Los pura sangre de la Camorra: la turbia historia de amor entre la mafia y los caballos

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El 29 de abril de 2007, Savino Parisi, presunto capo del homónimo clan de Bari, sale de la cárcel. Parisi se pasó trece años en la sombra condenado por un delito de tráfico de drogas. Claro que por mucho que hubiese pasado casi una década y media, en Japigia, su viejo barrio, nadie se había olvidado de él.

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Cuando regresa a casa, Savino, conocido popularmente como Savinuccio, se encuentra con un comité de bienvenida. Se concentran conocidos, militantes y vecinos. Nadie ha acudido con las manos vacías. Le reciben con embutidos y quesos, y con un regalo muy especial: un caballo de raza.

Según relata un arrepentido, tiene que tratarse de un regalo de un lugarteniente del clan, alguien que, obviamente, conoce sus gustos. De hecho, el amor de Savinuccio por los caballos es tan grande, que unos pocos meses después de su liberación se desplaza hasta Lecce para asistir a una carrera — violando así la obligación de no salir de su ciudad.

Según las actas de los Carabinieri, la policía italiana, Parisi acude para participar en la carrera como jinete a lomos de un caballo que ha sido bautizado como Gruta Azul. Sin embargo, antes de montarlo, la policía militar interviene y le detiene por violar los términos de su libertad condicional.

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La pasión de Savino Parisi por los caballos, está lejos de ser una excepción en el mundo de la delincuencia italiana. Se trata de un símbolo de la gloria y de la fuerza, el caballo ha asumido con los años una dimensión casi mitológica entre los criminales transalpinos. Se trata, además, de un artículo de lujo, adecuado para las inversiones e ideal para el blanqueo de dinero, por no hablar del negocio de las apuestas.

De hecho, a menudo en el transcurso de los secuestros a presuntos afiliados de la Cosa Nostra, de la Camorra o de la N’dranghetta, es habitual afanarse de los caballos de las víctimas, además de sus obras de artes y de sus vehículos deportivos.

“Los caballos siempre han estado muy presentes en la subcultura mafiosa”, explica a VICE News Ciro Troiano, criminólogo y responsable del Observatorio sobre la Mafia de la LAV, una sociedad protectora de los animales italianos.

“Los capos de la mafia tienen una visión casi mitológica de la existencia de este animal, que, al igual que los felinos, asumen una visión alegórica, sino delirante, de las virtudes que el mismo mafioso cree tener”.

En realidad todo se reduce a un clásico caso de proyección psicológica, en el que el mafioso se identifica con las virtudes del animal para aumentar su autoestima o multiplicar la naturaleza de su delirio ególatra y todopoderoso.

Sucede, además, que en muchas partes de Italia de elevadas concentraciones mafiosas, el caballo también es un animal que se utiliza para controlar el territorio. Y las carreras clandestinas son, probablemente, el mejor exponente de tal mecanismo.

En algunas zonas de Sicilia y, en menor medida, de Puglia, a menudo, las carreras ilegales de caballos salen de los recintos clandestinos en que se celebran y toman las calles, siempre seguidas por comitivas de scooters y de enjambres de personas gritando como posesas.

En realidad, las carreras callejeras funcionan inspiradas por el mismo mecanismo económico que las legales; o sea, por las apuestas. Así que la mafia las controla bien de cerca.

De hecho, hasta los nombres de los caballos con también una suerte de apología del delirio mafioso. En su página de Facebook consagrada a denunciar estos eventos, el Observatorio de la LAV descubrió la presencia de un caballo llamado “Zu Binnu”, el apodo de uno de los capos de la Cosa Nostra, Bernardo Provenzano, fallecido el pasado mes de julio.

En Messina, hogar de las carreras junto a Catania, Luigi Tibia, considerado el líder del clan Giostra, administró todos los eventos relativos a este negocio hasta julio pasado. Según los investigadores, el grupo se hizo cargo de todos los aspectos de los eventos: desde la compra de caballos, pasando por su formación, hasta el cobro de los derechos de participación.

Así, todos los domingos, a primera hora de la mañana, competidores proveniente de toda Sicilia se presentaron en la línea de salida. El vencedor iba a adjudicarse un botín, que en la carrera más importante, alcanzaba los 30.000 euros.

“Es evidente que esta manifestación de flagrante ilegalidad solo puede darse cuando la mafia y el sistema penal controlan el territorio”, asegura Troiano. “No es más que una demostración de poder. Quienes participan en estas actividades, saben que son administradas por los clanes, quienes con su presencia, apuntalan su poder territorial”.

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El interés del clan por la hípica, no se limita a las carreras clandestinas. Las organizaciones criminales se infiltran en las carreras con la ambición de colocar a sus caballos en los mejores hipódromos de Europa.

“Ellos mismos contaminan las carreras con fines comerciales”, explica Troiano. Se trata de otra manera de invertir y de lavar dinero. Cuando un caballo gana una carrera, también gana la ganadería de la que procede. Ellos son los que se embolsan el premio realmente”.

Entre los muchos casos que han salido a la luz últimamente destaca el de Madison Om, un caballo de origen estadounidense. Nacido de un semental del país de Trump, entre los años 2008 y 2013, el caballo fue ofrecido a algunos de los hipódromos más prestigiosos de Italia — San Siro, Agnano, Capannelle. No es un campeón, pero tras acumular 15 victorias y una treintena de clasificaciones habría aportado unos 105.000 euros en ganancias.

La gestión de las prestaciones de Madison Om está en manos de una ganadería que trabaja para un conocido jinete. Pero, en realidad, quien está detrás de sus éxitos es la mano de la camorra.

Según los investigadores, el caballo es propiedad de Massimo Russo, al que también se conoce como al pato Donald, considerado como el máximo exponente del clan mafioso de los Casalesi.

Russo, que había sido condenado a cadena perpetua en primera instancia, había adquirido al corcel por 47.000 euros, que luego fue confiado al llamado a Giovanno Nuvoletta, otro mafioso conocido como controlador de Campania, con cuentas pendientes con la justicia.

Originario de Nápoles, aunque enseguida trasladado al interior de Milán, es otro de los presuntos miembros de un clan camorrista que habría invertido en caballos para blanquear el dinero generado por el tráfico de drogas. Fue detenido en 2015, acusado de asociación mafiosa, y gestionaba una ganadería dedicada a la compraventa de caballos para que compitieran en carreras nacionales e internacionales.

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Como Oianez, un corcel — que entre decenas de competiciones — también habría participado en el torne de Aviñón, en Francia.

Para los Nuvoletta, la pasión por los caballos parecen una debilidad familiar. El padre de Lorenzo, el jefe indiscutible de Mariano y fallecido en1994, había construido un pequeño imperio del galope hacia fines de los años ochenta.

Era dueño, de hecho, de tres establos y de una escuela de equitación provista de dos kilómetros de pista y de 43 caballos, que habían sido construidos ilegalmente cerca del parque arqueológico de Cuma. También era el encargado de custodiar a Justancich, el semental favorito de los jefes, valorado aproximadamente en mil millones de liras.

“En la época no existía un solo capo que no fuera respetado que no tuviese caballos o una ganadería entera”, concluye Troiano. “Hoy el escenario ha cambiado ligeramente, sobretodo en el sentido de que la camorra ya no es un organismo carismático de liderazgo como lo era antes. Eso sí, el caballo continúa siendo un símbolo del estatus y un mecanismo de control social”.

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