Insisto, no es cualquier bandita.
Es pura ciencia ficción.
Básicamente, la aventura de unos superhéroes de todos los colores que, juntos, viajan por el espaciotiempo a bordo de un picó perfectamente calibrado con el biorritmo universal, para enviarnos señales a los habitantes de estas tierras fértiles y despertarnos de una oscura ilusión que, hace cinco siglos, nos impide ser libres y asumir nuestro llamado como guardianes cósmicos. No en vano, su pista de despegue y aterrizaje es la Sierra Nevada de Santa Marta. Nuestra montaña mágica.
Para la capitana de la nave, Pata de Perro, la belga madre de esta constelación, es una cuestión mucho más sencilla: “Systema Solar es un no al no”.
No es difícil comprender la contundencia de su máxima. Tan solo basta salir electrocutado de alguno de sus shows y repasar la letra de cualquiera de sus canciones, como “Ni tengo ni necesito”, por ejemplo, que habla de andar varado pero feliz, o “El amarillo”, que sospecha del color de la bandera al invocar la leyenda de El Dorado, aquel robo espiritual que seguimos perpetuando tras los siglos de los siglos, amén. Systema Solar es, hoy más que nunca, una postura. Una manera de combatir el peso de una historia malograda a punta de risa y flow.
Firmado en Colombia por Polen, en México por Terrícolas Imbéciles y en países como Estados Unidos por Nacional Records, el tercer disco de este combo, presentado el pasado 15 de julio, carga con algo que, en principio, parece una irreconciliable: es su disco más panfletario y a la vez su disco más pop.
Algo que sin duda es un movimiento arriesgado.
O un disco muy malo.
O uno histórico.
Producido en La Sierra por el arquitecto sonoro del Systema, Juan Carlos Pellegrino, quien lleva años internado en la selva buscando al jaguar, Rumbo a Tierra arranca con “Tumbamurallas”, un manifiesto musical que plantea el tono del viaje: una canción con tambores hondos que habla de lo que hablan los tambores, la libertad, mientras un agitador en el micrófono dispara por encima: “¡Con puño arriba tumba ya toa’ la muralla! ¡Tumbamuralla, nadien te calla! ¡Pasa la raya, vamo pa’llá! ¡Pásala ya, pero ya sin callar!”.
Es John Pri avivando la batalla.
Es, sin duda, un tono más arriba del Systema de “Sin Oficio”, aquel tema con el que el autodenominado “colectivo músico-visual” estalló por allá a finales de la década pasada y dislocó caderas y quijadas por igual al cantar sobre estar varado en clave simultánea de protesta y mamadera de gallo. Va más por la línea beligerante de “Machete”, himno de insurrecciones campesinas presente en La Revancha del Burro (2013), el The Wall del Caribe colombiano. Un poco más marcha que baile.
Como este tema inicial, que fue el primer sencillo de este disco, la segunda canción, “Rumbera”, también ya había sido disparada. Se trata de un homenaje a la verbena, el gran rito fundacional del colectivo, aquella zona donde nos encontramos frente al sistema de sonido para experimentar la comunión (no en vano a su brujería le llaman “berbenáutika”). Una irresistible guaracha electropop: una activación inmediata hacia la pista de baile como campo de liberación.
Justo entre estos dos primeros temas se encuentra el gesto al que ha invitado desde siempre esta banda que ha detonado su energía en escenarios que van desde Rock Al Parque hasta Glastonbury, y que justo se prepara para su gira europea de verano: un puño arriba y el otro en la cintura. La danza como militancia. El sabor como contestación.
Esta vez, sin embargo, el acento se siente más tirado hacia la urgencia política que hacia el vacilón.
Arte original del disco por el original William Gutiérrez, el Miguel Ángel del arte picotero.
“Aguazero”, la tercera canción, trae un beat lento y penetrante, un bajo robusto y misterioso y un fondo apocalíptico tejido por rumores de serpientes, insectos y pájaros. En el cielo: un Ramayazo original describiendo figuras fulgurantes que Corpas aviva con su scratch, justo como en la canción inaugural del Systema: “El majagual”. “Las grietas lloran por agua y agua no cae”, se lamenta Índigo, quien ya había vivido otra cara de esta moneda en el video de “Malpalpitando”, refiriéndose a las sequías que han dejado niños muertos en territorio colombiano. “Qué pasó” sigue la línea combustible. Con la colaboración del argelino Nedjim Bouizzoul en las consignas y el mandol, que es la guitarra de su pueblo, se trata de otro grito de guerra, esta vez en clave gipsy africano. Frustrado, o más bien embejucado, John Pri se pregunta: “¿Qué pasó? ¿Cómo jue? ¡Qué pasa hermanos, no reaccionamos… yo no se por qué!”.
Es un claro llamado a la carga.
Hay otras canciones más tiradas a la habitual picardía de la banda que le intentan dar equilibrio al álbum, como “Aló”, que está a medio camino entre ser la “Revolution 9” de nuestra generación o un puente frágil que intenta conectar a Barranquilla con su linaje árabe vía un saxofón, la guitarra psicodélica del maestro de la champeta roots, Abelardo Carbonó, y la voz de Índigo y Pri, que cantan como un El General en un mal viaje de ácidos; “La Plata”, un bugalú anticapitalista en colaboración con La 33 que suena como a Plaza Sésamo y sin duda va a llevar a otro nivel las fiestas infantiles, uno de los mercados endémicos del combo; o el más arriesgado “Champe Tabluo”, que es justo eso que su nombre acosteñao intenta pronunciar: un jingle blusero que, sin tomarse muy en serio, a veces cae en el golpe champetero y otras en el hip hop naciente tipo Sugar Hill Gang, con excelentes aportes de Corpas en el mic. Suena como a Condorito remando del Magdalena al Missisipi: cómico.
En línea con la orgullosa nostalgia de su maestro Landero, en otro sencillo del disco, “Somos La Tierra”, Carmelo Torres pone a chillar el acordeón, mientras de fondo un coro infantil declama: “no somos nada si la destruyen”, refiriéndose al planeta en esta subversiva superbailable en la que el Systema se va de frente contra La Colosa, una de las minas más feroces de Colombia, a ritmo de cumbia sabanera funkeada. Calcando la fórmula de “Yo voy ganao” o incluso de “Mi Kolombia”, el himno del Caribe también tiene su gemelo en este disco: “Mi Caribe”, una celebración del zen costeño o budismo champetúo como estado espiritual superior. En cuanto a “Pa’ sembrar”, que por ahí también tiene alguito de country con semillas y hip hop, es un panfleto ilustrado de familias sembrando libres en el campo. Como un Diego Rivera, pero con tumbao.
Todo un carnaval de reinvidicación.
Rumbo a Tierra muestra a un Systema con el miedo a ralla, la palabra afinada y la mirada de rayos láser. No en vano, el sonido del trabajo es tan eléctrico y tan selvático. Es un Systema mascacoca, de la Sierra, que viene de otro lado a traernos un mensaje urgente y claro, con un sonido hi fi como el que prometen los picós y unos ganchos melódicos que viajan directo al corazón del bailador más militante. Por lo mismo, los tracks son más canciones, los coros más mantras consignatarios y los estallidos más hervidores de sangre. Pop colombiano refinado, finalmente, por un grupo populista y carismático que siempre ha tenido vocación de parlante. No en vano el “Wuere”, experimento en despeluque y vacile picotero que cierra el disco con un beat digno de C+C Music Factory, anda pegado con toda en las pistas más certificadas del mundo: los animales mitológicos que escupen fuego y vatio por igual en los barrios populares de las costas colombianas. Y no en vano, sino atendiendo al objetivo de siempre: el alcance.
Y el alcance del mensaje. Porque de eso siempre se ha tratado.
Rumbo a Tierra, el tercer disco de una banda independiente y soberana, marca justo eso: el regreso a casa de una nave que lleva diez años orbitando los rincones estelares en busca de poderes para inflar la moral de una generación. Es un disco que nos invita a aterrizar, a reconectar con lo fundamental y asumir con alegría nuestra misión.
Meditar con el beat del Universo. Preservar su palpitación.
“Este es el Systema, pa’ que sepas”, nos siguen diciendo.
¡Báilalo!
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Dele la bienvenida a la Tierra al Systema por acá y échele un empujoncito a su nave comprando su disco por aquí.