Vi los resultados de las elecciones de Catalunya con el chino facha de Madrid

Si Franco se levantara de la tumba se volvía para dentro inmediatamente. España, año 2017: los maricones pueden casarse, los inmigrantes campan a sus anchas por las calles, las mujeres reivindican no solo poder abrirse una cuenta en el banco sin el permiso de un hombre sino cobrar lo mismo que ellos y los catalanes, no contentos con poder hablar su lengua o hacer castillos de personas sin miedo a la represión, se quieren ir de España.


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Si el Caudillo levantara la cabeza en 2017 sentiría que su España no había quedado “atada y bien atada”. Si Franco hubiera levantado la cabeza antes de ayer, si hubiera vuelto a casa por Navidad, primero habría comprado un décimo en Doña Manolita, después se habría puesto al día de la actualidad y, si en ese punto todavía no le hubiera dado un ataque al corazón, habría buscado un bar en el que seguir el escrutinio y pedir que le explicaran algo.

Que quién era ese tal Puigdemont y por qué seguía vivo, y qué era eso de una mujer presentándose a las elecciones. Y como Casa Pepe le habría quedado un poco a desmano, habría apostado por el restorán más facha de Madrid: el bar Oliva, entre Legazpi y Usera.

Así es el bar más facha de Madrid, Oliva

Hasta allí se habría dirigido, como hice yo, para seguir la noche electoral. Y muy probablemente en ese momento sí que le habría dado un ictus al comprobar que el dueño del local es chino y sus empleados son un hombre marroquí y una mujer de origen latino. Pero el caso es que no fue el Caudillo, fui yo, quien se desplazó hasta el último bastión del franquismo —si obviamos la calle de la batalla de Belchite, la de los Caídos de la División Azul, el 13 de la calle Génova…— de Madrid.

Por la ventana del bar Oliva se intuyen banderas del pollo, cuadros del Generalísimo, huesos de aceituna y palillos en el suelo

Son las 20:00 y anochece a orillas del Manzanares, pero en la glorieta de Cádiz hay una esquina muy iluminada. Según me acerco se torna rojigualda: es el esquinazo del bar Oliva. Antes de entrar miro por la ventana e intuyo banderas preconstitucionales, cuadros de Franco, palillos y huesos de aceituna por el suelo. Dudo si entrar o salir huyendo pero me armo de valor. Chen me recibe con una sonrisa y me sirve la cerveza que le pido mientras canturrea “una caña para una niña”.

El camarero del Oliva, con su uniforme

La tele está puesta en el canal deportes. Dan un partido de baloncesto que unos diez chavales, tercio en mano, miran absortos. En la mesa del fondo, bajo una foto de Carmen Martínez Bordiú con Chen y su hijo pequeño, al que ha llamado Franco, tres ancianos juegan al dominó. Si no fuera por las Air Max 97 de los chicos y porque todo el personal del local es inmigrante sentiría que he viajado en una máquina del tiempo hasta el año 60 en lugar de en Metro hasta Almendrales.

Dos cañas y un décimo de lotería después —por si toca—, empiezo a ponerme nerviosa: no ponen el telediario, no ven ni comentan el escrutinio, que es lo que he venido a hacer. Gentilmente, le pregunto a Chen si piensa poner las noticias. “¿Para ver lo de Catalunya?”, me pregunta sonriente. Le digo que sí y le pide a su empleado que cambie de canal y ponga la 1. El camarero se queja y le responde que los chavales están viendo el baloncesto, pero Chen tiene la última palabra. Faltaría más.

Al principio de la noche, nadie parece augurar la victoria de Ciudadanos

En la pantalla aparece Iceta en TVE y los chavales se quejan porque les han quitado el baloncesto. Luego se ponen a comentar que Arrimadas —no dicen Ciudadanos, dicen Arrimadas— se está pegando un batacazo, y que eso es una pena. Solo está escrutado el 7% y no imaginan el vuelco que dará la noche. El camarero marroquí va y viene, comentando cada vez que pasa por mi lado los resultados. “Es que en Catalunya nadie vota al PP”, me dice. Le respondo con una sonrisa y asiento, pensando en qué le parecería a Albiol que le apoyaran extracomunitarios.

Un Policía Nacional entra al local, se para ante la tele y dice ‘Hostia, Ciudadanos’

Un Policía Nacional entra al local, saluda a Chen y le pide ir al baño. Antes de entrar a mear, se para ante la tele, dice “Hostia, Ciudadanos” y suelta una carcajada. La balanza empieza a caer hacia el lado naranja. A mi espalda, una pareja comenta que Arrimadas ha tenido que votar entre gritos de “fascista” y amenazas, y que no hay derecho. Parece que no existe otro partido en las elecciones catalanas. No, al menos, en el bar de Chen, que mira la tele de reojo de vez en cuando.

Yo con Chen, el chino facha

A la tercera caña me pregunta que cuál es el partido de Puigdemont, si el de los azules o el de los amarillos. Le respondo que el de los azules, me vengo arriba y le pido que me responda unas preguntas. Accede de muy buena gana. Chen me adelanta que él cree que lo que falla en España es la democracia. “No puede ser que haya unos partidos que solo se dediquen a robar y a engañar a los trabajadores. La Justicia es una broma en España, los que van a la cárcel además no trabajan, solo están allí y el resto de los españoles pagamos impuestos para que les den de comer sin hacer ellos nada”.

“Si los catalanes se fueran de España se comerían los mocos”, piensa Chen

Sobre Catalunya es igual de tajante: “Si los catalanes se fueran de España, se comerían los mocos. Los empresarios se irían, nadie viajaría a Catalunya, en el fútbol no podrían competir con nadie. Si le cortas un dedo a una persona, la persona puede vivir, pero el dedo se muere. Es solo un trozo de carne podrida. Y eso es lo que le pasaría a Catalunya si se separara de España”.

Detalle del bar Oliva

Le pregunto que por qué hay, entonces, algunos catalanes que prefieren independizarse. “Porque les han engañado. Les han dicho desde hace 40 años que España era mala. Y eso no puede ser, la Justicia en España no funciona, la democracia no funciona. Querer separar un país es un delito, es peor que matar, eso no se puede hacer en ninguna patria del mundo”.

“Querer separar un país es un delito, es peor que matar. Eso no se puede hacer en ninguna patria del mundo”- Chen

Cuando le pregunto que qué hacemos con ellos, con los que intentan romper la patria, me responde que meterlos en la cárcel, pero para que trabajen. Que si no el resto de españoles les estamos pagando su estancia allí, y que eso no se puede permitir. Termina con una cuñita franquista. “Franco hizo pantanos, gracias a él la gente tiene agua, e hizo la obra más bonita que hay en España que es el Valle de los Caídos”. Me dan ganas de contarle la historia de mi bisabuelo, que sí que trabajó en la cárcel: picaba las piedras que después se usarían para construir la Basílica del Valle. Pero lo dejo para otra ocasión y pego la oreja en la conversación de los de al lado.

El Caudillo presidiendo una mesa

Repiten el soniquete de Chen, el soniquete de los del “yo soy español, español, español”. Que si en la cena del domingo nada de cava. Que si a ver cuándo meten a Puigdemont en la cárcel, que no hay derecho. Antes de despedirme, con el 90 por ciento escrutado, le pregunto a Chen que si está contento con los resultados.

Me dice que no, que a él no le gusta ningún partido. Que todos son corruptos y engañan y que lo que le hace falta a España es un partido nuevo y un único líder de buen corazón, que trabaje para que la gente tenga trabajo. Me despido de él después de que me cuente que, a principios de octubre, fue de los que colgó la rojigualda en el balcón porque quiere lo mejor para el país en el que crecerán sus hijos.

Y pienso en que, esta noche, muchos fachas se irán a dormir contentos. Pero no Chen, porque él cree que lo que falla es la democracia. Y, visto lo visto, yo empiezo a pensar que también.