Música

Puto el que no llore: Japandroids y Yokozuna en el Pasagüero

Entré por la puerta equivocada. Nunca entiendo bien por dónde se entra a ese lugar. Ignoré sin querer al tipo que me dijo por dónde y aparecí en la esquina del foro como un fantasma. Llegué tarde. Los Yokozuna estaban tocando algo con un MC que estaba horrible pero cuando empezaron a tocar rolas del Quiero Venganza se puso brutal. Son buenísimos. Un rato después alguien me dijo que me perdí la intervención de Ale Moreno (Ruido Rosa) en una de las rolas y que el set completo estuvo muy bien.

Me desparramé en la barra y me dieron algo. Luego me fui a recargar en una pared para tomarme lo que me dieron. Resultó ser la misma pared en donde estaba Brian King de los Japandroids siendo una estrella de rock. Habían muchas opciones en el espectro de posibilidades. Escogí la peor. Yo también me puse a ser una estrella de rock. Mejor así. Detrás de Brian se abrió una puerta y salió David Prowse. Él no estaba siendo una estrella de rock para nada. Sonrió, como gente y fue por una cerveza.

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Dejé la pared y fui a escoger mi trinchera alrededor de ese escenario que parece ring de lucha de barrio. Me paré en una esquina y me distraje no sé cuanto tiempo hasta que King dio un primer guitarrazo que me subió por la espalda. Brian habla mucho y muy rápido. Dijo algo sobre los últimos shows de su gira y algo de México. Luego dijo que era su cumpleaños y se arrancó con los primeros riffs de “Adrenaline Nightshift.”

¡Güero, yo te encuero! gritó una máquina de albures mágicos que estaba parada adelante de mí. Brian advirtió que íbamos a bailar hasta que nos doliera y presentó uno de los himnos de su primer disco “The Boys Are Leaving Town”. Con los Japandroids no hay truco. Son una banda de dos que parecen cinco. Queda perfectamente claro que ninguno de los dos canta nada, y eso a nadie le importa. A todos nos gusta ayudarles a ladrar sus coros pegajosos. Están hechos para lloriquear en bola. Son unos maricas.

Intercalaron cortes de sus dos discos de estudio durante todo el set. Eso hizo muy evidente que los Japandroids ya no pertenecen al género güero-con-guitarra-que-sólo-hace-oh-oh-yeah-yeah-yeah. A diferencia del Post-Nothing, el segundo álbum tiene letras más elaboradas, pero no mejores. No es una cosa de calidad, sino de concepto. Las letras del Post-Nothing son increíbles porque casi todas están compuestas con dos líneas fuertes que se repiten entre versos enteros de coros monosilábicos. El Celebration Rock dice muchas palabras. Menos cosas con más palabras. Eso no está bien ni está mal. Aunque yo prefiero los aullidos analfabetas.

Ya llevaban rato tocando y parecía que habían pasado cinco minutos. Se les notan estos dos años de gira. Su acto en vivo es limpio. Suenan muy bien. De pronto hubo una pausa muy breve y algún rifado empezó a cantar las mañanitas en la primera oportunidad de silencio. Toda la gente se sumó al festejo de inmediato y King mostró su gratitud con un acorde ronco de esa guitarra verde con estampas rosas que lo ha acompañado durante toda la gira. Después de eso todo se volvió personal. Soltaron “The Night Of Wine And Roses”. No hubo necesidad de fuegos artificiales.

Hay un acuerdo tácito muy marica en el que todos saben que hay que ponerse vulnerables. Cuando hay ese entendido en colectividad, todo resbala muy fácil. Los Japandroids saben eso. Entienden que lo que nos gusta de su música es la frontera eufórica entre el la risa y el berrinche de borracho. Todos ya estábamos sudados y bañados en cerveza. Tocaron “Wet Hair”. Luego de un bloquesito bailador se pusieron violentísimos con la sensibilidad emo de los asistentes. “Crazy/Forever” seguida de “I Quit Girls” fue una masacre. Algunos hacían como que no lloraban.

Sonaron muy bien. Han estado tocando en festivales y creo que eso les quita la mitad de su encanto. Su relación con la gente se diluye un poco entre el ambiente festivaloso. Su público no es condescendiente con ellos, pero la realidad es que hacen la mitad del trabajo. Eso es un mérito para los Japandroids. No cualquiera puede, con la seguridad de que a nadie le va a parecer ridículo, salir a tocar y decir: “Esta nos sale muy mal. Ayúdenos a cantar por favor.” No deben olvidar que son una banda para ver así como ese día. Apretaditos y sudados en un lugar de techo bajo y mesas de lámina como el Pasagüero.

En el bloque final nos subieron el ánimo con “Young Hearts Spark Fire”. Fue un buen gesto. Como una nalgadita para no mandarnos a casa con el delineador de los ojos todo corrido. Cerraron el show con la menos marica de su repertorio, la casi-punk-pero-todavía-muy-emo “For The Love Of Ivy”. Las niñitas de adelante se toquetearon un poco como en un mosh pit de concierto de Miguel Bosé. Hubo stage diving.

Salí rápido a la calle porque me estaba quemando con algo. Dos borrachos iban abrazados coreando “The House That Heaven Built”. Nunca he entendido por qué estos tipos suenan a California si son de Canadá. Eso les voy a preguntar la próxima vez que nos recarguemos en la misma pared. Unas luces rojo-azul-rojo-azul pintaron la calle de Motolinía bajo amenaza de una patrulla que se balconeó desde la esquina. Caminé hacia Madero pensando que eran fuegos artificiales.

Nota: Los Japandroids tocaron en el Sergio’s de Monterrey ese mismo fin de semana.