En una carta dirigida al sociólogo estadounidense Theodore Abel en 1934, Helen Radtke exponía las razones por las que se había unido al Partido Nazi. Aseguraba que era una persona muy activa políticamente, que solía acudir a la galería pública del parlamento estatal para escuchar los debates que se celebraban y que asistía a todos los mítines que podía en busca de un partido que fuera “nacionalista pero que también se preocupara por los pobres”. Finalmente, escribió, encontró lo que andaba buscando en Hitler y su movimiento.
La carta de Radtke fue una de las 683 misivas que recibió Abel durante los años posteriores a la victoria electoral de Hitler en 1933. El pasado enero, la Hoover Institution publicó 584 de esas cartas en internet.
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+Estos testimonios personales no solo son útiles para entender cómo el Partido Nazi pudo atraer a tanta gente en la década de 1930, sino que constituyen una mirada a la forma de pensar de millones de alemanes que en la actualidad se identifican con la ideología y los partidos de extrema derecha, como Alternative für Deutschland (AfD).
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Un año después de que Hitler se pusiera al frente de la Cancillería, Theodore Abel se propuso averiguar qué fue lo que motivó a la gente a votarle. Ante la negativa a concederle una entrevista por parte de los cerca de 850.000 miembros que componían el partido, a Abel se le ocurrió la idea de convocar un falso concurso, en el que ofrecía 125 Reichsmarks a la persona que explicara de la forma más bonita y detallada qué se unió al Partido Nazi.
En aquella época, el premio equivalía a más de la mitad del salario medio alemán, e incluso Joseph Goebbles —el ministro nazi de Propaganda— mostró públicamente su apoyo al concurso. Las cartas eran muy variopintas, desde cartas de amor al nazismo a testimonios de 12 páginas, y los participantes constituían una representación de todos los estratos de la sociedad alemana, desde soldados y oficiales de las SS a oficinistas, amas de casa, niños y mineros.
Muchos de los remitentes aseguraban alegrarse de ver el fin de la república de Weimar, fundada en 1919 tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial y responsable, según el pueblo, de la precaria situación económica en que había quedado sumido el país tras el conflicto y la Gran Depresión.
Las cartas eran muy variopintas, desde cartas de amor al nazismo a testimonios de 12 páginas, y los participantes constituían una representación de todos los estratos de la sociedad alemana, desde soldados y oficiales de las SS a oficinistas, amas de casa, niños y mineros
Todos mostraban su gran entusiasmo ante la promesa de Hitler de aplicar un orden político estricto; Bernard Horstmann, minero de Bottrop, en el oeste de Alemania, decía en su carta que el Gobierno anterior había fomentado “la traición al pueblo y a la madre patria”.
Horstmann incluso calificó a de “envenenador de la mente del pueblo” a un profesor que sostenía que la Primera Guerra Mundial estaba totalmente injustificada. Antes de unirse a los nazis, Horstmann fue miembro del grupo nacionalista antisemita Deutschvölkische Freiheitspartei, pero según cuenta, pronto la ideología del grupo le empezó a parecer demasiado laxa.
Otra carta, la de Ernst Seyffardt, de Duisburg, llevaba como título: “El Currículum Vitae de un alemán de Hitler”. En ella, su autor explicaba que se afilió al partido porque quería contribuir a “devolver la paz y el orden a nuestra tierra natal”.
En aquella época, los grupos de izquierdas intentaban contrarrestar el auge del nacionalismo. A menudo se producían peleas entre miembros del Partido Comunista y matones del ala paramilitar de los nazis, la Sturmabteilung (SA), mientras que otros grupos más liberales hacían un llamamiento para que se boicotearan los comercios regentados por miembros del Partido Nazi.
Sin embargo, aquello solo sirvió para mejorar la imagen de Hitler y su partido a ojos del pueblo. “El hecho de que la prensa criticara y se opusiera tanto a Adolf Hitler y a su partido despertó mi interés por este movimiento”, escribió Friedrich Jörns.
Las cartas que recibió Abel revelan que la burbuja de información ultraderechista previa a 1933 procedía principalmente del diario semanal Der Stürmer, del libro Mi lucha y de los mítines del Partido Nazi.
Otro de los miembros del partido, apellidado Schwarz, aseguraba que leer Mi lucha le había llevado no solo a desconfiar de los periódicos generalistas, sino también de los judíos y los polacos y de sus “actividades catastróficas que han arruinado al mundo entero”. Y aunque Schwarz admitía que nunca había conocido personalmente a ningún judío y que no tenía forma de probar que los polacos no eran “dignos de confianza”, se justificaba diciendo que “se dejaba guiar por sus instintos en este asunto”. La enfermera Lisi Paupié coincidía con él: “Los judíos son nuestra desgracia, eso está claro”, escribió en su carta a Abel.
Hace poco, en el programa de televisión alemán Panorama, tres actores leyeron en voz alta algunas de las cartas, en parte para demostrar que, casi 85 años después, la retórica utilizada es preocupantemente similar a la que usa hoy día el AfD.
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Este artículo se publicó originalmente en VICE DE.