‘Si muerdo una, vomito’: el extraño fenómeno de odiar las aceitunas

Arguiñano define el aceite de oliva como oro líquido. Hasta aquí todo bien, esta versión no tiene detractores. Pero si hablamos del fruto en su forma sólida y no prensada, nos encontramos con un montón de españoles que odian, repudian y sienten nauseas cuando se acercan a cualquier variante de las maravillosas ACEITUNAS.

A lo largo de mi vida he conocido como a cinco o seis personas —quizás más— que desde que eran pequeñas han desarrollado una irracional animadversión al fruto del olivo. No pueden comerlas, ni palparlas, ni tampoco pensar que algo de su comida ha sido tocado por una aceituna. También odian el hueso roído y el liquidillo de la conserva. Pueden dejar de comer, cambiarse de sitio, taparlas, chillar, enfadarse o incluso vomitar por su culpa, como si se tratase de una especie de fobia.

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Me he puesto en contacto con Sergio Carmona, psicólogo y director clínico del Instituto Barcelona de Psicología, para que intente explicar este fenómeno, representado por una serie de testimonios que padecen esta clase de “trauma” con las aceitunas.


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Andrea, de 22 años, me dice que “solo con su olor me entran arcadas, siempre intento estar lo más alejada posible de ellas”. Y continúa: “Me da asco absolutamente todo: el liquidillo, el olor, los huesos; todo lo que pueda estar relacionado. De hecho, siempre que alguien de mi alrededor come aceitunas, le hago lavarse las manos antes de tocar mi móvil o a mí”.

Ella no es un caso aislado. Publiqué en mis redes algo así como “si odias las aceitunas o sabes de alguien que las odie, contacta conmigo” y me abordaron como 20 chats de gente que la desprecia con muchas ganas de explicarme su odio.

¿Por qué tanta gente tiene náuseas y tanto asco a las aceitunas? Le traslado la pregunta al psicólogo y, al parecer, ocurre porque el cuerpo se pone en guardia. “En general, el asco es un mecanismo de defensa por si comemos algo que, por ejemplo, está en mal estado. En ese caso nuestro cuerpo intentará expulsarlo antes de que nos envenene o nos haga daño. Por ese motivo es normal que se produzcan náuseas y arcadas, para intentar desalojar el alimento en mal estado de nuestro estómago”.

Puede que les haga revivir algún momento donde ese mismo alimento les resultó desagradable o les produjera malestar

La mayoría no saben de dónde viene. Me explican que les pasa desde que eran niños, como Carlos, de 25 años, que eleva ese asco a otro nivel. “Es una sensación bastante desagradable. Ahora que soy más mayor lo puedo tolerar más, pero antes les tenía fobia. Si había aceitunas en la mesa, tenía que poner una montaña de cosas para no verlas porque era como ‘¡buaaaj!’”.

“Existen muchos y diferentes factores que pueden desencadenar el rechazo y la repulsión a un determinado alimento”, explica el director clínico del Instituto Barcelona de Psicología. “Los estímulos que el alimento nos provoca llegan al cerebro a través de los sentidos, así que influye tanto el color y el aspecto del alimento, la textura, el olor y, obviamente, su sabor”.

Sergio Carmona también me comenta que influyen otros factores relacionados con la memoria, con las sensaciones que nos produce ver, oler, tocar o comer ciertos alimentos. Puede que les haga revivir algún momento donde ese mismo alimento les resultó desagradable o les produjera malestar. En esos casos, es probable que la personal que lo sufre vuelva a producir rechazo.

Por último, el rechazo a las aceitunas puede venir por factores del entorno y la educación. Adriel, de 24 años, sufre los sabotajes de su familia desde pequeño, que se lo toman a cachondeo. “Siempre que vamos de barbacoa me hacen la broma de ponerme aceitunas o me las ponen al lado. Asco”.

He buscado si hay una palabra de fobia a las aceitunas y no está catalogada como tal. Le pregunto al psicólogo que si esto no lo es, qué se necesita para que la aceitufobia sea real. “Para saber si se padece una fobia o se trata simplemente de repulsión, se deben cumplir una serie de requisitos esenciales recogidos en el DSM-V (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders), que es el sistema internacional de diagnóstico más utilizado por los profesionales de salud mental”, dice.

“Las condiciones que tiene que cumplir una persona para tener una fobia específica son varias, como miedo o ansiedad intensa por un objeto o una situación específica, el miedo o la ansiedad es desproporcionado al peligro o que el miedo, la ansiedad o la evitación causa malestar clínicamente significativo o deterioro en el contexto social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento, entro otros”, concluye el experto.

“Aunque las consiga quitar todas una por una de un plato, ya está infectado y me lo como asqueado”

Aunque no estén en el DSM-V, si los que padecen esta especie de trastorno cuentan lo que sienten, realmente parece una fobia. Por ejemplo, Carlos me explica que obligaba a su expareja a lavarse los dientes si había comido algo con olivas. Vuelve a insistir que ahora lo lleva mejor, pero que cuando era más pequeño, “no me podía acercar ni a 50 metros”.

Toda esta gente sufre mientras los demás disfrutamos del manjar y, lo que es peor, siempre que exteriorizan el asco delante de alguien que no lo sabe, tienen que explicar su particular problema, no siempre a gusto de todos, como cuando Carlos va un bar y con la caña le ponen una tapita de aceitunas. “Le digo al camarero que me saque otra cosa, como cacahuetes o algo así. A veces me lo cambian y otras es en plan: ‘chico, si no te gustan, no te las comas’”.

Porque si a Sergi, de 27 años, le planteas comerse unas aceitunas a cambio de dinero, la respuesta es clara: EN LA VIDA. “No puedo ni olerlas, y si hay algún plato saboteado con aceitunas, me joden la comida. Aunque las consiga quitar todas una por una ya está infectado y me lo como asqueado. Si por algún casual me descuido alguna, lo escupo de inmediato”.

Incluso puede ser algo que perdure en el tiempo, como el caso de Adriel: “Cuando mi padre, que sabe que no me gustan las aceitunas, y menos los huesos, me puso uno en un trozo de pan, recuerdo morderlo y… Madre mía. Estuve como dos días con un asco que no pude con él. Han pasado muchos años, lo recuerdo y me entran náuseas”.

Hacer putadas es algo muy nuestro, y más si tenemos localizada la debilidad. La gran mayoría de personas que sienten ese odio por las aceitunas han sido objeto de burlas o bromas. Basta que tengas confianza para rendir homenaje a Belcebú y joderle la comida a tu amigo. Y no solo los amigos. El novio de Andrea, por ejemplo, le tira los huesos roídos cuando van a tomar algo. “Siempre acabo dando la nota cuando grito en la terraza del bar, aunque lo peor de todo, son las olivas que tienen aliño y que, por lo tanto, tienen el suco de color mierda, con perdón”.

“Si la persona realmente quiere superar ese asco, es aconsejable que intente condicionar ese alimento con nuevos estímulos positivos”

Para encontrar una solución a todo esto, le he preguntado al psicólogo sobre qué pueden hacer para remitir el asco y las nauseas. “En ese caso, si la persona realmente quiere superar ese asco, es aconsejable que intente condicionar ese alimento a nuevos estímulos positivos, juntándolo por ejemplo con otros alimentos que sí sean de su agrado”.

Lo primordial, comenta el experto, es tranquilizarse y tener paciencia. Sería recomendable que poco a poco hubiera un acercamiento a las aceitunas. No sé, como en la ensaladilla o pizza. Al fin y al cabo es un ente inanimado que crece de un árbol. No es una criatura asesina, un veneno o un cd de los Gemeliers. Aunque si las aceitunas limitan o condicionan realmente el día a día, puedes seguir odiándolas.

En fin, si odias las aceitunas, puedes hacer ese ejercicio que te recomienda el psicólogo o, por el contrario, lo mismo puedes aprovechar ese odio y repulsión para escribir un códice de maldad y fundar el Reich de la antiaceituna, y tú y todos los devotos del antiaceitunismo os alzaréis para conseguir la supremacía antiaceitunil que acabará con todo. Podéis hacer eso o seguir como hasta ahora. Vosotros veréis.