Nazis y fascistas que me dan risa (vol. II)

Lee la primera parte aquí: Nazis y fascistas que me dan risa (vol. I)

Dejando de lado las incontables atrocidades que cometieron, tenemos que admitir que hay algo asaz risible en los dogmas totalitarios. Se trata de la solemnidad, esa seriedad escoba-en-culo tan proclive a la befa. También la masculinidad exacerbada, el fervor patriótico, la propensión al eslogan hiperbólico, los uniformes grotescos, los desfiles churriguerescos… Sí, amigos, el nazismo y el fascismo (y sus hijos lerdos, como el neonazismo) son para morirse de pura risa. Yo, como venerable nerd desde la infancia (mis juegos de guerra Nike & Cooper así lo atestiguan), siempre he leído sobre nazis, y siempre lo he pasado de fábula (no con la atrocidad, insisto; con todo lo otro). Aquí les ofrezco una panoplia de los nazis y fascistas que se me antojan más (inconscientemente) cómicos. Heil myself.

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Oswald Mosley

A Mosley, líder histórico del fascismo inglés, no le incluyo aquí por tío mochales, sino por chapuzas. Un capítulo crucial de Mosley, la colosal biografía que le escribió Robert Skidelsky, incluso se titulaba “From farce to failure” (“De la farsa al fracaso”), lo que define de forma idónea su carrera política. Al contrario de lo que aduce Roger Eatwell en su completo Fascism; a history, los ingleses jamás estuvieron a punto de caer en las fauces del fascismo -son una nación con demasiado sentido del humor para tomarse en serio los trotes absurdos, los eslogans solemnes y los baluartes pomposos- y Mosley acumuló morrazo tras morrazo, a cual más caricaturesco. En una única ocasión reunió a una muchedumbre notable en Trafalgar Square (en 1932 o así), pero desde allí todo fueron humillantes derrotas y sonoros capones. Échenle la culpa al look si quieren (los julays del BUF, o British Union of Fascists, iban vestidos mitad beatnik, mitad superhéroe Flash, con algo del pantalón en las axilas típico de Buster Keaton y la postura corporal de un maestro de esgrima afeminado), pero la cuestión es que a Mosley se las daban ahora en un carrillo, ahora en otro. ¿Todas las victorias históricas del antifascismo londinese? En todas ellas aparece Mosley, siendo pateado en la jeta de forma inclemente. Como la batalla de Cable Street, en 1936, cuando judíos y comunistas del East End les arrearon un monzón de cates a los fachas (capitaneados por Mosley) que pretendían desfilar por su barrio. O mi favorito, su intento de realizar una última demostración de fuerza en Dalston en 1961, ya algo vejete aunque igualmente pirao. La filmación original de British Pathé de su aparición pública es descuajaringante, como lo es también la retranca del anónimo (pero guasón) locutor: en el minuto 00:46 “hace su aparición el Gran Líder en persona” emergiendo de un autobús, y en dos segundos más la concurrencia “empieza a gritar “Abajo Mosley”, y “abajo que se va Mosley”, a quien vemos desaparecer de forma jocosa entre coces y puñetazos de los congregados. Cuando Mosley, herido de muerte en el amor propio y con el traje hecho jirones, logra acceder por fin a una plataforma de orador, se tira 5 minutos hablando ante lo que parece (y es) un micrófono desenchufado, entre grandes carcajadas de la audiencia. Parece algo sacado de They saved hitler’s brain (1969), pero sucedió como se lo cuento. Pobre Mosley. Se lo merecía, sí, pero no me digan que no da algo de penica, el infeliz.

Nick Griffin

El ex-líder del BNP (British National Party) es el digno sucesor de Mosley, como verán. Todo en su vida es risible, empezando por su lunesca faz. Nick nunca había sido Paul Newman, de acuerdo, pero es que ahora parece Arquímedes, el búho mantecas de Merlín el Mago, tras haber sido abandonado por su buhita. Con un ojo mirando a Vilanova y el otro a la Geltrú, para más cachondeo. Ignoro si lo de ser bisojo, por cierto, es un prerrequisito de la ultraderecha moderna (como antes lo fue el mostachete amariposado), pero hay bastantes bizcos en ese submundo. Dejando de lado su cara de pez globo semituerto, Griffin no ha dado una a derechas desde que, de niño, le metieron en una universidad donde era el único chico, y donde acto seguido empezó a ser conocido como Nick The Prick (Nick El Capullo). A lo largo de los 80’s Griffin hizo sus pinitos en el National Front, organizó conciertos inmundos de White Noise, y terminó saliendo rebotado del partido para fundar la comiquísima ITP (International Third Position). Para aquellos de ustedes que no estén versados en el galimatías enredoso del fascio, la llamada “Tercera Posición” es un confuso potingue de Strasserismo, ruralismo estilo Julius Evola (volvamos al arado con bueyes, y todo eso), paganismo chalupa y cháchara pseudolefty de tono medioambiental. Griffin llevó a su partido por esos pedregosos senderos, y empezó a sacar a musulmanes negros en portada de sus revistas (por lo del separatismo racial) y a celebrar a Jomeini y a Gadafi en las páginas interiores. Ya pueden imaginarse como se tomaron aquel embrollado poti-poti ideológico todos los ilustrados skinheads nazis que eran su votante histórico. Junto a Derek Holland y Patrick Harrington, Griffin llegó a viajar a Libia en 1988, los tres convenciditos de que el Coronel Gadafi en persona patrocinaría sus locas andanzas (no se lo pierdan: volvieron con tan solo unas cuantas copias firmadas de El libro verde). Dos últimas cosas de potente jocosidad: dejando de lado aquel debate televisivo del 2009 (Question Time) donde al contrahecho Griffin le arrean la tunda dialéctica más ultrajante de su vida entera, está la bizarría de:

a) Cuando el BNP, Griffin al mando, adquirió un pueblo fantasma alicantino -Los Pedriches- para desarrollar una suerte de comuna neonazi que solo logró reunir a 5 o 6 ñus veinteañeros, quienes además serían desalojados en 1999 por okupar la única casa de la aldea que tenía agua corriente (carcajéense aquí).

b) Cuando Martin Webster (del NF) declaró en 1999 que había tenido una relación homosexual de 5 años con él.

Desde entonces que Griffin no levanta cabeza, en serio, y para colmo en el 2015 su partido perdió el 99,7% (¡zasca!) de los votos. El 99,7%, colega. Se quedó a un 3% de perder todos los votos posibles. Por eso no cesa de atiborrarse de chuchos de crema, imagino.

Nicky Crane

La historia de Nicola Vicenzio Crane es rara, muy rara, aunque ni mucho menos un caso aislado. Crane había sido una de las figuras emblemáticas del neonazismo inglés. Se unió al British Movement a mediados de los 70, y en poco tiempo era organizador de su capítulo en North Kent. Su constitución musculada, abundancia de tatuajes autoexplicativos (entre ellos el amable “Odio a los negratas”) carácter ultraviolento y look troglodita le convertirían en skin paradigmático, llegando a aparecer –con los tatus borrados- en la portada del recopilatorio Strength Through Oi! (editado por Decca, que tras conocer la identidad de Crane lo retiró de las tiendas). El mismo año en que salía-desaparecía el disco (1981), Crane fue condenado a cuatro años por atacar a un grupo de jóvenes negros, lo que aumentó su reputación de chulazo psicópata en el seno del movimiento. Al finalizar su condena en 1984, Crane pasó a encargarse de la seguridad del emblemático grupo white noise Skrewdriver, e incluso diseñó portadas –inmundas- para la banda. Desde entonces, la vida de Crane quedaría indisolublemente unida a la del líder de Skrewdriver, el fallido rockero renacido en icono nazi Ian Stuart Donaldson (según Stewart Home, estaban muy unidos). Cuando hacia 1987 el National Front emprendió su espléndida deriva hacia la Tercera Posición (ver algo más arriba), unos despechados Crane y Donaldson fundaron Blood & Honour, red racista emparentada con Combat 18 que organizaba conciertos RAC (Rock Against Communism) y editaba su propio periódico. El nuevo Blood & Honour, además, gustaba de afirmar su superior hombría respecto al viejo National Front, al que despectivamente llamaban Nutty Fairy Party (Partido de las Locazas). Hasta ahí, todo normal (en un marco neonazi, quiero decir).

La criptohistoria de Crane empieza un poco antes, en 1985: fecha del primer outing realizado por la publicación antinazi Searchlight, que alertaba de la presencia de Nicky como portero en el londinense club gay Heaven los jueves por la noche. Sucesivos rumores le situarían en el Gay Parade londinense de 1986 (se decía que incluso había aparecido en películas porno gay) y en 1987 Searchlight dejó caer (esta vez sin eufemismos) que Nicky Crane “estaba fundando un movimiento de skins gays”. Antes de seguir leyendo, deben entender una cosa: en el meollo supremacista blanco inglés, el Searchlight era como el Lecturas; todos los nazis lo leían y se buscaban, orgullosos, en sus páginas. Por consiguiente, es imposible que Blood & Honour se fundara sin que nadie pusiese en tela de juicio la heterosexualidad de su co-líder. El río estaba sonando, y siguió llevando agua durante cinco años (Crane nunca abandonó B&H), hasta que en 1993 el programa televisivo Out zanjó la polémica en una entrevista con él. En ella, el ex-mocetón número uno de B&H pedía perdón por su pasada encarnación hitleriana y emergía, sereno y digno, del armariote que había ocupado hasta entonces. Por supuesto, el pánico cundió en la extrema derecha inglesa: su ex-socio Ian Stuart se apresuró a declarar, con un deje (quizás demasiado) tembloroso en los labios, que se sentía “traicionado” y que el “skin homosexual” no existía (pese a las abrumadoras nuevas pruebas de lo contrario). Decenas de cófrades juraron no haber estado jamás en la ducha con el antiguo super-skin, y se declaró la fetua anti-Craney. Pero el mal ya estaba hecho. Unos meses después de su aparición, Crane fallecería de bronconeumonía (Sida). Nadie volvería a mirar todos aquellos estandartes erectos y glúteos fibrados con los mismos ojos.

Ian Stuart Donaldson

Sin ningún género de dudas, uno de los hombres más limitados que ha militado jamás en el nacionalismo, y estoy contando aquí a figurones como Rudolph Hess, Ernst Röhm, Robert Ley (que además era un borracho de tomo y lomo) y tantos otros (en el Tercer Reich la competición por el título de Mameluco del Año era férrea). Todo -sus letras, sus declaraciones, su cara, incluso su muerte- lo aúpan a supermemo neonazi de todos los tiempos. Stuart fue el cantante de Skrewdriver, quizás ya lo sepan, una banda que hace que Mojinos Escozíos parezcan Roxy Music. Cuando tocaban Oi! con parvulariescas letras de superioridad racial ya tenían suficiente potencial pitorreable, pero entonces se pasaron al rock sureño. Ugh. De verdad que lo de Donaldson no se entiende. Los nazis y fascistas serán todo lo que quieran (lo son), pero al menos en el pasado habían demostrado una cierta coherencia al seleccionar su panteón de héroes e iconos: Odín y Thor, los césares romanos, Alejandro Magno, El Cid, Federico El Grande, Lex Luthor, etc. Pero así, de buenas a primeras, aceptar como nuevo salvador nacionalsocialista a un cachocarne iletrado que, encima, tiene a bien de cascarla en un prosaico accidente automovilístico (no subido a una cuádriga llameante, ni defendiendo en solitario alguna plaza)… No sé, lo veo un poco precipitado. Yo la próxima vez lo sometería a votación, si no fuese por lo poco de democracia que son todos estos chicarrones nacionalistas.

Todos los führercitos de la ultraderecha actual

Yo tiendo a buscar mi asueto mordaz en las filas del criptonazismo inglés, que reúne a un elenco de figurones de vastísimo potencial cómico. Podría seleccionar a cualquiera de los incluidos en el lacerante artículo “The idiot’s guide to the idiot’s Far Right”, en Antifascist Network, así que lo haré a dedo y cubriéndome los ojos. Ya está. A ver: Eddy Morrison. Espléndido. Ojo, no vayan a creerse que el llamado Unsteady Eddy es una pieza capital de la ultraderecha británica, o algo así. Qué va, hombre. Solo es uno más de las decenas de estultos macarras que pueblan las filas de su constelación de partiditos y cohortes de delincuentes. Y hablando de partiditos: Eddy ha militado en todos ellos, por pequeños que fueran, aunque fuesen solo ilusiones nominales de tres miembros consanguíneos. Pero al lío: la gracia de Eddy es que se trata del nazi más borrachuzo de todo el Reino Unido (y ese es un récord difícil de batir); de ahí lo de Unsteady (El Inestable). Eddy, que en alguna foto de Internet aparece recién apaleado (o descalabrado desde alguna cornisa por culpa de la merluza) y con cara de monstruo de Los Goonies pintado por Picasso, va perpetuamente mamado, y resulta embarazoso incluso para los despojos carcelarios que militan a su lado. Atención, fun facts´´´: en 1982 le echaron del liliputiense National Action Party porque iba tan pedo que se desplomó en mitad de un gigantesco pastel glaseado con la esvástica (JUA JUA). El resto del tiempo farfulla incoherencias dipsomaníacas, compara sus teorías racistas con las de Galileo Galilei y (cómo no) ha redirigido sus pasiones políticas a la recién formada -y bien repugnante- EDL (English Defence League). ¿Como él? Hay decenas. Para cuándo un reality show de nazis absurdos, es lo que yo quiero saber, carajo.