Para los nuevos padres con familias jóvenes, la hora de la cena puede ser un reto, si no es que una zona de guerra. Hay preocupaciones en cuanto a si tu niño está comiendo lo suficiente; luego, existen dudas acerca de si el niño está comiendo las cosas correctas. Y a pesar de que es 2016, muchos niños todavía odian las verduras. La comida puede ser desechada.
Resulta que estos ruegos de los padres para que los niños coman sus verduras funcionan, con el tiempo. Un estudio de 1990 encontró que los niños requieren de ocho a 15 encuentros con un alimento en particular para acostumbrarse a él. Y una vez que se acostumbran, no solo se lo comerán, sino que comenzarán a elegir esos alimentos ellos mismos.
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Pero llegar al punto en el que los niños consumen chicharos y brócoli fácilmente no es tan fácil para las familias de menores ingresos. La comida desperdiciada es dinero perdido, y las familias más modestas son más propensas a sentir un apretón cuando los niños no se comen los alimentos saludables en sus platos. Un nuevo estudio publicado en Social Science & Medicine encontró que las familias de bajos ingresos son más propensas a renunciar a los intentos de alimentar a sus hijos con comidas odiadas pero buenas para ti, como las coles de Bruselas, y recurren a alimentos menos saludables que sus hijos sí se van a comer, mientras que las familias más ricas perseveran hasta que sus hijos desarrollan un paladar para ellas. La investigadora Caitlin Daniel pasó tiempo con 73 padres en el área de Boston, entrevistándolos y haciendo compras en el supermercado con ellos. Su presencia no parecía afectar las decisiones de compra que tomaban los padres (The Atlantic señala que tres de los participantes del estudio hurtaron cosas de la tienda cuando estaba con ellos).
En esos viajes, observó a los padres de bajos ingresos elegir alimentos como burritos congelados en lugar de alternativas más nutritivas, a pesar de sus deseos por comprar alimentos nutritivos para sus hijos. “Trato de no comprar cosas que no sé si le van a gustar porque es simplemente, es simplemente desperdicio”, explicó uno de los padres. Las familias más ricas también estaban afligidas por los residuos, pero eran más propensas a soportarlo. También era más probable que se aseguraran de que los alimentos rechazados por un niño fueran finalmente comidos por otro miembro de la familia.
“Encontré que muchos de los encuestados de bajos ingresos minimizan el riesgo de los residuos de alimentos al comprar lo que le gusta a sus hijos: por lo general son alimentos ricos en calorías y pobres en nutrientes”, escribió Daniel.
Estudios previos han demostrado que las personas con mayores ingresos tienden a tener dietas más saludables, y que los que gastan más dinero en comida tienden a comer más saludable y consumir más frutas y verduras. Puesto que los hábitos y preferencias alimenticias futuros se forman a una edad temprana y se determinan en parte por limitaciones económicas que tienen que ver con los residuos, el estudio de Daniel ofrece una idea en cuanto a la forma de abordar potencialmente el problema desde un punto de vista de salud pública. Las escuelas podrían absorber algunos de los costos de fomentar una dieta saludable al servir alimentos saludables con los que los niños no estén familiarizados en la escuela, o los padres podrían comprar verduras congeladas, ya que duran mucho tiempo y pueden ser servidas poco a poco, evitando así el desperdicio. Pero para los padres de todos los niveles económicos, la lucha por darle a los niños alimentos saludables continúa; eso, claro, hasta que aprenden a comerlas por su cuenta. Después de eso, los padres tiene todo tipo de hitos divertidos de crecimiento que esperar con ansias, como ser los principales receptores del odio y la ira de sus hijos durante la adolescencia, y ayudar a pagar la universidad o cualquier otro gasto no previsto a lo largo de la vida. ¡Ánimo!