Este artículo se publicó originalmente en VICE Grecia.
En septiembre de 2016, se murió mi abuelo. Siempre fuimos muy unidos, y por un tiempo, no tuve idea de cómo lidiar con la pérdida. Escalar y estar en la naturaleza siempre ha tenido un efecto relajante y casi terapéutico en mi, así que junto con un amigo, decidí irme lejos de Atenas por un día y tener una aventura.
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Nos fuimos al amanecer y nos dirigimos a Mount Giona, aproximadamente a 250 kilómetros de Atenas. Llegamos en la tarde, y acordamos subir hasta lo más alto de Pyramida, que tiene 2,510 metros de alto. Sabíamos que sería difícil –es una subida muy empinada y rocosa– pero me di cuenta de que el reto era lo que necesitaba para aclarar mi mente.
Desde el momento en que empezamos a escalar, fui más rápido que mi amigo. Nunca me había sentido tan concentrado al escalar una montaña, y estaba determinado a ir tan rápido como pudiera. En poco tiempo, ya estaba arriba de las nubes. Mi amigo me gritó varias veces que fuera más lento, pero no le hice caso. Mi ego no sintió que debía parar por nada y por nadie. Escale y escale como si tratara de conquistar la montaña –quería ser el primer mortal en la cima y plantar mi bandera. No sé si le puedo echar la culpa a las malas decisiones que tome por estar en duelo, pero el caso es que fui muy irresponsable.
Asumí que caería con los pies, como en las películas. Pero no.
Estaba muy cerca de la cima cuando, después de unas horas de estar escalando, empecé a ver mucha niebla. A pesar de que ya no podía ver el último tramo, lamentablemente decidí continuar escalando. Le grité a mi amigo, pero no contestó –me di cuenta de que ya llevaba sin verlo un rato. La niebla se hizo más densa y me empecé a preocupar. Entré en pánico y pensé que lo mejor era empezar a bajar. Pero por estar tan asustado y desorientado, tomé el camino incorrecto y en lugar de ir hacia abajo, me fui hacia los lados.
Con lo poco que tenía de batería, le hablé a la policía. Me pude haber quedado en el mismo ligar para que me encontraran más fácil pero eso hubiera sido lo más inteligente de mi parte pero ese día mi instinto estaba pésimo. Así que, por supuesto, seguí caminando.
Después de unas tres o cuatro millas, decidí refugiarme de la noche. A lo lejos vi un lugar que me podría funcionar –una cueva pequeña. Pero en cuanto me acerqué, ,e di cuenta de que era el centro de una pendiente muy pronunciada por lo menos de unos 48 metros de alto. Usando mis manos para mantener el equilibrio, logré bajar un poco hasta que no pude encontrar una manera de mantener mi equilibrio y perdí el control. Vi cuánto más me faltaba, y decidí saltar el último pedazo –no parecía demasiado lejos y asumí que aterrizaría con los pies, como en las películas. Pero no.
Me estrellé boca abajo en el claro rocoso de abajo. Sentí como si me hubiera atropellado un coche. Perdí mis lentes y zapatos, tenía cortadas y rasguños por todas partes. Después de unos minutos traté de levantarme, pero no pude –me había roto los ligamentos de la rodilla y mis rodillas no pudieron soportar mi peso.
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A pesar de todo fui muy afortunado –caí muy cerca de la cueva. Cuando me arrastre hacia adentro y mis piernas no cupieron, me di cuenta de que era más un hoyo que una cueva, pero no tenía opción. Lo que siguió fue la noche más larga de mi vida –se me hizo eterna. Conforme la temperatura cayó a cero, empecé a alucinar gracias a la combinación de dolor extremo, del frío y del hambre. A pesar de que sabía que no habían animales salvajes ahí, me empecé a imaginar a un montón de ellos trepándome. Me forcé a mantenerme despierto, porque tenía miedo de no volver a despertar jamás.
Cuando al fin amaneció, ya hacía suficiente calor para que pudiera dormir un rato. Pero el dolor que estaba sintiendo se aseguró de que no cerrara los ojos por mucho tiempo. Durante los momento en los que estaba despierto, grité pidiendo ayuda, pero nadie me podía escuchar. Mi voz hacia eco alrededor de las pendientes. Me sentí muy solo, herido e indefenso. La única cosa que tal vez me salvaría era mi voz. Le recé a Dios y a mi mamá, que también se murió hace un tiempo.
Sorprendentemente, en algún momento del día, pude volver a prender mi celular. Había estado apagado por un par de horas, y descubrí que le quedaba dos por ciento de batería. Le llamé a la policía pero no supe decirles dónde estaba, porque de verdad no sabía.
Me deprimía más cada vez que el helicóptero pasaba por arriba de mí y no se daba cuenta de que estaba ahí.
Poco después de que hice la llamada, apareció un helicóptero justo arriba de mi. Me arrastré hacia fuera y moví las manos frenéticamente, pero nadie me vio. Regresaba cada media hora, pero me deprimía más cada vez que el helicóptero pasaba por arriba de mi y no se daba cuenta de que estaba ahí. En la tarde, cuando las nubes empezaron a salir, el helicóptero ya no apareció.
Me di cuenta de que tendría que pasar otra noche en el hoyo, así que recolecté algunas hojas y me las comí. Mientras me preparaba para pasar la noche, escuché voces a lo lejos –era un equipo de rescate. Les grité, y no les tomó mucho encontrarme. Me dieron agua, sándwiches, chocolates y ropa. Desafortunadamente, debido al poco presupuesto que tiene su servicio, no pudieron llevarme en una camilla. La única manera de sacarme de ahí a salvo era atándome a sus espaldas y cargándome hacía la cima hasta que encontraran un punto donde el helicóptero pudiera recogernos. Los tipos tenían como 50 años pero lo lograron sin problema.
Cuando llegamos a la cima, prendieron una fogata. El helicóptero se tardó una hora en encontrarnos. Cuando llegué al hospital, mi familia, mi amigo con el que escalé la montaña y otros amigos me estaban esperando. Ya te imaginarás que tan emotivo fue ese momento.
Sigo en recuperación. El ligamento que me desgarré es vital para que pueda caminar y funcionar, y me han hecho dos cirugías para arreglarlo. El ejercicio que hago en el gimnasio me ha salvado –me ha ayudado a fortalecer no sólo mi cuerpo sino también mi carácter. Cuando me sienta deprimido ya no tratare de escalar una montaña sin antes prepararme.
Sin embargo, pasar esa noche solo e indefenso también me cambió –cambió mi manera de pensar sobre lo que puedo hacer y lo que debo lograr. En el futuro, estaré corriendo hacia nuevas metas de vida, no hacía una cima con niebla de una montaña.