La humedad y la presión del aire son las primeras sensaciones dentro de una mina.
Mientras Ovidio nos guiaba por el vientre de la montaña, la conversación que teníamos era realmente un monólogo:
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-Aquí tienen que tener cuidado, me deben de seguir despacio porque las botas son lisas.
-Bajan despaciesito conmigo
-¿Sí me están viendo?
-No les dé miedo que son seguras, ahí el peligro es que de pronto se resbalen.
-Párese ahí que eso es firme.
Estábamos en las entrañas de San Pedro. Una mina que a los 150 metros de la entrada, siguiendo por uno de sus caminos, llega a una abertura en el suelo: una caída de unos 10 metros atravesada por troncos de madera de lado a lado, puestos a distintas alturas. Estos eran la forma de descender para seguir hacia la profundidad de la montaña. Una vez abajo, continuamos otros 200 metros. Por momentos, el camino se hacía más angosto, más bajo y tocaba caminar prácticamente de rodillas. Luego se ensanchaba nuevamente.
-¿Sí ven la veta? – preguntaba el minero
La veta es esa mancha en las piedras que anuncia que hay oro. Una señal para saber dónde poner explosivos y picar para seguir la excavación. Un tubo con oxígeno acompañaba el recorrido, pues la sensación de ahogo empieza a adueñarse del cuerpo. Seguimos hasta el fondo, hasta toparnos con la pared que cada día se corre unos cuantos metros más. Tres mineros tomaban un descanso. Uno de ellos se fumaba un cigarrillo que dejaba una estela de humo que se quedaba quieta en el ambiente.
Esta es la vida de un minero. Ahí pasan horas, días. Esta es la profesión del 80 por ciento de la población de Marmato. El resto del la gente tiene algún negocio que de una u otra manera también se relaciona o se beneficia de la minería. Marmato es el pesebre de oro de Colombia: un lugar en el departamento de Caldas que lleva más de 400 años sacando el mineral. Siglos de una práctica que hoy está enredada.
Minería Ilegal
Es Marmato pueblo de mineros
Que aún buscan el filón con ardor
Negros titanes picapedreros
Y de sus campos hermoso verdor
De poetas Marmato es la cuna
A su cerro adorna el socavón
Sus entrañas guardan gran fortuna
Que son divisas de nuestra nación.
Los moragas fueron su destino,
Frentes y vetas en labor están
Triturando los oros el molino
El patrimonio a sus hijos le dan
Es Marmato pesebre en la cima,
Una montaña rica en mineral
Caparrosas, piritas y minas
Este es el himno de Marmato, donde el oro es identidad. Un municipio que parece escalar la cordillera occidental de los Andes. Un pueblo vertical. Desde abajo, sus construcciones parecen superpuestas, pegadas en puntos aleatorios de la montaña. Y mientras se camina de cara a esta, es cuestión de girar la cabeza para conmoverse con el paisaje de uno de los territorios más montañosos del país.
En cambio, el terreno que el pueblo ocupa no es tan verde. Aunque hacia la zona norte del municipio, las veredas de Cabras, El Vergel, La Cuchilla, La Miel, tienen grandes atractivos eco-turísticos, en este punto el terreno es arenoso, con piedras y muchos huecos. Son las heridas de la minería.
Al salir de la mina San Pedro, seguimos por una carretera que más adelante atraviesa el pueblo. Caminábamos con Fuad Karim Amar, que dirige el comité de turismo del municipio y nos ayudó durante todo el viaje:
-¿Y estas minas son las ilegales?
-Sí. Estas minas las abandonó la compañía y la gente las empezó a explotar. Marmato está dividido. Aquí estamos como en la división entre el punto A y el punto B. De la carretera para abajo es mediana minería y para arriba es pequeña minería.
Así era según la Ley 66 de 1946 que estuvo vigente hasta el código de minas de 2001. En la base del cerro y en la parte alta convivieron dos tipos de minería durante mucho tiempo. Pero el último código cambió las reglas y la manera de entregar los títulos mineros: las multinacionales pudieron aspirar a la montaña entera y a tomar la concesión de las minas de los mineros tradicionales. Entre 2004 y 2009, Ingeominas entregó más títulos mineros en el país que en los diez años anteriores. En varios casos hubo presuntas irregularidades y la Procuraduría abrió una investigación.
En este festín de títulos llegó a Marmato la empresa canadiense Colombia Goldfield, que intentó comprar todo: las minas, las casas y los molinos donde se procesa la roca para convertirla en oro. Muchos mineros vendieron. También muchos, con el tiempo, se arrepintieron de hacerlo. En total, como señala Natalia Arenas en su investigación “El pueblo que se le atravesó al progreso”, la compañía se adueñó de 84 minas, 11 molinos y 9 viviendas.
Luego de una crisis, esta se fue de repente, abandonó las minas, destruyó algunos molinos y dejó a la población sin empleo. Los mineros, para dar sustento a su familia, con el tiempo entraron y empezaron a producir. Pero al año siguiente llegó Medoro Reosurce, también canadiense, pagó las deudas pendiente con los empleados, compró la Colombia Goldfield y buscó recuperarlo todo. Se adueñó de la mayoría de las minas en la parte alta del cerro y todas las minas de la parte baja. Luego, Medoro Resources fue comprada por otra multinacional canadiense: La Gran Colombia Gold.
Según la Agencia Nacional de Minería, en el pueblo hay 551 bocaminas que se dividen en 121 títulos mineros. 96 pertenecen a Gran Colombia Gold, que se apoderó del 79 por ciento de la montaña. Además, esta multinacional alcanza las 43.000 hectáreas de tierra en varios puntos con oro en el país.
Trastear un Pueblo
Yamil Amar es el papá de Karim. Es minero y líder cívico del municipio: tiene poco más de 70 años, pelo canoso, ojos claros y pequeños, y nariz grande. Marmateño de toda la vida, es también aspirante a uno de los pocos títulos mineros que no posee la multinacional.
Nos encontramos en la cafetería, punto central en la vida del municipio, donde nos invitó a un tinto mientras nos presentábamos. Luego, cuando caminábamos hacia su casa en la parte alta de la montaña hicimos una parada en el colegio: un lugar representativo y que encarna los logros y la idiosincrasia. Además de haber sido construido con los esfuerzos de la comunidad, el oro hace parte de currículum: aretes, anillos, y pequeñas representaciones de objetos de la minería son algunos de los elementos que hacen en la clase de joyería.
–Yo ayudé a construir este colegio– dice Yamil
Se acerca a una de las esquinas de la construcción hecha con una piedra oscura. La acaricia de arriba abajo y nos mira:
–Miren esto, miren el trabajo para que quede así.
Orgullo. Por eso cuando le hablan de mover Marmato, para Yamil no es una posibilidad.
Y es que por la ubicación del pueblo, el gobierno ha señalado que está en zona de riesgo y debe trasladarse. En años anteriores han ocurrido deslizamientos que se llevaron algunas casas por delante. Los Marmateños denuncian que los medios de comunicación se encargaron de agrandar el asunto, mostrándolo como una gran catástrofe con la que hicieron eco a los intereses de la multinacional. Que el riesgo realmente no es tan alto y no está en todo el pueblo.
¿Cuáles intereses?
Las tres multinacionales canadienses que han pisado el territorio tienen un mismo objetivo: comprarlo todo, tumbarlo y armar una mina a cielo abierto que permita sacar el metal mucho más rápido. Como explica Natalia Arenas: “El plan es convertir a Marmato en una especie de Cerrejón dorado de 850 metros de profundidad, suficiente para enterrar cuatro torres del edificio Colpatria”.
La Gran Colombia Gold sabe del botín que hay en el pueblo, comparable con la quinta mina de oro más grande del mundo que queda en Argentina, también operada por canadienses. Por eso, no sólo ha intentado comprar los títulos faltantes, sino que han financiado el traslado del pueblo al Llano: la planicie que queda en la parte de abajo de la montaña. Ahí la compañía ha construido un colegio y un hospital. Incluso hubo un intento de trasladar la Alcaldía y la iglesia, pero la comunidad no dejó. Y aunque el Llano cuenta con sus habitantes, el pueblo de Marmato “viejo” no bajó y no piensa hacerlo.
Legalizar la mina
Han transcurrido varios años. Marmato, el renombrado centro minero, se agita como viva colmena, entre el abejeo sordo de sus molinos que trabajan día y noche, sin descansar jamás. Las gentes se han acostumbrado al ruido constante […]. Si —lo que ocurre excepcionalmente— los molinos se paran […]: parece entonces que algo falta, que la propia vida del lugar se fugó, que todo ha muerto de repente.
Los molinos trabajan día y noche procesando la roca para liberar el oro.
Mientras la noche iba desdibujando la montaña hasta volverlas una silueta en la oscuridad, el municipio volvía a encarnar esta escena narrada por el escritor Gregorio Sánchez hace casi 80 años en su libro La Bruja de las Minas. Solo los molinos donde procesan el oro proyectaban luz, mientras producían ese sonido ambiente que da la tranquilidad de este lugar.
Al otro día, desde muy temprano, las motos empezaron a sonar por la carretera. También llegaron las primeras flotas y la chiva en que suben algunos mineros que viven en la parte de abajo de la montaña.
El conflicto con la multinacional alcanzó su clímax en 2013 cuando los mineros cerraron las vías y organizaron un paro que terminó en confrontaciones con la Policía. En este momento, los mineros mantienen su cotidianidad y la tensión guarda silencio, aunque no significa que desaparezca.
Muchos están buscando formalizarse y así estar blindados en un futuro, pero la experiencia no ha sido la mejor. Para lograrlo, deben cumplir con requisitos técnicos, de manejo ambiental, económicos, tributarios, sociales y laborales. Una tarea de años que hasta el Gobierno sabe que es difícil, por lo que planteó una serie de grados de formalización. Estos buscan caracterizar la unidad productiva minera y concentrar los esfuerzos privados y estatales para que haya un proceso, iniciando por lo esencial hasta lograr la formalización más avanzada. Todo esto, según el Ministerio de Minas y Energía, incentivado con proyectos, programas y actividades que garantizan un acompañamiento del Estado.
En Marmato, en general, los mineros se organizan en pequeñas sociedades y el brazo financiero no es muy fuerte. Por esto, al hablar de las exigencias para la formalización, Yamil señala:
-Acá hay muy poco analfabetismo. Pero un pequeño minero no es capaz de reunir todos esos requisitos. Y si consigue el título, no es capaz de sostenerlo. No consideran casos específicos, lo mandan todo desde Bogotá. Un pequeño minero tiene que reunir lo mismo que una multinacional ahora.
Yamil dice que además están buscando la manera de frenarlos. En el proceso siempre les devuelven los papeles por algo y a veces les enredan la venta de explosivos. Dice que la autoridad puede derrumbar, decomisar y destruir el material de trabajo. Y además los mineros no encuentran ni donde venderlo. Ahora están exigiendo el Registro Único de Comercialización de Minerales (RUCOM), un requisito con el que el Gobierno busca evitar crímenes conexos a la minería. Para los pequeños mineros ha significado vender el oro por debajo del precio y, en ocasiones, en el mercado negro.
Intereses poderosos
–A nosotros nos está intentando desplazar la multinacional. En Colombia no solo desplaza la guerrilla o los paramilitares– Sentencia Dumar.
Dumar es un guachero, como llaman a quienes se meten a las minas ilegales. Y la acusación es grave. Este hombre, de baja estatura, pelo grisáceo y ojos pequeños, exige su derecho al trabajo y explica como el oro le ha dado todo para alimentar y dar educación a sus tres hijas. Siente que el Gobierno solo busca abrirle los socavones a la multinacional y cerrársela a ellos.
En la investigación “El pueblo que se le atravesó al progreso”, un funcionario de la Dirección de Formalización Minera del Ministerio de Minas y Energía explicó que los títulos que están en manos de las empresas más grandes que operan en el país como Cerrejón, Drummond, Cerro Matoso y Anglo Gold Ashanti, producen el 99% de las regalías que recibe la nación. Y por eso, el Gobierno los ha declarado Títulos Mineros de Interés Nacional. El resto de los títulos, que están en manos de mineros particulares o pequeñas empresas producen el 1% de las regalías. “Entonces ¿tu por qué lado te vas?, ¿a quién tienes que cuidar? Ellos son los que nos están dando de comer. Ellos son los que le aportan al PIB nacional”, dice la investigación.
La minería abastece la cartera del Estado, pero en Colombia no son pocos los pequeños mineros y Marmato es un ejemplo de esto. Es además un pueblo tranquilo, y aunque con la llegada de nuevos habitantes buscando oro se han presentado robos y atracos que antes no se veían, en la minería no hay injerencia de grupos al margen de la ley. Es por eso que es un caso particular:
–Las minas se pueden cerrar ¿y Marmato? ¿De qué come? La gente no sabe hacer más –sentencia Beatriz Helena Gallego, el apoyo de la Alcaldía en asuntos mineros del municipio.
Esta es la historia de un pueblo que tuvo confianza en las multinacionales y con el tiempo la perdió cuando las promesas quedaron en el aire. En La Habana se habla del conflicto de tierras que originó en conflicto armado que aún vivimos. Pero Colombia es un país minero y el Estado está tomando la misma determinación que tomó en su momento en muchas áreas de colonización campesina de donde salió la guerrilla. Y el problema no es solo este municipio. El 63% de las unidades productivas mineras censadas trabajan sin título minero o sin el amparo del mismo y de las 14 mil unidades mineras censadas, el 98% (aproximadamente) son de pequeña y mediana minería. No es poca gente la que se siente marginada. Así como la figura del campesino busca un mejor posicionamiento con los diálogos, los mineros de Marmato también quieren pertenecer a ese país soñado.