Música

Morrissey, hemos terminado

Tres de mis amigos más cercanos y yo tenemos un grupo de Whatsapp donde constantemente discutimos sobre música, cultura pop y política. Todos somos negros, y a lo largo de nuestra amistad hemos adoptado cierto slang y referencias que le dan color a nuestras conversaciones diarias. Uno de los más prominentes es “blipster”, una frase que empezamos a usar después de revisar un involuntariamente cómico y obtuso perfil del NY Times de 2007 sobre el ascenso del “hipster negro”. Los afroamericanos que —¡imagínense!— escuchaban indie rock, usaban Converse, y salían a venues en Lower East Side. Encontramos el texto sarcásticamente divertido; los negros o cualquier otra minoría, no están definidos por la forma en que consumimos la cultura o cómo somos percibidos dentro de esa cultura. Mis amigos y yo estábamos completamente perplejos de que un periodista blanco pudiera construir una subdivisión de nuestra comunidad basada en algo tan aleatorio como nuestra admiración compartida por Nirvana.

La verdad es que la música indie siempre ha sido abrumadoramente blanca, y como la mayoría de los espacios abrumadoramente blancos, la gente de color siempre tiene que revisarse, tanto a ellos mismos, como revisar a otros participantes que operan dentro del espacio sin incluirlos. La raza no es algo que se pueda parar simplemente porque estás metido hasta el hombro en el mosh pit, o porque estás atorado en el lodo de un festival. En un período de mi vida iba a unos cuantos shows por semana en Nueva York, uno de los lugares más diversos del planeta, y había momentos en donde podía ir a varios eventos sin encontrarme con otro negro en la multitud. Y mucho menos en el escenario. Cuando te enfrentas a esa escasez de diversidad, es completamente normal volverte hiperconsciente de cualquier transgresión o discriminación racial, hasta en el más mínimo comentario. Con el fin de poderla pasar bien, no ser dejado de lado ni ser etiquetado como “blipster” o peores cosas, desarrollas una política de no tolerancia como una cuestión de supervivencia, incluso con tus artistas favoritos.

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Lo que me lleva a Morrissey.

La primera vez que vi a Morrissey, quedé inmediatamente encantado. Acababa de conseguir MTV2 en la pequeña televisión de mi cuarto de adolescente, cuando el canal tenía poca programación y televisaba antiguos episodios de 120 Minutes y Alt Nation. Una tarde, el video de “The Boy With a Thorn in His Side” —ni siquiera la mejor o más popular canción de los Smiths— apareció y me quedé totalmente atrapado por este extraño pero también cotidiano personaje. Morrissey se mantuvo en su tímida y giratoria gloria, usando no una, sino dos camisas púrpuras desabrochadas mientras lloriqueaba a la cámara sobre cuerpos juveniles perforados con objetos extraños. Era como si hubiera sido diseñado científicamente para atraer a los chicos gay de 16 años. Dos cosas estaban sucediéndome simultáneamente durante ese período: en primer lugar, era extraordinariamente bibliófilo, y un ídolo pop que lanzaba grandes frases y citaba a Oscar Wilde como si escribiera, era algo que no sabía que existía y estaba en necesidad desesperada de encontrar. En segundo lugar, buscaba, a través de mi amor por la música, anclarme a mi sexualidad en ciernes, y todo lo que se registraba como extravagante y teatral, que podía adoptar y emular, sumó grandes puntos. Para muchos chicos gay, era Bowie, o Queen, o musicales de Broadway —para bien o para mal, para mí, era Morrissey.

En semanas, pasé de apenas conocerlo a ser súper fan, ahorrando mi dinero para comprar todos los discos de los Smiths y de Morrissey que podía encontrar, hasta los más obscuros singles en CD de importación japonesa. Comencé a juntar una colección de camisetas, primero en eBay, y luego en sus shows, después de asistir a la primera noche de su gira de regreso en 2004 (todavía era pasante en una discográfica y me salté el almuerzo durante una semana para comprar asientos en el área de la orquesta). Hubo un punto en el que me reunía con extraños en los conciertos porque habían oído del “chico negro con la camisa de Morrissey”, y no es exageración. Mi obsesión me precedía.

La semana pasada, Morrissey lanzó el diseño de una nueva camiseta en su sitio web oficial, que se vendería en su próxima gira en Estados Unidos (ya ha sido retirada de su tienda en línea). La camiseta mostraba un retrato del venerado escritor y activista afroamericano (homosexual por cierto) James Baldwin, su cara enojada rodeada por la letra “I Wear Black On the Outside, ‘Cause Black Is How I Feel on the Inside” [Uso negro en el exterior, porque negro es cómo me siento en el interior], de la canción de los Smiths “Unloveable”. La mirada fulminante de Baldwin, observado desde la camiseta en un estado de exasperación severa, es irónicamente a propósito. Es una figura emblemática de una lucha que sigue siendo dolorosamente muy relevante el día de hoy, y un hombre blanco que coopta su imagen para su ganancia comercial es, de cualquier manera en que lo veas, claramente ofensivo. Además, la letra elegida no podría ser más densa. “Unloveable” es una canción sobre el autodesprecio adolescente que Morrissey ha encarnado desde el comienzo de su carrera, y equiparar la lucha incansable de los derechos civiles de Baldwin a ser un poco gótico, es absurdo al extremo. Baldwin no lleva negro en el exterior, es negro en el exterior, y el color de su piel era el principio central de su trabajo e identidad en una era donde los negros eran acosados, agredidos y asesinados rutinariamente debido a su raza. Toda la experiencia fue simplemente de pésimo gusto, y me dejó, a un fan de toda la vida, con una simple pregunta: ¿Por qué sigo soportando esta mierda?

Como todo fan a morir de Morrissey sabe, ésta no es la primera vez que se envuelve en alguna controversia, específicamente cuando se trata del color de la piel. A pesar de algunas declaraciones de negación de su parte (más sobre eso adelante), existe una lista de ofensas que varían de leve a ultrajante, todo centrado en la extraña relación que tiene con su percepción de las minorías raciales, y que desde hace mucho tiempo pasó el umbral de aceptabilidad. Mi primera idea real de que había algo bastante mal fue al leer Morrissey & Marr: The Severed Alliance, una biografía no oficial escrita a principios de los 90, unos años después de que los Smiths se separaran y Morrissey se posicionara como una estrella solitaria. Conocido por los aficionados, el libro está lleno de citas explosivas de origen indeterminado (al punto que el propio Morrissey dijo que esperaba que el autor, Johnny Rogan, “acabara sus días pronto en el tráfico de la carretera M3“). Un pasaje del libro establece que un joven Morrissey alguna vez declaró: “No odio a los paquistaníes, pero me desagradan inmensamente”. Está la cita de 1984 de una revista de música británica que lo siguió a lo largo de un día: “Todo el reggae es vil“. (Hasta ahora, la única declaración oficial que puedo encontrar de Morrissey sobre este asunto es de una entrevista brasileña de 2012 donde afirma que el comentario fue en broma). Los fans conscientes de Morrissey están constantemente negociando con este “golpear al topo” retórico, tratando de encontrar la manera de refutar comentarios que son ignorantes en el mejor de los casos, deliberadamente perjudiciales en el peor.

También estuvo ese infame momento cuando le abrió a Madness en 1992, en donde Morrissey agitó una bandera de Inglaterra en el escenario —una imagen que habría sido perfectamente aceptable unos años más tarde durante el apogeo del Britpop, pero estaba relativamente fuera de lugar con los fanáticos skinhead de Madness. Morrissey ha hecho comentarios descuidados y cuestionables no sólo en entrevistas pasadas, sino en sus canciones también, que para un letrista tan hábil parece todavía más reprobable. Muchas de sus letras se basan en la ambigüedad y, por desgracia, cuando se trata de un tema tan delicado como la raza, lo mejor es ser lo más claro posible. El ejemplo más flagrante que se menciona de manera rutinaria es “Bengali in Platforms”, una canción de su primer álbum en solitario, Viva Hate. La canción describe a un hombre indio que ha emigrado a Gran Bretaña y se encuentra solo y aislado, intentando sin éxito asimilar el medio ambiente extranjero. Al igual que la camisa de Baldwin, se encuentra la proyección de los dilemas emocionales personales de Morrissey sobre las experiencias reales de minorías raciales. Cuando canta “Shelve your Western plans, and understand / That life is hard enough when you belong here [Guarda tus planes occidentales y entiende / Que la vida es bastante difícil cuando perteneces aquí]”, la implicación es que el bengalí no pertenece a Inglaterra, o que Morrissey está igualando su propia situación de rechazo a la de un inmigrante que lucha. Ninguna es particularmente compasiva.

A medida que revisé más y más sobre sus transgresiones, un pozo comenzó a agrandarse en mi pecho cada vez que consideraba seriamente mi aprecio por mi artista favorito. Visceralmente, su música todavía me llenaba de alegría, pero como alguien que busca desafiar las conductas racistas cuando las veo, el creciente sentimiento de incomodidad se estaba volviendo insoportable. Por desgracia, he experimentado una de las ocurrencias de Morrissey de primera mano durante un espectáculo en el Radio City Music Hall en 2012, cuando cínicamente narró a la audiencia una anécdota sobre haber encontrado finalmente un taxista en Nueva York que “hablara inglés”. Un quejido atónito surgió de la multitud, como el opuesto a la ola en un partido de futbol. Sentado en el mezzanine con algunos amigos, estaba muy decepcionado. Ya no podía fingir que mi ídolo estaba irrefutablemente de mi lado, que todas las canciones que había citado y cantado y dibujado en los márgenes de mis cuadernos de preparatoria eran mías. Después del concierto, envié un mensaje a uno de los amigos que había estado allí para asegurarme de que el comentario de Morrissey realmente significaba lo que todos pensábamos que significaba, a pesar de que sabía la respuesta. “Sí”, respondió. “Fue horrible”.

Imparcialmente hablando, la relación de Morrissey con la raza no ha sido completamente caótica. Tiene un vínculo bien documentado con México y los mexicano-americanos: no sólo hay una banda mexicana de covers llamada Mexrrisey, que canta sus rolas en español, pero también está José Maldonado, apodado el Morrissey mexicano, quien lidera a la banda tributo de Smiths, Sweet and Tender Hooligans. Si sus fans mexicanos se sienten resentidos con sus puntos de vista, claramente se lo están guardando. En 2007, Morrissey escribió una op-ed para The Guardian en respuesta a una entrevista de NME en donde declaró que sus palabras con respecto a la inmigración británica se habían sacado de contexto (la revista se disculpó cuando amenazó con demandarlos por difamación). Morrissey dice en dicho texto: “Aborrezco el racismo y la opresión o la crueldad de cualquier tipo y no dejaría que eso pasara sin ser absolutamente claro y enfático con respecto a cuál es mi postura. El racismo está más allá del sentido común y creo que no tiene lugar en nuestra sociedad”. También donó £28,000 a la organización de caridad Love Music Hate Racism. Todo ello está bien, pero en los treinta y tantos años que esta disputa particular ha estado plagando su carrera, esto es más o menos el único ejemplo infalible de una postura explícitamente antirracista que Morrissey haya tomado públicamente.

Vivimos en una época en la que artistas y celebridades son responsables, a minucioso detalle, de las cosas que hacen y dicen. Con los medios de comunicación y los ciclos noticiosos de 24 horas, hay un vigoroso incentivo para estar en el lado progresista de los asuntos sociales, y en mi opinión, estas son restricciones bienvenidas. Ninguno de nosotros puede realmente explicar en palabras por qué el arte que disfrutamos nos toca de la manera en que lo hace, y de la misma manera, no siempre podemos explicar por qué cierta experiencia nos hace enamorarnos de un artista. Algunas personas ya no pueden ver Annie Hall sin sentirse enojadas por los cargos de abuso sexual contra Woody Allen. Otros no escuchan a R. Kelly, o pueden sentarse a apreciar una película de Roman Polanski, o no bajarán la rola más nueva de Chris Brown ¿Y por qué deberían hacerlo? Si estas son cuestiones que son cercanas a nuestros corazones e importan en nuestras vidas, ¿estamos comprometiéndonos a algún tipo de obligación vergonzosa si no eliminamos a estos artistas de nuestras vidas para siempre?

Y sin embargo, incluso después de todo lo que he detallado anteriormente, todavía no puedo dejar a Morrissey. Tal vez he escuchado sus canciones tan a menudo, durante tantos momentos difíciles de mi vida, que de alguna manera se han convertido en una parte de mi ADN emocional. Aun cuando mi amor, alguna vez incondicional por Morrissey, definitivamente ha menguado desde mi adolescencia, no puedo decir que no volveré a escuchar The Queen Is Dead o que no saldré de mi casa en una de mis muchas playeras de sus tours.

En lugar de una ruptura volcánica, es más como un lento divorcio glacial. Por ejemplo: no comprar su último álbum cuando hace una década habría sido el primero en la fila; no gastar ese centenar de dólares en boletos de conciertos para un artista que puede o no compartir algunos de mis ideales más arraigados. Podría ser que, ahora en el otro lado de mis 30, mi interés por Morrissey se hubiera marchitado un poco de todos modos, pero el incidente de Baldwin se siente como otro clavo más en un ataúd que por fin podrá enterrarse bajo tierra.

Vi a Morrissey dos veces más después del concierto de Radio City, una vez en el Madison Square Garden, y otra vez en el Fuck Yeah Fest en Los Ángeles, ambos en 2015 (aunque, la verdad, no pagué por ninguno de los shows). En el MSG, cuando estaba rompiéndola tocando éxitos como “Everyday Is Like Sunday”, todo el lugar se iluminó con un millón de fuegos artificiales —uno de esos increíbles momentos de concierto cuando cada miembro de la audiencia está cantando y respirando al unísono. Me recordó por qué había sido un gran fan. Las canciones de Morrissey son tan populares y especiales porque, en su mejor momento, aprovechan ese sentido universal de la alienación, la duda de sí mismo y el dolor que todos experimentamos en los momentos más vulnerables de nuestras vidas. Pero durante esos dos espectáculos, esos momentos trascendentales fueron fugaces. Muy a menudo, estaban confundidos con canciones de álbumes oscuros y coros sin sentido de un público apagado y cada vez más desenfocado. Antes del final del show del MSG, pocas personas estaban suplicando por una serie de favoritos que Morrissey podía tocar fácilmente si se hubiera sentido convencido. A pesar de que estaba decepcionado, me formé y compré una playera para mi colección. Cuando la amiga que me había llevado al espectáculo y yo nos fuimos del lugar, había una fuerte lluvia. Cuando cruzamos la 7ª avenida, la volteé a ver y le dije: “Creo que fue suficiente”. Asintió.

La vida es bastante difícil cuando aquí es a donde perteneces.

Ilustración por Efi Chalikopoulou.