Música

Retrospectiva a Travis: un huevo antropomórfico hecho canción


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Qué bonito es Travis. Ya lo dijo Raquel en este artículo, nos encanta el britpop porque “cada bandera británica que se ondea frente a la cara desquiciada de un fanático en un concierto de Oasis trae una carga simbólica que evoca a toda la tradición de rockcito inglés que impera en nuestra sensibilidad chillona.” Somos una nación de almas sensibles que gustan de auto flagelarse mientras se entierran agujas en forma de Fran Healy y su llanto irónico que cuestiona ‘Why Does it Always Rain on Me?’ del The Man Who (2009).

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Aun así, los amantes de la música proveniente de la isla europea se pueden dividir en dos: a los que les gusta Radiohead y a los que les gusta Oasis. Personalmente, nunca fui fan de la música con letras literales y melodías optimistas; desde los 11 años sucumbí ante el poder de Radiohead y la manera que tiene Thom Yorke de destrozar tus sueños mientras canta: “So don’t get any/ big ideas/ They’re not gonna happen”. Clash, Oasis y The Libertines llegaron a mí cuando tenía 16 años y viajé a Inglaterra. En realidad sí sabía de su existencia, pero en el invierno del 2006 la gente había perdido la cabeza con el Stop The Clocks: The Definitive Collection de Oasis y yo no entendía el por qué. Aun para mí, quien recién se adentraba en el mundo del britpop fuera de The Bends (Radiohead, 1995) y que no puede ser considerado -realmente- dentro del género, no representaba ninguna sorpresa un disco de recopilaciones y grandes éxitos… ¿por qué sí lo era para toda esa gente que llevaban muchísimo más tiempo siguiéndoles la pista?


Portada de la compilación Stop the Clocks, el mayor éxito comercial de Oasis después de Be Here Now.

“Vivimos en una era post-Oasis”, me dijo un nuevo amigo que hice en el lobby del hotel donde me quedaba. Se acercó justo porque notó que escuchaba «Clocks» en mi hermosísimo discman plateado. “Creo que yo nunca viví en una era Oasis, en realidad” respondí. A lo que él desató su ira británica contra todo lo que fuera diferente a los tiempos del Definetly Maybe y Don’t Believe The Truth. También profetizó dos cosas: cómo eventualmente Oasis perdería relevancia, aun con todo ese tumulto incontrolable por un disco de grandes éxitos y que Travis se volvería el futuro del «rock». Cualquier modernillo de la música es un bebé babeante con lo presuntuoso que puede ser un adolescente londinense, en cuanto a sus gustos musicales se refiere.

Lo más satisfactorio que me llevé de esa conversación fue conocer la existencia de esta otra banda que se llamaba Travis y así, como cuando el destino te va poniendo cosas en el camino, días después tenía en mis manos el The Invisible Band (2001). Mi primer acercamiento fue con esta canción que te introducía con un banjo sospechosamente feliz mientras el resto de la estructura melódica te decía lo contrario: «Sing» me pareció increíble porque sonaba exactamente a todo lo que estaba viendo en ese momento: la velocidad de la música coordinaba perfecto con toda la gente caminando en todas direcciones y siendo guapa por la vida diaria de Londres. Era un momento emocionante y al mismo tiempo nostálgico por todo lo que extrañaba de México. «Sing» era ambas cosas al mismo tiempo.

De pronto llegué a “Dear Diary” y casi presiono el botón de eject del aparato reproductor de discos portátil que traía en mis manos. “Querido diario, ¿qué hay de malo en mí?” es la frase más predecible y autocondescendiente que puedes escuchar (en general). La culpa no era de Travis, era mía por darle play a una canción que te advertía la experiencia desde el nombre. Llegó «Side» a rescatarme de la fuga para terminar de engancharme por completo. Para mí fue suficiente entre ésta y «Sing» para entender de qué van. Suena muchísimo a una combinación de Paul Weller y Oasis. En retrospectiva, son planos en el factor sorpresa; sin embargo, la magia de Travis no reside ahí tanto como lo hace en las armonías sencillas y perfectas, la estructura que no podría ser diferente en cada una de sus canciones lechosas, así como la voz impecable que acaricia tus tímpanos cada puta vez que le pones play a “Love Will Come Through”… o lo mucho que me recuerdan, por unos segundos, a los Beatles en el coro de “The Beautiful Occupation”, ambos sencillos del 12 Memories del 2003.

Casi ahuyentada por los clichés en letras como: “The grass is greener on the other side» [El pasto es más verde del otro lado], de alguna forma logré llegar a “The Humpty Dumpty Love Song”, última del Invisible Band. Esto ha sido de las mejores decisiones que he tomado; la primera y la única canción que ha sido realmente una sorpresa de Travis a mi vida y que llegó para quedarse por siempre en mi corazón, a un ladito de «Universally Speaking» de los Red Hot Chilli Peppers y «Videotape» de Radiohead.

Escuchamos “The Humpty Dumpty Love Song” donde, de hecho, la caga en un intento forzado por recurrir a lo abstracto cuando nos dice: “All of the physicians/ mathematicians too / failed to stop my heart from breaking in two” [Todos los dotores, los matemáticos también, fallaron al impedir que mi corazón se rompiera en dos], para inmediatamente dejarse de tonterías simbólicas: “All i need is you/ I just need you” [Todo lo que necesito eres tú, sólo te necesito a ti], tal cual. No es gran ciencia, tiene el corazón roto y el objeto de su aprecio es quien tiene el resistol; culmina con: “So i’m gonna give my heart to you”, ahí está. Habla de una decisión consciente y racional de enamorarte y ceder tu voluntad, contrario a un sentimiento abstracto e inexplicable como lo es cualquier otra cosa que alude a estar «enamorado» (de lo que sea). Verso hermoso y contrastante con la imprecisión literaria que encontramos en cualquier otra canción, por ejemplo, de Radiohead donde en “Fake Plastic Trees” nunca termina de ser claro si estamos hablando de consumismo o mujeres, o los dos.

Hemos descifrado Travis: Son una banda que, a diferencia de la profecía dictada por mi amigo del lobby, se quedó justo en la línea para volverse de culto; sus letras son simples y literales; sin embargo, hay una magia innegable en aquel discurso que deja poco a la interpretación y en su era del Good Feeling (1997) con acordes pesados y una garganta jovial sin temor a desgarrarse mientras interpreta el himno que dice: “But today/ I’ll stay/ Not walk / Just Rock!”, (“All I Wanna Do Is Rock”).

Ahora Travis ya no enloquece a guitarrazos. Tiene las cosas bajo control y te dice exactamente lo que deberías sentir en cada canción, aun cuando tienen el súper poder de llevar a cada uno de nosotros a lugares y momentos diferentes. Desarrollaron una fórmula predecible en toda lo que representa su nombre musicalmente y como imagen de una banda, esto puede parecer de hueva para muchos pero, a los oídos de muchos otros como yo, los vuelve fascinantes.

Everything at Once (2016) no es ni la excepción en su música, ni la gran sorpresa del 2016 (ni siquiera para sus fans); lo realmente magnífico del disco es ver como Travis ha definido por completo su sonido y no lo piensa cambiar. Healy seguirá componiendo, toda la vida, para los que vivimos en las añoranzas de una embarrada del Reino Unido pero que, al mismo tiempo, nos abstenemos por completo de rendirnos ante las súper producciones falsas de Coldplay. Es justo eso: Travis sigue sonando y describiendo momentos honestos. Le tenemos lealtad y cariño a esa guitarra que gime a los aullidos de la voz impecable de Fran: nunca demasiado enfurecidos, con fragilidad de porcelana y una bondad tremenda en su mirada.

Fran controla.

Liss no fue al concierto de Travis, pero puedes ver fotos de a los que sí ha ido aquí.