Hace un par de semanas, fui a la tercera edición del National Dwarf Fashion Show, un desfile de moda como cualquier otro, con la excepción de que las modelos padecían de enanismo. La idea original resultó de una colaboración entre Creative Business House —una empresa estadounidense especializada en servicios de moda— y la organización benéfica Don’t Be Cheap.
Cuando entré en Ministerio de Cultura francés, donde tuvo lugar el evento, lo primero que vi fue un salón enorme, vacío y de color dorado, adornado con una araña de cristal gigantesco. Ahí era donde se iba a realizar el desfile.
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Dos pisos más abajo, en un espacio con aspecto mucho más corporativo, las modelos se preparaban en medio del caos. Había artículos de maquillaje por todas partes, los estilistas corrían agitando prendas de ropa en el aire y los periodistas tenían que gritar para entrevistar a las modelos o para dar instrucciones por teléfono. La atención estaba totalmente centrada en las 11 modelos que iban a participar en el espectáculo, todas de entre 16 y 30 años.
Para participar, las chicas tenían que medir menos de 1,18 metros. Sin embargo, como dijo Dônya, presidenta de Don’t Be Cheap, «lo que realmente importa es la profesionalidad de las participantes, como en cualquier otro trabajo».
De hecho, lo que aprendí tras hablar con algunas de las modelos es que muchas de ellas tienen un trabajo fijo más «normal» y que desfilar por la pasarela era una actividad extra. Ismahan, por ejemplo, trabaja en un banco. Jordana es maestra de educación física y Melissa trabaja en un club nocturno.
Diez minutos antes de que comenzara el desfile, todos repararon en que algunas modelos no podían subir con facilidad las escaleritas de la pasarela. Eso no ayudó a calmar la tensión que se respiraba, sobre todo porque los periodistas no dejaban de hacer preguntas vergonzosas como, «¿Qué es lo más difícil de ser enano?».
Por fin comenzó el desfile con la canción Pretty Girls, de Britney Spears, como música de fondo. Me sentí muy incómoda al ver que un par de idiotas se dieron un codazo y soltaron una risita al ver aparecer a las modelos. Desde el principio me sentía escéptica con respecto al objetivo del desfile, pero cambié de opinión cuando vi a parte del público charlando con las modelos en el cóctel que siguió al evento. Con frecuencia, este tipo de acontecimientos se consideran de mal gusto y condescendientes, pero aun así son una herramienta poderosa contra nuestros propios prejuicios.
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