¿Puede algo que siempre ha sido cierto volverse aún más cierto?, me pregunto a mí misma mientras veo las sartenes, platos y vasos sucios que, una vez más, he ido apilando en el lavabo. Desde que comenzó el confinamiento hace dos meses, el tiempo que paso de pie fregando se ha convertido en un eterno sufrimiento. Limpiar los platos siempre ha sido un aburrimiento, pero durante la cuarentena se ha convertido en una tarea que te absorbe las energías vitales.
Cuando termino de fregar, me tiro en el sofá para ver vídeos de gente comiendo, porque es ramadán y soy masoquista. De repente, el teléfono suena. Un mensaje. Antes de ver quién es o qué dice, el alivio de haberme librado de una molesta montaña de platos desaparece. Desde que comenzó la cuarentena, se me hace cuesta arriba contestar a los mensajes. Las notificaciones se amontonan como platos sucios que esperan que alguien los lave.
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Si he de ser sincera, esto de evitar contestar a los mensajes de la gente no es nada nuevo, solo que ahora es peor. Generalmente, siento que me interrumpen, ya sea mientras trabajo, estoy cenando, hablando con un amigo o viendo mi serie favorita. Normalmente, lo leo y me digo a mí misma que responderé más tarde. Cuando por fin respondo, suelo decir algo tipo “Perdona, [hoy, esta semana, este mes] ha sido una locura”. Puede que sea o no verdad, pero durante la pandemia, es más difícil inventar excusas. “Perdona, estaba demasiado ocupada tumbada en el sofá como para contestarte”, no suena igual, aunque sea verdad.
Por suerte, Shira Etzion, una terapeuta familiar de Nueva York, dice que, que algo tan simple como contestar a los mensajes pueda suponer un esfuerzo tremendo durante estos tiempos, no es para nada sorprendente. “De repente, nos encontramos en una posición en la que la forma de comunicarnos es cien por cien virtual y la tecnología que usamos para divertirnos o como elección es ahora nuestra única manera de comunicarnos”, dice.
Gran parte de la ansiedad que siento a la hora de contestar mensajes tiene que ver con la idea de que, puesto que la persona que me escribe sabe que estoy confinada en casa, espera que responda antes y no tendré ninguna excusa para responder más tarde. Pero según una terapeuta relacional, Racine Henry, esa asunción en sí no es el problema.
“Lo bueno de todo esto es que no necesitamos una excusa y espero que podamos quitarnos ese hábito de sentir que necesitamos una”, dice. “Que no podamos salir de casa libremente como antes no significa que no haya cosas que ocupen nuestros pensamientos y emociones”. Dicho de otra forma, es válido estar ocupado, agobiado o incluso no poder responder a los mensajes, aunque no puedas salir de casa.
También es aceptable comunicarlo y gestionar las expectativas. Racine dice que una respuesta apropiada sería algo como “¿Podemos hablar mañana cuando pueda prestarte toda mi atención?” o “Me encantaría poder contestarte más rápidamente, pero estoy ocupada. ¿Te importa si te llamo [o escribo] en otro momento?”.
Y aunque gestionar las expectativas de la gente te puede ayudar, gestionar las tuyas propias podría ser la clave para aplacar la culpa de no responder a los mensajes. “Está bien ser más compasivos con nosotros mismos”, dice Etzion. “No es el momento para evaluarnos de la misma forma que lo haríamos normalmente”.
Algo obvio pero que nos cuesta recordar es que los amigos y los familiares que nos escriben son conscientes de que estamos viviendo una pandemia y un tiempo único. Puede que se lo tomen con mucha más calma y lo entiendan mucho mejor de lo que tú crees.
“Tenemos que querernos y respetarnos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos más que nunca”, dice Racine. “No juzgues la calidad de las relaciones por la rapidez de respuesta o la forma en que te comunicas durante este tiempo —todos estamos intentando arreglárnoslas”.