Para muchos de nosotros, escuchar música es mucho más que una actividad de ocio: se trata de la banda sonora que nos permite sentir una grandeza cinematográfica cuando realizamos actividades tan banales como coger el bus para ir al trabajo, es el escenario de nuestra agonía y nuestro éxtasis, nuestras noches y las resacas del día siguiente. Ya sea mediante las agradables meditaciones de Frank Ocean o a través de los acordes más duros de Teenage Fanclub, a los amantes de la música les resultaría complicado imaginar una experiencia sin tanta intensidad pero, para el 3 por ciento de la gente que sufre anhedonia musical, escuchar música ofrece muy poco o ningún tipo de placer.
Para comprender el funcionamiento de este fenómeno, hay que tener en cuenta lo que ocurre en el cerebro de alguien que disfruta de la música cuando está escuchando algo que le gusta. “Tu cerebro se activa porque estás escuchando un sonido complejo”, dice la profesora Sophie Scott, una neurocientífica de la UCL (University College London). “Hay información que demuestra que cuando escuchas una canción con la que tienes mucha conexión emocional, se activa el sistema de recompensa del cerebro y se liberan los neurotransmisores que se asocian a ganar un premio, así que, en ese placer reside un elemento como el que conlleva apostar o las drogas recreativas. Sin embargo, lo más importante es que solo recibes esa respuesta a través de la música que te gusta”.
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En cierto modo, la indiferencia ante la música podría definirse como la ausencia de esa reacción. “En un estudio en el que participaron algunas de las personas que no disfrutan escuchando música, la escucharon y no mostraron ni una pizca de esa respuesta de recompensa” según la profesora Scott, “Pero sí la mostraron al examinarlas mientras estaban apostando y ganaron; eso no significa que sus sistemas de recompensa no estén activos, sino que lo que estimula dichos sistemas no es la música”. No es tan difícil imaginar lo que se siente: en cierto modo, todos experimentamos esa indiferencia cuando escuchamos una canción que no representa nada para nosotros; pero en el caso de esas personas ocurre con todo tipo de música.
Para alguna gente, esa insensibilidad por la música es un rasgo para toda la vida, mientras que en otros casos podría ser una respuesta a algún trauma u otro síntoma de trastornos como la depresión (“no significa que padezca el trastorno en sí”, aclara la profesora Scott). Podría ser algo que cambia con el tiempo o algo que se mantiene: algunas personas no echan de menos escuchar música, mientras que hay otras que sí. Hablé con varias personas que han experimentado este fenómeno por distintos motivos y de distintas formas. Aquí tenemos algunos de sus informes:
Westin: “Según mi experiencia, puede ser un motivo de ruptura cuando sales con alguien”.
Siempre me he sentido desconectado de la música: cuando era pequeño, cantaba algunas canciones de la radio con mi familia, pero me sentía un poco obligado y solo lo hacía porque los demás también lo hacían. Cuando estaba terminando en el instituto, dejé de preocuparme por lo que los demás pensaban de mí y me sentía más abierto respecto a mi ausencia de interés hacia la música.
Experimenté con algunos géneros: desde el country, el rap y el EDM hasta el heavy metal; pero todo me parece lo mismo. Puedo disfrutar de algunas canciones si las letras están muy elaboradas, pero llegados a ese punto prefiero leerlas, como si se tratase de un poema. En alguna ocasión también disfruto escuchando algunos instrumentos en partituras más complejas como orquestras de bandas sonoras, pero solo sí estoy muy aburrido.
A veces siento que me estoy perdiendo algo: la idea de oír algunos sonidos y que te provoquen lágrimas es una sensación muy desconocida para mí, aunque he aprendido a aceptarlo. Lo más deprimente es que suele ser un motivo de ruptura para muchas personas. He tenido citas que pensaba que habían ido muy bien y que parecía que podían convertirse en algo especial, hasta que descubren que no me gusta la música; algo con lo que no pueden lidiar. Es un recordatorio constante de lo importante que es la música para muchas personas, del mismo modo que lo es compartirlo con los demás.
Matt: “En los conciertos de festivales, no tenía ni idea de qué hacer con las manos y el cuerpo”
Crecí en una “casa musical” (aunque odio la idea de referirme a ella de esa manera): mi padre estaba metido en la música desde siempre y se pasaba el día tocando la guitarra; lo encontraba muy irritante y lo sigo pensando. Cuando hacemos largos trayectos en coche por el país siempre tengo que escuchar música progre horrible. Con el tiempo, he aprendido a librarme de ello convenciéndolos de que escuchemos audiolibros.
En mi decimoctavo cumpleaños, todos mis amigos participaron en un regalo conjunto y me compraron un abono para el Oxygen (un festival de Irlanda). En realidad no quería ir, pero no iba a tirar un regalo tan considerado por su parte en su propia cara. Disfruté de todo menos de la música (ni de los baños). En Foo Fighters, mis amigos hacían las típicas movidas de festival como alzar las manos o cantar con el público, pero yo no tenía ni idea de qué hacer con las manos o el cuerpo o lo que fuese. Todo el mundo me parecía ridículo, me acuerdo de un tío al que no conocía de nada, que se me acercó y me dijo al oído, “¿Qué problema tienes?” solo porque estaba con los brazos cruzados. El hecho de no disfrutar de la música me distanciaba y a la vez me impregnaba de ese sentimiento de superioridad que tenía al no disfrutar de ella. Básicamente, creía que todos los demás eran idiotas porque les gustaba, en lugar de darme cuenta de que el rarito era yo.
Eso cambió cuando cumplí los 21: era el responsable de la emisora de radio de la universidad y me hice amigo del editor de música. Empecé a escuchar su programa de radio y de repente algo hizo clic. De algún modo, me convenció de que estaba equivocado por pensar que la pasión por la música era algo pretencioso. Ahora puedo decir que la música me gusta de verdad: la escucho, leo y veo documentales sobre ella.
No creo que me arrepienta de los años en los que no me gustaba: no pasé por ninguna fase en la que quisiera parecerme a algún miembro de Razorlight, a diferencia de la mayoría de mis amigos. Me alegro de no tener un sentimiento de nostalgia relacionado con esa música indie y apolítica de mierda de principios de los 2000.
Jeffrey: “En toda mi vida, solo he encontrado 22 canciones que sea capaz de escuchar”.
Nunca me había planteado la idea de que no disfrutaba de la música hasta que cumplí 12 años, cuando mis sentimientos hacia la música empezaron a ser más obvios. Recuerdo que la gente escuchaba música y hablaba sobre ello todo el rato; si no hacías lo mismo, te dejaban de lado. Así pues, escuchaba la música de los demás, pero no conseguía engancharme.
En alguna ocasión encontraba alguna canción que me hacía disfrutar un poco, pero esa sensación siempre se desvanecía cuando la escuchaba unas cuantas veces. Desde ese momento, he encontrado 22 canciones que puedo escuchar alguna que otra vez en el coche. La mitad de esas canciones son de anime, videojuegos o películas, y la mayoría son instrumentales. Mi gusto musical podría ser descrito como “música épica”: suele evocar sentimientos de acción o subidón, aunque sigue causarme muchas emociones.
Siempre he sido raro: la indiferencia ante la música solo es otra manera de sentir a la que tienen los demás. Creo que he perdido amigos o situaciones sociales por ese motivo, pero no creo que me esté perdiendo nada a nivel emocional. En mi opinión, sería muy molesto sentir algo cada vez que escucho una canción, ya que la emoción suele estar relacionada con el juicio, así que las emociones que evocan los sonidos me parecen una desventaja.
He aceptado que a menos que sufra una especie de daño cerebral raro, nunca disfrutaré de la música como lo hacen otras personas. No me molesta el hecho de no tener fuertes sentimientos asociados a la música, lo que me fastidia es el aislamiento y la soledad que puede causar. Me gustaría que la gente que siente pasión por la música fuese más abierta hacia las personas como yo.
Raluca: “No me importaría no volver a escuchar música nunca más”.
Debía tener unos 20 y tantos cuando me di cuenta de que no me gustaba la música, y resulta raro que fuese tan tarde. Cuando me mudé con mi novio, no paraba de poner música: no había manera de escapar y todo el rato formaba parte de mi espacio; fue entonces cuando me di cuenta de que no disfrutaba de ella. Cuando estaba sola prefería no escuchar música (y sigue siendo así). Formaba parte de muchas conversaciones e incluso de discusiones, pero fingía que el único problema era que estaba muy alta: quizá era demasiado raro decir “no me gusta la música”.
Me siento como si me estuviese perdiendo parte de la experiencia del ser humano, pero no me da mucho que pensar. Creo que es raro (nunca he conocido a nadie que se sienta así). He aprendido a aceptarlo, pero la verdad es que no hablo del tema; ya lo intenté y me hicieron sentir que no era “divertida” ni inteligente, ni lo suficientemente guay para valorar lo genial que era, no sé, Bowie. Puedo entenderlo a nivel intelectual, pero para mí no significa nada a nivel emocional. De hecho, no me importaría volver a escuchar música nunca más.
Entiendo que haya gente a la que le apasione la música y creo que es original, pero también opino que la manera en la que afecta (y sé que puede que me esté equivocando y sea una falta de empatía por mi parte), en especial cuando alguien es muy intenso al respecto. “¿Cómo puedes pasarte un día sin escuchar ni una sola canción de The Chemical Brothers? ¿No te hace llorar “Stairway to Heaven”? En fin”.
Está claro que soy una persona más visual: me gustan el cine y el arte visual, en especial el moderno, no habitual y extravagantes del estilo de ‘mi hijo podría haber hecho eso, etc’. A veces me dedico a pintar (mal), a hacer joyas e incluso he formado parte de algunos horribles teatros amateur de adulta. ¡Soy divertida, joder!
Christopher: “Cada día intento escuchar música para sentir algún tipo de placer, pero me quedo en blanco”.
Después de fumar una variedad de marihuana que se había cultivado con pesticidas o que simplemente era demasiado fuerte, he sentido una indiferencia total hacia la música desde hace ya cinco meses. Antes de eso, era coleccionista de vinilos, y resulta muy doloroso ver cómo mi colección va acumulando polvo porque ya no le doy uso. Me da mucha pena no ser capaz de comprender la belleza que hay tras las canciones industriales de Berlín, me entristece porque prácticamente he olvidado lo buenos que son.
Cada día intento escuchar música para comprobar si queda algo, pero no siento ningún tipo de placer, independientemente de lo buenas que sean las canciones; me quedo en blanco, no quiero cantarlas, no siento conexión con ninguna de ellas sin importar la profunda nostalgia que había en el pasado. Es increíble cómo funciona nuestro cerebro y de lo que es capaz, es algo que me viene a la mente cada vez que escucho una canción y no siento nada.
Sin embargo, he conseguido sentir placer haciendo otras cosas. Siempre me ha gustado mucho la moda, en concreto los zapatos, así que he reemplazado mi tiempo con eso. Me alegro de seguir apreciando la estética y la belleza que reside en el arte, pero no siento ni una pizca de emoción cuando veo algo maravilloso; en su lugar, lo veo desde una perspectiva lógica. Desde que sufro este fenómeno, he cambiado mi manera de pensar en muchos sentidos.
Este artículo se publicó originalmente en VICE UK.