Identidad

‘Buda dijo que todos somos iguales’: las mujeres monje buscan su reconocimiento

La Venerable Dhammananda, la mujer monje más veterana del Monasterio de Songdhammakalyani situado en Nakhon Pathom, Tailandia, ríe a carcajadas. Su protegida, la Venerable Dhammavanna, una antigua periodista de 39 años, nos ha contado cómo algunas personas susurran con desaprobación al verla por el hecho de que ella es mujer y además monje.

“En mi caso es diferente”, afirma la Venerable Dhammananda, cuyo nombre de nacimiento es Chatsumarn Kabilsingh pero lo cambió en 2003 cuando fue ordenada. La anciana de 72 años lleva el mismo traje de color azafrán o burdeos que los monjes masculinos y la cabeza afeitada. Dice que actualmente muy poca gente se da cuenta de que es una mujer, a veces con consecuencias que encuentra hilarantes. “Especialmente al ir al lavabo, siempre me dicen, ‘Venga, venga Venerable Padre, venga por este lado‘”.

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Songdhammakalyani fue el primer centro para mujeres monje de Tailandia y sigue siendo uno de los tan solo 20 que existen en las 76 provincias del país, en los que viven en torno a 100 mujeres monje, en comparación con los aproximadamente 300.000 monjes masculinos que existen en Tailandia.

Las mujeres monje, conocidas en las escrituras budistas como bhikkhunis, no están reconocidas oficialmente por el conservador clero budista de Tailandia. Dado que el Budismo es la religión oficial del país, el estado y el clero están indisolublemente vinculados, lo que otorga a este último un poder inmenso. A instancias suyas, las autoridades tailandesas han prohibido la ordenación de mujeres en suelo tailandés, lo que significa que la mayoría de mujeres monje han tenido que viajar al extranjero para ser ordenadas en Sri Lanka, donde la práctica se legalizó en 1998. La Venerable Dhammananda fue la primera persona en hacerlo, en el año 2003.

Al regresar a Tailandia, se niega a las bhikkhunis los beneficios y la financiación a los que los monjes masculinos sí tienen derecho y a menudo deben enfrentarse a la hostilidad de la opinión pública.

“Les va a resultar muy difícil [al estado, al clero y a los ciudadanos budistas más conservadores] ponerle fin, porque el fenómeno se ha extendido por sí solo”, explicó la Venerable Dhammananda. “Nosotras [las mujeres de Songdhammakalyani] somos las primeras, pero solo somos 17. Otras mujeres han oído hablar de mi ruta para conseguir la ordenación y han empezado a viajar a Sri Lanka por su cuenta”.

Pero conforme el número de mujeres tailandesas que desean ordenarse va incrementando, el nivel de reacciones negativas contra ellas parece haber crecido también.

El mes pasado, un edificio destinado a dormitorios en el Centro Internacional de Meditación para Mujeres de Rayong, una ciudad costera situada justo al sur de la capital, Bangkok, fue incendiado por pirómanos que, según las dos bhikkhunis residentes, se oponían a su presencia allí.

La Venerable Dhammavanna, que antes se dedicaba al periodismo, acepta una ofrenda de melones de una residente local.

Una de las mujeres, la bhikkhuni Dra. Lee, contó al Bangkok Post que antes del incidente varios hombres borrachos gritaron que tenían intención de quemar el centro por atreverse a ordenar mujeres. También ha recibido amenazas de muerte y una vez un grupo de hombres armados irrumpió en el complejo y destruyó el equipamiento de videovigilancia.

Según la Venerable Dhammananda, en Songdhammakalyani nunca ha sucedido nada parecido al incidente de Rayong. Su teoría es que el problema de Rayong fue algo ‘personal’: el centro es bastante nuevo y una de las dos únicas mujeres monje que residen allí, la bhikkhunni Dra. Lee, es norteamericana, lo que afecta al modo en que la gente del lugar la percibe.

“Nosotras no tenemos problemas con la comunidad local”, indicó la Venerable Dhammananda, calculando que el 50 % de los residentes locales las apoyan. “Pero sí tenemos problemas cuando debemos tratar con el gobierno”.

Los residentes locales respetan a las mujeres monje.

El gobierno tailandés supuestamente ha denegado repetidamente la obtención de visados a los monjes de Sri Lanka que quieren ordenar mujeres e incluso han amenazado con arrestar a varias bhikkhunis acusándolas de hacerse pasar por monjes, lo cual supone un delito civil en Tailandia. Todo esto sucede a pesar de que existe una cláusula en la constitución que defiende la libertad religiosa, que en breve podría ser revocada si se aprueba un proyecto de ley, lo que potencialmente empeoraría mucho la situación de las bhikkhunis tailandesas.

Las mujeres monje de Songdhammakalyani cuentan con una estrategia para lidiar con la gente que no las apoya: tener el menor contacto posible con ellos. “No nos cargamos su ignorancia a las espaldas”, afirmó la Venerable Dhammananda. “Si debemos preocuparnos por obtener aprobación en cada paso que damos, no podríamos hacer nada”. Y añadió: “como soy catedrática siempre compruebo lo que dice el texto y entonces veo confirmado que estamos en el buen camino”.

La Venerable Dhammananda me explicó que Buda supervisaba la ordenación de mujeres monje hace miles de años, cuya existencia se describe en las escrituras budistas como “más o menos” iguales que los hombres.

La Venerable Dhammananda es la monje más veterana del Monasterio de Songdhammakalyani.

Más tarde pregunté a Dhammacetana, otra mujer que habita en el monasterio, por qué la sociedad tailandesa parece haber olvidado que las mujeres también pueden ser monjes y por qué recuperar esa tradición ha resultado tan controvertido. “El mundo sigue siendo un lugar gobernado por los hombres. En todas partes es igual”, me contestó, como si fuera obvio. “Antes de Buda las mujeres eran consideradas inferiores a los animales, pero Buda dijo que todos somos iguales. Después de Buda, este hecho ha caído en el olvido”.

Aunque el sexismo institucional no impide que algunas mujeres se conviertan en monjes, afecta más a determinados sectores geográficos que a otros. La Venerable Dhammananda me explicó que dos tercios de la última remesa de mujeres que querían convertirse en bhikkhunis poseían estudios universitarios o superiores siendo que, en general, en Tailandia, menos de un tercio de la población posee estudios universitarios.

La Venerable Dhammananda sugirió que esto podría deberse a que las mujeres privilegiadas con estudios tienen tiempo para navegar por internet y ponerse en contacto con otras personas de su nivel académico que conocen la existencia de las bhikkhunis. Las mujeres más pobres y con menos educación a menudo ni siquiera conocen su existencia y si preguntan a los monjes masculinos sobre la posibilidad de ordenarse estos suelen disuadirlas.

Pero el creciente número de bhikkhunis y su paciencia a la hora de informar al público pueden ayudarlas gradualmente a ganar terreno. Además de representar una potente defensa de la igualdad de géneros, podrían también aportar cierto nivel de reforma a un país donde se ha acusado a los monjes masculinos de abusos a niños e incitación al odio racial.

Las mujeres monje también ofrecen un valioso servicio a las mujeres de su comunidad. Además de cuidar de los enfermos, estas monjes —la mayoría de las cuales tenían una vida y una carrera en el exterior antes de ser ordenadas— aconsejan a las mujeres en materias sobre las que seguramente no se sentirían cómodas hablando con un monje masculino. Cuando visito a la Venerable Dhammananda, esta me señala a una mujer que, a diferencia de la mayoría de las demás, no lleva ropas de monje de color azafrán o burdeos.

“Tiene cáncer de mama”, me dice, y explica que la mujer permanece en el monasterio entre sus sesiones de quimioterapia porque no tiene a nadie que la cuide en su casa. “Es muy triste”, indica antes de esbozar una inesperada sonrisa. “Pero yo le dije que no se preocupara… Cuando llegas a nuestra edad, ¿para qué necesitas ya los pechos?”. Imagino que sería muy difícil discutir los pros y los contras de la mastectomía con un Venerable Padre.

“Nuestra intención”, concluyó la Venerable Dhammananda, “es ofrecer un lugar al que puedan venir todas las mujeres a practicar y donde se sientan como en casa”.