Ni los perros se salvan: el narco amenaza de muerte a los canes de la policía mexicana

Ciudad de México, México. Diciembre de 2015. Un grupo de agentes de la Policía Federal (PF) huye a toda velocidad del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Nadie en las calles sabe que esos hombres embozados y armados temen que en cualquier momento se pueda desatar una balacera a plena luz del día, si alguien intenta cerrarles el paso. Y aunque viajan en dos vehículos blindados con ametralladoras en lo alto en señal de amenaza —y además les han asignado una escolta que les abre el paso por las avenidas— van con los nervios alterados.

Se mueven con la urgencia de una ambulancia con un moribundo. Y de cierto modo, eso creen que llevan: un condenado a muerte. Horas antes, un agente, acompañado de otro que pertenece a la División de Detección de Narcóticos, descubrió 300 kilos de cocaína ocultos en varias maletas procedentes de Lima, Perú. El tamaño del decomiso había prendido los focos de alerta en el gobierno federal: una cosa es hacer campañas de prevención para que las drogas no lleguen a las calles y otra, muy diferente, es arrebatarle a los cárteles un paquete que tiene un valor de unos 8 millones de dólares. Así que se emitió una orden desde lo más alto de la PF: el agente que hizo el hallazgo debe ser sacado inmediatamente del aeropuerto ante la posibilidad de que atenten contra su vida, mientras el otro compañero hace los trámites para poner a disposición de las autoridades el estupefaciente decomisado.

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La operación de, al menos, seis agentes de élite protegiendo al gran descubridor de la droga se prolonga por la ciudad. Rompen los límites de velocidad por las calles, rebasan a los automóviles, pisan el acelerador hasta el fondo y terminan por devorar unos 18 kilómetros. Sólo hacen alto hasta que entran a las oficinas de la Policía Federal en la zona de Coapa, al sur de la ciudad. Una vez que se estacionan ahí, los nervios se disipan. Pero el custodiado no está preocupado. En lo absoluto.

Cuando se abren las puertas de la camioneta blindada, el agente baja de un salto. Y mueve la cola. Para él —un perro de raza labrador de ocho años que trabaja localizando droga en la Unidad Canina— sólo ha sido un día más de juego.

Desde hace al menos siete años, la Policía Federal sabe que los criminales le han puesto precio a la cabeza de sus perros. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

—Yo creo que es normal que si tú quieres cierta cantidad de dinero, y vas a hacer tráfico de drogas, (los criminales) le van a poner precio a tu cabeza y a la del perro— cuenta en su oficina el suboficial, Hiram Zaragoza, encargado de Operaciones y Planeación de la Unidad Canina de la Policía Federal.

Porque eso sucede en México: hace varios años que el país está en ese punto en que los narcos ya amenazan hasta a los animales.

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Un día sin fecha precisa en el calendario, los narcotraficantes mexicanos decidieron que romperían las “reglas” no escritas de cómo se trata a los inocentes que quedan en medio de sus disputas. Eso ocurrió hace 19 años, en 1998, cuando enviados de Miguel Ángel Félix Gallardo, ‘El Padrino’, fundador del Cártel de Guadalajara, le enviaron una hielera a su rival del Cártel de Sinaloa, Héctor ‘El Güero’ Palma con la cabeza decapitada de su esposa. Quince días después, dos hijos de ‘El Güero’, de sólo cuatro y cinco años, fueron lanzados desde un puente de 150 metros de altura.

Para algunos cronistas especializados en la historia del narcotráfico en México, aquellos asesinatos rompieron el pacto de que los cárteles sólo atacaban criminales. En los años siguientes, los mexicanos vieron en las planas de los diarios y las redes sociales —especialmente después de 2006, el inicio de la “guerra contra el narco”— que nadie era intocable ante la ira de los criminales: ancianos, mujeres, adolescentes, y niños eran asesinados y torturados. Si servían para mandar un mensaje de poder e impunidad, podían ser ejecutados.

Pero fuera de la televisión, la radio y los periódicos, hay otro grupo de inocentes que ha tolerado calladamente la violencia de los cárteles: la Unidad Canina de la Policía Federal. Especialmente, lo que ellos llaman “binomnio”, es decir, la combinación de una mujer u hombre policía y su perro o perra. Ellos viven las amenazas de muerte como una carga frecuente. En esta dupla, los elementos de cuatro patas —hoy 108 en todo el país— sin cargar una pistola ni chaleco antibalas, hacen un trabajo que implica un riesgo extremo en tres divisiones: arruinar los trasiegos multimillonarios de droga, frustrar los explosivos y desenterrar los cadáveres de las víctimas del narco.

Los “binomios caninos” son considerados agentes dentro de la Policía Federal dado el trabajo tan importante que realizan. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

La mayoría de esos animales fueron traídos a México desde Estados Unidos gracias a un convenio de colaboración internacional que data desde 2008, cuando se activó el Plan Iniciativa Mérida. Ya en suelo nacional, se les adiestra con aromas artificiales para que hallen narcóticos, dinamita o cadáveres. Todo se hace a través de un juego: si el animal se esfuerza y concreta el hallazgo, recibirá festejos, abrazos y un juguete.

Pero su labor es todo menos un juego. En entrevista con VICE News, los jefes de la Unidad Canina o K9 —llamada así porque la fonética en inglés de K (key) y 9 (nain) es similar a “canine” o canino— revelan una parte de las muchas historias en las que sus perros, que ellos reconocen como “agentes” de la Policía Federal, han estado amenazados de muerte por los cárteles de droga.

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Ciudad Juárez, México. Julio de 2010. Los mexicanos leen con asombro una noticia que bien podría haber sucedido en Afganistán o Irak, pero que ha ocurrido en el norte del país. Una que cambia todo lo que se pensaba sobre el narco en el país: un coche cargado con 10 kilos de explosivos tipo C-4 explotó intencionalmente contra dos unidades de la Policía Federal en Ciudad Juárez en venganza por el arresto del capo ‘El 35’, líder del brazo armado del Cártel de Juárez que fundó Amado Carrillo, ‘El Señor de los Cielos’.

Para resolver el crimen, el gobierno mexicano despliega cientos de agentes en la frontera con Estados Unidos, entre ellos a binomios de la Unidad K9. El objetivo es detectar dónde podrían estar otros coches-bomba que el cártel ha instalado a lo largo de la metrópoli.

Los agentes humanos saben que es una tarea con alto riesgo. Son los tiempos en que Ciudad Juárez es considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo. Sin embargo, para los perros, significa una oportunidad para ganarse un premio.

En el grupo de enviados está el suboficial A. Aldape y la agente Lucy, una labrador retriever que hoy tiene 12 años. Ella se adentra en las zonas rojas de la ciudad para olfatear cualquier vehículo sospechoso. Después de varias horas de juego, hace un “marcaje pasivo”, es decir, se acuesta en el pavimento y así alerta a su compañero humano que ha encontrado dinamita.

Actualmente, Lucy es una agente retirada. Pero durante varios meses fue una elemento activo con amenazas de muerte. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

—Ella encontró parte de lo que fue la carga explosiva del primer vehículo que detonó— cuenta el suboficial A. Aldape. —Su labor fue clave para el peritaje, pues encontró fragmentos de los explosivos.

Gracias a su hallazgo fue posible el posterior arresto y sentencia contra un violento capo llamado Jesús Salas Aguayo, ‘El Chuyín’, uno de los hombres responsables de que aquel año Ciudad Juárez rebasara la marca de 3.000 homicidios.

—Escuchamos que cuando saliéramos a realizar operativos, patrullajes, tuviéramos cuidado porque los criminales estaban a la caza de los ejemplares caninos— recuerda el suboficial. —En Ciudad Juárez, a los ejemplares caninos se les puso un precio—.

Sólo hasta que Lucy se jubiló, sus compañeros humanos estuvieron seguros de que ella había salido de la lista de objetivos letales del narco.

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Una fuente de alto nivel de la Policía Federal asegura que, ahora mismo, el narco sí tiene interés en matar a perros de la Unidad Canina. Lo saben por distintos operativos de “inteligencia” que coordinan. Y también saben que la cabeza de un can vale entre 500.000 y 5 millones de pesos (de 25.000 a 250.000 dólares).

Pese a ello, hay poca información oficial sobre cómo narcotraficantes y autoridades usan a los canes en la guerra que hay entre ambos bandos. Sin embargo, hay algunos casos en medios de comunicación: en junio de 2013, el procurador de Milán, Italia, Alberto Nobili, informó que 48 perros provenientes de México habían sido asesinados por narcotraficantes después de ser usados como mulas para transportar hasta 1,25 kilos de droga cada uno. Un año después, autoridades de Perú incautaron un cargamento de droga escondido en los estómagos de dos perros raza San Bernardo que eran transportados por aire por un mexicano.

Hace cuatro años, la Procuraduría General de la República inició 227 averiguaciones previas contra el Cártel de Los Zetas y el Cártel de Tijuana por diversas actividades clandestinas, entre ellas, la organización de peleas de perros. Y hace un año, las autoridades carcelarias en México revelaron que un can les ayudaba a husmear en la comida que se le daba a Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán en la cárcel de máxima seguridad El Altiplano para prevenir que fuera el capo fuera envenenado.

“Los perros son víctimas y soldados de una locura planetaria que para ellos sigue siendo lo que ha sido siempre: una prueba de fidelidad dada a modo de juego”, escribió el periodista italiano Roberto Saviano en su libro “Cerocerocero” sobre cómo la mafia italiana, La Camorra, también amenaza a los canes.

Acaso, el ejemplo más dramático de la relación perros-cárteles es Pay de Limón, un mestizo juguetón que retoza con dos prótesis por los patios de la fundación Milagros Caninos, un albergue especializado en animales torturados. A él, varios miembros de Los Zetas le mutilaron cada uno de los dedos de sus patas delanteras hasta que las perdió por completo. Así, el narco entrenaba a sus niños sicarios para que aprendieran a amputar a los rivales. El sorprendente escape de Pay de Limón, su rescate y rehabilitación, es muestra de que ni los animales están a salvo en la guerra.

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Guerrero, México. 2015. En el país se respira una fuerte sentimiento de indignación que durante años estuvo adormecido. Son los meses siguientes a la noticia de la desaparición de 43 estudiantes normalistas de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Las protestas multitudinarias acorralan al gobierno, que necesita responder una pregunta básica: ¿dónde están esos jóvenes que la policía de Guerrero entregó a los criminales?

Para contestar, la Policía Federal activa en el terreno a sus agentes especializados en Detección de Cadáveres, Búsqueda y Rescate en la zona de Iguala. Entre ellos, está el veterano policía tercero J. Neri y el agente Drago, un pastor belga malinois de entonces siete años que puede ser una pesadilla para los criminales.

A ese can se le reconoce el hallazgo de, al menos, 120 cadáveres en distintas misiones, como la explosión en la Torre Ejecutiva de Pemex y la detonación en el Hospital Materno Infantil de Cuajimalpa, ambos eventos en la Ciudad de México. Y ahora, en Guerrero, busca a los normalistas. Un hallazgo suyo puede convertir a un sospechoso en presunto responsable y luego en un sentenciado a prisión. Por eso, su presencia es incómoda para los cárteles. La amenaza llegaría días después de su misión.

El binomio humano de Drago sostiene una foto del agente, uno de los más exitosos en la historia de la Policía Federal. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

—En el vehículo en el que transportábamos a los perros llegaron a aventar papeles. Que dejáramos de buscar, que nos retiráramos del lugar. En alguno de los cerros donde intervenimos, sí nos pusieron mantas. Que ya estábamos buscando demasiado, que dejáramos de meternos en problemas— cuenta el policía tercero J. Neri. —(Los perros) Sí afectan directamente los intereses de los grupos delictivos, porque nosotros lo que buscamos son cadáveres en fosas clandestinas. Entre más hallazgos tenga el perro, más años de cárcel le pueden poner al delincuente.

—¿Qué hicieron para ponerse a salvo?— le pregunto, mientras sostiene una fotografía de Drago, el perro fiel que lo ha acompañado por varios años en patrullajes de alto riesgo.

—Eso se platica directamente con la gente encargada. Ellos deciden si se sale o no se sale a trabajar. En este caso, como era muy importante la labor que estaba realizando el perro, se decidió continuar trabajando y dejarnos en manos de la gente que va en apoyo a nuestra seguridad. Y continuar las labores de búsqueda.

—¿Ambos estuvieron en riesgo?

—Así es.

Drago tuvo que seguir su misión con el fantasma de la muerte rondando sus patas. Al final, el país no ha tenido la certeza de dónde quedaron esos jóvenes. Y Drago era una de las mejores esperanzas para resolver ese misterio.

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Hasta el momento, la Policía Federal reporta que ningún perro ha sido asesinado por el narco. Pero eso no se debe a la falta de puntería de los cárteles, sino al estricto protocolo que hay en el gobierno para proteger a los binomnios de la K9. Se les trata como agentes de élite que todos los días se juegan el pellejo, aunque ellos no lo sepan.

Para evitar que sean envenenados, a los perros de K9 sólo los puede alimentar su pareja humana. Para evitar que los rafagueen, cada vez que hay un decomiso o hallazgo importante son llevados a un lugar seguro escoltados por vehículos acorazados y artillados. Para evitar que fallezcan a causa de una enfermedad o atentado, el protocolo dicta que cuando un binomnio llega a un estado del país, el humano debe investigar dónde están los hospitales veterinarios más cercanos.

Al ser desplegados a zonas peligrosas, el agente duerme con su perro asignado, se baña con el perro, incluso va al baño con el perro. En la mayoría de las ocasiones, los policías que pasan largas temporadas fuera de casa narran que hablan más con su can que con sus propios hijos.

‘El narco le teme más a un perro que a un humano. Eso te lo aseguro’, afirma un policía segundo de la Unidad Canina. (Imagen por Daniel Ojeda/VICE News)

—Nada puede suplantar el olfato de un perro. Habrá máquinas, tecnología para atrapar a los criminales, pero al final del día no hay nada más efectivo que la nariz de un animal. Son una amenaza para el crimen— asegura el suboficial Jesús López, director de Capacitación en la Unidad Canina.

Y cuando han sobrevivido a los riesgos, su retiro se hace con honores: en diciembre del año pasado, 30 agentes caninos —incluido Drago y Lucy— fueron los protagonistas de una ceremonia de jubilación. El mismo titular de la Comisión Nacional de Seguridad, Renato Sales Heredia, estuvo ahí para despedir por vejez a una parte de los mejores elementos de la Policía Federal.

Por el riesgo y empeño en sus tareas, aquella tarde los perros terminaron su último día como policías con un moño azul en sus chalecos. La señal de reconocimiento a su labor.

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Ciudad de México, México. Septiembre de 2011. —Ya no pasé aquí, me van a matar—.

El policía segundo M. A. Vizcarra tiene los nervios desechos. Hace unas horas, el agente Duncan, un pastor alemán, y él han conseguido uno de los mayores decomisos en la historia del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México: dos toneladas de precursores químicos que serían usados para “cocinar” drogas sintéticas como metanfetaminas y que estaban ocultos en envases de shampoo para automóviles.

El hallazgo le arrebata a los cárteles una cantidad impensable de dinero, cientos de millones de pesos, que aún hoy son incalculabes. Por eso, al decomiso le sigue lo inevitable: hay que sacar al binomnio de ahí. El área de “inteligencia” del puerto aéreo tiene información de que un grupo de criminales de origen chino se estaría preparando para vengarse del hombre y del perro.

La operación para poner a ambos a salvo se pone en marcha: al policía M. A. Vizcarra se le extrae de la delegación Venustiano Carranza con vehículos blindados. En algún momento de la huida, sobre la avenida Eje 3, dos autos con placas del cuerpo diplomático de China se emparejan al convoy de la Policía Federal y por unos segundos la vida del experto en detección de narcóticos pasa por su mente como una película en cámara lenta.

—Sí, eso creí: me van a matar —insiste el policía, quien recuerda que, al mismo tiempo que imaginaba cómo tendría que defenderse a balazos, tenía en la mente a su “chamaco”, Duncan, que en algún lugar de la ciudad también viajaba escoltado: ¿y si a él ya lo atacaron los delincuentes?

Durante los meses siguientes, la vida de ambos se mantuvo en riesgo. Pero eso no impidió que siguieran interceptando droga, como si no tuvieran encima de sus cabezas una nube gris. Con el tiempo, la posibilidad de un atentado se despejó, pero cualquier día, se podría romper la rutina con otro decomiso histórico y entonces la guadaña de los cárteles podría aparecer de nuevo.

—Después de ese decomiso, el perro tenía precio. A lo mejor son amenazas burdas, ‘te ofrezco 5 millones por Duncan’, ‘te ofrezco tanto por el perro’, pero ya no eres tú. Ya van por el ejemplar.

Para el policía, esas amenazas tienen lógica: el narco le teme más a los animales que a los humanos. A los hombres y mujeres se les puede comprar. A los perros no. Ellos son incorruptibles.

Y por eso, son peligrosos para los narcos.

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