De vez en cuando, la vida te pone en unas situaciones que hacen que te plantees si será muy difícil vender un riñón. En mi caso, ocurrió después de dejar un trabajo en una tienda con un jefe de lo más mezquino. Como no tenía nada en mente, pensé que era buen momento para entrar en uno de esos anuncios de Facebook que ofrecen dinero a cambio de participar en un estudio científico. Me gustaría decir que esto fue lo más raro que he llegado a hacer por dinero, pero no puedo olvidar la vez que tuve que escribir un artículo de belleza sobre cómo aplicar maquillaje con un condón.
El anuncio me dirigió a CannTeen, un estudio del University College de Londres (UCL) sobre las consecuencias del cannabis sobre la salud mental y las capacidades cognitivas. “Estamos también interesados en averiguar por qué los efectos varían según el tipo de cannabis y las distintas mezclas de cannabinoides”, me explica Anya Borissova, una de las investigadoras clínicas involucrada en el ensayo.
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Y añade: “Es importante obtener más información al respecto porque podría usarse como guía a la hora de establecer políticas y para reducir los riesgos en el consumo y ayudar en la elección de las variedades de cannabis”.
¿Ayudar a la gente a elegir mejor el cannabis que consume? ¿Contribuir a una investigación que podría obligar al Gobierno británico a plantearse la legalización de la marihuana? ¿y que encima me paguen por ello? La verdad es que no le veía ningún pero al ensayo de CannTeen, así que firmé sin pensármelo.
El experimento se divide en tres sesiones: una con CBD, otra con THC y otra con un placebo. Los participantes deben inhalar vapor de marihuana y luego completar una serie de tareas en el interior de una máquina de resonancia magnética. Asimismo, los investigadores toman cuatro muestras de sangre durante cada sesión. Eso no suena tan guay, pero es mejor que vender un órgano.
“Sabemos que los efectos positivos y negativos del cannabis varían según quién lo consuma”, explica Borissova. “Nos gustaría averiguar si el modo en que afectan las distintas variedades de cannabis (con distintas mezclas de THC y CBD) a adultos y adolescentes varía en lo tocante a la función cerebral y cómo vincular esto a la actividad cerebral que se observa en la máquina de resonancia magnética”.
Llego al departamento de Psicofarmacología Clínica de UCL para mi primera sesión y un investigador me pide que le cuente las unidades de alcohol y drogas que he consumido en mi vida. Una tarea monumental que hace que nunca más quiera volver a probar una sustancia. Tampoco me dan mucho tiempo para reflexionar porque enseguida se dispone a ponerme una vía en el brazo para luego poder sacarme sangre. No consigue encontrarme la vena y, después de varios intentos y un ligero moretón, opta or ponérmela en la mano. Listos.
A continuación, viene lo bueno: es hora de fumar maría. Y cuando digo “fumar” me refiero más bien a inhalar vapor de marihuana de un globo metido en una bolsa de plástico. La sensación es una mezcla entre estar bebiendo una cerveza en público procurando que no te vean y potar en una bolsa de mareo de un avión. Colocarse con maría es una actividad relajante que nada tiene que ver con tener que inhalar de una bolsa en un límite de tiempo establecido de 9 minutos. Para facilitarte las cosas, te ponen música relajante de spa y te dan una bebida de miel y limón para aliviar la aspereza de garganta. Me sacan sangre por segunda vez.
A estas alturas estoy bastante fumada. Como ya sabrás, inhalar vapor no difiere tanto de fumar en lo que se refiere a las consecuencias que tiene en el organismo, pero por alguna razón, me parece más saludable. Ahora me resulta lo mismo, aunque al estar en unas instalaciones médicas con científicos de verdad, el colocón se potencia.
Ahora que voy bastante cocida, es hora de entrar en la máquina de resonancia. Es la primera vez que me meto en una. Me siento un poco alarmada cuando el investigador me dice que existe una posibilidad de que mi DIU de cobre se caliente durante el proceso. Lo achaco a la paranoia que provoca la maría y me tumbo en la camilla, a la espera. En el pecho me ponen un dispositivo para controlar la respiración y me inmovilizan la cabeza con una especie de casco. También llevo unas pantuflas tan cómodas que, de hecho, pregunto si me las puedo llevar a casa cuando termine el experimento.
Tras varios minutos en el escáner, superado el shock inicial de verme encerrada en un espacio tan reducido, consigo relajarme. Es como estar en una instalación de arte inmersivo, una versión rollo Oculus Rift de la escena de La naranja mecánica en la que obligan al tipo a ver una horrible película correctiva, pero sin la ultraviolencia. La experiencia es de lo más extraña. Por lo general, pillar un colocón en un entorno no médico es una forma de darle un toque interesante y divertido a los aspectos cotidianos de tu vida. Pero aquí, entre las máquinas y el trasto para controlar la respiración, me siento como en un episodio de Expediente X.
Todavía dentro de la máquina, me piden que complete una serie de juegos para medir el coeficiente intelectual, el grado de atención, la memoria a corto plazo y mi capacidad de reacción. Sonará muy fácil, pero se convierten en titánicas cuando las tienes que hacer fumada y metida en una máquina durante una hora, luchando contra el sueño. SI estuviera en casa, pasaría de todo y me echaría una siesta. Sin duda mi mente está sufriendo las consecuencias de haber inhalado maría.
Según Borissova, todo forma parte del experimento. “Investigaciones anteriores han demostrado que el cannabis afecta a la actividad cerebral de distintas formas”, me cuenta. Un hallazgo reciente muy interesante de nuestro equipo es que las cepas de cannabis con alto contenido de THC parecen alterar el funcionamiento de la parte del cerebro dedicada a la atención, mientras que las cepas con más cantidad de CBD tienen un impacto mínimo sobre esa región. Esto no hace sino acentuar la importancia de proseguir con las investigaciones sobre los efectos de las distintas cepas de cannabis”.
Cuando empiezo a hacerme a la idea de vivir para siempre en esa máquina, una voz me dice por los auriculares que ya puedo salir. Me sacan del escáner y me vuelven a extraer sangre. Luego, me piden que haga otra tarea consistente en presionar con el dedo meñique la barra espaciadora de un teclado todo lo rápido que pueda. Llevo ya cuatro horas en el hospital, pero aún queda una tarea más que completar. Por suerte, es la más fácil de todas: me dan una onza de chocolate con leche y me piden que califique la experiencia del 1 al 10.
Borissova me asegura que hay una razón para tanto ejercicio aburrido y tanta analítica. “Las tareas que completan los participantes se han usado en otros estudio sobre los efectos del cannabis”, dice. “Están diseñadas para evaluar distintos aspectos de la función psicológica, como la memoria, el estado anímico y las experiencias generales que se viven bajo la influencia de una sustancia”.
Al final de la sesión, todavía me siento fumada y muy cansada, pero contenta de haberme puesto al servicio de la ciencia. Espero que las fotos que han hecho de mi cerebro contribuyan a entender el cannabis un poco mejor.
Este artículo fue publicado originalmente por VICE Reino Unido.
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