cultural está limitada por la falta de documentación de la experiencia gala).
Sin embargo, si se excava con profundidad y se sabe dónde buscar, se pueden encontrar algunas gemas, como esta serie de fotos en cabinas, tomadas y resguardadas por un grupo de amigos que ahora han querido compartir su juventud “punkera” en Facebook. Es una colección de imágenes que captura la diversión y la libertad de una escena que era como una familia de jóvenes que pasaban su tiempo haciendo música, grabando vídeos de baja calidad, poniéndose sus características vestimentas y odiando al mundo. Hemos hablado con Laul, uno de los tipos de las fotos y un viejo miembro de la banda de punk – no wave, Milk, quien compartió un poco más de su archivo personal y nos contó cómo era ser un joven punk en París.
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¿Recuerdas la primera vez que te sentiste punk?
Sí, creo que fue en 1976 o 1977, cuando estaba viendo un programa musical en televisión. Estaba viendo bandas como los Sex Pistols y The Damned tocar en directo. Pensé: “Mierda, ¡esto es directo!” El punk era visceral. Esos tíos daban todo lo que tenían, sin armonía pero con mucha furia. No tenías que entender las letras para captar su ira.
¿Qué significaba el movimiento para ti?
Tuve una educación muy estricta. Era una gran vía escape para mí porque me sentía muy restringido y la llegada del punk me hizo sentir libre. Ya me gustaba disfrazarme y empezaba a explorar lados más oscuros de mi identidad. Al comienzo, el movimiento no se trataba solo de usar un uniforme de cuero, una falda escocesa o una cresta. Era muy creativo y todo el mundo tenía una interpretación diferente de todo eso.
¿Cómo te vestías?
Les robaba la ropa a mi padre y a mi abuelo y le daba un toque rebelde. Tenía una chaqueta de la que colgaba un reloj de bolsillo y yo decidí desmantelarla y colgar el reloj de la chaqueta por partes. Usaba rodajas de salchicha como pendientes o lonchas de jamón como parches y una corbata de trapo. Nos gustaban más las chanclas que las botas Dr. Martens. Pillar el metro era muy peligroso, porque te exponías a una paliza de los rockeros, los Teddy boys, los skinheads o la poli. Pero, ya sabes, nos encantaba ser diferentes. Que nos insultaran no era un problema para nosotros, era como un juego.
¿Estabas en alguna banda?
Sí, fui miembro de Lucrate Milk, una banda muy rara y decadente. Éramos un grupo pequeño de artistas: Masto y Gaboni eran fotógrafos, Nina era pintora y yo era diseñador gráfico. Solo queríamos estar juntos, no queríamos complacer a nadie, hacíamos videoclips que nunca llegaban a televisión. Mientras la mayoría de los punkeros tenían pelo oscuro e ideas pacifistas, nosotros nos teñíamos el pelo y cantábamos: “Larga vida a la guerra y a la mierda los pacifistas”. Era una provocación. Éramos unos malcriados. Al final nos separamos porque no buscábamos fama, todo el mundo empezó a querernos y ¡uf!… Nina era increíblemente temperamental, era como: “No me molestéis los sábados, quiero ver Dallas“. Ella es genial, ahora es pintora y creo que le va muy bien.
Entonces tus amigos y tú pasabais un buen rato haciendo el bobo en los fotomatones…
Era popular y accesible para todos. Siempre había uno cerca. Las caras son efímeras, pues todos vamos a morir, así que queríamos dejar un rastro, como un graffiti. Puedes tener mucha diversión en una cabina de fotos: posar, hacer muecas, meter a tanta gente como sea posible. Solíamos competir por quién llevaba la cosa más divertida la cabina: un títere, un perro, etc. Hasta que Masto robó un bebé que estaba en un coche y la madre del niño le dio un tortazo. Le añadíamos efectos especiales DIY antes de que salieran las imágenes. Por ejemplo, doblarlas para crear doble exposición. También nos llevábamos las fotos que la gente descartaba debajo de la cabina.
¿Quiénes son las personas que están contigo en las fotos?
Son como mis primos, la familia que yo elegí. Esas fotos son como nuestro álbum familiar. Cambiábamos fotos como cromos de un álbum. No parábamos nunca. Y son recuerdos reales, marcadores históricos
¿Qué recuerdas de esa época?
Era una gran búsqueda del éxtasis. Un paréntesis pueril. No nos metíamos en eso de pelear por territorios o mierdas así. Nos encantaba ir a lugares inexplorados, edificios abandonados, cementerios, hospitales, catacumbas, lugares fotogénicos. Nos escabullíamos en el cementerio de Père Lachaise con una escalera e íbamos de tumba a tumba, corriendo y yendo tan lejos como nos fuera posible, hasta el otro extremo del cementerio, sin tocar el suelo. Era muy divertido y bastante peligroso. La adrenalina es la droga más barata. Era como Amélie, pero punk.
¿Es posible ser punk en 2017?
Estaba pensando en eso esta mañana. El punk lo influenció todo: la música, el diseño, la publicidad y la moda. Todos estamos bajo esa influencia. Lógicamente, todo el mundo debería ser punk, pero hoy debes ser punk y ecologista, punk y vegano. Ser punk es tener consciencia, no debería ser un movimiento que te obligue a ser o hacer una cosa u otra. Cada persona individual tiene su propia versión, su propia solución. No deberías esperar a los otros para ser activo o reactivo. Hay que ser tonto para no ser punk hoy.