No necesito mensajes motivacionales para superar el cáncer

Este artículo fue publicado originalmente en Tonic, nuestra plataforma especializada en temas de salud.

Siento los temblores de los primeros días. Paula me recoge para dirigirnos 13.7 Km a las instalaciones de radiación al sur de San Francisco. El parqueadero está lleno de avisos que dicen “Parqueadero exclusivo para médicos permanentes”, como si alguien quisiera estar aquí. “¿Puede venir conmigo mi amiga?”, pregunto mientras hago el chequeo.

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“Déjame ver”, dice. Cómo puede no saber ese tipo de cosas, ¿no es algo que preguntan todo el tiempo?

La enfermera me lleva de vuelta al vestidor de mujeres y a la sala de espera. Me retiro la ropa de la cintura para arriba, la dejo en un pequeño locker y me pongo mi bata. El locker tiene mensajes tiernos en su interior: “Eres una hermosa guerrera!” y, “Siempre cree en ti misma”. No se por qué todo esto me enfurece, pero lo hace. Es como cuando estas furiosa en medio de una discusión y tu interlocutor permanece en paz. Es deprimente, como si su propósito fuera molestar.

Hay un mensaje en la sala de espera: “Para asegurar la privacidad del paciente, esta zona es exclusiva para pacientes”. Pero veo a otra paciente en el cuarto acompañada de un amigo. Resulta que también es su primera vez. Lleva un dispositivo en el cuello que mide la calidad del aire y no puedo evitar pensar que es chistoso, ¿qué podría llegar a hacer esa cosa?

Tengo mal genio, ¿se nota? No dormí suficiente. Mi vuelo a casa se retrasó por varias horas, así que cuando llegué eran casi las siete de la mañana. Me siento realmente atropellada pero el día de hoy apenas empieza, después de la radiación viene la oncología.

Lección aprendida: próxima vez quedarse en vacaciones.

Aún no se a que hora me van a programar la radiación diaria. Antes de irme le doy a la enfermera mi horario de disponibilidad. Me responde que he escogido una hora pico así que no puede garantizarme nada. Normalmente tienen tres máquinas pero ahora una de ellas está en reparación. Finalmente dejan que Paula regrese y nos dan un tour: Estos son los computadores donde sacamos las imágenes. Esto es cómo podemos escucharlos. Aquí es dónde hablamos por micrófono.”

Alguien que conozco comparte en Facebook algo sobre aceites que curan en cáncer. El esfuerzo de no exigir que se callen se lleva cada onza de mi autocontrol.

Cuando llega la hora de mi tratamiento le piden a Paula que regrese al lobby. El técnico desata mi bata y gesticula a la máquina donde me recuesto. “¿Debería sacar mis brazos del vestido?” . Lo hago, saco ambos revelando tanto mi seno sano como el falso. Él trata de correr la bata hasta que tape de nuevo el seno verdadero pero este sigue escurriéndose y, honestamente, no me importa.

Primero tienen que hacer una serie de rayos-x. Me conversan mientras los llevan a cabo y, aunque solo tratan de hacerme sentir cómoda, siento que me infantilizan. Ahora vas a sentir mi regla. Ahora vas a sentir un gel frío. Ahora voy a mover la máquina. Ahora ajustaré tu barbilla. Hay tres de ellos que intercambian coordenadas cuando mueven mi cuerpo, un poquito a la izquierda, un poquito a la derecha, un poquito arriba y otro poquito abajo.

Mi mentón es elevado tan alto hacia el techo que la horquilla empuja dolorosamente hacia la base de mi craneo. Después de lo que parece la eternidad, finalmente están satisfechos porque estoy en el lugar exacto. Van a conseguir un doctor y desaparecen por varios minutos. No sé cuánto más pueda sostener los brazos arriba.

Por fin regresan para decirme que el doctor está en otra habitación con otro paciente. ¿En serio?

Quiero mover mi cuerpo como no he deseado nada en toda la vida pero si lo hago tendrán que volver a empezar. Traen a otro doctor que les da el OK para proceder al siguiente paso. Mis brazos han estado tanto tiempo por encima de mi cabeza que del dolor pasé a la insensibilidad. Prometen que faltan solo unos minutos, ya he escuchado eso otras cuentas veces el día de hoy.


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Por fin se cumple el tiempo y de hecho fue bastante breve. La máquina produce un chirrido mientras se calibra y después zumba por diez segundos. No siento nada, aunque tampoco es que tenga mucha sensibilidad en esta parte del cuerpo.

Hacemos dos áreas y después añaden un frío y pegajoso paño de gel llamado bolus sobre mi expansor de tejidos. El paño debe convencer a la máquina de que mi piel se expande más allá de lo que de hecho lo hace para que puedan darme mayor dosis. Suena mal, ¿cierto?

El nombre de mi sala de tratamiento es Yosemite, como si estuviera en unas jodidas vacaciones en un parque nacional, en vez de estar atada a una mesa, medio desnuda, mientras una maquina le dispara rayos a las células cancerígenas dentro de mi cuerpo. Hay hojas talladas el techo.

Alrededor de una hora después, puedo salir. Mi piel se siente más caliente pero no estoy segura si lo estoy imaginando. No tengo mucho tiempo para pensar en ello. Paso a lo siguiente. En oncología me toca el enfermero adolescente desafecto. Trata dos veces de insertarme la jeringa pero no puede identificar mi vena. Para el momento en que lo logra ya estamos una hora retrasados.

Alguien que conozco comparte en Facebook algo sobre aceites que curan en cáncer. El esfuerzo de no exigir que se callen se lleva cada onza de mi autocontrol.

Muchas personas me preguntan cómo obtuve el cáncer, y aunque sé que puede sonar loco realmente nunca lo he considerado. No parece algo relevante, importante, o algo que siquiera pudiera saber. Pero inevitablemente van a preguntar – ¿saliste positiva en el examen genético? ¿Crees que es por cómo te alimentas? Y cada pregunta deja más claro que no se trata de mí sino de ellos: temen que algo así les pase a ellos a pesar de lo buenos que son. El complejo moral del bienestar es pura mierda.

Lamento tener que decirles que hay cosas malas que les pueden ocurrir. Y me alegra y alivia decirles que el peor escenario que se imaginan de hecho no está mal. No está nada mal. Si estás pendiente de alguien y sientes lástima por él, eso no empatía.

El segundo día no es tan malo: estoy de mejor humor después de una buena noche de sueño y esta vez no está tomando tanto tiempo. Pero el día tres es terrible: no logran ubicarme en el lugar exacto. La enfermera pregunta si uno de mis tatuajes se ha movido. “¿Qué? No. Eso es imposible.” Me piden que tenga una respiración estable, pero es difícil hacerlo cuando estás a punto de romper en llanto.

Después de intentarlo por un buen tiempo, dicen que tomaremos un receso. Me pasan a la sala de espera y, en vez de un descanso, se siente como un castigo. Para el momento en que terminamos he sostenido por una hora los brazos levantados y la cabeza hacia atrás. Se supone que debería ponerse más fácil pero no es lo que está pasando.

Sé que necesito llorar pero no logro hacerlo. Kim y yo asistimos a una charla en Long Now Foundation que habla sobre lo que los moribundos enseñan a los vivos con el maestro budista Frank Ostaseski; yo despotrico todo el camino. A veces necesitas algo por fuera de ti mismo.

Él dice: “La sanación siempre se encuentra en medio del sufrimiento”.

La sanación siempre se encuentra en medio del sufrimiento. La sanación siempre se encuentra en medio del sufrimiento.

El día cuatro una paciente en la sala de espera lleva una bandeja con horneados sobre su regazo. “¿Es tu último día? pregunto. No. Ella solo quiere hacer algo chévere por ellos. Yo no cocinó. Yo no soy agradecida. Yo soy la peor paciente.

Ellos han tratado de mejorar la situación, han instalado un sistema de iluminación que me ayudará a acomodarme en la posición exacta. No entiendo cómo funciona, pero me bañan en luz roja. Puedo ver mi reflejo en la máquina y parece que estoy cubierta con un horrible sarpullido. Lo que sea que sea, parece ayudar un poco. Estoy afuera como en media hora o algo así, el menor tiempo hasta ahora.

En el quinto día, tengo una mañana ocupada así que no hay tiempo para estar ansiosa de antemano. Cuando me chequeo, me hacen saber que el doctor quiere verme después del tratamiento. ¿Estoy en problemas? Por qué siento que estoy apunto de ser castigada.

El dolor en mi cuello ha empeorado, me siento apuñalada. Todavía tratan de ubicarme en el lugar correcto, rompo en llanto. No puedo retenerlo hoy. Cuando veo al doctor me pregunta cómo me siento. Le digo lo del dolor de cuello.

“Siiiiiiii, siiiiiiiii,” dice, “has tratado con ibuprofeno?”

¿He tratado con ibuprofeno? ¿En serio?

“Saben, creo que el mayor problema es la ubicación de mi cabeza. ¿Podemos trabajar en ello?”

“Bueno, la verdad no. Necesitamos la misma posición exactamente cada día. Si el ibuprofeno no funciona, podemos intentar con Vicodin o Norco” dice.

Estar entumecida por medicina para el dolor en la mitad del día no es exactamente mi idea de un momento agradable. Él habla sobre cuantos ibuprofenos debo tomar, 2400mg por día, como si no supiera hacer matemáticas básicas. Puedes tomar 600 mg cuatro veces en el día, o 800 mg tres veces en el día. Sí, lo entiendo.

No le digo que cada vez que salgo de aquí contempló la posibilidad de no regresar al siguiente día.