Aquí llegan los robots y quieren tu trabajo

Aquí llegan los robots y quieren tu trabajo

Este artículo aparece en “El número del poder y el privilegio” de nuestra revista. Subscríbete aquí.

Si hubieras estado en el mercado de valores de la sede neoyorquina de Goldman Sachs en el año 2000, habrías sido testigo de una masacre a los sentidos: 500 personas lanzando improperios a voz en grito, teléfonos sonando, nervios a flor de piel, el embriagador aroma de la adrenalina rezumando violentamente por todos y cada uno de los poros de la piel de los presentes… Hoy, en cambio, prácticamente se puede oír el tictac de un reloj, y es que, de aquellas 500 personas, solo quedan tres. Las otras 497 han sido sustituidas por 200 ordenadores.

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Bienvenidos, amigos, a la Cuarta Revolución Industrial (después de la del vapor, la eléctrica y la digital), también conocida como el Apocalipsis Laboral. “Aunque de una forma limitada, las máquinas están empezando a pensar”, señala Martin Ford, autor de El auge de los robots: la tecnología y la amenaza de un futuro sin empleo.

“Están adquiriendo aptitudes cognitivas y han empezado a competir con nuestra capacidad de razonar, a tomar decisiones y —lo más importante— a aprender. Al menos durante las próximas dos décadas, la IA y la robótica van a destruir una ingente cantidad de puestos de trabajo, sobre todo los que son, hasta cierto punto, rutinarios, repetitivos o predecibles. Lo que ocurra después, no podemos saberlo”.


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Dicho de otro modo, los robots ya no se limitan a hacer trabajos manuales, sino que también han empezado a sustituir a nuestros cerebros. Agentes de televenta, empleados de caja, trabajadores sexuales y muchos otros oficios del sector servicios ya están desapareciendo para ser sustituidos por máquinas. Pero ahora los expertos aseguran que los trabajos no manuales también tienen los días contados. “Mucha gente cree que la automatización solo va a afectar a los trabajos manuales y que si vas a la universidad eres inmune a este problema”, añade Ford. “Pero no es cierto; el impacto será mucho mayor”.

No hablamos solo de la banca. El año pasado, un informe de la empresa consultora McKinsey Global Institute señalaba que el 38 por ciento de los empleos en hospitales de todo el mundo eran susceptibles de ser automatizados, lo que supondría la pérdida o el cambio drástico de 35 millones de puestos de trabajo.

En el sector financiero y de seguros, el mismo estudio apunta que, para el año 2030, los ordenadores desempeñarán cerca del 44 por ciento de los trabajos actuales, y además de forma más eficiente. Por lo que respecta al ámbito jurídico, el pronóstico para el año 2038 es que uno de cada cinco empleados del sector —67 000 personas— acabe siendo reemplazado por un ordenador en Reino Unido.

Es más, desde la empresa de IA Narrative Science están convencidos de que sus algoritmos generadores de historias serán el primer “cerebro” no humano en ganar el mayor premio que se otorga en periodismo. “Un día, una máquina ganará el Pulitzer”, alardeaba el científico Kris Hammond el año pasado. “Podemos contar historias ocultas en los datos”. En definitiva, se espera que, en un periodo de 12 años, hasta 800 millones de puestos de trabajo actuales (el 23 por ciento del total) desaparezcan al pasar a ser desempeñados por ordenadores, lo que obligará a todos esos trabajadores a adaptarse a la evolución de sus oficios y de unas máquinas cada vez más capaces”.

Teniendo en cuenta que avanzamos hacia un futuro automatizado e incierto, la cuestión, entonces, es: ¿qué valor pasarán a tener grados universitarios como el de Filosofía, Filología o cualquier otro que no tenga nada que ver con arreglar “cobots” o escribir algoritmos? Los que dejen de estudiar deberían sacarse un grado formativo en fontanería o peluquería y trabajar todo lo que puedan y hasta que puedan, ¿no?

“La mayoría de las universidades no están haciendo lo suficiente para preparar a sus alumnos para la automatización”, señala la doctora Nancy Gleason, directora del Centro para la Enseñanza y el Aprendizaje de la Universidad Yale-NUS, en Singapur, y autora de Higher Education in the Era of the Fourth Industrial Revolution.

“Hay que enseñar a los estudiantes a ser flexibles desde el punto de vista cognitivo y darles las habilidades y la confianza suficientes para que prueben distintos trabajos a lo largo de sus vidas. En la nueva economía, no tendrás siete empleadores, sino siete carreras. La gente dirá: ‘Pues mira, mi grado en Historia no me sirvió para nada’. Pues que sepas que tampoco te servirá de nada un grado en Radiología, Odontología o Derecho”.

“Mucha gente cree que la automatización solo va a afectar a los trabajos manuales y que si vas a la universidad eres inmune a este problema”, añade Ford. “Pero no es cierto; el impacto será mucho mayor”.

Para que los graduados puedan seguir optando a puestos de trabajo, continúa Gleason, las universidades deben “inculcar en sus alumnos pensamiento crítico, inteligencia emocional y capacidad de aprendizaje, valores que estén fuera del alcance de las máquinas por mucho que avance la inteligencia artificial”. “El mercado laboral del futuro no necesita expertos en contenido ni procesadores de información”, añade, “sino creadores, analistas, solucionadores de problemas, colaboradores y eternos aprendices capaces de adquirir nuevas habilidades a medida que las ya aprendidas vayan quedando obsoletas”.

Dicho de otro modo: la materia más provechosa que puede aprender un alumno a día de hoy es el aprendizaje mismo. Quise profundizar en el tema, para lo cual con nueve de las universidades más prestigiosas de mi país, el Reino Unido, con la intención de saber qué están haciendo —si es que están haciendo algo— a fin de preparar a sus estudiantes para el futuro del trabajo automatizado.

La London School of Economics y la Universidad de Sheffield nunca llegaron a contestar; desde Leeds y Birmingham me dijeron que no habían encontrado a nadie que pudiera responder a mis preguntas y, por último, una mujer del departamento de prensa de la Universidad de Cambridge me dijo que “no tenía noticia de que se estuviera haciendo algo concreto en Cambridge”.

Sin embargo, Oxford, Bristol, Mánchester y City, University of London’s sí tenían algo que decir al respecto.

“El próximo año introduciremos un curso interdisciplinar disponible para todos los estudiantes y que trata precisamente este asunto”, señala la doctora Caroline Jay, profesora de Ciencias Computacionales en la Universidad de Mánchester.

Según la descripción, el curso, titulado AI: Robot Overlord, Replacement or Colleague?, pretende “dotar a alumnos de todas las disciplinas de conocimiento sobre el impacto actual de esta tecnología, las formas en las que podría cambiar el futuro y, sobre todo, de capacidad para aprovechar las oportunidades que presenta, sea cual sea la especialidad que hayan escogido”.

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“El fin último de las universidades es el de dotar al alumno de las habilidades necesarias para aprender”, añade la doctora Jay. “No han venido aquí solo para asimilar una serie de hechos, sino para saber cómo cambian y evolucionan las cosas y decidir de qué modo pueden ellos mismos encajar en ese futuro”.

En la Universidad de Bristol abordan el tema de una forma más amplia. “Si la economía avanza hacia un panorama de empleos temporales, creemos que preparar a los alumnos para ser emprendedores es fundamental”, afirma Dave Jarma, del Centro para la Innovación y el Emprendimiento de la universidad.

Para ello, han creado una nueva iniciativa, Bristol Futures, con la que ofrecen una serie de cursos abiertos en línea diseñados para ofrecer “la oportunidad de desarrollar habilidades académicas básicas y atributos personales clave para ayudar al alumno a graduarse con éxito y adaptabilidad”. Los cursos ofertados actualmente —Innovación y Empresa, Ciudadanía Global y Futuros Sostenibles— no son grados por sí mismos, pero se cursan como complemento a la materia escogida por el alumno.

“Esta es nuestra apuesta a largo plazo”, señala Jarman. “Estamos estudiando la forma de introducir estos conceptos en todas las materias, desde los clásicos a la química. No debemos olvidar que, a veces, aplicar cambios en la universidad es un proceso tremendamente complicado, pero en ello estamos”.

El director de orientación profesional de la Universidad de Múnich (LMU), Dirk Erfuhrt, coincide en este punto. “No puedes esperar que todos los profesores de todas las facultades den la máxima prioridad a estos asuntos. No es su labor, sino la nuestra, como servicio de orientación y puente entre el mercado laboral y el mundo académico”.

Erfuhrt señala que la LMU ha financiado becas en el extranjero, programas de mentores y minicursos de verano (con un coste de 95 euros por 40 horas lectivas) sobre aspectos como la presentación y la retórica, el liderazgo o la gestión del tiempo, así como una “unidad de formación profesional” para exalumnos que buscan mejorar sus capacidades. Erfuhrt asegura que la LMU se toma muy en serio el futuro laboral de los alumnos, siempre y cuando estos se impliquen en la misma medida.

“Ya no estamos hablando de grados o certificados”, añade. “Queremos mostrar a los alumnos que, invirtiendo un poco de dinero y tiempo en su formación, les pueden ocurrir cosas maravillosas. Deben abandonar su zona de confort y salir al mundo, destacarse de los demás, obtener becas, desarrollar su tolerancia, su pensamiento creativo y su curiosidad, ampliar su red de contactos e impulsar su espíritu emprendedor. Todas esas características les facilitarán el acceso al empleo en el futuro”.

Esto es lo que la Universidad de Copenhague llama un “perfil de habilidades interdisciplinares”. “Buscamos mejorar las oportunidades de los alumnos de explotar el potencial de la digitalización y del big data tanto en la universidad como con nuestros colaboradores”, apunta la vicerrectora de la universidad, Anni Søborg, un argumento en el que inciden muchos otros centros. “También explicamos de forma explícita cómo aplicar programas en el mercado laboral, poniendo énfasis en iniciativas que garanticen a los alumnos la adquisición de capacidades para innovar y emprender”.

La doctora Gleason considera que en Estados Unidos “se está haciendo muy poco en el ámbito de la educación superior, en comparación con otros países”. “Lo cierto es que no conocemos los trabajos para los que estamos preparando a los alumnos”, señala Dan Rockmore, decano asociado de Ciencias en Dartmouth.

“Dartmouth es la primera universidad de artes liberales del mundo. La filosofía de las artes liberales es que una educación integral y amplia, así como la exposición a la naturaleza multidimensional de los grandes desafíos de nuestra era, son los elementos que preparan a una mente para los retos impredecibles que se encontrará tras la graduación. Nuestro objetivo es inculcar el pensamiento crítico, hábitos mentales que puedan aplicarse a contextos muy diversos”.

Rockmore también habló de la Red de Emprendimiento de Dartmouth, que brinda a los alumnos “la oportunidad de probar ideas para la nueva economía”, así como de su sistema de “trimestres flexibles”, con los que los estudiantes podrán “experimentar por ellos mismos los trabajos de la nueva economía” durante todo el año. “En resumen, el sistema educativo de Dartmouth preparará a los estudiantes para que aprovechen todas esas transformaciones [tecnológicas]”.

La clave está en que todos estos cursos son opcionales. Ningún estudiante está obligado a asistir y el hacerlo tampoco constituye ninguna garantía para el futuro. Aquí surge la pregunta de si es responsabilidad de la universidad acompañar de la mano al alumno a lo largo de toda su vida de estudiante hasta colocarlo en el mercado laboral, o si esa responsabilidad recae totalmente en el alumno.

“Yo diría que esto es más bien como apuntarse al gimnasio, no como contratar a un mayordomo”, señala Jarman. “No es que pagues dinero y los beneficios aparezcan solos. Estás pagando por una oportunidad, pero tienes que ir, levantar pesas y correr. Si lo haces, la universidad te ofrece muchos equipamientos que te ayudarán a acelerar el proceso, pero hay que trabajárselo”.

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Jonathan Back, Jefe de Formación de la Universidad de Oxford, recalca que no debemos olvidar que los alumnos, a fin de cuentas, son personas adultas (al menos desde el punto de vista jurídico). “Uno de los objetivos de Oxford y otras universidades es el de convencer a quienes tienen el talento para beneficiarse de la educación universitaria de que aprovechen nuestros numerosos servicios extracurriculares, como los departamentos de formación, las sociedades de estudiantes, los voluntariados o las prácticas laborales durante el verano. Ahí es donde van a adquirir experiencia, pero tienen que darse cuenta de que la están adquiriendo”.

Y añade: “Lo que no vamos a hacer es decir a los alumnos lo que tienen que hacer. Creo que les estamos haciendo un flaco favor si los llevamos de la mano hasta el final y luego les decimos, ‘Aquí tienes tu trabajo’. Nosotros estamos aquí para poner la mesa y mostrar a los alumnos lo que hay disponible, pero son ellos los que han de decidir si quieren comer”.

Lo cierto es que no es tanto el apocalipsis robótico lo que quita el sueño a los rectores de las universidades como la amenaza a su misma supervivencia a corto plazo, como la competencia por las dotaciones presupuestarias o las matrículas. Sin embargo, hay un rector cuyos sueños están invadidos por los robots. Esa, afirma Joseph E. Aoun, es precisamente su ventaja: los robots no pueden soñar. Aoun, rector de la Northeast University de Boston (NU), ha desarrollado una estrategia para combatir la automatización. Él la llama “humánica”.

“Si los robots van a sustituir a los humanos en sus puestos de trabajo, entonces tenemos que convertirnos en humanos a prueba de robots”, señala. “El aumento de la inteligencia artificial extraordinaria requiere que cultivemos una inteligencia humana extraordinaria. Hasta las máquinas más brillantes de la actualidad tienen limitaciones. Las máquinas todavía no tienen la capacidad de crear, innovar o de obtener inspiración”.

Básicamente, su idea consiste en enseñar a los alumnos la capacidad de resolver los problemas más acuciantes del mundo de un modo que los robots no puedan hacerlo: mediante la empatía. Como él mismo afirma: “Todavía no he visto llorar a ningún robot”.

La humánica que propone Aoun, cuyas bases se establecen en su libro, Robot-Proof: Higher Education in the Age of Artificial Intelligence, se ha convertido en el eje del programa de Northeastern, que obliga a los estudiantes de Ciencias Informáticas a tomar clases de teatro o improvisación. “¿Por qué? Porque de esta forma pueden interactuar unos con otros. Es un ejemplo simple pero fundamental de lograr que la gente vaya más allá de lo que está estudiando”, señala. “La interacción humana va a ser una disciplina vital en el futuro”.

“Si los robots van a sustituir a los humanos en sus puestos de trabajo, entonces tenemos que convertirnos en humanos a prueba de robots”, señala. “El aumento de la inteligencia artificial extraordinaria requiere que cultivemos una inteligencia humana extraordinaria. Hasta las máquinas más brillantes de la actualidad tienen limitaciones. Las máquinas todavía no tienen la capacidad de crear, innovar o de obtener inspiración”.

Aoun cree que la única forma de crear un programa formativo a prueba de robots pasa por fomentar “la integración de competencias técnicas, como la codificación y la alfabetización de datos, en las competencias humanas, como la creatividad, la ética, la agilidad cultural y el emprendimiento”.

No obstante, Aoun considera esencial también el aprendizaje empírico, para lo cual ha desarrollado para NU un reconocido programa de educación cooperativa y desarrollo profesional llamado Co-op. “Tenemos una red de 3000 empleados en 136 países en todos los continentes, incluida la Antártida, en el que los alumnos solicitan trabajos remunerados para un periodo de seis meses”, señala. “Allí tienen la oportunidad única de conocer las formas de interacción entre empleados y cómo es trabajar en un entorno cultural distinto; de esta forma también empiezan a entenderse a ellos mismos mejor. Es un proceso muy enriquecedor y transformador”.

Las cifras hablan por sí solas: la mayoría de los alumnos realiza una o dos cooperaciones mientras estudian sus grados y el 92 por ciento de ellos encuentra trabajo estable a tiempo completo a los nueve meses de graduarse.

La marea de la automatización está llegando. Pero la doctora Gleason no cree que sea suficiente con limitarse a enseñar a nadar a los alumnos —tal como han empezado a hacer algunas de las universidades más progresistas—, ya que al final acabarán ahogándose en los mares del cambio, igualmente. Lo que hay que hacer es construir un arca. “Debemos despegarnos de la idea de un grado universitario nos solucionará la vida durante los primeros 18-24 años”, señala. “En lugar de un modelo de tres o cuatro años, los alumnos deberían poder matricularse para 20 años y tener la opción de volver a la universidad a recibir clases gratuitamente siempre que quisieran”.

En la NU, Aoun ha supervisado la implantación de una red de campus que imparten aprendizaje durante toda la vida en varias ciudades de Estados Unidos y Canadá, a la que los alumnos pueden volver para adquirir nuevas capacidades. “El 74 por ciento de la población está compuesta por lo que llamamos ‘alumnos no profesionales’”, señala. “Si los ignoras, las universidad serían totalmente irrelevantes. Si no hacemos que el aprendizaje a lo largo de la vida sea parte de nuestra misión, seguiremos los pasos de la industria ferroviaria, que vio la llegada de la revolución de la aviación y dijo ‘Esto no va con nosotros’. No se veían como parte del sector del transporte y su negocio se vio afectado por su falta de visión”.

Obviamente, todo esto tiene un coste. En el caso de NUS y NU, la financiación es abundante. Gleason sugiere que un impuesto sobre los robots cubriría estos costes. “No veo por qué la industria no debiera aplicarlo”, añade. “No es que no vayan a sacar beneficio de algunos de los trabajos que desaparezcan”.

Entonces, ¿qué pueden hacer los estudiantes, mientras tanto, para asegurarse su futuro laboral? La respuesta es, simplemente, ser tan humanos como sea humanamente posible. Debemos combatir con sentimientos. “El mercado laboral del futuro no necesita expertos en contenido ni procesadores de información”, señala Gleason, “sino creadores, analizadores, solucionadores de problemas, colaboradores y estudiantes vitalicios capaces de adquirir nuevas competencias a medida que las que poseen queden obsoletas. Y las artes liberales son el mejor contexto para aprenderlas”.

Tal vez un grado en Filosofía o Filología no sea tan mala idea, después de todo.