¿Recuerdas esas tazas con mensajes del estilo “Hoy tendrás un buen día” o “Sonríe a la vida y serás feliz”? Todos estos eslóganes —que recuerdan a mensajes de una secta— estuvieron en tendencia y seguro tenías que leer alguno en una taza todas las mañanas antes de irte a trabajar o a la escuela, sabiendo que era un mensaje de autoengaño.
En el mundo actual, estas frases las vemos en las redes sociales y es peor que el fenómeno de las tazas porque antes solo se leían, pero ahora están unidas a perfiles de Instagram o YouTube de personas que te enseñan cómo son sus perfectas vidas, qué coche se han comprado o cómo es viajar en un jet privado. Según los expertos, esta falsa realidad que muy pocos pueden conseguir provoca una positividad tóxica.
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“He estudiado una licenciatura y dos masters de moda y no he conseguido nada, solamente sobrevivir gracias a un trabajo de dependiente en una tienda de música”, me cuenta Sergio. Él tiene 30 años y pertenece a una generación que ya ha vivido dos pandemias en España (la crisis económica del 2008 y el covid-19 en el 2020) y donde los influencers son más importantes o relevantes que algún ministro del Gobierno. “Cuando miro Instagram y veo que [los influencers] están en algún desfile de Alta Costura o han creado colecciones de la nada, me siento mal conmigo mismo porque veo que nunca llegaré a ese fin. Parece ser que tengo que tener miles de seguidores para dedicarme a la moda”.
Lo que le sucede a Sergio es lo más común al día de hoy. Tanto la generación de él como los que han nacido en el 2000, cada día han mirado su móvil varias veces y ven vidas idealizadas mostrando una positividad tóxica. Los y las influencers siempre tienen una sonrisa y nunca están cansados. Y, claro, nunca se olvidan de mandar mensajes como: “ánimo con el día”, “no os olvidéis de comer sano y cumplir vuestros sueños”. Son cohetes de felicidad que lanzan a diario y que te hacen sentir mal porque no se ve la cara oculta.
“Muchos influencers tendemos a publicar solo lo bueno de nuestras vidas, que es lo que la gente aspira y lo que (creemos que) quieren ver”, argumenta Bárbara Cea, influencer en Instagram, quien nos explica que la proyección de este tipo de imágenes “provoca una imagen falsa, como si los creadores de contenido fuéramos seres impenetrables a lo que nada les afecta, y es más bien lo contrario. Estamos más expuestos que otras personas, y hay ciertas cosas que afectan”.
¿Qué es la positividad tóxica?
Siempre pensé sobre este tema, pero a raíz de la participación de Cristina Padrón, experta en salud mental, en un reportaje para TVE, puse más el foco en dicha materia. Cristina respondió a mi pregunta de cómo definir la positividad tóxica: “Una forma romantizada de invalidar las emociones y forzar la autoexigencia”. Creo que es la mejor definición de lo que sucede cada día en cualquier red social.
Cristina nos comenta sobre este fenómeno: “No pienso que se dé mayormente en las redes sociales la positividad tóxica, al cabo son solo un canal de la vida real. Tanto la positividad tóxica o la invalidación emocional la sufrimos de generación en generación, y ya da igual de qué manera la mamamos y la transmitimos”.
En España, según el INE (Instituto Nacional de Estadística), en la franja de edad entre los 15 y 29 años, la causa primera por muerte no natural es el suicidio. Esta cifra aumentó un 30 % a raíz de la pandemia. Tal y como ya alertó la Organización Mundial de la Salud en el 2000, se recomendaba a los medios de comunicación hablar sobre depresión, suicidio o ansiedad, ya que sirve como método de prevención.
Rubén tiene 19 años y es de Córdoba (Argentina). Me cuenta que sufre de ansiedad desde hace dos años. “Comencé con problemas de ansiedad porque mi vida se paró, y por problemas económicos familiares no puedo volver a estudiar. Me gustaría hacer lo que hace la gente de mi edad”, describe cómo se siente actualmente. En relación a la positividad tóxica, Rubén señala: “Siento mucha envidia [al ver videos de youtubers]. Aunque pensándolo fríamente, pienso que todo lo que hacen es falso y no cuentan cómo la pandemia les afectó a su trabajo. Me gustaría que hablaran de dicho tema, para sentirme más cerca de ellos“.
Rubén vive muy de cerca los estigmas que hay en Latinoamérica respecto a la salud mental. “Muy poca gente sabe lo que me sucede, me da vergüenza y creo que parte de la culpa la tiene el tabú sobre la salud mental”, enfatiza y añade que ni sus padres saben de su ansiedad y depresión: “Creo que me dirían que no pasa nada, que todo se solucionará o que me tome un paracetamol. No se podrían en mi piel“.
Las cifras sobre el suicidio en América Latina son muy graves. La Organización Panamericana de la Salud organizó el 27 de agosto del 2021 un congreso sobre la prevención y la mejora de la salud mental en menores. Naciones Unidas México declaró que en el país ocurrieron 6.710 suicidios en el 2018, con una tasa de 5,4 suicidios por cada 100 mil habitantes. Es un incremento del 16%.
Al igual que Bárbara, Sarah Duato, influencer española, me responde con claridad ante el peligro de proyectar una imagen que no es real. “Detrás de la cámara siempre hay una persona, como todos esos seguidores, nada es perfecto y proyectar esa imagen me parece una de las maneras más fáciles de afectar a la salud mental”. Sarah es transparente y cuenta los problemas que sufrió: “Creo que no es proyectar una imagen de posibilidad, es proyectarte a ti mismo tal y como eres, pero siempre intentando motivar y ser real”.
“Las consecuencias se observan en la salud mental de jóvenes, adultos y ancianos. Hay conductas autolesivas, consumo de sustancias o intento de suicidio”, describe Cristina las consecuencias de la positividad tóxica en la vida real y hace hincapié en los daños que tiene sobre la salud mental: “Las personas más jóvenes suelen ser las más influenciables, puesto que están descubriendo el mundo y formando su personalidad. Por ese motivo debemos lanzar mensajes de ‘te entiendo, estoy aquí para ti, ¿cómo puedo ayudarte?, es normal estar triste’ y que desaparezcan mensajes tipo ‘anímate, esto no es nada, estás exagerando o sonríe que todo va a ir bien’”. ¿A que te han dicho muchas veces este tipo de frases y unos segundos más tarde te entró rabia porque no te entendían?
Luceral cuenta con 112 mil seguidores en Instagram y hace unas semanas publicó unas historias contando que estaba sufriendo problemas de ansiedad. En relación a cómo se puede comunicar mejor a través de las redes me enfatiza: “Muchos de mis seguidores me preguntan cómo ser yo y esto es abrumador. Esto me da mucha ansiedad porque cuando recibes un halago tras otro, además sin ningún tipo de sentido y a veces hagas lo que hagas, hasta uno mismo pierde momentáneamente el sentido de la realidad”.
Rebeca tiene 15 años, solamente se informa mediante Instagram y sueña con tener la vida de las influencers. Ella vive en Valparaíso y me comenta que tantos sus amigas y ella misma han “empezado a sentirnos mal porque vemos que nuestra vida cambió después del coronavirus y las influencers siguen haciendo lo mismo. Además mis padres han perdido su trabajo, y veo mensajes de que cada día será mejor o ‘anímate y sal a buscar empleo’ y es todo mentira”.
Hablando con Luceral sobre la positividad tóxica en las redes sociales me hizo reflexionar con esta afirmación: “No creo que haya una solución extraordinaria para que lo que está pasando pare. No podemos decir que esté al 100 % en manos de los creadores de contenido, ya que necesariamente formamos parte de esta ruleta que cada vez gira más rápido. Quizás desde el punto de vista de los expertos en los campos psicológicos que afectan al marketing y la publicidad sepan cómo afrontar la forma de enfrentarse a la información que reciben los seguidores”.
¿Entonces de quién es la culpa? O, mejor dicho, ¿hemos entrado en un círculo de querer compartir todo sin límites donde de nuevo la responsabilidad individual es la clave?