Una Navidad mejor para todas, todos y todes

Muchos de los regalos que se compran en Navidad responden a estereotipos que se tienen sobre los genitales con los que los niños nacen. Si nacen con pipí, nos apresuramos a pensar que van a ser hombres y les compramos carros, balones de fútbol y cositas azules. Si nacen con vulva, entonces corremos a comprarles muñequitas y vestiditos fucsias y rosados. En esa lógica hay al menos dos errores: asumir que los genitales siempre determinan el sexo de los niños y creer que todas las personas que se identifican con un género se comportan de forma parecida.

Ambos son estereotipos de género.

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Según Rebecca Cook, un estereotipo es como un molde que nos hace creer que todas las personas pertenecientes a un grupo, por el hecho de pertenecer a ese grupo, comparten una serie de características. Por ejemplo, que todas las mujeres tienen vagina o que todos los hombres disfrutan de los carros y el fútbol. No todas las mujeres tienen vagina porque las mujeres trans, es decir las que nacimos con pene, también existimos; y hay hombres que aman las barbies. Eso sin mencionar lo grave que es que desde pequeños estemos programando a los niños para que se comporten de acuerdo a ideas mandadas a recoger sobre el género: que las niñas deben ser delicaditas y suavecitas, y los hombres machos y agresivos.

Ambos estereotipos, muchas veces, son defendidos desde un punto de vista “de lo natural” o “lo biológico”: “es que por naturaleza somos diferentes”. Sin embargo, los avances científicos han dejado sin fundamento este tipo de argumentos porque hoy por hoy sabemos que no hay únicamente dos sexos en el mundo y que los genitales no determinan el sexo.

Otras veces uno escucha a padres y madres de familia que se las dan de progres —haga de cuenta un Antonio Caballero en temas de mujeres y una Carolina Sanín en temas trans— diciendo que no, que claro, que ellos creen en la libertad y todas esas cosas, pero que decidan cuando ya son grandecitos, que tan chiquitos ellos que van a saber qué son y qué les gusta. Pero hoy tenemos datos que pueden ayudarnos a no seguir cometiendo los errores que hemos cometido en el pasado.

De acuerdo a una encuesta para personas trans (personas que no se sienten identificadas con el sexo que les asignaron al nacer, es decir, cuando no concuerda con el género con el que la persona se siente identificada) y de género no conforme (personas que no están de acuerdo y no siguen estereotipos sobre cómo deben actuar o expresarse las personas de acuerdo al sexo que la sociedad les impuso) realizada por la organización Organizando Trans Diversidades de Chile (OTD Chile en adelante), en donde participaron 315 encuestadas, se evidenció que muchas personas trans saben desde muy pequeñas que son trans.

La mayoría de personas trans saben que no se identifican con el género que se les impuso desde antes de los cinco años de edad

Desde muy pequeñas, las personas trans saben que no se identifican con la etiqueta que les pusieron cuando nacieron sin su consentimiento y sienten que les están imponiendo algo que no corresponde a lo que sienten. En la encuesta, preguntaron desde qué edad reconocieron que no se identificaban con el género impuesto y el 41,3% respondieron que lo hicieron entre los 0 y 5 años, un 39,4% dijo que entre los 6 y los 11, 15,6% entre los 12 y los 18, 2,2% entre los 19 y los 25, 0,3% después de los 25 años y apenas un 1,3% respondió “no sabe/no responde”.

La mayoría dijo que reconoció con qué género se identificaba después de los 12 años de edad
Ahora bien, saber que no se identifican con lo que el mundo les dice que tienen que ser no es lo mismo a saber con qué género se identifican los niños, niñas y niñes (así se refiere la organización a los niños no conformes con el género). Un 42,5% declaró haber reconocido su identidad de género entre los 12 y 18 años y un 36,2% lo hizo entre los 19 y 25 años.

Sin embargo, la mayoría de personas trans empiezan a vivir su identidad de género apenas desde los 12 años de edad
Aún sabiéndolo desde muy temprano, la mayoría de personas trans sólo pueden empezar a vivir su identidad de género después de que cumplen 12 años: un 38,7% reconoce que empezó a vivir su identidad de género entre los 12 y los 18 años, y un 35,9% entre los 19 y los 25 años.

Casi todas las personas trans quieren cambiar su nombre y su sexo en los documentos de identidad
76,5% de las personas encuestadas quieren cambiar su nombre, y un 76,2% su sexo, en sus documentos de identidad.

Vamos a brindar por el hijo ausente, que el año que viene esté presente, vamos a desearle buena suerte y que Dios lo guarde de la muerte
Y no son bobadas ni pequeñeces si miramos los efectos que tiene en las personas trans el no sentirse escuchadas en sus infancias y adolescencias. En Chile, más de la mitad de las personas trans han intentado suicidarse; en Australia 1 de cada dos personas trans jóvenes ha intentado quitarse la vida; y en Estados Unidos un estudio reportó que al menos 41% de las personas trans encuestadas reportaron intentos de suicidio.

Durante esta navidad, queridos padres y madres de familia, antes de pensar en comprarle el carrito azul o el balón fútbol a su hijito varón o de darle una cocina o una barbie a la niña, tómese —por el amor al niño Dios— una buena dosis de realidad, con dos cucharadotas de empatía. No existe una fórmula mágica para no embarrarla con los hijos, pero sí existe el deber de los padres de cuidar, escuchar y criar con amor a sus hijos. Para poder cumplir con esa responsabilidad es fundamental escucharles y ponerse en sus zapatos, tomarse el tiempo de preguntarles qué quieren, evitar tomar decisiones que estén basadas en estereotipos dañinos de género y reconocerlos como personas con la capacidad (progresiva) de ir decidiendo qué les gusta y qué no.

Al fin y al cabo, ningún juguete (por más caro y de última generación que sea) podrá reemplazar el sentimiento de sentirse acogido y escuchado por los papás. Así suene cursi y trillado, el mejor regalo es el amor y es imposible amar si uno no aprende a amarse a uno mismo. Hay que enseñarles a que se amen a sí mismos y eso no puede ocurrir en ambientes en donde les exigimos cómo deben sentirse y cómo deben pensar, basándonos únicamente en lo que tienen entre las piernas. Queremos más niños, niñas y adolescentes felices, y menos personas que desde chiquitas se sientan presas de sus propios deseos.

Hay que buena es noche buena, con felicidad.