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A lo largo del último año el presidente de México, Enrique Peña Nieto, ha inaugurado un estadio de fútbol vacío, ha embutido a entusiastas partidarios en autobuses para que le vitoreen durante las celebraciones del día de la independencia, y ha cancelado una reunión con sus antiguos compañeros de universidad, después de que estos se quejaran de la excesiva seguridad que exigía el mandatario para celebrar el envite.
Peña Nieto se aproxima a la mitad de los 6 años de su mandato como presidente el próximo martes, convertido en un dirigente nada popular. El líder lo está pasando mal para seguir enarbolando la misma leyenda que le llevó a la presidencia del vilpendiado Partido Revolucionario Institucional (PRI), en 2012.
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La popular revista estadounidense Time decidió dedicarle una controvertida portada el año pasado que reproducía la leyenda: “Salvando a México”. Peña Nieto se ganó la heroica reverencia de la publicación estadounidense por su planes de reforma estructural de la economía del país. Sin embargo, lo cierto es que el líder mexicano se ha pasado el último año desmintiendo los imparables escándalos de corrupción y de conflictos de intereses que desata a cada paso que da, y maldiciendo las expectativas que señalaban que las reformas de su administración pagarían sus dividendos bien pronto.
Por no hablar de la flagrante y ominosa huida de el capo del cartel de Sinaloa, Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán, de una prisión de máxima seguridad, el pasado mes de julio.
“Sus estadísticas son más bajas que las de ningún otro presidente de los últimos tiempos”, comenta Jeffrey Weldon, profesor de ciencias políticas en el Instituto Tecnológico Autónomo de México.
“Muestra una sordera y una lentitud para responder a asuntos para los que debería de tener una respuesta inmediata”, añade Weldon.
Su posición en las encuestas no ha sido nunca demasiado halagüeña, a pesar de que las publicadas una semana antes de que cumpliera su tercer aniversario en el poder, mostraban un repunte. Según publicaba el periódicoReforma, su popularidad es del 39 por ciento, lo que significa que ha ganado cinco puntos desde julio. Sin embargo, el cómputo global arroja unas cifras que no habían sido tan bajas desde el colapso del peso a mitad de los noventa.
Por ejemplo, su antecesor, Felipe Calderón, acumulaba una popularidad del 52 por ciento a mitad de su turbia y alambicada legislatura, tal y como publicó también Reforma.
Los mexicanos saludaron el aniversario de Peña Nieto en la presidencia haciendo circular de nuevo el hashtag #SalvandoaMéxico en Twitter. Por su parte, la edición española de la revista Newsweek tituló: El salvador que no lo era.
Mientras tanto, Peña Nieto celebró su mitad de mandato enumerando las proezas consumadas durante su mandato, con un listado publicado en su página web. Acto seguido escribió una serie de tuits relatados en un tono distendido y familiar.
“Hace 3 años me comprometí a trabajar por un México en paz, incluyente, con educación de calidad, próspero y con responsabilidad global”. Y lo remató con un segundo: “Con reformas estructurales, políticas públicas innovadoras e infraestructura, avanzamos en esa dirección. México ya está en movimiento”.
Las comentadísimas reformas incluyen medidas como someter a profesores de escuelas públicas a pruebas de aptitud, e imponer medidas para estimular la competitividad en el sector de las telecomunicaciones, hasta entonces prácticamente monopolizado por el hombre más rico del mundo, Carlos Slim.
Aunque quizá la medida más controvertida — y, paradójicamente, la más seductora para los inversores extranjeros — ha sido el empuje promovido por la administración del presidente por reformar a fondo la petrolífera nacional, Pemex,. La intención no es otra que estimular la inversión y la explotación de sus reservas por parte de inversores extranjeros. Hace solo unos años, una reforma de tales características hubiese sido considerada una traición en toda regla.
El PRI de Peña Nieto mantuvo su estrecha ventaja electoral en los comicios de mitad de legislatura celebrados este verano. Entonces, la oposición quedó escindida y el partido Verde, proverbial aliado del PRI, llevó a cabo una campaña electoral tan polémica como efectiva. Peña Nieto interpretó su victoria en las elecciones de mitad de legislatura como una aprobación popular de sus reformas.
“Su momento culminante ha sido presentar el programa legislativo más ambicioso de los últimos 20 años”, explica Fernando Dworak, un analista político independiente de Ciudad de México. Y su punto más bajo ha sido “la crisis de Ayotzinapa — escenario de la desaparición y muerte de 43 estudiantes — en gran medida provocada por una desastrosa estrategia de comunicación”.
La oleada de críticas que despertó la insípida reacción del presidente a la catástrofe de Ayotzinapa — donde la investigación oficial promovida por la administración de Peña Nieto resultó ser una farsa plagada de mentiras e inexactitudes, según concluyó una comisión internacional de expertos — desencadenó el derrumbe de su popularidad.
Además, poco antes de que finalizara el año pasado, estalló el llamado escándalo de la “casa blanca“. Entonces se descubrió que la primera dama, Angélica Rivera, se disponía a comprar una mansión valorada en 7 millones de dólares gracias a un trato cerrado con un contratista del gobierno.
Aunque quizá resultara todavía más inquietante, que los periodistas que publicaron la noticia fueran despedidos fulminantemente de sus trabajos — a pesar de que tanto el gobierno como el medio de comunicación desmintieron que existiera ningún vínculo entre una cosa y la otra.
Más tarde, el presidente nombró que un “amigo” de su propia administración investigara si la millonaria adquisición de su mujer constituía o no un conflicto de intereses — se da la circunstancia de que tanto el presidente como su ministro de Economía, habían adquirido varias propiedades a través de los mismos contratistas.
A nadie le sorprendió que el amigo del presidente concluyera en su investigación que nadie había incurrido en delito alguno.
Peña Nieto promete un debate sobre la legalización de la marihuana en México. Leer más aquí.
Todavía más flagrante que el abuso de poder y la prevaricación resultó ser la fuga de ‘el Chapo” orquestada impunemente en julio de este año. El narcotraficante mexicano escapó de su presunta celda de máxima seguridad ante la permisividad de sus celadores y del alcaide de la prisión, a través de un túnel, y sigue en paradero desconocido desde entonces. Curiosamente, el líder del cartel de Sinaloa, había sido detenido en febrero de 2014, y su captura sigue siendo, a día de hoy, uno de los puntos álgidos del mandato de Peña Nieto.
Según informó un columnista del periódico Reforma, el presidente fue informado de la fuga del narcotraficante mientras jugaba una partida de dominó en el avión presidencial. Según el mismo artículo, el presidente terminó la partida y no alteró sus planes de dirigirse a Francia, donde tenía programada una visita diplomática.
“Lo de ‘el Chapo’ fue la gota que colmó el vaso”, apuntó en su día Federico Estévez, profesor de ciencias políticas en el Instituto Tecnológico Autónomo de México. “Pero ya había habido muchas situaciones extremas, algunas de ellas dictadas desde el exterior. Sus respuestas han sido siempre inadecuadas”.
Analistas como Estévez señalan además que Peña Nieto lo está pasando muy mal para cumplir con sus promesas de dinamismo económico, mientras el gobierno fulmina anual e invariablemente desde su primer año de mandato, todas las promesas de crecimiento económico.
Una parte del descalabro presidencial podría achacarse a la mala suerte, un motivo de lo más prosaico para excusar la gestión de ningún mandatario. Pese a que no se puede culpar a Peña Nieto de la caída del precio del petróleo — el producto más exportado de México — lo cierto es que la mayoría de las promesas del presidente, como la de un crecimiento económico anual del 5 por ciento, han caído en saco roto.
“Se esperaba que en 2015 las reformas aprobadas empezaran a dar sus frutos”, explica Jonathan Heath, un economista independiente que trabaja en Ciudad de México. “Ninguna de las reformas ha cumplido con lo prometido”.
Igualmente, la gestión del presidente no ha tenido repercusión alguna en los espeluznantes índices de violencia y de impunidad en los que sigue sumido el país, escenario de violaciones sistemáticas contra los derechos humanos, de asesinatos de periodistas, de mujeres, de decenas de miles de desplazamientos provocados por el narcotráfico y de otros cientos orquestados directamente por las fuerzas de seguridad del estado. En un primer momento, Peña Nieto pareció elegir el silencio como dudosa estrategia para combatir el gravísimo problema. Hasta que se vio obligado a intervenir en Michoacán. Allí, una formación espontánea de justicieros decidió tomar las armas para combatir la violencia de los carteles en la zona. Peña Nieto decidió entonces nombrar a un teniente de su confianza y destinarlo a Michoacán como comisionado. Este acudió hasta allí y se dedicó a repartir insignias entre los justicieros, quienes se autoproclamaron como Grupos de Autodefensa Comunitaria. La improvisada fuerza del orden fue criticada por muchos que señalaron que entre sus miembros se contaban muchos criminales.
Su proliferación multiplicó la violencia y ha provocado que en México abunden hoy las zonas que nadie se atreve pisar, como el estado de Tamaulipas situado en el extremo noroeste del país. El estado de Guerrero tampoco le va a la zaga. Allí, al sur del país, la oleada de asesinatos ha provocado que muchas escuelas públicas de Acapulco hayan sido cerradas para proteger la integridad de sus estudiantes. La impunidad y el elevado índice de asesinatos, cuya negra bandera la forman los 43 estudiantes desaparecidos, está señalizado por los cientos de tumbas clandestinas repartidas por todo el país.
“La gente que votó a Peña en 2012 creía que el PRI solucionaría todos los problemas de seguridad del país, porque así lo prometieron”, explica Dworak. “Y en el PRI creyeron que podrían seguir permitiendo que los asesinatos y la corrupción siguieran impunes sin que nadie se lo reprochara. A fin de cuentas, es la tradición a la que estaban acostumbrados. Sin embargo, a lo largo de los últimos años, el pueblo mexicano ha demostrado haber cambiado: la sociedad civil se ha vuelto mucho más intransigente y el PRI es incapaz de darse cuenta”.
Los 43 de Ayotzinapa no tenían vínculos con los cárteles, aseguran sus compañeros. Leer más aquí.
Y el descontento se está manifestando de las formas más inesperadas.
Un político de verbo contundente llamado Jaime Rodríguez, más conocido como “el Bronco” conquistó la carrera electoral en el estado de Nuevo León como independiente — el primero en la historia del México moderno. Igualmente, Andrés Manuel López Obrador, que se ha quedado ya dos veces a las puertas de la presidencia, y cuyo populismo asusta a la clase política, encabeza ahora las encuestas de las próximas elecciones presidenciales de 2018. Todavía quedan más de 2 años, pero ambos candidatos se perfilan ya como las alternativas más consistentes a la inconsistencia del PRI.
A lo largo de los últimos meses, parece que la economía ha repuntado ligeramente. De hecho la demanda consumidora ha crecido firmemente a lo largo del último trimestre.
Las autoridades se han apresurado a advertir que se trata de los primeros síntomas de que las reformas están funcionado. Las tarifas de la telefonía móvil, que habían sido tradicionalmente abusivas, han caído sensiblemente gracias a la apertura del mercado de las telecomunicaciones, donde ahora hay más competidores. Por su parte, la reforma energética, destinada a incrementar la producción de petróleo en un millón de barriles al día, arrancó con una vergonzosa falta de interés en su primera subasta. Sin embargo, las medidas aplicadas parecen haber disparado los índices de interés.
Y, por si fuera, poco, la inflación ha alcanzado mínimos históricos.
Son mejoras sustanciales, aunque está por ver si serán suficientes para rescatar al presidente.
“Antes de los escándalos proyectaba la imagen de ser una persona no muy inteligente, aunque razonable”, dice Dworak. “Ahora se podría recuperar si sus reformas estructurales dan los frutos prometidos, y si muestra fuertes signos de aperturismo y de transparencia en su lucha contra la corrupción — es decir, si recupera la confianza pública. Yo soy escéptico”.
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