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Mourinho y Mayweather y viceversa

Hace una semana y media, una superestrella del deporte hecha a sí misma, propulsada hacia su posición de privilegio por el dinero, el ego y un talento extraordinario, se dirigió al estadio para protagonizar un momento decisivo. A pesar de tener a millones de ojos encima y de la histeria colectiva que levantaba su figura, la superestrella procedió a completar una actuación astuta y sin riesgos. Tras el choque, algunos espectadores estaban tan frustrados por la falta de emoción que terminaron abucheándolo desde sus asientos.

Sin que le importara ni un ápice, la superestrella derrotó a su oponente y, beneficiándose de algunas decisiones arbitrales, logró conseguir una victoria que llevaba tiempo ansiando. Puede que hubiese sido un espectáculo pobre, pero el campeonato era suyo.

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12 horas antes, y a 6.000 kilómetros de distancia, Floyd Mayweather había subido al ring en Las Vegas para derrotar a Manny Pacquiao a los puntos y conseguir el título mundial. El público le cubrió de abucheos mientras él enunciaba su discurso tras el combate.

Los paralelismos entre Mayweather y José Mourinho van bastante más allá de los acontecimientos de hace unos días. Ambos están acostumbrados a jugar con la prensa, ambos lideran aventuras deportivas que se definen por la riqueza extrema y la infamia ocasional, y ambos alimentan sin descanso su personaje de “chico malo” de su deporte (a pesar de que debe decirse que mientras la mayor parte de la villanía de Mou es meramente una pantomima, la de Mayweather es real y por lo tanto muchísimo peor).

Fueron, sin embargo, sus similitudes a la hora de entender sus respectivos deportes las que destacaron más en un fin de semana que se recordará principalmente por la enorme diferencia entre las expectativas generadas y la realidad.

“Mirad: primero esquivaré por la derecha, luego esquivaré por la izquierda, luego correré un ratito, luego esquivaré más y finalmente me darán el combate a los puntos”. Foto de Mark J. Rebilas, USA Today.

Lo que estaban obviando claramente el público que expresaba su disconformidad con la estrategia de Mayweather en el MGM Grand de Las Vegas era que la única culpa de su decepción era de ellos mismos. Eran los propios aficionados quienes, dejándose llevar por la maquinaria mediática, habían generado unas expectativas tan elevadas que resultaban completamente irreales. Mayweather siempre había sido un luchador precavido; su boxeo jamás había sido agresivo y el estadounidense no pensaba cambiar únicamente para hacer frente al pomposamente llamado “Combate del Siglo”. Del mismo modo, la sensación es que todos aquellos que se rasgaron las vestiduras cuando Mourinho prefirió asegurarse de que su portería quedaba a cero frente al Crystal Palace no habían seguido los últimos seis meses del Chelsea, durante los cuales el técnico luso se había dedicado a transformar el equipo ‘blue‘ en una máquina de ganar fría, calculadora y notablemente aburrida de ver.

Tanto el boxeador norteamericano como el entrenador luso son la prueba viviente de que los grandes nombres no necesariamente producen el deporte más espectacular: ambos han llegado a la cima de sus respectivos campos a base de dominar las defensas más acérrimas y disciplinadas. Del mismo modo en que Mayweather ha convertido su técnica de protección del ‘shoulder-roll‘ en poco menos que un arte, Mourinho difícilmente se cansará nunca de arañar unos segundos al tiempo añadido sustituyendo un extremo talentoso por el John Obi Mikel de turno. Y de la misma forma en la que Mayweather pasó la noche del 2 de mayo esquivando los golpes de su rival, resguardándose mientras esperaba que el cansancio empezara a hacer mella en Pacquiao, la imagen más representativa del Chelsea de Mourinho ha sido históricamente la de John Terry elevándose sobre el tumulto del área para cabecear fuera de peligro un centro del equipo rival.

La victoria inexorable del Chelsea sobre el Crystal Palace fue la primera parte del ‘Super Sunday’ de ese fin de semana, como se encargaron de recordarnos una y otra vez los proveedores de televisiones de pago. La segunda parte la protagonizó la victoria triste del Manchester City por 0-1 en White Hart Lane, el hogar espiritual del bajón futbolístico. Fue en el ‘Super Sunday’ anterior, sin embargo, cuando la antipatía del público hacia Mourinho alcanzó su cénit gracias a la visita del Chelsea al campo del Arsenal. Los ‘blues‘ se dedicaron a retirar toda la emoción del partido de una forma quirúrgica, como si de dentistas extrayendo una muela cariada se tratara.

Dependiendo del proveedor, en el Reino Unido una suscripción a un canal de pago para ver el fútbol durante un año puede costar alrededor de 300 libras, esto es, algo más de 400 euros. En febrero, los canales Sky Sports y BT firmaron un cheque de 5.100 millones de libras (más de 7.000 millones de euros) por los derechos de emisión de la Premier League durante tres años a partir de la temporada 2016-17.

En Estados Unidos, mientras, cualquier persona que quisiera ver el combate entre Pacquiao y Mayweather por televisión tenía que abonar 100 dólares (88 euros): de hecho, había tanta gente haciéndolo a la hora en la que teóricamente tenía que empezar el evento que los jueces decidieron retrasarlo sesenta minutos para permitir que todos pudieran realizar el pago. Las entradas para asistir a la pelea en directo costaban entre 1.500 y 7.500 dólares (de 1.300 a 6.600 euros) si se adquirían legalmente; si la compra se hacía por canales menos ortodoxos, el precio podía ascender hasta los 350.000 dólares (309.000 euros). Si Gordon Gekko tuviera que inventar un deporte a su imagen y semejanza, probablemente se parecería mucho a la imagen que ofrecía el MGM Grand de Las Vegas esa noche.

No hace falta ser el más listo de la clase para descubrir la correlación que existe aquí. La lección aparente es que la gente difícilmente aceptará seguir pagando cantidades desorbitadas de dinero si no reciben una compensación a cambio. Es probable que la audiencia, cuando vea que todo su dinero ha ido a parar a los bolsillos de la misma persona que ha decidido quitarles los fuegos artificiales, muestre una ligera discrepancia con el hecho. Puede que hasta abucheen y todo.

Hay un detalle a comentar antes de seguir, sin embargo, y es que este último párrafo podría llevar a confusión si no se matiza: es verdad, pero no es toda la verdad. El nivel extra de promoción que acompañó los dos eventos deportivos de hace unas semanas sirvió para exponer un elemento interesante del proceso —un elemento que sin duda es una de las grandes paradojas del deporte de élite moderno.

“Levántala tú un ratito, John, que luego me la llevo a mi casa”. “Vale jefe, gracias”. Imagen vía PA Images.

La cuestión es que estos eventos, retransmitidos por todo el mundo, viven esencialmente del dinero que les llega de las televisiones, que a su vez viene de los bolsillos de los consumidores. A cambio de su dinero, los canales ofrecen la promesa de una explosión de emociones a sus clientes. Como más grande es el evento, más espectacular la promesa —y más alto el precio a pagar.

Al mismo tiempo, sin embargo, como más grande es el evento mayor es el coste de la derrota para el deportista. Y cuando una potencial caída se vuelve tan cara, la táctica más atractiva es la que implica los menores riesgos… que a su vez suele ser aquella que sofoca el espectáculo, niega el drama y te permite ganar por 1-0 en casa frente al Crystal Palace de Alan Pardew.

A la audiencia se le prometen emociones, pero que haya emociones implica que cualquiera de los dos participantes debe poder ganar. Y eso Mourinho y Mayweather no están dispuestos a permitirlo.

Es irónico que los abucheos de los espectadores tanto del combate de boxeo como del partido de fútbol sirvieran para añadir una capa extra de drama al acontecimiento que tanto les había decepcionado. Al fin y al cabo, quien les había estafado no eran tanto los deportistas que tenían delante como la máquina mediática que había generado una expectación irreal los días anteriores.

Las jugosas ganancias que pueden sacarse a través de la difusión en directo de los grandes eventos deportivos ha generado un mundo gobernado por la hipérbole, un mundo en el que cada domingo es un ‘Super Sunday’ y en el que cada pelea de boxeo puede ser llamada “El Combate del Siglo”. Un mundo en el que las televisiones son capaces de anunciar el fichaje de un nuevo colaborador como si de un “galáctico” se tratara.

Es representativo que el anuncio que produjo la cadena estadounidense HBO para el combate Mayweather-Pacquiao tuviera literalmente todas las características de un tráiler cinematográfico: la enumeración de los protagonistas, el narrador de voz grave, el eslógan vulgar, la pantalla final con letras blancas sobre fondo negro… la fórmula repetía los patrones de una forma casi paródica. El mismo Jean Baudrillard no se habría podido imaginar un mejor ejemplo para ilustrar la posmodernidad: no hay que olvidar que incluso el pabellón en el que tuvo lugar el combate se llamaba como un estudio cinematográfico.

La HBO (como Sky Sports con la Premier) prometió a sus clientes una superproducción de Michael Bay pero les ofreció una película de cine iraní alternativo. El público no tenía ganas de ver una reposada muestra de brillante ejecución técnica, sino una sucesión de explosiones con un protagonista recio cargándose un helicóptero con un coche o similares (vale, esto no es de Michael Bay, pero como ejemplo sirve). La gente quería palomitas y les sirvieron pistachos.

El público, pues, tenía razón cuando abucheaba, porque efectivamente habían sido engañados. Pero su ira no iba dirigida hacia el objetivo correcto: la única obligación que tenían Mourinho y Mayweather era ser ellos mismos. Prometieron ganar y demostraron que son hombres de palabra. Que el espectáculo no fuera el esperado, sencillamente, no era culpa suya.