Cerdos comiéndose a sus crías: lo peor que he visto infiltrándome en granjas de animales

granja de cerdos

Trabajar realizando investigaciones en granjas de animales no es fácil. Llevo dedicándome a ello diez años, recuerdo todas y cada una de esas investigaciones desde la primera hasta la última en la que he participado. Y puedo asegurar, sin ningún tipo de dudas, que el horror existe y no está tan lejos como algunos creen.

Investigar conlleva viajar y pasar mucho tiempo fuera de casa, he recorrido México, la India, China… y cuando vuelvo a España, mi país de origen, resulta sorprendente saber que todavía muchas personas no conocen el horror en el que viven estos animales.

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Cada vez que vuelvo de una investigación, me enfrento a preguntas que suelen repetirse. Muchos se plantean cómo puedo soportar esas situaciones, verlas, grabarlas, fotografiarlas e incluso recordarlas. El infierno que sufren los animales no está tan lejos de nosotros. Está aquí al lado, en muchas granjas que están a pocos kilómetros de nuestras casas. Y mi labor es dar a conocer que eso sí está pasando.

Como contaba al principio de este texto, recuerdo todas y cada una de las investigaciones que he realizado. Pero hay una que recuerdo en particular, una que hice no al otro lado del mundo, sino aquí, en España. Esa investigación hizo que se estremeciera hasta el último punto de mi cuerpo. Quizá por ser mujer, quizá por creer que ya estaba concienciada, puede que por pensar que ya lo había visto todo o seguramente por todas esas cosas a la vez. Fue el día que me enfrenté al horror caníbal.


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Murcia. Noche cerrada. Un silencio raro frente a la puerta de aquella granja. Ese mismo silencio que se rompió por aquellos chillidos cuando abrí esa puerta. Tras cruzarla, al otro lado encontré desolación, miedo, terror, suciedad, heridas, infecciones… esos cerdos amontonados en jaulas estaban viviendo un infierno. Pero aún no era consciente de que lo peor estaba por llegar.

Lo vi cuando llegué a aquellas jaulas de parto. Cuando vi a esas madres postradas entre aquellos barrotes, sobre sus propios excrementos, barro y suciedad, con la única función de parir una y otra vez y alimentar sin poder disfrutar de sus pequeños, reconozco que quise marcharme corriendo de aquel lugar. Por un momento dudé, pero recordé que estaba allí por ellos, por darles voz, para que el mundo conozca este horror.

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Decidí seguir caminando, y pude sentir la maldita suerte de algunas de esas madres, las que no estaban postradas, las que vivían en una jaula con sus hijas e hijos, pero también las mismas que veían morir a sus pequeños. He visto bebés recién nacidos muertos en el suelo, cadáveres en descomposición rodeados por otras crías que luchaban por sobrevivir, animales ahogados en barro y excrementos y, tras ello, la auténtica pesadilla provocada por aquella situación: el canibalismo.

He visto a madres comerse a sus propias crías. Bebés devorados a los que solo les quedaba la mitad de su cuerpo, he visto crías con sus intestinos fuera, y cómo ellas, sus madres, ante la desesperación, acababan comiéndoselos. El horror caníbal en las granjas existe, y está entre nosotros. Esa, por desgracia, no es una muestra de casos aislados, sino una norma que se repite de forma habitual.

También he visto a esas madres llorar, tengo grabada en mi cabeza la imagen de aquellas lágrimas en sus ojos, la idea de que ellas eran completamente conscientes de lo que estaba pasando, de lo que estaban haciendo ya no solo con ellas, sino también con sus bebés. Porque sí, estos animales, al igual que nosotros, tienen la capacidad de sentir.

Pero ese también es el motivo que me hace seguir, el saber que estoy haciendo lo que debo hacer, que es necesario que el mundo conozca el horror que se comete diariamente en muchas granjas de este mundo. Porque la información es poder para el cambio.

Sandra es investigadora de Igualdad Animal. Puedes ver más imágenes de esta investigación aquí. Si quieres colaborar con Igualdad Animal o saber más sobre sus campañas visita su web IgualdadAnimal.org.

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