Medio Ambiente

¿Por qué casi toda la comida viene envuelta en plástico?

Empaques de plástico comida

En el momento en que escribo este párrafo hay 74 empaques de plástico en mi cocina, la mayoría de los cuales no serán reciclados. Tengo 44 en mi nevera, 28 en los cajones de la alacena y dos sobre el mesón en donde a veces dejo alguna chuchería para comer después. Todos estos empaques hacen parte de lo que se conoce como “plásticos de un solo uso”, una categoría en la que también entran vasos y platos desechables, botellas de agua, rollos de embalaje, plástico de burbujas, pitillos, tapas, copitos, filtros de cigarrillo, entre otros.

Los 74 empaques de mi cocina dan otra perspectiva sobre los esfuerzos que hago por consumir menos plástico. Cuando voy a un restaurante o un bar, suelo rechazar el pitillo que me ofrecen al pedir una bebida. De igual modo, hago lo posible por evitar cubiertos desechables o bolsas plásticas. Son buenas prácticas para reducir el impacto de estos materiales en el medio ambiente; sin embargo, no puedo evitar pensar que mi esfuerzo es insignificante, especialmente cuando voy al supermercado y veo que casi todo a mi alrededor está envuelto en plástico.

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¿Cómo llegamos a este punto en que el plástico se convirtió en un material de facto para la industria de los alimentos? Para responder esta pregunta hay que pensar en la naturaleza misma de este producto y en las características que lo hacen tan llamativo, tanto para empresarios como para consumidores.

¿Qué tan útil es el plástico?

El plástico es un derivado de la industria petroquímica, es decir que proviene de la extracción de petróleo, una fuente de energía no renovable. De acuerdo a estimaciones de Greenpeace, en el año 2030 al menos el 20% de la producción mundial de petróleo será usada para fabricar plásticos. También existen plásticos a base de almidón que provienen de fuentes vegetales. Estos pueden ser creados a partir de diversas plantas y según la producción agrícola del país: en Estados Unidos y Rusia se usa almidón de maíz; en Colombia almidón de papa y yuca, y en Chile almidón de castañas.

La mayoría del plástico que encontramos en el mercado es sintético, o sea, derivado del petróleo, aunque la brecha entre plásticos de origen natural y sintéticos se hace más pequeña con los años. Esto se debe, en parte, a que cada día hay más consumidores conscientes de las diferencias entre estos dos materiales y eligen pagar precios más elevados por un material que perciben como menos contaminante.

Aunque el plástico de origen vegetal tiene ciertas ventajas en cuanto al impacto ambiental en comparación con el sintético, no podemos decir que sea la solución al problema de contaminación de plásticos. Para hablar del “problema de los plásticos” debemos tener en cuenta muchos factores: la emisión de gases contaminantes, el consumo de energía, la contaminación de fuentes hídricas, los microplásticos, entre otros.

Por ejemplo, hay casos en que, para acceder a plásticos de origen vegetal, es necesario que estos sean transportados largas distancias, ya que el país que los requiere no tiene las centrales de producción necesarias para fabricar estos materiales por sí mismo. Cuando se mide el impacto en términos de emisión de gases y consumo energético de producir, transportar y distribuir el plástico de origen vegetal a un lugar lejano, puede que este sea mayor que simplemente producir plástico sintético en el mismo país.

Otro de los problemas del plástico es su biodegradabilidad. Puede que todos en algún momento hayamos escuchado frases del tipo “la bolsa plástica que estás usando tardará 200 años en degradarse”. Estas frases se han convertido en una especie de cliché de los ambientalistas. No obstante, no deja de ser verdad que el plástico tarda entre 200 y 500 años en ser biodegradado, y en ese tiempo puede causar muchos daños. Esto es verdad tanto para los plásticos sintéticos como para los de origen vegetal.

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​Foto por: Paula Thomas.

Ante esta situación aparecieron los plásticos biodegradables. Desde un punto de vista técnico, todos los plásticos son biodegradables, solo que decidimos poner esta etiqueta a una bolsa que tarda entre año y medio y tres años en desaparecer en comparación con una que tarda 200. También vale la pena tener en cuenta que no todos los plásticos biodegradables provienen de fuentes vegetales, también hay plásticos de origen petroquímico que son catalogados como biodegradables.

A pesar de la etiqueta y de la sensación de alivio que puede producir la palabra “biodegradable”, estos no son una solución a los inconvenientes del plástico. Un problema muy conocido es el de la contaminación de fuentes hídricas; es decir, que las bolsas y vasos desechables que usamos vayan a parar a ríos y finalmente al océano. Esto es una falla colosal en nuestros sistemas de recolección de desechos. De acuerdo con Greenpeace, cada segundo se generan 200 kilos de basura en el mundo que directamente van a parar a los océanos.

También está el problema de los microplásticos. En términos simples, estos son partículas de plástico muy pequeñas, de entre cinco milímetros y un micrómetro, que se desprenden del plástico convencional. Los podemos encontrar en los océanos, en el suelo, incluso pueden ser arrastrados por las corrientes de aire. Los microplásticos han encontrado maneras de llegar a nosotros por medio de la cadena trófica, que es la forma en la que se transportan nutrientes de una especie a otra.

Un buen ejemplo es lo que sucede con el plancton en el océano, microorganismos que pueden ingerir microplásticos. El plancton es consumido por peces y estos por peces más grandes, los cuales pueden ser pescados por seres humanos y acabar en nuestras mesas. De ese modo, parte del microplástico ingerido al inicio de la cadena termina en nuestros estómagos. Un proceso similar ocurre con las vacas cuando comen pasto de suelo que contiene microplásticos. Al final, según Greenpeace, las personas pueden acabar comiendo entre dos y tres tarjetas de crédito al año.

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​Foto por: Paula Thomas.

Sabiendo todo esto sobre la contaminación de fuentes hídricas, la emisión de gases contaminantes y los microplásticos, ¿por qué seguimos recurriendo a este material como método de facto para empacar alimentos? Básicamente, porque es barato y versátil. En palabras de Johan Moreno, quien es ingeniero de materiales y trabaja directamente en la industria alimentaria, “el plástico proporciona una protección adecuada para los productos y una eficiencia en los costos de producción y de transporte”.

Si se compara con el vidrio en el envasado de un producto como la leche, por ejemplo, ambos materiales cumplen con proteger el producto y permitir que se conserve en buen estado, pero el plástico es más liviano y maleable, lo cual hace que sea más fácil llevarlo de un lugar a otro. Si cambiamos el ejemplo a una libra de carne, podemos argumentar que el plástico permite empacar al vacío, algo que no se logra con una lata metálica u otro material, lo cual sirve para ahorrar costos y también hace que sea fácil de transportar.

Hay montones de comparaciones en las que el plástico supera a otros materiales como el papel, el metal, el vidrio e incluso algunas fibras vegetales, que lo convierten en la opción más usada al momento de empacar alimentos. Aunque esto no siempre fue así.

¿Cuándo nos llenamos de plástico?

Varios investigadores coinciden en un momento histórico que marca el inicio de la creciente presencia del plástico en nuestras vidas y, especialmente, en nuestros alimentos. Dos de ellos son Tatiana Céspedes, miembro del equipo de campañas de Greenpeace Colombia, y Diego Hernán Giraldo, doctor en Ingeniería y coordinador del grupo de investigación de materiales poliméricos de la Universidad de Antioquia. Ese momento es la Segunda Guerra Mundial.

Durante la Segunda Guerra “hubo un gran desarrollo de la química orgánica que permitió obtener materiales flexibles y de muy buen acabado”, explica Diego. Este desarrollo se dio como parte de la industria militar estadounidense, que usaba empaques plásticos para transportar y distribuir alimentos para los soldados. En la época de la posguerra estos avances, que hasta entonces existían exclusivamente en el campo militar, comenzaron a llegar a los hogares de los consumidores promedio gracias a la industria alimentaria, que empezó a adoptarlos como método de empacado de sus productos.

El mercadeo también jugó un papel importante en el auge del plástico. Tatiana comenta que durante la década de los cincuenta, gran parte de este mercadeo estaba dirigido a las amas de casa, a quienes les aseguraban que los envases desechables les darían más tiempo libre, ya que no tendrían que gastar tanto tiempo lavando los trastes. De igual modo, en los cincuenta hubo un crecimiento de las cadenas de comida rápida, que vieron en los envases de plástico una forma eficiente de distribuir sus refrescos al público.

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​Foto por: Paula Thomas.

Posteriormente apareció la tecnología de empacado al vacío, lo cual facilitó que se crearan nuevos acabados estéticos que dieron más opciones a publicistas y diseñadores de hacer un mercadeo llamativo. Para este momento ya era evidente que el plástico tenía una relación costo-beneficio que superaba ampliamente a las otras opciones de empaques disponibles.

Los últimos fenómenos que nos trajeron hasta este punto de dominio del plástico sobre nuestros alimentos, de acuerdo al análisis de Diego, fueron la globalización y la industrialización de diversos países de Asia, en especial de China, donde hubo una masificación de la industria que hizo que se abarataran aún más los procesos de fabricación de este tipo de materiales.

Todos estos cambios han hecho que los consumidores nos acostumbremos a soluciones rápidas, económicas y cómodas para nuestros productos, lo cual, a su vez, ha aumentado la demanda por este tipo de artículos envueltos en plástico. De acuerdo con Tatiana y Diego, esta dinámica de consumo intensa aún no se compensa con la conciencia ambiental que hemos ido adquiriendo. “La cantidad de plástico nos está inundando y ha tenido repercusiones que, en este momento, no sabemos cómo manejar”, comenta ella.

El plástico es como el aire

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Foto por: Paula Thomas

Para Santiago Rojas, quien fue investigador de la Clínica Jurídica de Medio Ambiente y Salud Pública de la Universidad de los Andes (MASP), las dificultades que enfrentamos con el consumo de plástico son de carácter cultural. Tiene que ver con la manera en la que hemos naturalizado la presencia de este material en nuestras vidas y cómo hemos diseñado sistemas para perpetuar su uso.

Él considera que muchos de los esfuerzos por regular los plásticos de un solo uso se quedan cortos, ya que no dimensionan lo profundamente arraigados que están estos materiales en nuestras dinámicas de consumo. De acuerdo con Naciones Unidas, al menos 127 países en el mundo han adoptado algún tipo de medida legislativa para reducir el uso de bolsas plásticas. En Latinoamérica podemos ver ejemplos de este tipo de legislación en sitios como Chile, Argentina, Colombia, México y varios países de Centroamérica. Santiago menciona que este tipo de activismo sobre el plástico de un solo uso es válido y necesario, pero no ataca la “raíz del problema”.

La naturalización del plástico, de acuerdo con Santiago, se puede observar en los Obstáculos Técnicos al Comercio (OTC), que son un tipo de normas que tiene cada país y sirven para que un productor tenga que cumplir con ciertas especificidades antes de poder enviar un producto al exterior. De acuerdo con una investigación realizada en Colombia por la MASP en el 2019, muchos de estos obstáculos tienden a beneficiar el plástico, por encima de otros materiales, como un elemento necesario para poder hacer exportaciones.

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Este es el paisaje cotidiano de los habitantes de Uribia, Colombia. Bolsas de plástico viajan miles de kilómetros y quedan atrapadas en la vegetación del lugar. Foto por: Paula Thomas.

Estas normas técnicas aluden al argumento de necesariedad, bajo el cual el plástico es un material que se requiere para proteger la salud pública de los consumidores a quienes llegarán los alimentos que se exportan. Básicamente, las normas dan por sentado que el plástico es el material de facto que utilizarán los productores para empacar sus alimentos. Santiago pone ejemplos de esta normatividad en Colombia, aunque los ejemplos de este tipo de Obstáculos Técnicos al Comercio se pueden aplicar a diversos países de la región, donde el plástico se proyecta “como si fuera el aire. Nadie pone en duda el aire”, señala él.

El plástico se ha arraigado en nuestra cultura gracias a nuestros hábitos de consumo. Simplemente estamos acostumbrados a no pensar en lo que sucede con los materiales desechables después de que los desechamos. No solo eso, sino que, como sociedad, tampoco estamos acostumbrados a la idea de volver a usar o reciclar los empaques una vez terminamos con los productos. El consumo desmedido, junto con malos sistemas de disposición de relleno sanitario, hacen que la producción de este material sea insostenible para el medio ambiente.

No todo lo que empaca es plástico

¿Es el plástico la mejor manera que tenemos para empacar nuestros productos? La respuesta a esta pregunta varía dependiendo de los matices que analicemos. Todas las fuentes que consulté para este artículo coinciden en que no lo es desde un punto de vista de sostenibilidad y con las dinámicas de consumo actuales, pero también en que al momento de revisar los posibles candidatos para reemplazar el plástico aparecen otras dificultades.

Los materiales elaborados con fibras naturales son una opción que, en ciertos casos, podría sustituir el plástico como empaque de algunos alimentos. De estos hay muchos tipos y varían dependiendo de la vocación agrícola del lugar donde se produzcan. Hay bagazos de caña, de maíz, de arroz, está el fique o la cabuya, entre muchos otros. No obstante, como sucede con los plásticos de origen vegetal, hay casos en que la producción y transporte de fibras naturales terminan teniendo un mayor impacto ambiental que el de la producción de plásticos sintéticos. Aquí hay que entrar a evaluar hacia qué sitio se distribuirán los empaques de fibra natural, con qué medios de transporte y el nivel de consumo de energía necesario para producir estos materiales. Todas estas variables pueden hacer que un empaque de fibra natural tenga un impacto mayor o menor que el de un empaque plástico convencional.

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​Foto por: Ana Lorenzana. Cortesía de CÂSCARA, un proyecto colombiano sobre el uso inteligente de la biomasa para los productos de consumo masivo.

Por ahora, pensar en un cambio de paradigma en el que la humanidad abandone el plástico por fibras naturales, vidrio, metal o cualquiera de las demás opciones disponibles en el mercado es un escenario improbable. El ingeniero de materiales Johan Moreno, afirma que, desde el punto de vista industrial, tiene más peso la combinación de practicidad y economía que ofrece el plástico por encima de cualquier otro material.

Eso no significa que no haya acciones que podamos tomar para mitigar la crisis en la que estamos. El objetivo de este artículo no es revelar un material mágico que nos va a sacar del apuro en el que nosotros mismos nos metimos. Ese material, al menos por ahora, no existe. Sin embargo, aunque existiera, probablemente no sería suficiente para solucionar nuestras dificultades, ya que el problema del plástico es realmente un problema de consumo y disposición de residuos que también está presente en otros materiales.

No debemos olvidar que somos los consumidores los que seguimos demandando plástico. Nosotros incentivamos la producción mediante el consumo y posteriormente fallamos cuando se trata de reusar y reutilizar. Por supuesto, esto no es solo un problema de los consumidores. Los gobiernos y las industrias también tienen un rol importante cuando se trata de diseñar políticas públicas efectivas y planes de reutilización que permitan aprovechar nuevamente los desechos. No obstante, me parece importante recalcar que las acciones individuales que realicemos como sociedad sí tienen un peso importante.

Tatiana Céspedes comenta que desde Greenpeace abogan por restar un poco del valor que las personas dan al reciclaje y en cambio sumárselo a la cultura de reusar y reducir. El reciclaje es algo que depende, en gran medida, de un actuar conjunto entre gobierno e industria, mientras que todos, como consumidores, podemos buscar formas de rechazar los plásticos de un solo uso en nuestras vidas y reutilizar los que ya tenemos.

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Foto por: Paula Thomas.

Esto no significa que las políticas públicas no sean fundamentales. De acuerdo con Diego Hernán Giraldo, es necesario pensar normas completas que promuevan la reutilización de todo tipo de material. No solo del plástico, también del papel, cartón, envases metálicos y de vidrio. Poner normas que limiten el uso del plástico, por sí solas, no es suficiente, sino que es un asunto de todos los residuos y la manera en la que disponemos de ellos.

Desde el punto de vista de las industrias hay más cosas que se pueden hacer aparte de buscar nuevos materiales de empaque; por ejemplo, promover el consumo al granel en los supermercados. Igualmente las empresas pueden considerar estandarizar las presentaciones de sus productos. En lugar de un producto empacado en una bolsa de 500 gramos, una de un kilo y otra de tres kilos, podrían ofrecer una única presentación de tres kilos. Limitar las presentaciones reduce la cantidad de plástico necesario para producir empaques. A la larga los compradores se adecúan al cambio y terminan desechando menos.

Mitigar el impacto del plástico en el medio ambiente es una responsabilidad que compartimos los consumidores con las industrias, los supermercados y gobiernos. Solo las acciones conjuntas nos permitirán crear sociedades que tengan una relación sana y equilibrada con el plástico.