Es un hecho triste pero la historia está llena de casos en los que cada vez que una mujer ha ganado notoriedad un hombre ha salido a reclamar su parte del éxito. Fue Charles Annan el que, en 1868, entró en el taller donde Margaret E. Knight estaba inventando la máquina de la bolsa de papel y decidió que la patente quedaría mejor si lucía su nombre, Otto Hahn el que eliminó el nombre de la profesora de física Lise Meitner del estudio que ambos habían escrito anunciando la idea de la fisión nuclear y Charles Babbage el que se llevó inicialmente todo el mérito por el descubrimiento del primer lenguaje de programación descrito por Ada Lovelace. Pero mientras que Annan, Meitner y Babbage acabaron recibiendo su merecido reconocimiento en algún que otro momento, resulta intolerante las muchas otras mujeres que han contribuido al mundo del arte sin salir de la sombra.
“Es duro”, dijo Björk a Pitchfork a principios de este año en un artículo titulado “Las mujeres invisibles”. “Todo lo que a un hombre le basta con decir una vez, tú tienes que decirlo cinco veces, las chicas de hoy también se enfrentan a diferentes problemas. Yo he pecado de una cosa, tras haber sido la única chica en varios grupos durante 10 años, aprendí —a base de palos— que si quería que mis ideas salieran adelante, tenía que fingir que eran ellos, los hombres, los que habían tenido esas ideas”.
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“No puedo utilizar un técnico de sonido”, dijo Grimes en una entrevista con The New Yorker en septiembre. “Porque si lo hago la gente empieza a decir que es él el que hizo todo el trabajo”.
En su ensayo “Woman in Art”, el fotógrafo Alfred Stieglitz nos demuestra el que podría ser el principal recelo que existe tras este tipo de situaciones. Stieglitz escribe: “La mujer recibe al mundo a través de su útero”, explicando que para las mujeres, el impulso creativo “está en la procreación”, habiendo nutrido su creatividad y ayudándola a convertirse en una artista, él razonó que había dado a luz a su mujer [O’Keeffe] como artista.
“Así es cómo se juega el juego”, dejó claro el Dr Solomon Snyder al recoger el premio Albert Lasker en 1979 por el descubrimiento del receptor opioide que en realidad fue obra de la entonces estudiante Dra Candace Pert, y cuyo nombre quedó completamente fuera del premio.
Pero más allá del deprimente sexismo que encontramos de forma estándar dentro de demasiadas industrias, ¿qué es lo que justifica los constantes palos que se llevan las mujeres en el mundo del arte? ¿Por qué ahora, por ejemplo, Ulay está demandando a Marina Abramovic para conseguir firmar sus proyectos con su nombre? Un estudio del 2013 sobre los efectos que tiene el éxito de una mujer sobre un hombre explica que es una cuestión biológica y los psicólogos Kate Ratliff y Shigehiro Oishi encontraron “pruebas de que los hombres interpretan de forma automática el éxito de una compañera como su propio fracaso, incluso cuando no hay una competencia directa”.
En tiempos de cambio como los presentes, parece que lo mejor es combinar las visiones de dos veneradas artistas: “Siempre hay aquellos que quieren decir a sus madres que sus experiencias no son válidas o importantes cada vez que abren la boca”, dice la artista Tatyana Fazlalizadeh; mientras que Marilyn Minter al hablar sobre el reconocimiento de las artistas dice: “Creo que si tienes algo que decir algún día saldrá a la luz, puede que no sigas viva, pero con el tiempo tu cuerpo de trabajo se verá”.
Trad. Rosa Gregori.
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