Identidad

¿Qué es lo cuir? ¿Nos define con quién nos acostamos?

Queer_@lenny_maya

Se habla mucho, muchísimo, sobre lo queer/cuir. Parece que esa palabra tiene que ver con una actitud disidente, combativa, con la cual nos producimos a nosotrxs mismxs. Se piensa como un modo de desacatar mandatos sobre nuestra sexualidad y nuestra identidad. En primera instancia, ser cuir implica una desobediencia.

Bajo lo cuir se abanderan de norte a sur travestis, trans, no binaries, gays, maricas, putos, tortas y la gran lista de identidades que seguirán agregando letras a la sigla LGBT+. De esta forma se busca, desde algunos discursos, que lo cuir sea un nombre lo suficientemente grande y versátil para englobarnos a todxs. Sin embargo, lo cuir siempre se opone con claridad a un modo de ser y de coger: el individuo cis que vive una sexualidad heterosexual.

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Si hasta aquí te convencí, entonces te tengo una mala noticia: creo que necesitamos sospechar de todo esto. En lugar de entender lo cuir como algo relacionado íntimamente con la sexualidad y la identidad, quiero preguntar: ¿Por qué insistimos tanto con que la sexualidad tiene que ver con nuestra identidad? ¿Es la sexualidad nuestra mayor potencia cuir? ¿Sólo a través de ella circulan nuestras desobediencias? ¿Lo cuir siempre tiene que ver con cómo vivimos nuestra sexualidad o nuestro género? ¿No será, más bien, un modo de relacionarnos, de estar con otrxs?

Sexualidad e identidad

Nuestra civilización da por sentado que cómo y con quién cogemos determina lo que somos. La idea funciona en la publicidad, en el derecho, e incluso en nuestras militancias disidentes: aparentemente, nuestra sexualidad es un manifiesto último de nuestra verdad irrenunciable. Hemos hecho banderas y políticas sobre esta idea. “Dime con quién coges y te diré quién eres”; tal es el lema de gran parte de nuestra cultura cuir.

Esta asimilación entre la identidad y la sexualidad es relativamente nueva. En la antigua Grecia era impensable que los ciudadanos se segmentaran entre homosexuales o heterosexuales, por más de que tuvieran sexo entre varones. Fueron los discursos modernos sobre la sexualidad, especialmente en materia de psiquiatría y sexología, los que inventaron que la sexualidad tenía algo profundo y relevante para decirnos sobre nosotrxs mismxs.

Esta unión entre sexualidad e identidad para segmentar a la población, si bien implicó violencia, tuvo y tiene aún eficacia política. Los movimientos de disidencias sexuales los utilizan como bandera a reivindicar para reconocer derechos. Por doquier, asumirse puto, torta y trava, se volvió un modo de dar una batalla que goza de efectividad para dar respuesta a las problemáticas específicas de cada colectivo. “Si somos esto, si no podemos dejar de serlo, ¿por qué nos odian?”

Ahora bien, mi intención es tomar distancia de esa unión entre sexualidad e identidad. Resulta arbitraria, cuando no esencialista. Asimismo, su efectividad parece estar en crisis: más que una virtud, la “identidad sexual” parece una letanía automática de nuestros activismos en redes sociales. Más que liberar nuestras potencias combativas, parece capturar nuestras imaginaciones políticas por dirigirnos al guettismo: “esto es problema de maricas, eso de travas, aquello, de lesbianas”.

Desde mi perspectiva, asimilar sexualidad e identidad termina siendo una fatalidad que nos impide imaginar alianzas y nuevas trincheras de batalla, mientras neutraliza nuestra potencia desobediente y, por ende, cuir. De este modo, fallamos en ver la precarización a la que nuestra generación está expuesta, independientemente de nuestra orientación sexual o nuestra identidad de género. Nos está prohibida la tierra, el trabajo estable, el futuro y la salud. Nos han clausurado el mundo con pandemias y nuestra estabilidad emocional pende de las demandas de cada día del capital. Nos vemos obligadxs a migrar constantemente de lugar y de trabajo para recibir lo mínimo e indispensable para nuestra supervivencia. Nuestros salarios se devalúan día a día en nuestras manos, y pensarnos desde la sexualidad no parece tener una respuesta para ello.

En otras palabras: los lentes cuir de los que me permito sospechar insisten en creer que hay algo en común entre el sodomita heteronormado y terrateniente, y la marica inquilina y anticapitalista que quiere hacer de su culo una ofensa a la propiedad privada de la tierra. Estos ejemplos muestran lo arbitrario de tal segmentación. Quizás en otro tiempo haya sido necesario imaginar esta agrupación, pero en nuestra cultura hipersexualizada, lo cuir no parece ir por ahí. Lejos de cualquier moral mojigata, pero queriendo sospechar de aquello que se muestra como obvio, creo que, en tiempos actuales, nuestras potencias cuir en desobediencia no se encuentran en cómo y con quién cogemos.

“¡Mi hermano vive con un travesti!”

Hace aproximadamente ocho años trabajaba como preceptor en una escuela católica mientras estudiaba en la universidad. Una tarde, en la sala de profesores, el docente de educación física (personaje terrorífico pero deseado para una marica como yo) me contó, a modo de confesión, que su hermano “estaba loco”. Yo le pregunté por qué decía algo así. Y me contó, casi al borde de las lágrimas, que su hermano vivía con “un travesti”. Con sus manos temblando, insistió: “¿Entendés? No es que se lo coge. ¡Vive con él!”

En su momento, me apuré a corregirle el pronombre de la oración. “¡Una travesti!”, llegué a balbucear entre el discurso atolondrado de mi compañero. Si bien esa reivindicación era apropiada, es llamativo que en su momento me enredara solamente con la cuestión identitaria (insisto, importante). Para un puto progresista en tiempos bolivarianos, allí no había más horizontes problemáticos que nuestra identidad de género. Por eso fui, durante años, sordo al potencial que encerraba el testimonio que acababa de escuchar.

El discurso de mi compañero había señalado cuál era su peor terror: que alguien se atreviera a vivir con “un travesti”. De paso, había dejado traslucir algo que todxs sabemos: no existe varón heterosexual que no desee a las travas. El subtexto de “no es que se lo coge”, es el de admitir que todo buen macho se ha ido alguna vez a la zona roja de su ciudad a probar la manzana prohibida. Conclusión: la heterosexualidad no se horroriza con nuestro sexo; de hecho, la heterosexualidad no es tal, y siempre se permite un desliz. Ahora bien, si alguien decide hacer familia con nosotrxs, lxs degeneradxs de siempre, arde Troya.

A partir de esta anécdota, quizás podamos señalar que el problema no es cómo, cuánto o con quién cogemos, sino cómo, cuánto y con quién hacemos alianza, tejemos vínculos, generamos parentescos. Me atrevo a decir que, si lo cuir tiene algo para designar, son nuestros vínculos en disidencia. Lo rarito, lo extraño, a lo largo de nuestra historia, quizás no haya sido solamente nuestra “identidad”, y menos aun si ésta se la reduce al cómo y con quién cogemos. Lo disidente, históricamente, es el modo en que hemos construido nuestro “estar en común” que, por supuesto, involucra la sexualidad múltiple, poligámica, disidente que podamos imaginar, pero que no se agota solamente en eso. ¿Vínculos cuir que se opongan a la familia heterosexual, monogámica, burguesa? Suena bien.

Chiste viejo

Mucha marica vieja aquí puede sonreír con algo de condescendencia. “Sí, mi amor, lo sabemos”. Los movimientos de disidencias sexuales siempre han criticado a la familia heterosexual, monogámica y burguesa. Cuando se sumaron al anticapitalismo (pienso en el Frente de Liberación Homosexual en la Argentina de los años setenta), más todavía. En las vidas de maricas, travas y tortas abundan historias de cómo hemos tenido que armarnos familias nuevas a partir del exilio que fundó nuestra biografía. Más atrás en la historia, el anarquismo practicó amores libres, parejas simultáneas, familias comunitarias y crianza colectiva de niñxs.

En efecto, el archivo es amplio, y hunde sus raíces en una historia tan antigua como Occidente. Y, sin embargo, los discursos en torno a la identidad, la hipersexualización de nuestras existencias en redes sociales, y la banalidad arcoíris que vemos en fenómenos como el pride parecen quererlo olvidar. Por eso creo que resulta fundamental ser un poco provocativxs, y decir: así como están dadas las cosas, la sexualidad no tiene grandes potencias cuir.

Entre varones gays lo sabemos: uno puede ser un perfecto sodomita y repetir los lugares y las coreografías típicas de la heterosexualidad más rancia. El chiste viejo del puto heteronormado. Asimismo, en la sociedad de consumo actual, coger mucho y con muchxs no parece ser algo muy disidente que digamos. Ahora bien, construir alianzas imposibles, trazar parentescos mutantes, tejer redes de solidaridad, afecto y cuidado para sobrevivir a la precariedad galopante, y rediseñar nuestros esquemas vinculares, eso sí que no es para cualquiera. Introducir el sexo allí como otro modo de estar en común, tampoco. En definitiva, erotizar nuestras amistades y amigarnos con quienes cogemos, en vistas de imaginar otros modos posibles de construir comunidad. Ahí sí que se abre la puerta a una nueva disidencia. Quizás en ese punto resida, hoy en día, nuestro potencial contestatario y transgresor.

Por ello, y esto también es una definición provisoria, me atrevo a señalar que podemos pensar lo cuir como un modo de relacionarnos, de construir lazos, alianzas y afectos por fuera de las coreografías diseñadas en otro tiempo para nosotrxs. Ensayar vínculos que escapen los ritmos de la propiedad, el machismo, el consumo, la ostentación y la hiperproductividad parece ser un modo de enfrentar la época que nos ha tocado vivir. Hoy en día, ante tanto sodomita heteronormado, esto me resulta más cuir que rechazar la heterosexualidad.

Todxs lxs que hemos sido expulsados de la familia burguesa, privatizada, heterosexual y monogámica sabemos que, para sobrevivir, es necesario construir una red de apoyo y solidaridad, que puede o no producirse a partir de nuestra sexualidad. Por eso quizás sea deseable imaginar una cultura cuir que ya no se obsesione con lo que hacemos con nuestro culo, sino que se concentre más en cómo trazamos vínculos a partir de nuestro sexo. Que no interrogue tanto con quiénes nos acostamos, sino con quiénes elegimos despertarnos. Que considere que el elemento cuir que deja sin dormir a nuestros detractores, son los modos que tenemos de tejer alianza, amistad y parentesco, para sobrevivir a la miseria creciente, y desafiar a una época.

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