Poder Freak Vol. 2

La contracultura, le explicaba Jaime Gonzalo hace unas semanas a un petit comité, es “un conjunto abstracto y vaporoso que nadie sabe muy bien lo que fue, o lo que es”. No a ciencia cierta, desde luego; si acaso, tirando de subjetividad, arrimando cada cual el ascua contracultural a su particular sardina, se entenderá como una cultura alternativa a la que propugnan los medios de comunicación de masas; como una basada en el rechazo directo a cualquier línea oficial, soslayando la pesada tarea de proponer una diferente; como una cultura cuyo carácter de “contra” obedece, mal que le pese a sus acólitos, a su reducido tamaño e influencia (una subcultura gruñona, digamos), e incluso como contraculturales se definen a sí mismos quienes no lo son ni por asomo. Pocos están dispuestos a significarse como exponentes de lo oficial, de lo establecido, lo mayoritario. No, señores; lo que mola es decirse contracultural porque a eso se le atribuyen cualidades de anticonformismo y rebeldía, que es lo que vende. Y de eso se trata: de vender. Un producto o una ideología, algo material o invisibles convicciones, pero al fin y al cabo vender. Y que te lo compren. ¿Que no?

Un producto: “Se tiende a creer que los 50 fueron, con la aparición del rock’n’roll y todo eso, los años en los que se creó la juventud como un ente sólido en tanto que tenía dinero para gastar y consumir y, por tanto, se podía poner en circulación un mercado, que no se establece hasta… el 64 ó 65. Un mercado en el que básicamente se vende una ideología y una pose, y luego una serie de productos: música, libros, moda, etc. Un gran parque temático, en pocas palabras, donde todo se reduce a que la máquina capitalista siga avanzando, arrollándolo todo a su paso”.

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Una ideología: “¿Eslóganes contraculturales? Cantidad de instituciones financieras los han reutilizado. Cantidad. Como el Chase Bank of Manhattan, que utilizó un eslogan tomado de los situacionistas. Un eslogan es polivalente, y más en la sociedad actual, atomizada de todas las maneras posibles. Todo tiene un doble, un triple y un cuádruple sentido, si quieres, dle mismo modo que a muchos eslóganes fascistas les puedes encontrar aplicaciones que signifiquen todo lo opuesto”.

Esto es. Y al igual que sucede con los eslóganes, todo lo que he escrito en el primer párrafo es tan cierto como cierto podría ser todo lo contrario. ¿Por qué no? Todo puede debatirse y, si se tercia, rebatirse. Lo que yo digo y lo que diga cualquiera. Hay que dudar, a lo Descartes. Hay que preguntarse. Hay que analizar, y cotejar, y mantener a distancia los juicios categóricos. Y sospechar, por método sospechar. “También tiene imaginación el poder, no lo olvidemos nunca”, me decía Jaime hace unos días. Y es probable que emplee fantasiosos a sueldo, le respondí. “¡Eso seguro! Para sembrar que tú te sientas paranoico pensando ciertas cosas: si no puedo evitar que pienses, por lo menos intentar sabotear ese pensamiento. Es lo que yo haría, de estar en el poder”.

Jaime Gonzalo e hijo.

Jaime Gonzalo no está en el poder (curiosa sociedad, la que tendríamos) pero es autor de Poder Freak, una serie de tres volúmenes cuya segunda entrega, de reciente presentación en Barcelona ante el petit comité que mencionaba y un señor mayor que tosía mucho, tiene un servidor por uno de los mejores libros que ha leído en muchísimo tiempo. Ahí donde el satisfactorio primer volumen, publicado hace dos años, funcionaba como toma de contacto y minuciosa, pero clara, explicación de los pormenores, desarrollos, ramificaciones y consecuencias de algunos de los pilares maestros sobre los que se edificó esa abstracción llamada contracultura (p.e. los beatniks, las bandas juveniles estadounidenses y europeas, los Hell’s Angels, las primeras tribus urbanas –con perdón– que se unieron por afinidad musical y estética…), en este segundo, que directamente declaro extraordinario, Jaime se zambulle a pulmón libre en las connotaciones políticas de la contracultura: “El propósito de este segundo volumen es visitar el modelo de pensamiento que se gestó en aquellos años [de inicios de los 60 a mediados de los 70, mayormente]. Un modelo auspiciado desde universidades, filósofos y traficantes de ideologías, esa mentalidad izquierdosa radical de la cual ha surgido buena parte de la gente que actualmente nos malgobierna, aunque ya no haya derechas ni izquierdas”.

A lo campeón, Jaime hace en Poder Freak 2 un largo, detallado travelling que va de Georges Sorel a los Años de Plomo, de los movimientos sindicales a las movidas estudiantiles, de los wobblies a los enragés, los yippies y los provos; de Debord a Stokely Carmichael, de Nixon a Kennedy, del percal que se agitaba en Detroit, en Praga, en París, en Italia y, sí, también en España. Y lo hace para poner las cosas en sus contextos sociales e históricos, dotándolas de perspectiva más allá de los cuatro tópicos e ideas asumidas: ahí Gonzalo, desmontando clichés, sacando las vergüenzas cuando procede, desbrozando, limpiando el camino, arrojando luz sobre lo que hasta ahora, para muchos y ahí quepo yo, era una densa ciénaga. Un libro necesario, y muy útil para darte con él en la cabeza en esos momentos de debilidad en que empiezas a creer en utopías, como esa de la de escribió Moro. Tomás Moro, no Aldo Moro. A Aldo Moro lo ejecutaron en Roma las Brigadas Rojas, otros utopistas, estos facción capucha y pistola.

También de ellos habla Jaime largo y tendido en su libro. “Los movimientos armados me atraen mucho”, dice. A nivel intelectual, aclaro. “¿Qué factores hacen que una persona tire su vida por la borda? Porque es vivir en la marginalidad, perseguido, poniendo en peligro su vida y la de los demás. Se dice pronto, el tiro y la bomba, pero matas personas. Aquí entra ya la moral: ¿es lícito arrebatar la vida del prójimo? Depende de qué prójimo. Hay según qué prójimos que no nos tienen en cuenta para nada”.

Logo de la Rote Armee Fraktion, muy chulo en camiseta.

Atención al dato: “En Italia, en lo que se llaman los ‘años de plomo’, que empezaron en el setenta y pico, habían más de mil organizaciones terroristas armadas actuando constantemente”. En un capítulo se menciona una película sobre Baader-Meinhof, la Fracción del Ejército Rojo. En ella, un policía se preguntaba por qué la gente joven simpatizaba o se unía al grupo. Por el mito, le respondía otro. “El mito, sí. El aura romántica. La aventura, el rito iniciático, la juventud. La juventud es fantástica, la echo de menos en muchas cosas, porque te hace ingenuo y abierto a todo. Y supongo que para mucha gente unirse a un grupo terrorista suponía una aventura romántica. La mayoría de la gente en esos grupos, los Weathermen y etcétera, era de muy buena familia. Y a casi todos ellos les condonaron las penas”. ¿Os acordáis de la pin-up terrorista Patty Hearst? “También había otro sector. Andreas Baader [de la Baader-Meinhof] era un perla. La manera más suave de definirle es de delincuente juvenil. Y deduzco que era un botarate”.

Hace unos años, una conocida firma de ropa deportiva se apropió guapamente de un viejo eslogan contracultural para una de sus exitosas campañas comerciales. Simplemente lo hicieron. Es evidente que los mecanismos del marketing de hoy pueden pasar lo que quieran por sus rodillos, apropiarse de lo que les plazca, porque ya nadie se acuerda de lo que hubo hace quince, veinte o veinticinco años, y si lo hace es a través de un prisma posmoderno casi pop, caso de los Panteras Negras y el Black Power. ¿Cree Jaime que veremos a una marca comercial rapiñar la estética y discurso de algún grupo terrorista, reconfigurándolos como gancho para incitar al consumo? “Yo creo que esto ya sucede, lo que pasa es que el discurso ideológico de todas estas bandas terroristas es muy desconocido. Poca gente se ha tomado la molestia de investigar. Pero no me cabe la menor duda de que el poder, o como lo queramos llamar, se apropia absolutamente de todo. Es una máquina que todo lo fagocita. El milagro es que todavía pensemos por nosotros mismos. Pero llegará un día en que pensarán por nosotros. Ya deciden por nosotros”.

La Angry Brigade se solidariza con los “Basque sisters and brothers”

Discursos, estéticas, manifiestos, lemas, libros, canciones, posters o películas. Los diggers, el folk de protesta, mayo del 68 (‘bajo los adoquines está la playa’, ¡qué magnífico eslogan para una agencia de viajes!), Ginsberg, The Fugs, The Plastic People of the Universe, lo que sea: denles tiempo y todo se convertirá en material, mercancía susceptible de ser reutilizada. “Básicamente es mercancía, sí. Y como no se enseña, porque no interesa, que la gente destile lo que transporta esa mercancía –sea arte, sean ideas, sea llamada revolucionaria–, queda inerte desde el momento en que se comercializa. Aunque sea un panfleto. Una de las cosas que la contracultura ha demostrado es lo inofensivo que llega a ser todo. El pensamiento es etéreo. Cualquiera que diga que las ideas son peligrosas se equivoca tremendamente. Como el arte: el arte no cambia nada. Las ideas tampoco. Me temo que el dinero y la fuerza es lo único que consigue modelar las sociedades y a los individuos”.

Que de la contracultura es actualmente una mercancía como otra cualquiera sirven de ejemplo los Panteras Negras y, por extensión, el Black Power en todo su conjunto, que de organización revolucionaria en los 60 ha devenido imagen molona en camisetas y fanzines de música soul. “Y utilizados para todo tipo de cosas. El poder de esa estética, esa imagen, ¡es tan fuerte! Si algo desarrolló muy bien la contracultura fue el poder de la imagen y el simbolismo. La fuerza simbólica de un Black Panther está ahí, aunque no tengas ni idea de su programa, de lo que hicieron y para qué, y así llegamos a lo de siempre: la contracultura es una mercancía como cualquier otra. Hoy, la efigie de un Black Panther la verás en la camiseta de cualquier tipo que se va al Sónar o a bailar al Moog”.

México ’68. ¿O es la portada de un fanzine mod?

Capto lo del simbolismo. Ante la famosa foto de los atletas negros alzando el puño en el podio de la olimpiadas de México’68, cuesta no decir, ‘joder, ¡yo también wanna be black, nen!’ “¡Es que es algo muy atractivo! Pero se ha reificado, se ha cosificado el significado de eso. En el primer volumen hablaba del eslogan de Nike ‘La revolución es lo que te mantiene vivo’, y era una campaña en la que precisamente veías adolescentes muertos en un sentido interior, viviendo en una oquedad mental, en un disfrutar de la nada… Raymond Russell, el escritor, hablaba de llegar al éxito sin ningún impulso, del vacío de esa felicidad sin ningún significado que nos han inculcado, ese éxtasis casi beatífico. En la contracultura también se da eso: es llegar a ese éxtasis, sea con las drogas, sea con el embebimiento de los sentidos en la estética del simbolismo, que fue poderosísimo. Por eso al imaginario de la izquierda se le ha sacado tanto jugo. A mí, el 15-M, me desconsolaba profundamente ver a gente tan joven con unos eslóganes tan caducos, tan cursis, muchos de ellos recalentados del situacionismo”.

Un inciso, el último, sobre el tema este de los lemas fardones. ¿Cree Jaime que el eslogan, por su misma naturaleza, es el pensamiento reducido a su mínima expresión? “Yo creo que, al igual que la moda es una manera de no tener que decidir quién eres, el eslogan es una manera de no tener que decidir qué piensas. A mí, el eslogan, lo primero que me hace es sospechar y buscarle la segunda intención. ¡Igual porque soy un tarado y pienso mal de todo! Pero es lo primero que hago siempre: ¿cuál es la verdadera intención de esto? ¿Qué se esconde detrás? ¿Qué pretendéis? Y en esta sociedad, o en esta política tan oscurantista que vivimos –siempre lo ha sido, pero hoy más que nunca–, tras una aparente transparencia todo está súper tupido. Las dobles intenciones las veo cada vez más claras. Aunque igual son paranoias mías…”

Jaime, a mal tiempo buena cara.

A quienes hayan llegado hasta aquí se les habrá hecho evidente que Jaime Gonzalo es un individualista a ultranza, prácticamente un ácrata, descendiente directo de Max Stirner; alguien que huye como de la peste de idearios establecidos y pensamientos comunales de cualquier tipo para practicar la reflexión, tan difícil ejercicio éste en tiempos de constante rumor de fondo puntuado con insustancial griterío. Él mismo lo admite: “Cada vez hago menos vida social y procuro estar más desconectado, más abstraido de todo lo que sucede. Pienso para mí, por egoismo puro y duro y por supervivencia. Yo sospecho de todos los movimientos colectivos”. Con todo, sí alberga Jaime ciertas simpatías hacia el situacionismo (“aunque no esté de acuerdo con el 60 por ciento de sus conclusiones”), movimiento tratado a fondo en Poder Freak 2 pues lo considera “el último movimiento de pensamiento crítico y la última gran gesta del rock’n’roll y de todo. A [Guy] Debord no puedo evitar verlo como el revolucionario perfecto; de salón, si quieres, pero con esa fortaleza de pensamiento, esa lucidez y, sobre todo, esa coherencia de no querer la fama y ningún caramelo (como acabar en la política profesional y todo eso), ese rechazo a todo; si es que realmente fue así, que yo no lo puedo saber. Me encantaría saber cómo era Debord”.

Poder Freak y Poder Freak Vol. 2 los ha editado Libros Crudos. La tercera entrega la veremos en un futuro próximo, si lo hay.