Ilustraciones de Sara Rabin
No creo en el arte de las performances, sigo repitiéndome a mí misma, mientras paso los dedos por la venda que cubre mis ojos y me ajusto los auriculares con cancelación de ruido. Cogiéndome de una mano y apoyando la otra sobre mi hombro, mi guía me lleva lentamente hacia el centro de un espacio indeterminado. He olvidado cómo era su rostro, pero recuerdo sus palabras: “Entrarás en un lugar que es a la vez tranquilo y a cámara lenta”. Me coge con ambas manos un momento y luego se va. Estoy casi a oscuras y en silencio dentro de la obra Generator de Marina Abramovic con otras 67 personas.
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Para su primera exposición en solitario en Nueva York desde el 2010, Abramovic utiliza el vacío como medio, subsistiendo a base de la energía de experiencias puramente individuales sin la ayuda de ningún complemento o elementos visuales. “Me llevó veinticinco años tener el coraje, la concentración y el conocimiento para llegar a esto, la idea de que podía haber arte sin necesidad de ningún objeto, únicamente como un intercambio entre el artista y el público”, dice en una nota pegada a la pared cerca de donde la gente deja sus bolsos, chaquetas, dispositivos digitales y se pone sus cascos y vendas para entrar a la galería de la nada.
“Parte de la experiencia consiste en esperar”, dice una chica enfrente de mí a un grupo de amigos emocionados. “He oído que Marina no dejará a nadie fuera”. Es la noche del estreno y la cola ya sale por la puerta de la galería y se extiende por la manzana. La gente que tengo alrededor mira sus teléfonos y la ironía es palpable: nuestras tecnologías dividen el tiempo para que no nos encontremos ni aquí ni allí. ¿Cuándo fue la última vez que alguno de nosotros se encontró completamente inmerso en el presente absoluto? En mi caso, no consigo recordar ni un momento.
Me adentro en la oscuridad y mis labios rozan con un jersey, el contacto me provoca una sensación de shock eléctrico que recorre mi cuerpo. Aturdida, doy un paso atrás en busca de un lugar libre en el vacío. Siento un olorcillo a perfume como de flores salteadas con mantequilla a medida que avanzo. Arrastro lo pies hacia la izquierda y tropiezo con un cuerpo cálido cubierto de tela vaquera y otra vez vuelvo a sentir una corriente de adrenalina. Los auriculares que bloquean el ruido no consiguen ensordecer las conversaciones de la gente que espera en la galería, y esa nube de cuchicheos rítmicos me consume.
Me imagino caminando sobre una barra de equilibrio en el centro del universo: un paso en falso y acabaré con mi exixtencia. Me tiemblan las piernas. Me acuerdo de la conversación entre dos hombres altos vestidos de negro enfrente de la galería: “¿Qué pasaría si te toca alguien y te das cuenta de que es Marina?”, pregunta uno, “Yo me moriría”, contesta su amigo. Se referían a una frase críptica que se lee en la nota de prensa: La artista estará presente. Caigo en la cuenta de que podría estar en la habitación conmigo. Alargo mis brazos y manos y me la imagino de pie justo enfrente de mí, sin venda ni auriculares, mirando dentro de mi mente.
La última vez que hizo una performance en Nueva York, estuvo en el MoMA para La artista está presente. Desde marzo hasta mayo, estuvo sentándose delante de una mesa en el atrio del museo, mientras los miembros del público se sentaban uno a uno en el extremo opuesto de la misma. No se permitía hablar ni tocar, dejando que se produjera un “diálogo de energía”. Todos los espectadores sentían el tirón del momento, la conexión, el encuentro de dos almas. Abramovic admitió que necesitó al menos tres años para recuperarse del estrés emocional y físico de la performance.
Asumí la misión de encontrarla en Generator. Dejé atrás el olor de los restos de chicle de menta y cigarrillos húmedos. Escuché el fantasma de la risa de una mujer penetrando por los auriculares sobre mis orejas. Barrí el suelo con mi zapato y sentí una rejilla de metal. Abrí los brazos tanto como pude y di varias vueltas, trazando el vacío que tenía a mi alrededor. Cuando mis manos rozaron lo que imaginé era la espalda o la mano o zapato de otra persona, volví a sentir la electricidad una y otra vez. Era como si mi mente continuara olvidando que había otros seres humanos vagando sin rumbo por la habitación. Hay otras personas aquí conmigo. Hay otras personas aquí conmigo. Hay otras personas aquí conmigo.
Cuando me preparaba mentalmente para abandonar la oscuridad, una mano me cogió del codo, en un gesto prolongado y tierno, como si fuera una madre consolando a su hijo, y luego desapareció. Al empezar a pensar en ese toque, lo recuerdo tan extraño y diferente de los roces con otra gente que me parece que está lleno de significado. No fue una caricia inocente, tenía una intención. La mano, y el cuerpo pegado a ella, sabían dónde se encontraba mi codo y dónde me encontraba yo. Esa persona podía ver. Estoy segura de que era Marina.
Levanto la mano para salir de Generator y espero. Alguien me toca el hombro y me coge por el brazo, guiándome otra vez hacia la salida del confuso laberinto. ¿Cómo acabé tan lejos de donde empecé? Cuando me quito la venda de los ojos, mi sistema se llena de imágenes de la galería, de la gente y de las conversaciones, es deslumbrante. La tarde se ha convertido en noche mientras me encontraba dentro. El guía es alguien nuevo. Puedes escribir sobre tu experiencia, me dice, señalándome un puesto con lápices y papel. Una mujer más mayor a mi lado escribe una sola palabra: “dentro” y hace un garabato. Yo escribo algo. El pitido estridente de un coche solitario se escucha en las calles de Chelsea cuando me dirijo hacia casa aferrándome al recuerdo de que me he encontrado con Marina en Generator.
Puedes vivir tu propia experiencia con Generator de Marina Abramovic en la galería Sean Kelly de Nueva York hasta el 6 de diciembre.
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