‘Cartas’ en Facebook para no olvidar a un hijo desaparecido

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El 5 de noviembre pasado, la señora Karen despertó con unas ganas inmensas de platicar con su hijo y su esposo. Le sucede todos los días, a cualquier hora, pero cada vez que llega ese día la necesidad se convierte en urgencia, así que cerca del mediodía se preparó para hablar con ellos: colocó su computadora en la mesa del comedor, la encendió y abrió su cuenta de Facebook. Después de pasar varios minutos contemplando la última foto de Josué, su único hijo, se inspiró y les escribió un mensaje.

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Para muchos un día mas, para mi el maldito 5 de nov, día en que los apartaron de mi, deseo con toda mi alma que esos malditos estén en el infierno retorciéndose de dolor y a uds, que Dios los cuide por siempre. Adolfo, Josue los extraño, no hay dia que no piense en uds, siempre en mi recuerdo y saben aun espero su regreso aunque me digan lo que me digan yo siempre los esperare y asi hasta el ultimo segundo de mi vida. Adolfo, Josue los amoooo.

Como una náufraga, la mujer de 54 años envío el mensaje al mar de internet con la esperanza de que llegara hasta los ojos correctos. Pronto, llegaron los comentarios. Las reacciones en forma de emoticons. Las palabras de aliento. Los abrazos virtuales. Pero la comunicación más importante, la de los destinatarios, el par de hombres que más ama, nunca llegó.

Entonces, la señora Karen apagó su computadora y, como le sucede todos los días, se soltó a llorar.

Aquel día se cumplió un maldito lustro sin ellos.

¿Quién es Josué?

Antes de contar por primera vez la historia de su familia, que es la historia de cómo México perdió a un muchacho noble y a un esposo ejemplar, la señora Karen —un nombre ficticio que ha pedido para no ponerse en riesgo— pide tener en mente tres cosas.

Que no pensemos en Josué y Adolfo como cifras o dígitos en una lista de la guerra contra el narcotráfico, sino en un hijo cuyo apodo maternal era “mi flaco de oro” y un esposo al que, amorosamente, le llamaba “pedacito” durante sus 19 años de matrimonio. Que el secuestro de ambos no es un “daño colateral”, sino la interrupción de la juventud de un futuro diseñador gráfico y la vejez merecida de un hombre que pasó años trabajando honradamente. Y que ella también creyó que esto nunca le pasaría, como lo piensan millones de los mexicanos, porque nadie de su familia tenía tratos con el narco.

No lo creía, hasta que escuchó esa pregunta: “¿Quién es Josué?”

Fue hace cinco años, a la 1 de la mañana del maldito 5 de noviembre de 2011, cuando la señora Karen cayó al piso de su sala, de rodillas, después de varios golpes secos. Frente a ella estaba su hijo sentado en el sillón, aferrado a los brazos del mueble. Y detrás de ella, estaba un hombre que le presionaba una pistola en la cabeza y le impedía voltear para verle el rostro.

“¡Te estoy preguntando! ¿Quién es Josué?”

Siete horas antes, la vida fluía con naturalidad dentro de la casa familiar en una colonia popular de Monclova, la ciudad más importante del estado fronterizo de Coahuila. Pero afuera, en la calle, la urbe se había convertido desde hace años en el campo de tiro del grupo criminal Los Zetas. A partir de 2008, la embestida del gobierno los había sacado de sus madrigueras y comenzaban a conquistar nuevos territorios y expandir su poderío económico. Coahuila, pegado a Texas, Estados Unidos, se había convertido en la nueva franquicia por controlar y, para ello, los Zetas eligieron Monclova como el lugar de residencia de muchos líderes sanguinarios, incluido al temible Heriberto Lazcano Lazcano. A balazos habían impuesto una mordaza desde su llegada: nadie podía hablar de ellos ni podía admitir su presencia, aunque fueran tan reales como las casas fantasmas con hoyos de bala que dejaban a su paso.

Los mexicanos sólo saben una décima parte del terror de la ‘Guerra contra el narco’. Leer más aquí.

Entre 2008 y 2013, Los Zetas arrasaron con Monclova y obligaron a cientos de habitantes a entregarles sus casas de un día para otro (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

El hijo que ambos habían adoptado desde que tenía un año, Josué, pidió permiso para ir a una fiesta. Sólo quería ir al festejo de quince años de una vecina. “Vamos y venimos, ¿sí, amá?”. Se baño y se visitó como le gustaba: cómodo, con pantalón de mezclilla negra, playera y tenis. “¿Me da dinero?”. Y a cambio de la promesa de no volver tarde, el joven recibió 200 pesos. “Sí, mijo, pero regresa con cuidado”.

Cerca de las 8 de noche, el teléfono de la señora Karen sonó. Y ahí se empezó a descomponer la noche. Del otro lado de la línea escuchó la voz de su hija. “Oiga amá, acá en mi casa está Josué…”. “¿Y qué hace allá? Me dijo que iba para una fiesta”. “Es que lo andan buscando”. “¿Quiénes?”. “Pues esos viejos, amá”. “¿¡Pero por qué!?”. “No sé, pero dice que se llevaron a Uriel y a Diego y que ahorita están dando vueltas preguntando por él”.

La señora Karen y el señor Adolfo corrieron por Josué. Aprovechando la oscuridad, lo sacaron con sigilo de casa de su hermana y regresaron a la suya. “¡Ay, mijo! ¿pero qué hicieron?”. “Nada, amá, no hicimos nada”. “Dime la verdad, por favor, mijo, estas cosas no son de juego”. “Te prometo que no hicimos nada”. “¿Y Uriel y Diego qué hicieron?”. “Nada…”. “¿Entonces?”. “¡Nada, amá, no hicimos nada!”.

‘Te prometo que no hicimos nada’

Con el miedo apretando el pecho, se encerraron y apagaron las luces. En aquellos días, la infiltración del cártel en el gobierno era tan evidente que denunciar ante la policía, pedir ayuda al municipio o huir, a esa hora, significaba ser un blanco más fácil. Así que la señora Karen y Josué pretendieron conciliar el sueño juntos, durmiendo en uno de los dos cuartos de la casa, y el señor Adolfo se acostó en el sillón de la sala, a unos pasos de la puerta. Esperarían al amanecer para planear cómo ponerse a salvo.

Pero a la 1 de la mañana, según narra, un grupo de hombres tocaron la puerta. La violencia con la que llegaron no necesitó presentaciones: eran Los Zetas. El señor Adolfo saltó del sillón y sin abrirles les gritó que no, que no abriría, que aunque tuvieran esas armas largas no pasarían por su hijo ni por nadie. La discusión despertó a la señora Karen y a Josué y los tres se reunieron en la sala. “¿Quiénes son, mijo?”. “No sé, amá”. “Ya dime, ¿qué hiciste?”. “Nada, te lo prometo…”.

Los hombres armados patearon la puerta. Despertaron a los perros de los vecinos, pero nadie salió a ayudar a la familia. La familia esperó abrazada a que las bisagras cedieran y la puerta cayera. Uno de ellos entró a la casa disparando. La señora Karen se volteó para proteger a Josué, pero algo —que después sabría que eran balas— la tiró al piso. De inmediato dejó de escuchar la voz de su esposo y la sustituyó un tono cavernoso que preguntaba por su hijo.

En algunas colonias del oriente y sur de Monclova, los vecinos colocaron muros frente a sus puertas para proteger sus fachadas de las balaceras. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

La señora Karen se vio en medio su “flaco de oro” y un sicario. Madre e hijo se miraron y, sin hablar, acordaron no responder el interrogatorio. Pero Josué no soportó ver a su mamá encañonada y antes de que el sicario disparara de nuevo, se reveló como el joven que buscaban.

“¿Quién es Josué?”, preguntó por tercera vez el sicario. “Yo soy Josué”. “¡Vámonos!”. Y Josué no protestó. No se defendió. Se levantó del sillón y obedeció. Pasó junto a su mamá y ella observó cómo aquel hombre le dio a su hijo una palmada en el hombro y lo obligó a salir de casa descalzo, en el frío otoñal. La señora Karen escuchó cómo los motores de las camionetas se encendieron y se alejaron hasta dejar a la colonia de nuevo en un insoportable silencio.

Como pudo, con las piernas ensangrentadas por tres heridas de bala, salió a la calle. No encontró rastro de su esposo. Tampoco de su hijo.

La señora Karen sintió que le habían arrancado el corazón.

“¿¡Josuéeee!? ¿¡Adolfoooo!?”.

Para ti I

Mensaje en Facebook. 22 de noviembre de 2013.

Hoy me siento muy triste pues extraño mucho a mi hijo y esposo y espero dios me haga el milagro de verlos llegar a su casa aqui los espero siempre

La tragedia de Monclova

La señora Karen está sentada en la sala de su casa. La misma de donde se llevaron a su hijo y su esposo. Aunque vivir aquí es insoportable a ratos, la enfermera no se ha planteado dejar su hogar. Si un día su familia ha de volver, ella quiere estar aquí para recibirlos. Mientras ese “milagro” sucede, la fachada la ha dejado igual, también el patio en obra negra y hasta los grafitis en las paredes que dan a la calle. Los únicos cambios que ha hecho a su hogar están por dentro: muebles nuevos, paredes recién pintadas en tonos rojizos, adornos modernos color chocolate. Es un intento por crear nuevos recuerdos y no pensar demasiado en una vida familiar que está en pausa por la violencia. Aún así, todo le recuerda a su hijo y esposo.

—¿Quién es Josué? ¿Quién es Adolfo? ¿Nos compartiría su familia?—le pregunto a ella, bajita, robusta, cabello corto, voz dulce y suave, típica mamá mexicana que se soba las manos cuando habla. Asiente y sonríe. Es una mueca tímida, apenas visible, que por un segundo transforma su semblante apagado en un rostro alegre.

—Sí… para que la gente sepa de ellos… que sepan quiénes son…

Su casa es pequeña: patio con espacio para un auto, un recibidor corto, un par de recámaras pequeñas, sillones que apenas caben. Se siente como un hogar. Como la casa de abuela. Un primer visitante jamás adivinaría que aquí sucedió una tragedia. Durante aquellos años, Monclova tuvo tantas desapariciones forzadas que era difícil seguir la cuenta de quienes fueron los últimos habitantes que el narco se llevó.

Desde que alguien se acerca a esta ciudad, aparecen las cicatrices de la ‘Guerra contra el narco’ y la violencia extrema que se impuso hasta 2013. Ya sea por la carretera que conduce a Saltillo o a Nuevo León, a 30 minutos en auto de la presidencia municipal, se ven las fachadas de los caseríos agujerados a balazos. Los ranchos que Los Zetas les quitaron a los ganaderos y que nadie ha reclamado por miedo. Los buitres que vuelan sobre terrenos que, dicen los pobladores, son cementerios clandestinos de los narcos. Y aún se observan camionetas sospechosas, sin placas y con ventanillas polarizadas, que circulan a toda velocidad cuando no hay patrullas de la policía o del Ejército a la vista.

Con 14 años Ramiro va tras el rastro de su hermano: ¿Por qué los adultos no buscan? Leer más aquí.

En zonas como Colinas de Santiago aún pueden verse posibles casas de seguridad de Los Zetas con manchas de sangre seca. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

Los norteños, antes acostumbrados a hablar con franqueza y soltura, se tuvieron que morder la lengua en Monclova, como en muchos otros municipios de la región: a las balaceras diarias le llamaban “eventos”, los narcos eran “los viejos esos” o “los señores” y la extorsión era “el impuesto”. Incluso hoy, el actual presidente municipal, Gerardo García, no puede hablar de Los Zetas llamándolos por su nombre, aunque asegura que ya han sido expulsados de la comunidad.

“En aquel entonces, uno de los grupos económicos más fuertes de la ciudad, la empresa acerera Altos Hornos de México, ya no sesionaba en Monclova, aunque aquí estaban sus oficinas. Lo hacían a distancia, en la Ciudad de México. Si venían, eran revisados, cuestionados a qué venían y no por las autoridades, sino por quien-tú-te-puedes-imaginar”.

“Hubo enfrentamientos que, aunque lo oficial decía que hubo 10 o 20 muertos, nosotros los que somos de aquí sabíamos que había arriba de 100 fallecidos en un sólo enfrentamiento. Y así hubo en muchas ocasiones. Hay videos que hay en redes sociales que dan fe de lo que te estoy platicando”, cuenta García. Y lo sabe bien: antes de ser el presidente municipal, fue secuestrado por Los Zetas cuando era un empresario gasero.

“Me desempeñaba en la actividad de distribución del gas LP y en esas fechas estábamos en la búsqueda de oportunidades de inversión en Allende, Coahuila. Fuimos a explorar una oferta de trabajo y, de regreso, a unos cuantos kilómetros de Monclova, trataron de interceptarnos en una camioneta que pertenecía a la delincuencia organizada. Hubo una persecución muy alarmante desde ahí hasta la entrada a Monclova. Fuimos sometidos y secuestrados por varias horas. Durante la persecución yo pude hacer una llamada telefónica al comandante de la Policía Federal en la ciudad y eso fue lo que permitió un rescate o negociación”, recuerda, sugiriendo que, en aquellos años, policías y criminales pactaban los delitos.

‘Que la gente sepa de ellos… que sepan quiénes son’

Los pocos policías del municipio eran vulnerables a los cárteles con un armamento precario y sueldos de 4.500 pesos mensuales [unos 225 dólares]. La mayoría terminó en las filas de Los Zetas por necesidad o por obligación: o ignoraban los llamados de auxilio de la población inocente o secuestraban y torturaban a los pocos grupos rivales que querían “la plaza” de Monclova. La antes ciudad pacífica se volvió un campo de exterminio y por años nadie pudo decir nada. Sólo hasta que el llegó el Ejército y asumió labores de vigilancia, seguidas de un cuerpo de élite que ha sido cuestionado por abusar de su fuerza para imponer el orden, es que al municipio se le empezó a secar la sangre.

A la derecha, el cuerpo de élite que hoy cuida a Monclova, señalados por cometer abusos en sus tareas de vigilancia; a la izquierda, la policía municipal, acusada de haberse coludido con Los Zetas. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

La prensa, los empresarios, el clero, las autoridades, los vecinos, fueron cediendo a todo: primero perdieron los espectáculos al aire libre por temor a las balaceras. Luego, dejaron de ir a bares y discotecas, no conducían solos por carretera, ni salían a la calle después que anocheciera. Terminaron entregando la ciudad y se resignaron a hacer vidas siempre dentro de sus casas, encerrados. Pero historias como la de Josué y Adolfo muestran que ni ahí estaban seguros.

—Mi hijo… ay, mi hijo querido… él ahorita tendría 22 años. No es mi hijo biológico, es mi hijo adoptivo y fue bien deseado. Adolfo y yo nos conocimos por un programa entre solteros. Nos conocimos primero por teléfono y en persona fue amor a primera vista. Ya nunca nos separamos, un gran esposo. Y queríamos tener un hijo y tuvimos la oportunidad de que nos dieran en adopción a Josué.

— ¿Cómo llegó Josué a su vida?

— Hubo una persona que conoció a su mamá biológica. Era una persona que se drogaba y se alcoholizaba durante el embarazo y le propusimos a ella que por qué no lo daba en adopción y dijo que sí. Al poco tiempo tuvimos la oportunidad de tener a mi hija Kenia. Se convirtieron en lo más importante para mí.

La señora Karen, en su infinito amor de madre, tiene muchos adjetivos para Josué: flaquito, hermoso, bello, noble, precioso. Y uno que le gusta repetir: Josué es “exquisito”. Como quien califica una obra de arte.

—Josué fue prematuro, pesó poquito, era muy delgadito, muy exquisito. Él tenía cierto retraso psicomotriz. Tuvo hipoxia neonatal. A pesar de que él tuvo ese tipo de problemas, Josué iba a la escuela como todos. Era un niño muy noble, él no era de pleitos. Él batalló mucho con las calificaciones por su condición y hasta la fecha en que desapareció. En la escuela me daban siempre las quejas de que le quitaban el lunch, que le pegaban. “Señora, dígale a Josué que se defienda”, me pedía la maestra. Yo le decía a Josué “necesito que te defiendas, te voy a dar dinero y no quiero saber que te lo quitan”. En la secundaria cambió un poquito y tuvo más amigos. Pero siempre fue muy noble, era un niño grandote. Mijo desgraciadamente no tenía malicia, le decían “aviéntate ahí” y él lo hacía. No sabía pelear. No sabía defenderse.

—¿Cómo es Josué?

—Alto, mide poco más de 1.70. Delgado. Yo le decía ‘¡véngase mi flaco de oro!’ y me decía ‘¡ay amá! ¿ya va a empezar?’, ‘¿qué tiene mi niño precioso?’. Y le daba besos. Muy bonito mi niño. El problema eran sus amistades…

—¿Esas amistades propiciaron su desaparición?

—Yo nunca supe qué pasó. Cuando a él se lo llevaron, también se llevaron a dos amigos de Josué. Pero a ellos los soltaron y a mijo y mi esposo no. A veces me los encuentro, pero siento muy feo. Digo, a lo mejor ellos tuvieron algo que ver… pero aquí… este lugar… acá no se puede saber. Yo me siento mal porque en el Facebook ponían como ‘descansa en paz, siempre te vamos a recordar’. Yo les escribía ‘¿tú cómo estás seguro de que Josué esta muerto?’ Incluso, yo le escribí a uno de ellos ‘dime qué pasó, dime si tu sabes algo, dime qué le hicieron a mi hijo’. Nunca me contestaron…

‘Josué fue prematuro, pesó poquito, era muy delgadito, muy exquisito’

—Josué le insistía que él no hizo nada malo, ¿cree usted que decía la verdad?

—Pienso que sí, porque mi hijo era honesto, noble. Nadie en esta casa andaba en malos pasos. La noche que se los llevaron, dicen los vecinos que yo estaba entrando y saliendo, dejando todo lleno de sangre. Ni la ambulancia quería entrar para acá por miedo. Al fin entró sin luces y me llevaron al hospital. Acá, mira, están los rozones de las balas.

La señora Karen muestra sus piernas: tres heridas circulares de bala sobre una piel magullada, que se soba con amor. Ahí está el sacrificio que hizo por proteger a su hijo.

Reconocer a un hijo entre cientos de huesos: el amargo paso por la morgue de Veracruz. Leer más aquí.

La señora Karen muestra una de las tres heridas de bala que hoy le recuerdan aquella noche que intentó defender a su hijo. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

—Caí en una profunda depresión. No quería saber nada, me la pasaba dormida. Cuando despertaba, comía pan y leche. Y me dormía. Así fue mi vida el primer año. Cada vez que lo recuerdo me da mucho coraje lo que pasó, impotencia, me entra culpa y pienso que yo tuve la culpa, a lo mejor no lo eduqué bien, ¿en qué me equivoqué? Me enojé con Dios, ‘tú conoces el corazón de mi hijo, tú sabes que no es asesino, ni ratero. El no era malo’.

—¿Cómo empezó a escribirle en Facebook?

—Yo entré a una página que se llama Cuando pierdes a un hijo. Empecé a platicar con mamás que habían perdido a sus hijos de muchas maneras. Me daba un poco más de paz, de consuelo. Ellas me animaron. ‘¿Qué siente tu corazón?’. Y yo siento que mi hijo está por ahí, anda vivo. Mi esposo… yo creo que ya no está aquí, pero mi hijo sí siento que anda por ahí. Me dijeron ‘comparte su foto, ponla en Facebook, existen los milagros’. Y sí: a lo mejor Josué sí está por ahí, a lo mejor en una cárcel, en un hospital, deambulando por las calles porque no sabe ni quién es. Eso me anima a seguir publicando la foto de mi hijo con la esperanza de que un día Dios me escuche.

Entonces, la señora Karen comparte su álbum fotográfico. Saca carpetas y muestra su tesoro personal: imágenes Josué de bebé, de tres años, con disfraz de Halloween, en el festival del día de las madres, de adolescente, de aficionado al hip-hop. Y a Adolfo de joven, de novio, recién casados, abrazándose, de los tiempos en que él tocaba la guitarra y ella le cantaba. Así es como le gusta recordarlos. Vivos y felices. Aunque sus fotografías estén maltratadas y rotas.

— Mis fotos… están muy maltratadas, unas inservibles. Vinieron los soldados después de los disparos y catearon mi casa. Yo todavía estaba hospitalizada por los balazos y me dijeron que se llevaron mi coche, mi computadora, mi pantalla, ¿y eso para qué? Los sillones los rompieron, los dejaron afuera. Mis fotografías las rompieron. Cuadernos, libros, ropa. Todo. En lugar de ayudarme, me perjudicaron, me echaron a perder mis cositas…

—¿Le gusta ver las fotos?

—Las tengo aquí en mi casa, las tengo en mi celular, en mi computadora, en Facebook. Las traigo siempre. Me duermo pensando en Josué, en Adolfo. Me despierto pensando en ellos. Todos los días le lloro a mi hijo. Yo le digo a mi hija que soy un cascarón. Por fuera estoy, pero por dentro… no. Desde ese día, mi vida se fue con ellos. Vivo por vivir, nada más. Y vivo, tal vez, por la esperanza de que algún día los pueda volver a ver.

Josué, de niño, en una de las fotografías preferida de su mamá, quien pidió no mostrar una imagen actual de su hijo por temor a las represalias. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

—¿Hay una denuncia formal por la desaparición de los dos?

—Una denuncia formal no, fue una pesquisa…

—¿Tiene pistas sobre su paradero?

—No hay nada… Acá en Monclova hay muchas, muchas personas desaparecidas…

—¿Le escribe diario?

—Tengo un cuaderno en el que le escribo a Josué todos los días las cosas que yo hago. Ahí le hablo, todo lo que hago en el día. ‘Mira mijo, hoy me pasó esto…’ Como un diario para él. Estoy tratando de salir adelante como puedo…

—¿Y por Facebook? ¿Le ayuda? ¿Le calma?

—A veces cuando publico cosas en el Facebook me siento más tranquila, porque digo ‘a lo mejor la gente ya no se acuerda de él, nadie sabe quién es’, pero mientras yo viva, él tendrá quien le escriba y de ese modo ellos van a estar aquí siempre.

Ella quiere que nadie olvide a Josué, el ‘flaco de oro’ de Monclova. Ni a Adolfo, su ‘pedacito’. Para que cuando vuelvan, a nadie le parezca extraño que la vida continúe.

Para ti II

Mensaje en Facebook. 4 de noviembre de 2014.

A esta hora mi hijo Josue se preparaba para ir a una fiesta, todo parecia estar normal, mi esposo paseaba a los perros y yo preparandome para ir a trabajar al siguiente dia, los tres felices, sin imaginar que horas despues viviria un infierno, en el cual quede atrapada, la madrugada del 5 de nov, se cumplen tres años de no estar con ustedes, y yo siento que fue ayer, hay señor que daño hicimos, para merecer esto, para dejarme tanto dolor, para sentir que muero en vida, porque no me fui primero yo, porque me diste el dolor de perder a mi hijo, dicen que ya me olvide, pero es que se puede olvidar uno de un hijo que fue arrancado de manera violenta y mas aun no saber donde esta? no saber si vive o no, si esta vivo no saber si come, no saber si tiene un lugar donde dormir, no saber nada, y tener tu carita grabada en mi cerebro, ver cuando se fue, cuando lo sacaron de la casa, verlo partir, eso a mi me mata, eso me duele en lo mas profundo de mi corazon, mijo JOSUE en donde estas, en donde te dejaron

Coahuila y los ausentes

Para la pregunta ¿cuántas personas realmente desaparecieron en Monclova y sus alrededores durante lo peor de la guerra contra el narcotráfico?, el coronel Victorino Reséndiz, el jefe máximo de la policía municipal de Monclova, no tiene una respuesta. Y cree que probablemente nunca se sepa esa cifra.

El jefe la policía municipal de Monclova mira al municipio desde lo alto de un cerro usado típicamente por halcones de Los Zetas para vigilar a las autoridades. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

La colonia Calderón, saben sus habitantes, es mitad vecindario y mitad cementerio clandestino. Los montes que rodean a Colinas de Santiago fueron un campo de exterminio para las víctimas de Los Zetas poco antes de la pacificación del municipio. En la Zapata era común que en la madrugada se escucharan disparos secos, como tiros de gracia, que se apagaban en la noche. En la Hipódromo, colonia pobre, y en La Salle, colonia rica, se hallaron al menos cuatro casas de seguridad donde hubo un incontable número de secuestrados, que nadie sabe si volvieron a casa con vida.

Junto a Monclova, a una hora en auto, está Allende, donde aún se debate si Los Zetas mataron a decenas o 300 capturados y ahí mismo los enterraron para que nadie supiera jamás su paradero. Y en el municipio de Nava, cuentan los pobladores, pasó algo similar, pero nadie entra a investigar porque al preguntón se le ejecuta.

‘Vivo, tal vez, por la esperanza de que algún día los pueda volver a ver’

La voz popular también indica desapariciones masivas Morelos, Villa Unión, Juárez, Sabinas, Guerrero, la zona de La Laguna. Ningún municipio o sus autoridades pudieron frenar esa crisis humanitaria en el estado, que tiene a decenas —tal vez miles— de mexicanos escribiendo a sus seres queridos con la esperanza de que un día los puedan leer.

La ‘Guerra contra el narco’ convirtió a Coahuila en una tierra de ausentes. En los años más violentos, las desapariciones crecieron hasta 5.000 por ciento, pasando de sólo seis casos oficiales en el 2006 a 334 en 2011, según el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas. En ese peor año fue cuando desaparecieron Josué y Adolfo. Y aunque en los años siguientes la cifra cayó, hoy sigue siendo más alta a la que había hace diez años.

Archivo VICE: A cinco años del manantial masacrado. Leer más aquí.

Para ti III

Mensaje en Facebook. Publicado el 9 de noviembre de 2013 y republicado el 9 de noviembre de 2016.

Hoy desperte muy feliz pues soñe con alguien muy especial, con mi hijo josue, gracias DIOS por cumplir mi deseo, no queria compartirlo queria dejarlo para mi solita pero ud, han visto mi tristeza y les comparto mi felicidad, te amo hijito. tu mami.

Soñar tu regreso, Josué

A veces pasa. Cuando pasa, es hermoso.

La señora Karen se va a dormir y sueña con su hijo. Las imágenes casi siempre son las mismas: a lo lejos, al principio de la calle, aparece Josué. Exquisito, delgado, alto, moreno, cejudo, enseñando con una sonrisa esos dientes grandes y blancos. Entonces, los vecinos de la colonia salen maravillados a contemplar su regreso. Todos le aplauden, mientras él avanza con paso tranquilo hasta su casa y toca la puerta.

Su mamá siempre está. Abre y el corazón se le agranda. Lo abraza. Lo besa. Lo huele. A ratos, lo suelta para inspeccionar que es él y cuando vuelve a asegurarse que su Josué volvió, lo vuelve a besar con fuerza. No tiene un moretón, ni una gota de sangre. Josué está ileso. Como en las fotografías que guarda de él.

La señora Karen revisa las fotografías de su hijo. Con esa computadora, le escribe casi todos los días un mensaje en Facebook. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

“Ya regresé, amá”. “¿Pero dónde estabas, mijo?”. “Con ellos, pero ya regresé…”. “¿Qué te hicieron, Josué?”. “Nada, amá, nada…”. “¿Te obligaron a hacer cosas feas, mijo?”. “No, amá, nomás les ayudaba a lavar sus carros. Sólo eso. Pero ya volví”.

La señora Karen le da la bienvenida, otra vez, como cuando era un bebé. El hijo pródigo encontrará una casa cambiada, nuevos muebles y otros colores, pero la reconocerá como su hogar. Para ponerse al tanto de todo lo que ha pasado en su ausencia, podrá leer los mensajes en Facebook y el diario que amorosamente le ha escrito su mamá durante años.

Entonces, ese muchacho noble se acostará en su cama con la certeza de que su mamá no lo olvidó. Y que México supo de su existencia.

LAS CIFRAS DE DESAPARICIONES EN LA ÚLTIMA DÉCADA: CRECE 48 VECES

Las desapariciones en México se dispararon tan pronto comenzó la ‘Guerra contra el narco’, y pasaron de 85 en el año 2006 a un pico máximo de 4.113 durante el 2011; es decir, se multiplicaron 48 veces. En los siguientes años la cifra osciló entre las 3.300 y 4.200 desapariciones anuales, unos 300 casos en promedio al mes.

Si tomamos en cuenta el comportamiento mensual de este fenómeno antes de iniciada la guerra y el resultado que tenemos ahora, es claro que la situación ha empeorado: en el 2006 desaparecían 7 personas al mes y ahora desaparecen 333.

La estadística proviene del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), que administra el gobierno federal para medir el fenómeno.

Cabe señalar que esta base contiene información de todas las personas desparecidas de forma voluntaria o involuntaria. Es decir, no hace diferencia entre alguien que decidió huir de su casa por una decisión personal y otro que se sospecha fue víctima del crimen organizado o de alguna fuerza pública gubernamental.

*Esta es la cuarta entrega de un total de diez reportajes que conforman el Especial ’10 años de la Guerra contra el narco’.

Jefa de Contenido: Laura Woldenberg. Editora: Karla Casillas Bermúdez. Data: Saúl Hernández. Diseño: Francisco Gómez y Clementina León.

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