Oaxaca enfrenta los estragos del terremoto sin ayuda del gobierno

“Estamos aquí para apoyarte, no estás solo. Los tres niveles de gobierno apoyan de manera permanente a cada una de las familias afectadas”, se escucha en unas bocinas instaladas sobre el toldo de un carro viejo. Recorre las calles de Asunción Ixtaltepec en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca.

Su mensaje parece una burla. Todo alrededor de este auto continúa en ruinas desde el 8 de septiembre, cuando un terremoto de magnitud 8.2 grados sacudió al sureste de México.

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Lo que antes eran casas ahora son pilas de ladrillos, esqueletos de madera. El sismo dejó un saldo de 95 muertos, según el último reporte del gobierno de Oaxaca. También, fueron destruidas el 80 por ciento de las 4,000 viviendas de la ciudad.

El auto pasa frente a un grupo de jóvenes que intentan rescatar lo que quedó, a pesar del calor. Hoy el termómetro marca 30 grados centígrados. Están sacando muebles, ropa, trastes, todo aquello que no quedó sepultado tras el sismo.

Aún se distingue una placa de cerámica en la puerta de lo que era una casa: “Dios Bendiga Nuestro Hogar”.

Mía, una niña de 10 años, cuenta que su abuela, Irma, la puso para proteger la casa “pero no funcionó”, dice, pues su vivienda se le cayó encima y murió.

Residentes de esta zona sacando escombros. Imagen por Andalusia Knoll Soloff

Un día después del terremoto, el presidente Enrique Peña Nieto viajó a Juchitán —localizado a media hora de Asunción Ixtaltepec—para evaluar los daños y apoyar a la comunidad de inmediato. Con camisa blanca y pantalón de vestir caminó por las calles de este municipio.

“Ya están llegando los primeros apoyos de agua, alimentación, servicio médico a través de caravanas médicas, y la luz eléctrica se viene restableciendo”, dijo.

Han pasado dos días de la visita de Enrique Peña Nieto y residentes como Leit García, que lo perdieron todo, cuentan que no tienen ropa para ponerse. Aunque esa es la menor de sus preocupaciones: desde que tembló no hay agua ni alimentos.


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Reconoce que votó por Enrique Peña Nieto en las elecciones presidenciales de hace casi seis años, aunque ahora se pregunta por qué el mandatario no fue a Ixtaltepec.

“¿Por qué no dio la cara? Somos México, somos ciudadanos, queremos el apoyo de él… Ya no confiamos en nadie, en ninguna persona del gobierno porque no nos apoyan”, lamenta.

El carro viejo interrumpe a Leit García con el sonido de la bocina: “Si tu casa está dañada, acude al albergue.”

Leit cuenta que ya fueron al anunciado albergue por alimentos, pero hay tantas personas en el lugar que se volvió imposible obtener comida o una cama. Está preocupada en cómo van a pasar los próximos días, pero también en cómo van a reconstruir su casa.

“Ganamos 100 pesos el día, solo lo suficiente para pagar los alimentos de los niños”.

Mientras hablamos llega una brigada de jóvenes de la ciudad vecina, Ixtepec. Regalan botellas de agua a los jóvenes voluntarios que están sacando escombros de la casa de la familia de Leit García.

A la vuelta de lo que era su casa, hay un batallón del Ejército Mexicano trabajando para sacar escombros con una excavadora. Son más de 70 soldados pero no cuentan con el equipo necesario para hacerlo, así que trabajan a paso lento. Un trabajador del gobierno local, llega con tres palas y dice que regresará con más.


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En Juchitán —a 10 kilómetros de distancia— la situación es parecida: aunque la ciudad de 100,000 habitantes ha recibido un poco más de apoyo.

En el barrio del Cheguigo, en el centro del municipio, un grupo de señoras platican en zapoteco, sentadas frente a sus casas derrumbadas; a sus pies todas sus pertenecías. Más de mitad de los residentes de Juchitán hablan la lengua zapoteca según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.

Las replicas del temblor han llegado sorpresivamente. En total 1,267 replicas del sismo inicial de magnitud 8.2, según Protección Civil de Oaxaca. Esto provoca terror en los habitantes que todavía tienen sus casas de pie.

La señora Benita perdió todo el día del terremoto. Imagen por Andalusia Knoll Soloff

La camioneta de Susana Martínez, que viene desde Minatitlán, Veracruz, reparte ropa y agua, y la gente del barrio se acerca desesperada. Pero la mujer vive su propia tragedia: “Primero nos enteramos de la muerte de un familiar y otro y otro y venimos al sepelio y aprovechamos para traer comida para bebes, agua, ropa”.

En un barrio de pescadores en la periferia de Juchitán, la situación es aún peor y el gobierno no ha llegado a apoyar a la gente.

Para Benita Martínez, otra damnificada que vive en una casa con riesgo de derrumbarse, no es opción abandonarla.

“Cómo vamos a ir a un albergue cuando estamos aquí velando a mi mamá”, contesta vestida de negro, frente al féretro, iluminaba por las velas que llevaron al sepelio. En Juchitán no hay alarmas sísmicas.

En otra ciudad, Unión Hidalgo, más de 30 migrantes alojados en un conocido albergue llamado ‘Hermanos en el Camino’ han levantado escombros de las casas en ruinas. Esta región es una zona de paso para migrantes centroamericanos, africanos y caribeños, que intentan llegar a Estados Unidos.

“Es lamentable lo que pasa en este lugar. Como hondureño me solidarizo con lo que pasa. Es doloroso, todo Centroamérica lo siente como migrantes, y es para nosotros de mucho placer servir”, dice Nelson Turcios, un migrante hondureño recién deportado de Estados Unidos que iba de regreso. Mientras que los migrantes trabajan con palas y picos, cinco familias que perdieron sus casas los miran.

Migrantes en camino a EU hicieron una pausa para ayudar. Imagen por Andalusia Knoll Soloff.


“Nosotros estamos agradecidos enormemente por la ayuda de los migrantes. Más pronto ellos han querido brindar apoyo que el gobierno que es su obligación y no lo hacen”, comenta uno de los familiares. Coordinadores del albergue ‘Hermanos en el Camino’, también ayudan a transportar heridos de Unión Hidalgo a un hospital provisional que se instaló en Juchitán.

“No pasó ni una brigada de apoyo. Nos cayó la casa, se nos vino todo el techo encima y gracias a Dios pudimos sacar el escombro de nuestras casas para poder respirar y pedir auxilio. Nuestros vecinos llegaron para sacarnos del escombro”, dice una mujer que sale del hospital con la pierna enyesada.

Desde que ocurrió el terremoto, la sección 22 de maestros de Oaxaca ha impulsado una convocatoria para conseguir víveres. Wilbert Santiago Valdivieso, dirigente esta sección, es maestro en la zona de Matías Romero —a 60 kilómetros al norte de Juchitán— un pueblo que también fue afectado por el terremoto. Dice que cuentan con médicos voluntarios que están entregando medicinas en las zonas afectadas.

En la Ciudad de México varias universidades y organizaciones como el Congreso Nacional Indígena han abierto centros de acopio. Ciclistas formaron una red para recoger víveres de defeños y entregarlos a los centros de acopio, y una caravana salió de la escuela rural normal de Ayotzinapa, en Guerrero, para entregar víveres. Una red de medios libres y comunitarios crearon un mapa colectivo para documentar los daños en las comunidades.

María Teresa García, quien perdió a su madre durante el terremoto en Ixtaltepec, ruega por apoyo: “por favor pueblo, ciudad apóyanos. Hay que ser solidarios con nuestra gente, porque no hay donde vivir. No hay dónde quedarnos. Nos quedamos en la calle”.

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