Artículo publicado por VICE Colombia.
Ya fue. El presidente es él, así al escribirlo y leerlo no dé crédito a mis propias palabras. Nada qué hacer. La gira internacional del mandatario electo Iván Duque tuvo, como sabemos, una escala de horror frente a la realeza española y desencadenó una producción en serie de memes, burlas y preguntas. El presidente-practicante arrancó haciendo apenas lo que es capaz, como esperábamos muchos.
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Malacostumbrado por aquella prensa colombiana que le dio la holgura suficiente para volverse en su campaña (y de pronto para siempre) uno de esos señoritos chachos de colegio del norte bogotano, fue a hacer allá las mismas payasadas que hacía acá, con la diferencia de que no estaba frente a Luis Carlos Vélez o Darío Arizmendi, y, por ende, todas le salieron mal. Me refiero a esas piruetas retóricas, a esas muestras de talento, a esos mandados ajenos.
La escena (que más que risa daba lástima) la vimos todos, incrédulos. Mientras el rey de España, Felipe VI, se distraía, el presidente colombiano decidía arrancar:
—Le mandó muchos saludos su gran amigo el presidente Uribe —dijo Iván Duque, a las claras incómodo en el rostro, abriendo los ojotes, quizá preguntándose por qué dijo eso de “gran amigo”, nervioso por la distracción leve del rey, su atención ausente.
—Ah, gracias —le responde Su Alteza, subiendo las cejas, arrancando una sonrisa que no terminaba de contemplársele entera en el rostro.
El presidente electo, como quien se va de bruces por un hueco, creyó poder salir de él sin saber que el esfuerzo propio lo hundía más profundo.
—Que lo quiere mucho —seguía Duque— ¿y sabe quién le mandó también muchos saludos? El presidente Pastrana. Hablé con él esta mañana.
Ridículo el momento y todo (los memes, por su parte, magníficos) pero lo importante aquí es el lamentable hecho de que Iván Duque sigue siendo Iván Duque y que por ahora nada ni nadie —ningún evento internacional, un encuentro con otra personalidad— le puede quitar esa estampa de ser un lienzo en blanco, un pedazo de nada. De nuevo insisto en una idea que escribí hace un mes: nos pusimos esa soga al cuello cuando elegimos al peor de todos los candidatos posibles: a un hombre sin pasado político.
Él es el principiante en escena que frente al público no sabe si, para escondérselas, se mete las manos al bolsillo o simplemente cruza los brazos. Ante un momento de nerviosismo entendible (visitar un rey con todas las cámaras encima), se fue al lugar seguro que le sirvió para ganar las elecciones de un país claramente sometido a la voluntad de un caudillo: habló de sus dos mentores (¡fue lo primero que dijo!) e hizo cabecitas cuando recibió en las manos un balón de fútbol. Pobre.
Y pobres nosotros. Poco a poco se esfuma ese anhelo difícil que algunos volcaban en el meme “Comparte este Juan Manuel Santos de la suerte para que Duque traicione a Uribe”. Y eso es grave. No es sana la traición de ideales en una democracia, pero tampoco lo es la gobernabilidad ajena y la falta de convicción propia: los ejemplos están a la mano, la lejana Rusia, la temida Venezuela.
Por lo pronto, el desmarque a Álvaro Uribe está en veremos. Mientras hacía las cabecitas en España (que ni le salieron bien) nombraba como futuro ministro de Hacienda al mismo Alberto Carrasquilla que nombró Uribe en su primer mandato. Y aunque no se hace el de la vista gorda con el asesinato de líderes sociales, sigue diciendo las mismas generalidades ya innecesarias del “imperio de la ley” y de “gobernar para todos”, como si todavía estuviera en campaña y no a menos de un mes de estar ejerciendo el cargo.
Lo peor que nos puede pasar como democracia, el peor chiste que nos pudimos echar a nosotros mismos, sería tener a un títere de presidente.
Avíspate, Iván, que, por ahora, no tienes la proyección de gobernar para todos sino, más bien, solo para uno. Entiéndelo ya.