Os lo juro, sucede al menos una vez por semana, como mínimo. De hecho creo que he sido demasiado compasivo, realmente es algo que me atormenta al menos tres o cuatro veces por semana: toda esa peña de Facebook, Twitter o lo que sea que, en un alarde de genialidad, deciden compartir un entretenido y lúcido vídeo o artículo de Slavoj Žižek , ese tipo.
A ver, que quede claro que yo no tengo ningún problema con él —de hecho no conozco su obra y no tengo ni puta idea de sus teorías por lo que no estoy en posición de criticarlo— y, de hecho, tienden a gustarme los tipos despeinados que parece que apesten un poquito a sopa de sobre, como Žižek.
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Entonces si aquí el problema no es Žižek, ¿cuál es el problema? El problema es el uso que se hace de Žižek en las redes sociales, todas esas piezas desperdigadas que van pululando sempiternamente por las redes en forma de artículos, memes, cápsulas cortas de vídeo, frases en estados de Facebook y todo lo que se os ocurra.
Debo suponer que todos estos enlaces virtuales a comentarios agudos de Žižek sobre el status quo hacen que el que lo comparta crea que lo dotan de un aire crítico, intelectual y excéntrico ante los ojos de los demás usuarios. Según yo lo percibo, me parece realmente inocente que alguien pueda pensar que estas incursiones en el žižekismo puedan ser interpretadas como un interés real sobre el autor y su pensamiento, dudo que estos usuarios hayan leído siquiera un solo libro (o tan siquiera la descripción del dorso de la portada del libro) del filósofo esloveno (he tenido que mirar en Wikipedia dónde nació este tipo).
Ante la sorpresa de que este filósofo resulte tan popular en las redes, decidí preguntar a algunos de mis contactos de Facebook por qué pregonan algunas ideas del filósofo. “Porque me parece un filósofo con una mirada incisiva, y crítica” me comentan. Otro me dice que “hace comparativas divertidas, como cuando relaciona tres tipos de diseño de inodoros con tres pensamientos y sociedades. Me parece muy gracioso.” Otro espeta: “siempre he tonteado con la sociología, la filosofía y lingüística pero no tengo grandes nociones de ninguna y Žižek las hace accesibles en sus vídeos, de hecho me compré un libro pensando que sería igual de accesible pero me di cuenta de que no, este estaba lleno de referentes e interpretaciones de Hegel y el post hegelianismo y yo ni siquiera tengo claro qué coño dijo Hegel”. Y el último: “esa película en la que utiliza referentes cinematográficos para acercar conceptos filosóficos a gente sin nociones de filosofía me pareció interesante y divertida. Žižek es muy divertido como personaje; cómo gesticula, cómo habla, es esa intensidad que le pone, me engancha”.
Para entender un poco qué pensamientos propone el filósofo esloveno -y por qué atraen tanto- contacté con Raúl Muniente —conocida personalidad barcelonesa, promotor de fiestas ilegales, dueño de la empresa aceitunera “Las de Muniente” y, claro, licenciado y profesor de filosofía no practicante, pues “teme convertirse en un funcionario”-: “Žižek es un hegeliano de izquierdas; intenta hacer correcciones, abre debate acerca del materialismo dialéctico, la filosofía oficial de la U.R.S.S. (llamada abreviadamente Diamat) y, en general, actualiza al día de hoy múltiples tesis leninistas que ponían en solfa muchas ideas ingenuas de libertad política, así como las realizadas por Marx y Engels a los hippies bienintencionados del socialismo utópico”. ¿Algo más que añadir, Muniente? “Sobre todo intenta destruir mentiras que conducen a la sociedad al precipicio y concretamente muchas que me hacen sufrir mucho particularmente”. ¿Como cuáles? “1) la invalidez de la experiencia de Cristo; 2) el balance negativo moral de la URSS y 3) las bondades de la ideología liberal”. Además, añade en forma de coletilla, “creo que hay muchas aporías hoy en día en torno a la ideología liberal, se le ven muy a las claras sus costuras y Žižek lleva 25 años poniendo ejemplos sobre ello antes que los demás”.
La verdad es que no entendí absolutamente nada. Cuando le comenté que simplemente me incomodaba mucho la presencia de Žižek en las redes por culpa de la extrema viralización de sus vídeos y frases, me advirtió que “precisamente [Žižek] es célebre porque los jóvenes no leen y Žižek es de los pocos que se molesta en salir en YouTube”.
Interesante reflexión: un filósofo youtuber. Si Mahoma no va a la montaña, Mahoma se va al bosque o como sea esa mierda de frase.
Embalado con esto de la filosofía en la red contacté con Sergio D’Antonio Maceiras, que es profesor del Departamento de Filosofía del Derecho, Moral y Política II (Ética y Sociología) de la Universidad Complutense de Madrid, sociólogo especializado en análisis sociocultural del conocimiento y de la comunicación y editor de Teknokultura, una revista que, desde un punto de vista crítico, analiza las relaciones entre la sociedad y las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación).
“Hay autores o ‘intelectuales’ que son jodidos de entender y sin embargo se comparten y citan muchísimo. Žižek, Naomi Klein, Chomsky y Butler se comparten ‘excesivamente’. Se trata de personas que, por las razones que sea, se ‘esfuerzan’ o tienen una faceta ‘comunicóloga’ en distintas puestas en escena. En el caso de Žižek, pienso que intenta llamar la atención de una forma más o menos ‘desesperada’ sobre cuestiones que pasan por alto o que no tenemos en cuenta día a día. Yo creo que en parte [estos filósofos] asumen que nadie leerá sus libros (con nadie digo en comparación con el alcance de su proyección en otros ámbitos). En gran parte los vídeos y demás serían un punto de inicio de la conversación o discusión, no un meme”.
Ante esta situación, lo que más me preocupa —entendedme, REALMENTE tampoco es que me preocupe mucho, puedo vivir con esta mierda del žižekismo mediático perfectamente— de todo esto es, digamos, eso que podríamos llamar la estética de la opinión en las redes sociales, esa idea de compartir y enlazar vídeos o artículos con la intención —deliberada o no— de crearse y vender un personaje digital que tenga ciertos intereses e inquietudes. La pose, el fingir una opinión o más bien el rellenar con información ajena el desconocimiento personal.
“En las redes sociales se trata muchas veces de sumarse a la corriente de sentimientos del día o de la semana, no creo que nadie le busque mayor coherencia al asunto (y eso es lo jodido). ¿Cuánta gente se puso lo de ‘je suis Charlie’ y después quisieron crujir al Mongolia por sus portadas? ¿Cuánta gente se entristeció por la muerte de Bowie o Leonard Cohen sin haber escuchado más que las canciones de la radio? ¿Alguien se acuerda de los de Tarajal?” aclara D’Antonio Maceiras.
¿Y por qué los vídeos del filósofo forman parte de esta sangría de información? “Realmente, nuestro muro de Facebook, o el timeline de Twitter, es un vómito permanente colectivo de estos sucesos que no duran más que unas horas. Y como duran pocas horas tienen que ser cortos y shockeantes. Žižek tiene una pinta de filósofo loco, es muy expresivo y su inglés es raro porque es muy claro pero muy esloveno. Klein, Chomsky, todos son productos de consumo cultural”.
Aun así, D’Antonio Maceiras me advierte de que no cree que haya una separación online/offline sino distintas presentaciones y proyecciones personales ante públicos y espacios que promocionan nuestras vidas y expectativas. Realmente no existe tanta diferencia entre el funcionamiento de las redes sociales online de las offline, o digitales y analógicas.
En las redes sociales nos comportamos de forma parecida a cuando nos proyectamos para, por ejemplo, ligar; siempre estamos interpretando un papel o un rol. D’Antonio Maceiras me propuso la siguiente pregunta: “¿Acaso nuestra identidad offline no es una pose también? De hecho, ¿no era antes la libertad de lo online lo que nos mostraba quienes éramos realmente (la época de los nicks en foros y de los canales de IRC)? En cierta forma esto de que en las redes sociales ‘tengamos que ser quienes realmente somos’ es una sodomización de Facebook. Lo que se cuestiona es afirmar que offline somos auténticos y online somos identidades”.
En este vídeo Žižek cuenta un chiste sobre, precisamente, testículos
Precisamente, el manifiesto Onlife, propone que no existe separación entre estas dos realidades, que se pueden distinguir pero no separar. El informe asegura que el cúmulo de información que existe actualmente —incluyendo los desarrollos del llamado big data—, ha provocado importantes cambios en términos conceptuales y prácticos. En el mundo onlife, los artefactos tecnológicos ya no responden únicamente a nuestras órdenes, ahora estos pueden cambiar de estado de manera autónoma gracias a la ingente cantidad de datos que manejan: información proporcionada por nosotros a través de la extrema popularización y omnipresencia de las TIC. “En la infoesfera, los datos son grabados, guardados, procesados y reintroducidos en todo tipo de máquinas, aplicaciones y dispositivos, creando ilimitadas posibilidades para entornos adaptados y personalizados” apunta el manifiesto.
El estudio también alerta de que la abundancia de información puede resultar en una sobrecarga cognitiva y generar distracción y amnesia (el presente olvidadizo), conduciendo al desempoderamiento de la gente a través de la manipulación de datos. El manifiesto Onlife exige que es necesario proteger, alimentar y cuidar las capacidades atencionales del ser humano, pues estas no pueden ser consideradas como un bien comercializable en tanto que la capacidad y el derecho de centrar nuestra propia atención son las condiciones fundamentales e indispensables para la autonomía, la reflexión y el desarrollo del lenguaje, la empatía y la colaboración.
No sé yo si todo esto es un poco exagerado pero sí que es verdad que, a veces, después de pasarte el día haciendo rondetas por internet, llegas a casa con el cerebro completamente destruido.
Según D’Antonio Maceiras, en las redes sociales se nos criba la información que nos llega a través de los algoritmos. Si a mi alrededor Žižek está tan presente es porque forma parte de este mundo digital que los algoritmos han creado a partir de mis gustos e intereses. “En este sentido, buscar información (o mejor dicho, flujos informativos) disidentes respecto el tuyo, será algo muy difícil” me aclara. En este sentido, las redes sociales quieren que tengamos una experiencia agradable y familiar (que nadie dispute nuestras ideas ni creencias), eliminando la disonancia cognitiva con el fin de que pasemos más tiempo conectados a través de ellas.
Si utilizamos las redes sociales para informarnos esto nos llevará a generar nuestra propia hiperrealidad que será un espacio cada vez más distinto del de las personas que no piensan prácticamente igual que nosotros. En fin, vivimos en distintos nichos informativos que nos abstraen de los pensamientos contrarios y alzan altísimos muros para que no podamos vislumbrar algo de contrainformación.
De ahí surgen conceptos como la posverdad, donde un conjunto de información claramente falsa —o no del todo verdadera— es tomada como una verdad aludiendo directamente a las emociones, algo más cercano a la fe que a la verificación empírica de los hechos. Este es el término que se ha relacionado con los resultados de las elecciones en los Estados Unidos o del referéndum del Brexit.
Estas hiperrealidades no deberían considerarse como algo no real, de hecho existen y de hecho el absurdo máximo sería intentar buscar una realidad absoluta y definitiva. Todo esto me lleva a pensar en la idea del simulacro de Baudrillard, donde nuestra realidad está compuesta por símbolos y signos referenciales que imbrican distintas capas de realidades, que de hecho reniegan de una realidad verdadera y última. En este sentido, en las redes sociales, nuestra experiencia se basa en percibir lo que los algoritmos proponen. Es más, la información que nos llega forma parte de una cadena infinita de enlaces sin origen aparente. Nuestro papel en esta realidad es el de generar y regenerar nuevos vínculos y enlaces que perpetúan el sistema.
Este elemento referencial eterno es en el que se basa internet con sus hyperlinks y Facebook, en concreto, nos presenta un campo de batalla en el que solamente se juega con referencias, donde nada es nuevo o real en sí mismo —nada ha nacido en Facebook, Facebook, digamos, lo apadrina—, sino que la información de distintas fuentes se acumula de forma constante, compartiéndose y mostrándose como verdaderas. En el sentido semiótico y lingüístico estricto, es todo un juego de formas y formatos totalmente desprendido de significado, un laberinto referencial en el que resulta imposible encontrar un origen o una fuente, y en el que es totalmente absurdo intentarlo.
Es en este panorama, en el que no existe lo original -digamos, la autoría, pues todo es referencial y todo alude a otras cosas-, donde podemos coger a Barthes y abrazar su idea de la muerte del autor, donde considera que en toda escritura, el papel del autor (el que opina, el que emite juicios) no debería existir y que el texto está inevitablemente formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas; donde unas con otras, establecen un diálogo. Según el propio Barthes “un texto [está constituido] por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original (…) El escritor se limita a imitar un gesto siempre anterior, nunca original; el único poder que tiene es el de mezclar las escrituras, llevar la contraria a unas con otras”. En fin, un texto debería huir de esa idea y pretensión del autor-Dios aleccionador; señalando al lector como auténtico protagonista de la escritura, pues es el que entiende que el texto tiene varios niveles interpretativos —no solo uno, no es algo que se deba “descifrar” con un significado último, no se busca “cerrar la escritura” como dice Barthes.
La unidad del texto no está en su origen, sino en su destino, y esto, de alguna forma, es lo que nos encontramos en estas hiperrealidades digitales, donde la información se recicla, se comparte y se contrapone constantemente. De hecho, en nuestro apartado de noticias de Facebook existen, literalmente, varios autores o, digamos, comisarios de la información, cuyas newsfeed están a la vez comisariadas por otras fuentes y así sucesivamente. Como dice Barthes, todo surge “a partir de un diccionario ya compuesto, en el que las palabras no pueden explicarse sino a través de otras palabras, y así indefinidamente”. Es entonces nuestro deber, una vez anulado el autor, tener la responsabilidad de saber leer las distintas interpretaciones de lo que la red nos ofrece.
La verdad es que no tengo ni idea de Barthes y Baudrillard pero como la gente se permite enlazar a Žižek a la ligera, pues yo lo hago con estos dos. ¿Verdad que molesta?
Pervert’s Guide to IdeologyPero hay algo que me inquieta. Todos estaremos más o menos de acuerdo en que compartir contenido de Žižek, muchas veces, puede suponer criticar el statu quo. Está claro que es más fácil compartir artículos suyos o darle al “me gusta” si alguien lo comparte que, realmente, escuchar y leer sus teorías y actuar e intentar plasmar esas ideas con un activismo real. En este punto sí que hay una diferencia online y offline, ya que el activismo de salón —la rebeldía cómoda— escasamente hace cambiar las cosas. A este nivel, nos sentimos mejor —moralmente— si compartimos estos contenidos (o le damos al “me gusta”) que si no lo hacemos, ya que sabemos perfectamente que nunca haremos nada para cambiar el estado de cosas. “Es el conocido como ‘activismo de click, que es un compromiso moral (la rebeldía cómoda, la identificación con unos valores o un pensamiento sobre cómo debería ser el mundo) del que, paradójicamente, desconocemos sus matices. Porque, ¿cuánta gente estaría de acuerdo si se llevaran a cabo las políticas de Chomsky o Žižek?”, apunta D’Antonio Maceiras.
No os mentiré. Os aseguro que estoy completamente aturdido y creo que no he entendido una mierda. Puestos a sincerarnos, tampoco me preocupa demasiado el hecho de que vosotros no hayáis entendido nada, al fin y al cabo, lo único importante aquí es que compartáis este artículo. Así que, sin más dilación: compartid, malditos, compartid.