Aunque paso muchas horas viendo Fox News, pocas son las veces en que estoy de acuerdo con las causas que se defienden con tanto ahínco. Pero el mes pasado me sorprendí a mí mismo asintiendo efusivamente cuando Charles Krauthammer apareció en The O’Reilly Factor reprobando la actitud del Presidente Obama por mascar chicle durante la celebración de una cumbre en China. Yo mismo he criticado esa costumbre algunas veces, y la respuesta suele ser: “Son chicles de nicotina. ¿O prefieres que fume?”. Pues sí, fíjate, porque creo que mascar chicle es lo más asqueroso que una persona puede hacer con su cara.
Hace un par de años, una amiga me dijo que la aversión que sentía ante la visión de alguien mascando chicle es sintomática de una fobia. Se documentó un poco y para mi regocijo, me dio a conocer el término chiclefobia. No queda del todo claro, pero puede que no sea la única persona que sufra esta dolencia, señalada en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. Aunque no se dispone de estadísticas sobre a qué porcentaje de personas les aterran las gomas de mascar, sí hay constancia de individuos a los que se ha diagnosticado este trastorno en todas las etapas de la vida. Incluso Oprah Winfrey, una de las mujeres más poderosas del siglo XX, sufre chiclefobia.
Videos by VICE
En 2010, Oprah declaró a la revista People: “Odio el chicle. Me pongo mal sólo de pensar en él. Lo peor es cuando la gente masca haciendo ruido, hace globos o se lo saca de la boca”. Le da tanto asco que se rumora que lo ha prohibido en todo el edificio de su productora.
Sin duda me siento muy identificado con el deseo de Oprah de erradicar el chicle de la faz de la Tierra. A mí siempre me ha parecido repugnante la costumbre de Jerry Lee Lewis, el tipo que se casó con su prima de 13 años, de mascar chicle a todas horas. Sin embargo, los que consideramos repulsivo masticar una masa sintética estamos en minoría, por lo que tenemos que enfrentarnos a nuestra fobia constantemente.
Una vez, de niño, recuerdo que me sobrevinieron las ganas de vomitar cuando leí que Violet Beauregarde pegaba el chicle que llevaba tres meses mascando en la cabecera de la cama en Charlie y la Fábrica de Chocolate. La escena de Las vírgenes suicidas en la que Kirsten Dunst sorprendió a Josh Harnett en su Pontiac Firebird mientras de fondo sonaba “Crazy on You” se convirtió en el momento más asqueroso cuando, justo después del beso, Hartnett se encuentra en la boca el chicle de Dunst.
He llegado a colarme perdidamente de mujeres por las que dejé de sentir algo después de verlas mascar chicle. He tenido comidas de trabajo importantes en las que no he podido seguir prestando atención a mi interlocutor tras verlo sacarse el chicle de la boca y dejarlo en un lado de su plato. En ese momento pierdo todo el apetito y sólo puedo pensar en que venga el mesero y se lleve ese plato de mi vista.
“El chicle probablemente sea el producto de consumo más absurdo de todos. No aporta ningún nutriente, simplemente sirve para mantenerte entretenido mientras lo mascas moviendo la boca como un tipo salido de un western”, escribió Russell Brand en sus memorias, My Booky Wook. “Medio mundo se está muriendo de hambre mientras la otra mitad piensa: ‘No necesito alimentarme, pero me gusta masticar para distraerme’”.
Suelo recurrir bastante a las palabras de Brand para explicarle a la gente la chiclefobia. Para ser sincero, mi odio por la goma de mascar no tiene nada que ver con la clase, la decadencia o el hambre. Simplemente me parece una asquerosidad. Una gran y enorme asquerosidad. Pero surge la pregunta: ¿esta arraigada aversión mía a los chicles es digna de ser calificada como fobia?
“Generalmente, la fobia se define como un miedo intenso e irracional y la persona que la sufre es consciente de este aspecto, pese a que no es capaz de hacer nada para evitarlo”, explica el Dr. Gregory Carey, del Departamento de Psicología y Neurociencia de la Universidad de Colorado Boulders. “El trastorno fóbico es el punto en que una fobia es tan intensa que empieza a interferir en la vida normal de quien la sufre o de los que le rodean”.
Es cierto que reacciono enérgicamente ante la visión de un chicle, pero no llegaría al extremo de decir que esta aversión interfiere con mi vida diaria. Cuando pienso en la palabra fobia, imagino a personas que se sienten aterrorizadas por los objetos o animales más inocuos, como los globos (ligirofobia), las polillas (motefobia) o el color púrpura (porfirofobia, no confundir con el miedo a la película en la que aparece Oprah). El Dr. Carey afirma que estos casos son muy poco frecuentes y que las fobias más comunes son las más conocidas: miedo a las alturas, a los espacios cerrados, a hablar en público y a varios tipos de animales.
Como ocurre con casi toda nuestra estructura emocional de adultos, el Dr. Carey explica que con frecuencia estas fobias tienen su origen en una experiencia traumática de la infancia. “Desde el punto de vista evolutivo, tenemos predisposición a desarrollar ciertos miedos en momentos concretos de nuestras vidas”, continúa. “Por eso resulta importante que los niños aprendan rápido sobre su entorno, sobre todo respecto a los animales.”
El caso de Oprah reafirma esta teoría: la presentadora declaró en una ocasión a la revista InTouch que cuando era niña su familia era tan pobre que incluso reciclaban los chicles usados. “Mi abuela los guardaba en el armario formando pequeñas hileras”, dijo. “No quería tocarlos porque me parecía asqueroso, de ahí viene mi aversión por el chicle”.
Creo tener un recuerdo de mi hermana pegándome un chicle en el cabello cuando era niño. La idea de tener goma de mascar pegada al pelo me asustaba más que la vez que se me pegó una sanguijuela en la barriga. Me quedé lívido y solté una pataleta explosiva hasta que mi madre me quitó el chicle con unas tijeras. Me entran náuseas cada vez que lo pienso, pero al mismo tiempo, no creo que encaje en la definición aportada por el Dr. Carey de una persona fóbica, ya que no percibo irracionalidad en mis sentimientos. Para mí, un chicle mascado es como papel higiénico usado, y no logro entender por qué nadie lo ve así. Si ahora me pegaran chicle en el cabello, reaccionaría de la misma forma que cuando era un niño.
Durante nuestra conversación, Carey establece la distinción entre miedo y asco con un ejemplo: “Si estás caminando por la calle y pisas excremento de perro, dices, ¡Ah, qué asco!, pero no sientes miedo.” Llevo su parábola un paso más allá y le pregunto por esas personas que evitan cruzar un parque o andar por el césped para no pisar una caca de perro, a lo que él responde: “Sigue dándole asco la caca, no miedo. A no ser que sufriera un ataque de pánico”.
Entonces, ¿qué se supone que debería hacer una persona con chiclefobia? Llega un punto en que te resignas al hecho de que prácticamente a todo el mundo le gusta el chicle excepto a mí y a Oprah, así que procuro evitar mencionar mi trastorno. En la vida hay que saber en qué batallas pelear, y si hay gente a la que le gusta mascar sorbitol, goma base, maltitol, cafeína, xilitol y sustancias como niacinamida, lecitina de soja, pantotenato de calcio, taurina, maltodextrina, sucralosa, dióxido de titanio, azúcar, cera de carnauba, hidrocloruro de piridoxina, riboflavina y silicato de calcio, no seré yo quien les prive de ese placer. Si anunciara mi aversión por la goma de mascar, nadie mascaría chicle en mi presencia, lo cual suena genial, pero en nada ayudaría a superar mi trastorno.
Según el Dr. Carey, si realmente estoy interesado en insensibilizarme, debo enfrentarme al origen de mi malestar.
“Generalmente, el mejor método para superar una fobia es combinar la terapia cognitiva con la exposición in vivo al objeto de tu fobia”, afirma. “Para alguien que siente fobia por las serpientes, la mejor manera es tocarlas. Al principio puede provocar ansiedad, pero es una terapia muy efectiva, y hacia el final del proceso esa ansiedad disminuye en gran medida”.
Entonces quizá tenga suerte de no ser multimillonario, como Oprah, que puede hacer desaparecer el chicle de su entorno. Si alguna vez logro mantener la compostura en una comida en la que alguien deja el chicle en el borde del plato o cuando beso a una chica que está mascando goma (acabo de dar un respingo por el hecho de escribir esta frase), supongo que debo pasar por la terapia de presenciar esta terrible e inexplicablemente aceptada costumbre.
Aunque, pensándolo mejor… ¡que se joda el chicle! Es asqueroso.