Uno de los documentales de los que más se ha hablado este año es Chemsex, una cinta producida por VICE que muestra los detalles de las vidas de docenas de hombres que participan de forma activa en esta escena. El fenómeno del chemsex está ganando cada vez más popularidad entre los miembros de la comunidad gay de Londres: allí, los chicos suelen tener sexo bajo los efectos de metanfetaminas, GHB, mefedrona y otras drogas que se inyectan ellos mismos o entre sí.
Estas orgías pueden durar todo un fin de semana y con la accesibilidad que ofrece Grindr, y otras aplicaciones para levantar, no es difícil encontrar nuevos voluntarios dispuestos a pasar un buen rato. Sin embargo, el aumento de la tasa de VIH incrementa aún más los riesgos de esta escena, sobre todo porque la gente no utiliza ningún tipo de protección.
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En la primera escena del documental vemos a uno de los chicos inyectándose y, acto seguido, vemos cómo se excita y empieza a buscar en Grindr a alguien con quién divertirse. Resulta muy duro ver el documental, pero a la vez se vuelve completamente fascinante a medida que le muestra al mundo cómo estos adictos terminan buscando intimidad en lugares inesperados. Hablamos con William Fairman, uno de los dos directores de la película.
VICE: ¿Los hombres que aparecen el documental ya lo vieron?
William Fairman:Sí, casi todos. Uno de los chicos todavía está en fase de recuperación, intentando acabar con su adicción a las drogas, y para él el documental podría ser un detonante, así que decidimos que sería mejor que no lo viera por el momento. Durante la proyección estaba muy nervioso porque la película trata una de las partes más íntimas y extremas de la vida de alguien, pero por suerte todos ellos lo apoyaron completamente.
¿Fue difícil encontrar a gente que quisiera participar de forma abierta en el documental?
Bueno, muchos de los personajes que aparecen en el documental acudieron a nosotros. Trabajamos con la clínica de salud sexual de Dean Street y con David, un orientador de la clínica. Allí distribuimos flyers y preguntamos si había alguien que quisiera compartir sus experiencias con nosotros, simplemente para abrir un poco la discusión.
Además de mostrar las fiestas chemsex, el documental cuenta las historias personales de los chicos que participan en ellas. ¿Cómo fue estar ahí sentado escuchando esas conversaciones?
Obviamente sentí mucha empatía por ellos cuando se ponían emotivos, pero mi papel como cineasta es crear un ambiente abierto y seguro en el que puedan contar sus historias. Siempre se respetaban sus condiciones: si querían parar, se paraba. Al principio muchos tenían miedo de ser juzgados por lo que hacen, pero terminaron revelando mucho más de lo que originalmente pensaban y eso es lo que hace que las historias tengan tanta fuerza.
Estos chicos se han expuesto completamente, y ahora sus colegas, amigos y familiares lo pueden ver todo. ¿Fue eso un problema para ti?
Nuestra intención nunca fue crear una versión Disney sobre el tema, eso nunca habría funcionado. Desde el principio quisimos mostrarlo tal y como es: desde la introducción a la escena hasta caer en la adicción, hasta finalmente llegar al límite y pedir ayuda. Luego le pedimos a todo el mundo que volviera a considerar su participación en el documental y le dimos la posibilidad de arrepentirse, pero todos decidieron seguir apoyándolo. Me siento responsable por el bienestar de todos los chicos que aparecen en el documental, pero no por toda su vida.
¿Por qué tú y tu colega Max Goarty quisieron hacer este documental?
Se trata de un tema polémico, así que queríamos abrir un debate y acabar con el tabú de no hablar sobre ello. La cinta está dedicada a la gente de la comunidad chemsex y a las personas que aparecen en el documental.