B de BUKELE: 10 tuits de un presidente autoritario y popular

Nayib Bukele

Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, se unió a Twitter en febrero de 2009, 35 meses después de que el fundador de la red social, Jack Dorsey, escribiera el tuit bautismal. Bukele, quien para entonces era un publicista veinteañero que tenía entre sus clientes al partido FMLN, nomás abrió la cuenta para reservar el @nayibbukele, pero no escribió nada.

El primer tuit de Bukele es del 8 de enero de 2012, otros 35 meses después de su registro. El ahora presidente hacía sus pinitos como político, y sus primeras palabras en Twitter fueron para promocionar un video de su campaña cuando competía –bajo la bandera del FMLN– por la Alcaldía de Nuevo Cuscatlán, un municipio de menos de 10,000 habitantes en las afueras de la capital salvadoreña. Bukele se acercó a Twitter para promover contenido en YouTube.

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Mucho ha llovido desde entonces. En número de usuarios en el mundo –y en El Salvador, por supuesto–, Twitter palidece ante Facebook, Instagram, WhatsApp o TikTok, pero es la red prioritaria que usa Bukele para informar, adoctrinar, insultar, celebrar, anunciar, atacar, propagandear, fustigar… Rara es la jornada que desde su cuenta no se suben 30 tuits o retuits. Es la red social hecha a su medida, la que mejor lo retrata, en la que más cómodo se siente.

“Sus tuits son una especie de encuadres con los que él construye titulares, adopta posturas o cuestiona a personas o a organizaciones”, dice Omar Luna, comunicador y analista de datos, un estudioso del rol que desempeña el mandatario salvadoreño en Twitter. “Esta red social ayuda a la simplificación y la efectividad del mensaje”, dice.

Aparte de Omar Luna, este periodista entrevistó a dos activistas de oenegés que luchan por el respeto a los derechos humanos, a un politólogo, a un antropólogo y al jefe de fracción del principal partido de oposición, para tratar de perfilar –con sus tuits como puerta de entrada– al polémico presidente salvadoreño: sus ansias, sus contradicciones y las esencias de su proyecto político, tan autoritario como popular entre los salvadoreños, al que cada vez más personas llaman bukelismo.

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19 de julio de 2021
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“La Fuerza Armada tendrá 40,000 elementos”. Pronunciado el pasado 19 de julio ante 1,046 soldados recién graduados, este insospechado anuncio del presidente Bukele generó en la sociedad salvadoreña un pequeño terremoto. Uno más.

El Salvador, un empobrecido país de poco más de 6 millones de habitantes y 20,000 kilómetros cuadrados, duplicará su Fuerza Armada en cinco años: de los 20,000 soldados actuales se pasará a 40,000, con incorporaciones de entre 1,000 y 1,500 efectivos cada 15 semanas. 

“En un momento en el que el país ha logrado una de las tasas más bajas en homicidios no tiene sentido incrementar el número de efectivos”, dice Verónica Reyna, la directora del Programa de Derechos Humanos del Servicio Social Pasionista (SSPAS), una de las oenegés más activas en materia de seguridad pública.

Bukele no solo ansía una Fuerza Armada más numerosa, sino que también más involucrada en labores de seguridad pública, algo que atenta contra el espíritu de los Acuerdos de Paz que pusieron fin a la cruenta guerra civil. “El mantenimiento de la paz interna, de la tranquilidad, del orden y de la seguridad pública está fuera de la misión ordinaria de la Fuerza Armada”, dice textualmente aquel texto firmado en 1992.

La militarización de la seguridad pública no es invento de Bukele. La inició el partido ARENA apenas un año después de los Acuerdos de Paz, y se masificó durante los dos gobiernos del FMLN (2009-2019), la guerrilla devenida partido político que –paradójicamente– exigió en la negociación desmantelar las policías militarizadas y crear la Policía Nacional Civil.

El tema es difícil de condensar en pocos párrafos. Después de la Presidencia de la República, la Fuerza Armada es la institución mejor valorada del país, según la encuesta que en diciembre de 2020 presentó la UCA, la universidad jesuita, muy crítica con la militarización. Como buen populista, Bukele aprovecha esas oportunidades.

Formar a un policía en la Academia Nacional de Seguridad Pública toma dos años; formar a un soldado en el plan diseñado por el actual gobierno, 15 semanas. Y el salario es menor.

“Se están capacitando en un tiempo bastante corto, y es bien complejo enviar a personas con fusiles a regular la seguridad pública”, advierte Wendy Morales, de Azul Originario, oenegé muy activa en la defensa de los derechos humanos.

Verónica Reyna va más allá: “Esta decisión responde a la necesidad de contar con un brazo armado leal a Bukele”.

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3 de junio de 2021
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Como periodista freelance radicado en San Salvador que trabaja para medios internacionales, uno de los elementos que más me cuesta explicar y dimensionar es la fidelidad de la mayoría de los salvadoreños para con su presidente.

En América Latina hay presidentes, presidentes que por la razón que sea gozan del respaldo de sus gobernados, y luego está Nayib Bukele. En el continente, el mexicano Andrés Manuel López Obrador es uno de los paradigmas de mandatarios populistas y populares; pues bien, en las elecciones federales del 6 de junio, su partido, Morena, cosechó el 34 % de los votos, que el grueso de los analistas interpretaron como una victoria del oficialismo. En El Salvador, en las legislativas del 28 de febrero, el partido de Bukele, Nuevas Ideas, obtuvo el 66 % de los votos, en la primera vez que competía.

Tras dos sonoros batacazos en las urnas, incluso la oposición política ha terminado asumiendo la indestructibilidad de Bukele. “La población le endosó su confianza”, dice resignado René Portillo Cuadra, el jefe de fracción de ARENA que, con sus 14 diputados –irrelevantes, en la práctica–, es hoy por hoy el principal partido de oposición. 

“La gente se hartó de la corrupción que protagonizaron personas de los dos últimos partidos que ocuparon la presidencia –dice René Portillo Cuadra en alusión al FMLN y a su propio partido, en un inusual acto de contrición–, y el discurso antisistema y populista de Bukele caló en la gente, que vio que su nivel de vida no mejoró, pero sí mejoraron las cuentas privadas de expresidentes y funcionarios”.

Pero el fenómeno Bukele lo es no solo porque lograra capitalizar el descontento, sino sobre todo porque, tras más de dos años en el poder –con una pandemia de por medio que devastó la economía–, su popularidad se mantiene por las nubes.

Las encuestas que publicaron para evaluar su segundo año de mandato el diario La Prensa Gráfica y la UCA –entidades ambas fuera de toda sospecha de complicidad alguna con el gobierno– dieron un 86.5 % y un 92.1 % de aprobación a la gestión presidencial, respectivamente.

Bukele ha llenado la Asamblea de militares, ha privado de libertad a salvadoreños por salir de sus casas durante la pandemia, y ha negociado en secreto con líderes encarcelados de las denostadas maras, pero su estrella no deja de brillar. “En dos años aún no hemos usado una tan sola lata de gas lacrimógeno, y nos llaman ‘dictadura’”, se jactó Bukele el 9 de julio; en Twitter, por supuesto.

René Portillo Cuadra cree que los salvadoreños “ya están comprendiendo que no era cierto que iba a luchar contra la corrupción o que su nivel de vida iba a mejorar”, y vaticina que su popularidad empezará a bajar “más temprano que tarde”.

Quizá así sea. De hecho, la adopción del bitcoin como moneda de curso legal tiene potencial para convertirse en piedra en el zapato, quizá pedrusco. Aunque mal haría la oposición en apostarlo todo a una carta. “El presidente es sumamente habilidoso en la construcción del relato”, advierte Omar Luna, comunicador y analista de datos.

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9 de febrero de 2020
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El 9 de febrero de 2020 en El Salvador es el 9-F, a secas. 

Fue el día en el que el presidente Nayib Bukele ingresó con soldados armados hasta los dientes en Asamblea Legislativa, se sentó en el sillón del presidente del Congreso, tocó el gong, rezó y después salió del edificio para decir, ante miles de personas convocadas por él, que ese día no se tomaría el Legislativo; que podría hacerlo si quisiera, pero que había consultado a Dios, y este dizque le dijo que esperara.

“¡Paciencia! El 28 de febrero [de 2021, fecha de las legislativas] todos esos sinvergüenzas van a salir por la puerta de afuera y los vamos a sacar democráticamente”, dijo aquel día Bukele ante su fanaticada desde la tarima montada, rodeado él de militares con fusiles M-16.

El 9-F dio la vuelta al mundo. Varias veces. Bukele apenas sumaba su noveno mes al frente del Ejecutivo. Algo cambió para siempre ese día. Si bien aquello fue más una performance que un verdadero golpe de Estado, la militarización de la Asamblea retrató el cariz autoritario del presidente, y eso le pasó factura a su imagen… aunque solo en el plano internacional. Una encuesta publicada tres semanas después reveló que cuatro de cada cinco salvadoreños respaldaba la toma de la Asamblea.

Esto quizá sorprenda a quienes estén leyendo estas líneas siendo parte de una democracia plena y consolidada, pero lo cierto es que el Latinobarómetro 2018 ya había dibujado la sociedad salvadoreña como la que menos apego siente por la democracia: tan solo el 28 % de la población respondió que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”, el porcentaje más bajo del hemisferio; y un 54 % dijo que, “en algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático”.

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3 de noviembre de 2019
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El tuit de Nayib Bukele que más ‘me gusta’ y ‘RT’ ha cosechado en la década transcurrida desde que abrió su cuenta en Twitter es uno que dirigió en noviembre de 2019 al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, después de que este lo llamara “pelele del imperialismo”.

Escrito en su primer semestre como presidente, aquel tuit tiene más de 120,000 ‘likes’ y más de 43,000 retuits. Un día antes de escribirlo, el 2 de noviembre, su gobierno había ordenado la expulsión del país del cuerpo diplomático designado por Maduro y había reconocido a Juan Guaidó como “presidente encargado mientras se realizan elecciones libres”.

Así de rotundo y antichavista el Bukele presidente de finales de 2019. Pero escarbando en su cuenta de Twitter años atrás, cuando él era parte del FMLN, partido que apoya con entusiasmo los regímenes políticos de Venezuela, Cuba o Nicaragua, hay un reguero de tuits de Bukele en los que respalda a Hugo Chávez primero y al propio Nicolás Maduro después.

Las presidenciales de octubre de 2012, en las que Chávez revalidó su cuarto mandato, Bukele tuiteó que “los venezolanos nos dan a todos una cátedra de democracia”. “Gana Maduro en Venezuela”, tuiteó la noche de su victoria, el 14 de abril de 2013. “Gran reto llenar los zapatos de Chávez”, apostilló.

Estos virajes del blanco al negro –o del negro al blanco– quizá resulten más histriónicos en el ámbito de las relaciones internacionales, pero lo cierto es que se han convertido en una constante en la evolución política de Bukele, como se abordará más adelante, dentro de esta investigación. Es muy sencillo hallar tuits del presidente que, incluso con muy pocos meses de por medio, hacen aseveraciones antagónicas.

La relación con China es otro ejemplo. En 2019, el Bukele presidente electo pasó de tuitear en abril que “China comete un grave error al invitar a los diputados [opositores] a visitar su país en un viaje oficial”, a jactarse apenas ocho meses después de “la gigantesca cooperación que hemos conseguido de China”.

Las espléndidas relaciones con Washington cuando el inquilino era Donald Trump se han metamorfoseado desde que Joe Biden asumió las riendas. El presidente saharaui fue uno de los escasos mandatarios no latinoamericanos que atendió la invitación de asistir a la toma de posesión de Bukele el 1 de junio de 2019.  Dos semanas después, El Salvador rompió relaciones diplomáticas con la República Árabe Saharaui Democrática.

Y así.

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15 de junio de 2020
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A finales de abril de 2020, en aquellas semanas neuróticas por la pandemia de covid-19, unas fotografías tomadas y distribuidas por la administración Bukele dieron la vuelta al mundo. Quizás las recuerden: cientos de pandilleros amontonados semidesnudos –y sin mascarilla– en los patios de distintas cárceles salvadoreñas.

El respeto a los derechos humanos, en general, no es una seña de identidad del actual gobierno, algo que ha generado sonoros titulares en la prensa internacional. Y si hubiera que elegir un colectivo social especialmente vilipendiado, este sería el de los privados de libertad, que en El Salvador asciende a unas 40,000 personas.

“Las medidas en los centros penales han sido cada vez más restrictivas, más punitivas”, dice Wendy Morales, de Azul Originario, la oenegé que más se ha involucrado en los últimos años en la defensa de los derechos de los reos y de sus familiares.

Cuando se desató la pandemia, en marzo de 2020, el gobierno prohibió las visitas familiares y las llamadas telefónicas. Un año y medio después, el derecho a visitas sigue suspendido, pese a que el gobierno se jacta de ser uno de los que mejor ha manejado la emergencia sanitaria en América Latina, tesis respaldada por las cifras oficiales, si bien estas también han sido cuestionadas en informes periodísticos y académicos, como en casi todos los países latinoamericanos. Un año y medio después, la administración Bukele ni siquiera permite hablar por teléfono con un familiar encarcelado.

A diario, el gobierno saca de las cárceles a cientos de privados de libertad a realizar labores de corte social –entregar en mano los paquetes alimentarios, por ejemplo–, pero prohíbe que esos mismos reos reciban la visita de su esposa, de su madre o de sus hijos.

“El gobierno ni siquiera está dejando ingresar a los centros penales a la PDDH (Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos), cuando es un mandato constitucional para la Procuraduría”, dice Verónica Reyna, del Servicio Social Pasionista.

“El respeto a los derechos fundamentales es una deuda histórica en El Salvador, pero esta situación se ha agudizado un poco más con este gobierno, y los privados de libertad están sufriéndolo con mucha más fuerza”, apuntala Wendy Morales.

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11 de diciembre de 2020
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De las elecciones del 28 de febrero de 2021 salió un mapa político-partidario casi monocolor.  De las 84 curules que conforman el Legislativo, tan solo 20 –repartidas entre cuatro formaciones– podrían catalogarse como de abierta oposición. Y en el ámbito de los gobiernos locales, el partido de Bukele (Nuevas Ideas) y sus satélites ganaron tres de cada cuatro alcaldías; incluidas la capital y las ciudades más populosas, por supuesto.

En apenas un par de años, el bukelismo dinamitó uno de los sistemas partidarios más sólidos de América Latina: el que parió la guerra civil, en torno al binomio ARENA-FMLN. Por más de un cuarto de siglo, la única duda en las presidenciales y legislativas salvadoreñas fue saber quién quedaba primero y quién segundo. De aquello solo quedan rescoldos.

Pero el discurso confrontativo que Bukele alimenta a diario en redes sociales necesita de enemigos y de amenazas. Los cada vez más esqueléticos partidos siguen siendo objeto de ataques desde la cuenta de Twitter presidencial, pero con frecuencia creciente las baterías las enfila contra oenegés, contra la academia, contra gremiales empresariales y –con especial inquina– contra el periodismo no alineado con sus intereses.

“Y los ataques van a arreciar en la medida que el régimen se vaya convirtiendo en más autoritario”, advierte el politólogo Álvaro Artiga, catedrático de la UCA, una institución que no escapa a los ataques.

Álvaro Artiga reflexiona sobre las agresiones contra el periodismo y los periodistas: “Desde el periodismo se hace política en la medida en que se trata de influir en un clima de opinión, en la forma como se entienden las cosas, o simplemente porque se informa y esa información tiene un impacto”.

Y si bien los ataques de Bukele son contra todos los medios que hacen una labor crítica y fiscalizadora de su administración, el medio más atacado es El Faro, uno de los periódicos digitales de habla hispana más respetados y galardonados.

Para analizar el devenir del presidente, el comunicador y analista de datos Omar Luna recurre a la vieja máxima del filósofo Michel Foucault, aquella que asevera que donde hay poder, hay resistencia. A juicio de Omar Luna, el bukelismo ha sido exitoso en meter toda “resistencia” a su gestión bajo el paraguas de #LosMismosDeSiempre, exitoso hashtag pensado en principio para referirse al tándem ARENA-FMLN, cuando este aún retenía cuotas de poder institucional.

“La sociedad civil organizada, la academia, el periodismo, la comunidad científica, la diáspora que no está de acuerdo con la visión del presidente, empresarios que muestran sus preocupaciones… Nayib Bukele ha sabido simplificar efectivamente la idea de que todos son parte de ‘los mismos de siempre’”, dice Omar Luna.

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10 de noviembre de 2020
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Nayib Bukele ha dejado en su cuenta de Twitter indicios que invitan a pensar que El Salvador se le está empezando a quedar pequeño, y que de alguna manera le seduce la idea de proyectar su liderazgo en otros países de Centroamérica: el vecino Honduras, sobre todo, pero también en Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, e incluso en Panamá y República Dominicana.

La integración ronda en la cabeza de Bukele desde hace años. “Aunque por ahora suena a utopía, el sentido común debería apuntar a la unificación de Centroamérica en un solo país”, tuiteó en enero de 2017. Una unificación bajo su liderazgo, cabe matizar.

En noviembre de 2020, cuando los huracanes Eta e Iota golpearon Centroamérica, Bukele envió ayuda logística y alimentaria a Honduras y Guatemala, los países más afectados. Con la ayuda, acudieron varios equipos de televisión para registrar cómo hondureños y guatemaltecos agradecían al presidente Bukele.

A partir de mayo de 2021, el gobierno salvadoreño repitió el gesto, pero esta vez centrado en Honduras, adonde envió decenas de miles de vacunas contra la covid-19, aprovechando la escasez en el vecino país, y el descontento. Cada guiño, muy en la línea Bukele, fue filmado por equipos de televisión, que difundieron hasta la saciedad los sentidos agradecimientos a Bukele.

El politólogo Álvaro Artiga cree que aún no hay elementos suficientes para concluir que Bukele ha puesto en marcha una estrategia deliberada para proyectar su imagen en los países vecinos. La parafernalia televisiva, la aparente solidaridad con los hermanos centroamericanos, podría ser algo pensado para incidir en los salvadoreños, dice Álvaro Artiga.

El antropólogo y analista político Marvin Aguilar tampoco se atreve a aseverar que Bukele esté maniobrando para convertirse en una versión del siglo XXI de Francisco Morazán, el Simón Bolívar centroamericano. “Si alguna vez ocurre, la unión en Centroamérica no va a ser de gobiernos, sino de pueblos, en la medida que haya una conveniencia económica para todos los pueblos”, dice Marvin Aguilar.

Es un tema aún verde pero que conviene tener en el radar. La casa encuestadora CID-Gallup, cliente de Bukele desde hace años, ‘casualmente’ publicó el pasado agosto un sondeo sobre qué tan conocidos y valorados son los distintos presidentes centroamericanos en los demás países de la región.

El estudio fue bautizado así: ‘Nayib Bukele, el presidente que más se conoce en la región y el que tiene la mejor imagen’. El bukelismo, por supuesto, lo difundió con bombo y platillo en Twitter y demás plataformas afines.

Entre los 2,400 ciudadanos encuestados en siete países (incluye República Dominicana), CID-Gallup concluyó que Bukele es el presidente centroamericano más conocido fuera de su país, más incluso que el eterno Daniel Ortega. Y mientras del dictador nicaragüense apenas el 39 % de los encuestados dijo tener una imagen favorable, sobre el autoritario salvadoreño ese porcentaje subió al 85 %. 

“Es la primera vez que vemos una encuesta de este tipo”, tuiteó con jactancia Bukele. Seguramente no será la última.

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12 de mayo de 2021
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El Salvador sigue siendo un país violento, con muchísimos más homicidios, violaciones, robos, peleas sangrientas y desapariciones que las tolerables. Respecto al indicador referencial, el de la violencia homicida, el país cerró 2020 con una tasa de 21 homicidios por cada 100 000 habitantes, más del doble de la tasa de 10 que el Sistema de Naciones Unidas establece para determinar que una sociedad sufre “epidemia de violencia”.

El Salvador sigue siendo un país violento, pero lo era muchísimo más. En 2017 la tasa fue de 63 homicidios por cada 100 000 habitantes; y en 2015, de 106. Más los desaparecidos.

Uno de los logros más notables de la administración Bukele es la reducción de la violencia homicida a mínimos históricos; 2020 ya fue, con diferencia además, el año con la tasa más baja desde que se tiene registro, y todo indica que en 2021 –sin confinamiento por pandemia– la tasa seguirá cayendo.

Sectores de oposición promueven la idea de que el descenso en los homicidios se compensa con un aumento en las desapariciones, pero eso es falso. Tanto las cifras de asesinatos como las de denuncias por personas desaparecidas son más bajas en 2020 o 2021 que en 2017 o 2018. 

“Que los homicidios suban o bajen no es un indicador de que la seguridad se haya restablecido, o de que tengamos entornos menos violentos”, matiza Wendy Morales, directora de Azul Originario.

“La reducción en las cifras de homicidios es real, tangible, y registrada por distintas instituciones”, dice Verónica Reyna, directora del Programa de Derechos Humanos del SSPAS, para dar paso al debate más enconado: “Pero yo no podría adjudicar esa reducción como un logro del gobierno; puede que sea un logro de las pandillas”.

La violenta sociedad salvadoreña está viviendo los años menos violentos de su historia reciente, los años menos asesinos. El gobierno lo atribuye a la efectividad policial y militar, pero el periódico El Faro ya demostró que ha habido negociaciones con las tres principales pandillas (MS-13, 18-Sureños y 18-Revolucionarios), al punto de permitir el ingreso en cárceles de máxima seguridad de líderes pandilleros en libertad, para reunirse con los liderazgos encarcelados.

Negado oficialmente, el diálogo entre las maras y el gobierno seguirá dando de qué hablar. “Si ha habido acuerdos entre las pandillas y el gobierno, los pandilleros lo harán público en su momento, como siempre; los acuerdos de ARENA y el FMLN con los pandilleros los delataron los pandilleros, cuando esos partidos no les cumplieron lo ofertado”, dice el antropólogo Marvin Aguilar.

Pero mientras se disipan esas dudas, El Salvador está viviendo los meses –dos años ya– con menos homicidios desde que hay registros confiables. Un promedio de dos homicidios diarios contabilizó la Policía Nacional Civil en agosto de 2021, en un país que hasta hace un par de años era un buen dato anunciar 10 asesinatos diarios, con picos infames como el de agosto de 2015, cuando se promediaron 30 homicidios cada día.

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22 de agosto de 2017 (eliminado el 15 de agosto de 2021
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El 15 de agosto de 2021, el Ministerio de Obras Públicas anunció una inversión de 74 millones de dólares para la construcción de siete pasos a desnivel en el área metropolitana de San Salvador, una ciudad con severos problemas de tráfico vehicular.

Nayib Bukele, por supuesto, retuiteó la millonaria inversión –los lugares exactos, el cómo quedará– desde su poderosa cuenta de Twitter. Nada anómalo si no fuera porque, desde esa misma cuenta, cuando él era alcalde de San Salvador (2015-2018), Bukele había cuestionado con dureza la construcción de pasos a desnivel.

En agosto de 2017, el entonces alcalde estaba convencido de que “más pasos a desnivel no van a resolver el tráfico”, de que “solo atraen más carros y mueven el problema unas cuadras más adelante”, y remató con un rotundo: “Sigamos tirando dinero en pasos a desnivel, que luego tocará botarlos y planificar como se debió desde el principio”.

Cuando distintos usuarios de Twitter le echaron en cara la contradicción, los tuits de 2017 simplemente desaparecieron.

“Las redes sociales pueden ser una gran debilidad del presidente si se saben buscar ciertos contenidos estratégicos de su pasado”, dice Omar Luna, comunicador y analista de datos, quien se hace eco de una frase cada vez más popular en Twitter: siempre hay un tuit.

Lo de los pasos a desnivel no es un caso aislado, ni mucho menos. Hay tuits añejos de Bukele en los que aduló al director de El Faro, el periódico digital que ahora ataca sin piedad; calificó como “excelente diputada” a la efemelenista Lorena Peña, en la actualidad blanco de constantes ataques desde el bukelismo; o defendió con vehemencia la Ley de Acceso a la Información Pública, que su gobierno está adelgazando hasta el raquitismo. Y lo ya dicho sobre sus opiniones respecto a Maduro y Chávez, por supuesto.

En tres, cinco o diez años es legítimo –saludable, incluso– cambiar de opinión sobre tal o cual tema, pero el Bukele aspirante a presidente y el Bukele presidente son dos personas distintas, con opiniones antagónicas sobre temas sensibles como la corrupción, la institucionalidad o la transparencia.

¿Las contradicciones que uno halla en su cuenta de Twitter le pasarán factura?, pregunté al antropólogo Marvin Aguilar. “Mientras su popularidad siga tan elevada, creo que no le afectará mucho, pero en la medida que su popularidad vaya minándose, esas contradicciones sí van a ser un problema para él”.

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3 de julio de 2014
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Si Nayib Bukele sigue siendo el presidente después del 1 de junio de 2024, la fecha en la que finaliza el quinquenio para el que fue elegido por los salvadoreños, lo será porque ha violado la Constitución de la República.

“Aún no estamos en una dictadura. ¿Cuándo vamos a estarlo? Si él se reelige, en 2024”, dice el antropólogo Marvin Aguilar, quien no tiene dudas de que, si pudiera presentarse, Bukele ganaría las presidenciales de 2024.

La Constitución salvadoreña data de 1983 y prohíbe expresamente la reelección presidencial. Aunque decir que la prohíbe quizá sea quedarse corto. El artículo 75 cancela sus derechos de ciudadano a las personas que “suscriban actas, proclamas o adhesiones para promover o apoyar la reelección o la continuación del presidente de la República”.

La carta magna puede reformarse, por supuesto, y el bukelismo tiene una amplia mayoría en la Asamblea, pero toda modificación al texto constitucional debe ser aprobada por una legislatura y ratificada por la siguiente, la que iniciará labores el 1 de mayo de 2024. Para esa fecha ya se habrán celebrado las elecciones presidenciales y elegido al sucesor de Bukele.

“Hora de que escribamos nuestra Constitución”, tuiteaba Bukele en julio de 2014, cuando aún era alcalde, bajo la bandera del FMLN, de un pequeño pueblo de menos de 10,000 habitantes llamado Nuevo Cuscatlán, en las afueras de la capital.

Bukele quiere reformar la Constitución. En agosto de 2020 se lo encargó a Félix Ulloa, el  vicepresidente. Un año después, ya se conoce el anteproyecto trabajado por un grupo coordinado por Ulloa y, entre las 215 reformas planteadas, no está la reelección inmediata.

“Para poder ser candidato a la reelección, quien ejerza la Presidencia deberá dejar transcurrir por lo menos un periodo de tiempo equivalente a su mandato presidencial”, reza la reforma propuesta.

“La posibilidad de reelegirse está ahí”, advierte el politólogo Álvaro Artiga. No en la Constitución vigente ni tampoco en las reformas planteadas por el vicepresidente Ulloa, pero el bukelismo controla desde el 1 de mayo de 2021 la Sala de lo Constitucional, y ningún escenario puede descartarse. Sin salir de la región, los presidentes de Nicaragua y Honduras mientras se escriben estas líneas, Daniel Ortega y Juan Orlando Hernández respectivamente, fueron reelegidos a pesar de que las constituciones de sus países también lo prohibían.

El hecho irrefutable es que si Nayib Bukele sigue siendo presidente cuando anochezca el 1 de junio de 2024, lo será porque ha violado la Constitución de la República.

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Contenido realizado en alianza con Dromómanos

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