Al finalizar el año pasado, en el sistema de Personas Desaparecidas y Restos de Humanos sin Indentificar había 6053 denuncias. De entre todas ellas, 245 se clasificaban de alto riesgo al ser consideradas ausencias no voluntarias. Unas pocas trascendieron como historias, pero muchas de ellas, no. Conocemos a Gabriel el Pececillo, conocemos a Diana Quer, conocemos a Asunta, a Laura Luelmo… Pero ignoramos cientos de historias como las suyas. Nadie tuitea sobre ellos. Los medios no le ponen rostro a sus dramas.
¿Por qué unos se convierten en “sucesos” que llenan portadas y otros solo son números de una estadística? Preguntamos a Javier Chicote, doctor en Periodismo y redactor de investigación del diario ABC, por qué le prestamos más atención a unos crímenes y a unas víctimas que a otras.
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VICE: ¿Por qué algunos sucesos tienen más repercusión mediática que otros?
Javier Chicote: Es una combinación de varios factores, pero quizá el más importante es un fenómeno que viene dándose desde hace tiempo, que es la glamurización de las víctimas, que al final acaba generando una sensación de que hay víctimas de distintas categorías. Se ve muy bien en el caso de Diana Quer, cuya historia al final se convirtió en una especie de Los ricos también lloran. Diana era una chica guapa, su familia vivía en una gran urbanización de Pozuelo, su padre se dedicaba a los negocios inmobiliarios y estaba separado de su madre… Alrededor de ciertas víctimas se crea un halo que no se genera con otras y esto se ha acentuado dese que existen las redes sociales porque hay acceso a mucho más material gráfico. Es lo que ha ocurrido en el caso tristemente resuelto de Laura Luelmo. Ella también era una chica muy guapa, había muchas fotos suyas que han podido usar los programas y eso le ha dado mucha más presencia de la que tienen otras mujeres asesinadas.
En el momento en el que a la Manada se le llamó la Manada, el caso se magnificó
Después está el mimetismo mediático. En cuanto un medio de comunicación se hace eco de un suceso y empieza a informar sobre él, sobre todo en el caso de las televisiones, los demás se van subiendo al carro. Y en el fondo de todo esto, claro, está la audiencia. Cuando los sucesos están precedidos por desapariciones también es importante la actitud de las familias de los desaparecidos. Si deciden hablar, y si además los medios de comunicación, de manera totalmente morbosa, intenta sacar trapos sucios de esas familias, como ocurrió de nuevo con Diana Quer, el suceso se vuelve más y más mediático.
Alrededor de los agresores también se crea una especie de aura. Ana Julia Quezada, el Chicle…
Claro, también hay una glamurización del agresor y provoca el mismo efecto. En el caso de Ana Julia Quezada, ya antes de que se supiera que era ella la autora del crimen había quien la señalaba, quien decía que “la negra” era la culpable. Además era exprostituta, inmigrante… lo que le daba más morbo, y por tanto más repercusión al asunto. Ponerle un nombre al agresor magnifica siempre el suceso. Ahí tenemos al Rey del Cachopo. Si ese señor fuera Manuel Martínez, probablemente recibiría menos atención, pero es el Rey del Cachopo. El caso de Diana Quer se hace aun más grande cuando se descubre que el asesino es el Chicle, porque la gente escucha ese mote y ya lo asocia a su cara, a sus dientes de conejo… si se llamara Antonio Moreno nadie se acordaría.
En el momento en el que a la Manada se le llamó la Manada, el caso se magnificó. De hecho, es probable que para el imaginario colectivo prácticamente no vaya a haber otra violación grupal en la historia de España cuando hay muchos casos similares de los que no se informa. Pero se les llamó la Manada y además hay vídeos de ellos bailando, eran chicos guapos, altos y fuertes, uno de ellos era militar y el otro guardia civil, lo que provoca un rechazo mayor por parte de la audiencia. Fueron toda una serie de elementos que hicieron que el caso tuviera una repercusión, tanto mediática como social, brutal.
¿En qué medida influyen también los debates de la opinión pública en cada momento para que unos casos se mediaticen y otros no?
En buena medida, por su puesto. En muchas ocasiones se instrumentaliza el suceso, como está ocurriendo con el caso de Laura Luelmo, que mucha gente está empleando con intereses políticos. Desde el movimiento feminista, en el que la facción más de izquierda se ha encontrado con una contradicción tremenda porque hablan de que esto es intolerable, que claro que lo es, pero no quieren penas más duras para el asesino hasta los partidos pro prisión permanente revisable.
Todo el mundo mide y baraja cómo le puede servir un suceso para ratificar su postura. Hubo una feminista vasca que, cuando le reprocharon que no se posicionara por unas violaciones cometidas por unos argelinos, respondió que el enemigo era el hombre blanco. Sin embargo, en ciertos sectores solo se habla de violaciones cuando los agresores son inmigrantes. O con el caso de Laura Luelmo, cuyo presunto agresor es gitano: hay quien lo usa para fomentar el odio y el racismo pero también hay quien, aun estando en contra del heteropatriarcado, no se atreve a criticar la cultura gitana, algunos de sus ritos y estructuras, como extremadamente heteropatriarcal.
¿Los sucesos que dan mejores resultados, que dan más clics o generan más audiencia son los que más cobertura mediática reciben?
Por supuesto. En los medios nos hemos regido tradicionalmente, o al menos así debería ser, por un sistema científico a la hora de elegir los temas que distingue entre la importancia y el interés. Si hay un tema importante e interesante, hay que cubrirlo, pero con los sucesos ocurre que son muy interesantes pero muy poco importantes. Lo que hablen Pedro Sánchez y Quim Torra trascenderá al propio encuentro de Sánchez y Torra, pero los sucesos son sucesos: no trascienden aunque sean profundamente dolorosos. Sin embargo, despiertan mucho interés así que, por culpa tanto de los consumidores que lo demandan como de los medios que le dan al consumidor lo que reclama, ocupan más espacio del que deberían y ahí es cuando se empiezan a retorcer demasiado las cosas y se cae en el morbo. Además de eso, en esta pirámide de interés sobre los sucesos ahora tenemos otra variable, y es el debate sobre la prisión permanente revisable que comentábamos antes y que hace que los sucesos tengan, además, un eco político y sean instrumentalizados, con lo que su dimensión aumenta más, si cabe.
En ciertos sectores solo se habla de violaciones cuando los agresores son inmigrantes.
¿Puede tener consecuencias policiales la mediatización de un caso?
Claro, la consecuencia es clarísima, no me cabe ninguna duda. Tenemos una Policía y una Guardia Civil muy profesionales, pero estoy plenamente convencido de que cuando un caso alcanza una relevancia bestial, se le ponen más medios que a otros. Eso lo han dicho muchas veces familiares de desaparecidos que no han sido mediáticos, que para sus casos no hay los 50 efectivos que había para Diana Quer. Lo que sale en los medios de comunicación llega al Ministro de Interior y al presidente del Gobierno y se genera una respuesta que acaba resultando tremendamente injusta para otras víctimas.
Un caso planetario es el de Madeleine McCann, que quizá sea el mejor ejemplo de glamurización de un suceso. Hasta el Papa salió con la imagen de Madelaine y, ¿cuántos niños desaparecidos hay en el mundo? Si te pones a pensar en países pobres, echa cuentas… Pero no, en este caso eran padres médicos, con algunos contactos importantes en Reino Unido, de Reino Unido, no de cualquier país, una niña guapísima, un angelito…
¿Las ficciones, tanto audiovisuales como literarias, también pueden influir de alguna manera en que algunos casos sean tan sonados y en nuestra manera de concebir y consumir información sobre sucesos?
Sí. Ha habido un caso histórico, que es el de Twin Peaks, con Laura Palmer. Al final no buscamos información, la actitud del espectador o del consumidor de una noticia de sucesos es más la de quien está ante una ficción que ante algo horrible que realmente ha ocurrido. No quiere información, quiere saber qué viene después, el desenlace, los detalles… Incluso aunque piensen “esto me puede pasar a mí”, realmente la sensación no es la de empatía constante, sino la de estar ante una historia que engancha. Por eso el entretenimiento puede a la información en algunos casos.
Los medios también vamos por oleadas, yo recuerdo que cuando empecé a aparecer en Espejo Público, los programas eran mucho más blancos, no había tanta sangre. Pero llegó un momento en el que todo parecía sangre y semen, es lo que se vendía como morbo. Los medios, que vamos por oleadas, también le estamos prestando mucha más atención que hace años a los sucesos y eso tiene que ver con la enorme competencia que hay ahora y con que antaño no era tal. Ahora, Ana Rosa y Susana Griso están a puñaladas a ver quién se lleva la audiencia. El suceso tiene, además, algo importante: cuando un medio habla de sucesos, no molesta mucho a los políticos ni a las empresas. Si te centras en la desaparición de una niña, es muy extraño que una institución o una empresa levanten el teléfono para quejarse. Son temas muy agradecidos porque con ellos los medios no se meten en líos.
¿Y las redes?
Las redes lo que hacen es darle una dimensión mayor a cualquier cosa que ocurra, incluido, claro, los sucesos. Lo que ha cambiado radicalmente es el derecho a la libertad de expresión, que es un derecho que todos teníamos pero que hace años canalizaban únicamente los medios. En los 80, un señor de Moratalaz no podía ir a la Moncloa a decirle a Felipe González lo que le parecía bien o mal, pero eso ha cambiado: con la revolución digital todo el mundo puede expresarse con una audiencia potencial de miles de personas. Y esto es bueno y es malo.
Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.
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