Un recorrido por el barrio del Pity Álvarez, el cantante argentino acusado de homicidio

Artículo publicado por VICE Argentina.

En los últimos 30 años, Cristian “Pity” Álvarez ha logrado ocupar el centro de la escena mediática argentina en varias oportunidades. Primero, desde su lugar como cantante de Viejas Locas, más tarde como líder de Intoxicados y luego por una serie de episodios que lo han vinculado con la justicia. En las últimas semanas, su nombre reapareció en los medios argentinos luego de haber sido señalado como autor de un homicidio.

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La historia de Cristian Álvarez tiene similitudes con la de Malcolm Adekambi —protagonista de Dope—, un jéven nerd que debe lidiar con el clima thug life de un suburbio de California y se encuentra con la obligación de comerciar una gran cantidad de Molly desde la deep web. Malcolm es un chico que debe resolver la tensión entre el bien y el mal, tomando elementos de uno y otro lado para volcar la ecuación a su favor y acceder a una beca universitaria. Podemos decir que la biografía de Cristián “Pity” Álvarez se asemeja muchísimo, sólo que el final es desastroso.

Para comprender un poco más su recorrido, volvimos a mi barrio, el barrio de Villa Lugano, último rincón del sur de la Ciudad de Buenos Aires. Luego de viajar más de una hora en el colectivo 50 desde el centro de la ciudad y caminar unos metros por la calle Castañares hacia la General Paz, nos topamos con una pared extensa y baja —unos 400 metros de largo por 2 de alto— que flanquea todo el Instituto Don Orione. En esa escuela católica, Cristian Álvarez transitó buena parte de su educación primaria y secundaria. “Era un pibe de barrio que un día dijo ‘voy a aprender a tocar la guitarra’ y en seis meses salió tocando”, cuenta Carlos, un vecino del Barrio Piedrabuena —conglomerado de monoblocks en el que vivía el cantante—. Las pocas caracterizaciones que existen sobre el artista en aquella época lo muestran como un chico tan inteligente como haragán. Juan Incardona, compañero de Cristian en esos años, no sólo contabilizó la cantidad de fugas que realizaron juntos de aquel colegio, también lo retrató desde un lugar sorpresivo, si tenemos en cuenta el perfil actual del rockstar: “Estábamos en un exámen de Física. Después de 40 minutos seguíamos todos con las hojas en blanco, menos Pity, que la tenía muy clara y ya tenía todo resuelto. Arriesgándose increíblemente, nos fue pidiendo, una a una, nuestras hojas, que le fuimos pasando en cadena de manos cada vez que el profesor caminaba a espaldas nuestro. Poco a poco fue haciendo los exámenes de sus siete u ocho compañeros más íntimos. Ese día zafé gracias a Pity”.


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Todos aquellos que conocen los cursos de aquel colegio industrial concuerdan con la descripción realizada por Lucas, un vecino del Barrio Piedrabuena, que asistió a la misma institución: “Los cursos están conformados por grupos de hombres vestidos de azul de pies a cabeza que, desde los 13 años, deben realizar trabajos de herrería, carpintería y actividades afines. Conviven en turnos de 12 horas al día en un contexto donde la sociabilidad es propia de una masculinidad tosca y destructiva, y donde persiste el que más golpea y el que mejor se adapta al bullying, allí no hay demasiado lugar para los tibios”. Luego de algunas sanciones, Cristian Álvarez fue expulsado en cuarto año, por destrozar, junto con sus compañeros, un rosario que había recibido como regalo de fin de año de parte de la institución.

Al continuar caminando en la misma dirección, unos 200 metros después, nos encontramos con una parroquia, lugar en el que todos los alumnos del colegio asisten a su comunión. Cristian Álvarez pasó buena parte de su vida en aquel edificio, su vínculo con Dios fue tirante pero reflexivo. Desarrolló un temperamento que combinó preocupaciones por lo espiritual —al preguntarse, de forma obsesiva, por la existencia de Dios y la vida después de la muerte— y por lo científico —al sentirse atraído por cuestiones relativas a la vida en otros planetas y los misterios universales—. Todas estas preocupaciones comenzaron desde muy pequeño, cuando hizo un pacto con su abuela, en donde acordaron que él debía retirar sus restos para hacer un velador con su cráneo, de esa forma ella podría enviar señales desde el más allá. Él, siendo menor de edad, no pudo cumplir con su parte del trato pero aseguró que ella sí pudo hacerlo.

Sus inquietudes de tono espiritual también tomaron fuerza en aquellos años en que fue monaguillo. Sin embargo, la desilusión no tardó en llegar: “me contaron esa historia, pero nunca encontré a Dios” afirmó en una de sus últimas entrevistas. Esta búsqueda infructuosa devino en una desconfianza, no sólo hacia la religión católica si no también en torno a la humanidad en general, caracterizada por él mismo como “la única especie capaz de destruirse a si misma”. El vacío existencial producto de esta frustración fue llenado con aquello que el barrio le puso a la mano: drogas y rock & roll. Fue ese hueco espiritual, así como la preocupación por la vida en otros lugares, la cuestión que atravesó con fuerza su etapa en Intoxicados. Si bien siempre se destaca la participación del cantante en Viejas Locas, banda con la que llegó a telonear a los Rolling Stones en River, aquellas inquietudes iniciales reaparecieron con fuerza en su obra al formar su segunda banda. Aún perdido en el consumo de pasta base, pensaba sus discos desde un concepto y fue ese atisbo de inteligencia lo que lo diferenció de otros cientos de compositores de bandas locales que buscaron el éxito mediante una reversión sureña de los primeros Stones, limitada a la fórmula “Nena Rock, dame Rock, nena”.


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Los años de Intoxicados comenzaron a fines del 2000. En esos años, nos habló de una concepción terrenal de la religión, de personas que van al cielo y al infierno a la vez y, luego, de la necesidad de crear religiones basadas en uno mismo: finalmente, en su búsqueda de Dios, aquello que lo angustiaba era la mediación de las instituciones. Estos fueron los años en los que elaboró una cosmología del futuro, del universo y la humanidad, entre religiosa y científica, a través de la cual lanzó su hipótesis: “la raza humana corre, de modo irrefrenable, hacia su extinción”. Se preguntaba si quizás no había llegado la hora de que una especie menos destructiva y más trabajadora tome las riendas de la organización del mundo. En No es solo Rock & Roll (2003) y en Otro día en el plantea tierra (2005) se encargó de narrar el regreso de los Intoxicados a nuestro planeta, tras una desconexión mental de 1800 años. En ese retorno, una especie laboriosa y masiva, las hormigas, habían tomado las riendas de todo y sólo quedaban unos pocos humanos cuyo único escape posible pasaba por desconectar el plano material de la plena existencia mental, algo que intentó hasta el cansancio a lo largo de su vida.

El Barrio Piedrabuena retratado en la pierna izquierda de Lucas

Para conocer algo más sobre cómo afrontó aquella desazón existencial y su desconfianza hacia la humanidad, tenemos que volver a situarnos en la calle Castañares, en la esquina de la parroquia, doblar a la derecha y caminar unos 500 metros hasta llegar al Barrio Piedrabuena, lugar en el que atravesó su niñez y su adolescencia. Allí, como en todos lados, viven personas de todo tipo. Sin embargo, se trata de un lugar en el que los límites legales y la presencia de las agencias estatales han visto sus fronteras erosionadas de un modo muy profundo. Tan es así que un chico de 16 años, con su sociabilidad algo desarrollada, puede conseguir desde pasta base hasta un arma calibre 22 con el número de serie borrado. El mismo músico relata aquella vez en que fue a visitar al “transa”, lo apretaron con una escopeta desde un caballo, él ofreció dinero pero el ladrón solo le quitó una de las tantas dosis de pasta base que había comprado. Acto seguido, le devolvió el dinero “para el remisse”. Según Álvarez, “esta fue la primera vez que me robaron bien”.

El barrio tiene ambos extremos, por un lado, una gran mayoría de gente trabajadora y, por el otro, una juventud expuesta a ese tipo de situaciones. Los mecanismos a los que cualquier persona puede recurrir, medianamente, en otros lugares, allí no gozan de la misma efectividad material, ni simbólica. Allí, el vacío existencial no se resuelve con fiestas en Punta del Este o dando rienda suelta de determinados consumos high class, por el contrario, se aprende a resolver la frustración a fuerza de marihuana prensada, alcohol barato y paco (pasta base). La desconfianza hacia los otros seres humanos no se resuelve apelando a la Justicia o a las instituciones represivas del estado, si no con autodefensa e instinto. Todo esto fue configurando la personalidad del cantante, rasgo que no es exclusivo del artista, ya que no se trata del único caso con estas características. Gustavo, otro vecino del Barrio Piedrabuena, nos cuenta la historia de Ricky Tasso, un personaje pintoresco que deambulaba las 24 horas por las calles del barrio haciendo reír a cualquiera que se cruzaba a cambio de unas monedas que luego usaba para comprar alcohol. Un día, finalmente, nadie lo volvió a ver y todos asumieron su muerte como un hecho. En aquel sitio, la exposición cruda y directa de la peor miseria personal goza de alguna legitimidad y constituye una forma del humor, del mismo modo que los escándalos protagonizados por Pity Álvarez están rociados por cierto halo de normalidad.


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Desde ya que, para caracterizar al barrio, no alcanza con realzar su perfil más violento y desastroso, allí encontramos todo tipo de comportamientos. Pero crecer allí implica una cercanía mayor a un mundo en dónde la violencia y los consumos realmente nocivos son opción palpable y extendida. Algunos adjudican los problemas del músico a los componentes estructurales del lugar y a una serie de actores propios de aquella fauna: “Muerte a los transas arruinagente” se descarga Lucas en relación a los conflictos del cantante. Otros, como Carlos, responsabilizan directamente a los consumos: “Pity era una buena persona, pasa que la droga le consumió la cabeza”. La particularidad de todo esto es que Cristian Álvarez nunca adjudicó responsabilidades a ninguno de los elementos mencionados. Aún en su desesperanza en torno a la raza humana, el desprecio por la vida y su dependencia hacia las drogas, el artista siempre expresó que la responsabilidad de sus acciones pesaba sobre él mismo: “la suerte la buscás vos y la boicoteás vos” sentenció frente a las cámaras y bajó a comprar un sandwich en una parrilla del barrio Zamoré. Quizá, el error más grande fue que, a diferencia de Malcolm —el protagonista de Dope—, Cristian Álvarez tuvo la oportunidad de irse, pero siempre regresó.