Mi pelo es una de las partes más importantes de mi cuerpo. A mi pelo, más que a otra cosa, le invierto mucho tiempo y dinero. Me he preocupado muchísimo por su cuidado, he aprendido mil maneras de estilizarlo, de consentirlo, de llevarlo y peinarlo, y, sin hacer cuentas, estoy segurísima de que he gastado más dinero en cremas para peinar y acondicionadores que en el dentista o en el ginecólogo.
A los 15 años, mucho antes de que el pelo afro se pusiera de moda y que el Método Curly Girl (al cual le tengo numerosas críticas) se popularizara, yo había decidido nunca más volver a alisar mi pelo. Hasta ese entonces, había pasado toda mi infancia y parte de mi adolescencia escondiendo mi pelo e intentando cambiarlo para verme menos prieta.
Videos by VICE
Yo no quería ser yo. Quería ser otra: deseaba otra piel, otros ojos, otro pelo, otro cuerpo. Sentía que era feísima, las niñas consideradas lindas no se parecían a mí. En el colegio, yo hacía parte del grupito de las feas, sin embargo, cuando llegaba a clase con el pelo alisado, mis compañeros, e incluso algunos maestros, celebraban mi belleza.
Con el pelo liso por fin era bella, y así fue como caí en la tiranía de la plancha, el secador y el famoso “aliser”, un químico que de manera permanente alisa el cabello y que además, tiene consecuencias muy negativas en la salud sexual y reproductiva de las mujeres, como bien lo ha informado la periodista afrocolombiana Edna Liliana Valencia en sus redes sociales.
El agua se convirtió en mi principal enemigo, pues podía delatar con mucha facilidad mi verdadera textura. Era una situación insostenible cuando llovía (cosa que es muy frecuente en Bogotá, la ciudad en la que crecí) o cuando sudaba… Si un pedazo de pelo se encrespaba era toda una tragedia.
Cuando cumplí 15 años, una amiga de mi mamá que era dueña de una escuela de música y danza me dio una beca para estudiar danza. La formación de esta escuela estaba enfocada en danza y música afrocolombiana de la costa Caribe. En el preciso momento que comencé a moverme, a bailar, a conectarme con mi cuerpo y la música, sentí la necesidad de buscar dentro de mí, de entender realmente quién soy. Boté el secador, la plancha y los químicos. Decidí dejar de fingir ser alguien que no era.
¿Cómo es que sabía que mi cabellera no me gustaba si ni siquiera tenía el gusto de conocerla? No tenía idea de cómo era mi pelo, no sabía qué tan largo, qué tan brillante, rizado o abundante podía ser. Nunca le había dado la oportunidad de ser, de existir.
Entonces, descubrí una melena impresionantemente bella, abundante, crespa, alborotada y desordenada. Intuitivamente, busqué productos en los supermercados, practicaba con mascarillas caseras y recetas que mi mamá conocía de huevo, arroz, aceite de oliva, sábila, vinagre, miel y café.
La transición es un proceso de transformación física del pelo alisado al pelo natural, pero principalmente es un trabajo emocional de reconciliación y amor propio que me llevó a aceptar mi afrodescendencia. La transición fue el primer paso que di hacia un largo camino de reconocimiento de mi identidad, mi historia, mi negritud y mi lucha política.
Cabello y política
En la actualidad, el mandato del pelo liso está vigente. Algunos espacios laborales exigen que las mujeres lleven el pelo arreglado de cierta forma. El pelo crespo es considerado poco profesional, desaliñado y sucio. Yo misma en una ocasión no pude acceder a una entrevista de trabajo en un prestigiado restaurante de Cancún porque exigían, de entrada, para el proceso de contratación, que me presentara con el pelo liso. ¡No pude conseguir el trabajo, ni siquiera la entrevista!
Las mujeres se alisan, ¿y los hombres? Hemos hablado muy poco sobre los cortes de cabello que hombres negros utilizan y que también denotan una procedencia racial y social. Pienso en las barberías en los barrios, en los afros de las Panteras Negras, en las rastas de Bob Marley y los turbantes y pañoletas de cantantes como Tupac Shakur. Los hombres también han sido portadores de una estética negra/africana, objeto de violencia, discriminación y exclusión.
El pelo para las comunidades negras es un espacio de creación estética que posee una dimensión política. En el pelo hay historias no escritas, saberes, imaginarios, secretos, conspiraciones, imaginaciones políticas, fugas, libertades.
Desde los tiempos de la esclavitud y la colonia, las mujeres negras esclavizadas tenían prohibido portar los peinados propios de sus culturas africanas, ya que se creía que el cabello afro provocaba sexualmente a los hombres blancos. Incluso, comenta la socióloga Hlonipha Mokoena que muchas mujeres esclavistas blancas afeitaban las cabezas de sus esclavas para evitar que llamaran la atención de sus maridos blancos.
Los mecanismos que se han utilizado para ocultar las cabelleras de las personas negras se actualizan según las circunstancias del tiempo y el espacio, y funcionan como una forma de control biopolítico de los cuerpos negros.
Pero como dice Yuderkys Espinosa, los sujetos del desprivilegio no debemos olvidar que somos mucho más que opresión. Si bien en el pelo han recaído opresiones, también existe resistencia, agencia y libertad. Gracias al pelo y sus múltiples maneras de adornarlo, la libertad de muchas personas negras en condición de esclavitud fue posible. Se dice que los trenzados sirvieron como mapas de fuga de las haciendas esclavistas hacia los palenques, los pueblos libres que fundaban los esclavos fugitivos. Los trenzados detallaban con exactitud los caminos, ríos, pasajes, escondites, incluso, retenes y puestos de vigilancia.
Así mismo, en otros momentos históricos el cabello afro ha sido protagonista político del movimiento antirracista… Pensemos en el afro que en los años setenta se convirtió en icono de la revolución negra.
No todo lo afro es rizado
El pelo, quizá, es el lugar más común del cuerpo de mujeres y hombres negros en el que se aprehende el racismo, pero vale la pena reconocer que no es el único. Admito que mi proceso de reconocimiento y autoaceptación ha estado fuertemente marcado por la experiencia en torno al pelo, sin embargo, compartir con otras personas afrodescendientes, especialmente de México, me ha hecho preguntarme qué tan interiorizada está la idea de que si una persona no tiene el pelo rizado no es negra o afrodescendiente o que no vive racismo.
En México he tenido la oportunidad de conocer a muchas mujeres y hombres de Veracruz, Coahuila, Ciudad de México, Oaxaca y Guerrero que no tienen el pelo rizado, pero que son afrodescendientes. Universalizar o restringir la experiencia de las personas negras a partir de la cuestión de la dicriminación que existe hacia el pelo únicamente es un error. Las personas negras son diversas y multicromáticas: con muchas texturas de pelo y tonalidades de piel.
La opresión estructural de las personas negras no se va porque tengan pelo liso o alisado. El pelo liso en muchas circunstancias no significa blanquitud o blancura. Por más cremas o tratamientos que usemos, la opresión no desaparecerá, porque el racismo es un entramado de relaciones económicas, políticas y sociales muy antiguo que ordena el mundo. Las personas afrodescendientes con cabelleras no rizadas también deben transformar sus corporalidades no blancas para poder acceder a ciertos espacios, recursos, bienes o servicios.
Así como reconozco que no todas las personas afro tienen cabelleras rizadas, es importante mencionar que una persona tampoco se vuelve afrodescendiente por el hecho único de tener el pelo crespo. Sugiero que dejemos de hacer lecturas aisladas sobre el cabello, como si este fuera un ente independiente de la persona que lo porta y de la cultura a la que pertenece.
Sigue a Valeria Angola acá