Atrás quedó el popurrí de excitantes sonidos electrónicos que tonifican el ego e inyectan optimismo. Con ellos se marchó el seductor y estimulante despliegue de luces multicolores del interior del casino: el escenario en donde los ahora miembros de “Paso Firme: Jugadores Anónimos” dilapidaban sus ahorros tratando de vencer a las máquinas ‘tragamonedas’.
Hoy a estos jugadores en recuperación lo que les queda es compartir su testimonio de ludopatía ―adicción al juego de azar y apuestas, según la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales― dentro de una pálida habitación en una casa de interés social amueblada con una planta de hule, sillas plegables, un escritorio y una cafetera que proporciona el único estímulo que tienen permitido: cafeína.
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Este grupo de autoayuda se rige bajo el plan de recuperación del programa de los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos y se halla en la frontera de Baja California, entidad con el mayor número de casinos (44) en México. En 1938 el entonces presidente, Lázaro Cárdenas, prohibió las casas de juego y casino, las cuales se autorizaron nuevamente en el 2005. Hoy en día son 332 establecimientos en todo el país.
Paso Firme
“Una compañera vendió su casa en tres millones de pesos. Meses después lo gastó jugando en las máquinas. En esos días tuvo un accidente en las instalaciones y demandó al casino por 25 mil pesos, le pagaron y lo volvió a gastar jugando”, me dice el psicoterapeuta y especialista en el tema de adicciones, Eutiquio Pasos, consejero del Instituto de Psiquiatría de Baja California, quien ha visto un robustecimiento de la ludopatía como problema de salud pública y del cual, me explica, no existe un tratamiento y estudio a fondo a nivel nacional.
“He mirado que quienes se vuelven ludópatas sufren de ansiedad, la cual disminuyen jugando, y al existir la posibilidad de obtener una recompensa económica sienten satisfacción, lo que desencadena una conducta adictiva. La lógica de estos jugadores es que si invirtieron 100 pesos y ganaron 200, entonces invirtiendo 1000 recibirán 2000. Tengo el caso de una paciente que a los pocos meses de jugar de manera moderada ganó un millón de pesos. Jamás volvió a ganar, pero en esa búsqueda de un triunfo quedó en banca rota. Ese premio disparó su conducta adictiva, y de ser una jugadora moderada se volvió una jugadora compulsiva”, me dice el especialista antes de rematar e iniciar la sesión: “El consumo de drogas genera en el sistema nervioso un aumento de dopamina ―hormona del placer― que otorga una sensación de euforia. Los ludópatas, por su parte, aumentan sus niveles de dopamina jugando, ellos no juegan por ganar sino por el placer y la excitación que les da el hacerlo, de ahí que a la ludopatía se le llame, adicción sin sustancia ―adicción sin droga es toda aquella conducta repetitiva que produce placer y alivio tensional y que posteriormente se vuelve incontrolable―”.
Las siguientes son las experiencias de adicción al juego de azar que algunos miembros del grupo Paso Firme me compartieron durante dos noches. Sus nombres fueron cambiados para proteger su identidad.
Antonio, 43 años
Tengo un sueño recurrente. Estoy jugando en el casino y un tipo con sombrero de mago me entrega una maleta llena de dinero. No puedo verle el rostro pero escucho que me dice: “Este dinero es para que juegues y te drogues todo lo que quieras”. Sonrío porque se trata de dinero fácil y porque me encantan las drogas y el casino. De pronto comienzan a caer billetes del techo y me lleno de adrenalina. Despierto de golpe, sudoroso, escuchando los sonidos de las máquinas del casino y me pregunto: “¿Estoy en el casino o en mi recámara?” El cerebro me juega bromas.
La primera vez que jugué fue en una máquina tragamonedas de las que hay en los abarrotes y al año empecé a visitar casinos por invitación de mis amigos. Me divertía con 200 pesos una vez a la semana, pero cuando pasaron los meses gané 10,000 pesos y comencé a ir todos los días. Ganar es una sensación que me hace sentir importante y superior a los demás. Por eso cuando pierdo siempre tengo la esperanza de recuperar el dinero, y para eso hay que jugar muchas veces, aunque solamente te hundes más en la derrota. Pasé diez años de mi vida tratando de ganar el premio mayor de más de un millón de pesos y nunca lo logré.
Como todo ludópata con el tiempo se me formaron pensamientos mágicos, por ejemplo, siempre debía jugar en la misma máquina. En mi mente me pertenecía, era de mi propiedad. Si llegaba al casino y alguien más la estaba jugando me enojaba y hacía todo lo posible para que el jugador se sintiera incomodo y se fuera.
Cuando no tenía dinero para jugar asaltaba personas en la calle, vendía autos que me prestaban o vendía metanfetamina. Hasta recurrí a la prostitución con mujeres y hombres; los clientes homosexuales del casino me veían desesperado por conseguir dinero y me ofrecían: “Te doy 200 pesos si me dejas mamarte la verga”, aceptaba, aunque con ellos nunca copulé.
A los que somos ludópatas la familia es la primera que te pierde la confianza. Llegaba a casa de mi mamá y ella y mis hermanas agarraban su bolsa de mano y no la soltaban. Supongo que ahí guardaban dinero, celulares, joyas de oro. Era claro que me veían como alguien que les iba a robar. Lo peor era cuando algunos amigos, también ludópatas, fingían que los secuestraban para que su familia pagara el rescate y mientras eso pasaba se escondían en mi casa.
Actualmente también acudo a un grupo de Alcohólicos Anónimos. No puedo tomarme una cerveza porque mi mente se vuelve débil y no puedo decirle que no al casino. No puedo ser un jugador ni un bebedor social porque me transformo con la primera cerveza o la primera apuesta. Me vuelvo avaro, egoísta. Solo por hoy no jugaré.
Sherman, 45 años
Soy adicto a las drogas y ludópata. Comencé a jugar hace diez años cuando mi mamá se fue a vivir a una zona de casinos. Estaba desempleado y se me ocurrió entrar a un casino para saber de qué se trataba. La primera vez jugando en las máquinas logré un premio de 1,100 pesos con solo 50. Pensé que era mi día de suerte y emocionado me fui a bañar y me puse mi mejor ropa. Regresé al casino pero sólo llevé 100 pesos y con eso volví a ganar 800 pesos más. Estaba muy emocionado, no lo podía creer. Ahora sé que la máquina estaba “caliente” ―en el argot del casino se tiene la idea de que una máquina que ha recibido mucho dinero se ‘calienta’ y como resultado da algún premio―, es el gancho para que uno siga jugando: la casa siempre gana pero algo debe pagar para enganchar.
La suerte me duró poco y al año me hice ludópata. En ocasiones no tenía dinero, pero con entrar al casino a escuchar los sonidos de las máquinas y ver los colores de la decoración me tranquilizaba. Y no solo eso, sino que a la par se me desarrollaron conductas supersticiosas. Por ejemplo, me hincaba y le rezaba a San Judas Tadeo para que me diera suerte. Después en la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México compré una botella de agua bendita y cuando volví a mi casa acomodaba sobre la mesa las tarjetas del casino al que acudiría y las rociaba con agua bendita. Aparte me la echaba en la cara como perfume, y de mi casa al casino no quería que me tocaran porque pensaba que eso me restaba suerte. Luego, al llegar a la máquina de juego, hacia el ritual de rezarle y bendecirla con más agua bendita. Y si alguien pasaba y me tocaba el cuerpo debía volver a empezar el ritual.
Ninguna de mis adicciones, al alcohol o las drogas, me llevó a pensar en el suicidio; la ludopatía sí. En una ocasión estaba desesperado por dinero para jugar. Busqué en mi casa algo que pudiera vender pero no había nada porque ya había vendido todo lo mío y de mi esposa. Se me ocurrió ir a la casa de mi mamá a pedirle dinero pero no estaba. Tenía llaves así que entré y pensé en robarle una televisión de plasma que acababa de comprar pero me dio lástima porque ya le había robado bastante. Ese día pensé en acabar con mi vida. “Pinche gordo, andas valiendo madre, no produces, mejor date un balazo”, me dije a mí mismo. Gracias a Dios no lo hice.
La última vez que jugué fue la mañana que me corrieron de mi trabajo en un taller mecánico. Faltaba mucho por estar jugando en el casino. Recibí 500 dólares de finiquito y en lugar de deprimirme sentí emoción y ansiedad por jugar. Inmediatamente me fui al casino y luego de cinco horas ya no tenía ni un dólar. Compré el periódico y vi el anuncio de un negocio dedicado a comprar automóviles en mal estado. El mío valía el doble pero me conformé con 1000 dólares. Volví al casino y no salí en tres días. Sin bañarme, sin dormir, solamente fumando cristal. Gasté todo el dinero del auto pero por fortuna había apartado 50 pesos para el taxi. Llegué a mi casa como zombi totalmente trasnochado. Mi mamá y mi esposa me habían estado buscando por cielo, mar y tierra. “Ya no tengo trabajo, no tengo dinero y vendí el auto”, les dije. Me fui a dormir y a las horas me despierta un jaloneo. Abro los ojos y era lo que temía: cinco tipos que me llevarían a encerrar a un centro de rehabilitación contra las drogas.
Tengo tres años sin jugar pero cuando hago semáforo frente a un casino me pongo nervioso y no quiero voltear a verlo. El último año lo pasé pagando deudas de dinero que me gasté en un mes. A mis 45 años prácticamente apenas comenzará mi vida laboral. Diez mil pesos fueron el premio más alto que tuve en años de adicción al juego.
Yolanda, 50 años
Hace seis meses dejé de jugar porque la ludopatía me derrotó. Como muchas, empecé jugando por diversión. Después, cuando sentí que ya era una especie de vicio, dejaba de jugar por un par de meses. El problema era que regresaba como una demente tratando de recuperar el tiempo en que no había jugado. Hubo un momento en que ya no pude controlarme porque el demonio del juego se había apoderado de mí.
El dinero era de mi esposo, me daba una tarjeta en donde le depositaban de su trabajo y no me lo gastaba todo, al principio, pero a los dos años ya podía vaciarle la tarjeta con 20,000 pesos en una sola noche. En mi peor momento comencé a enfermarme. Quería dormirme y sentía taquicardia y pensaba que moriría de un paro cardiaco y eso hacía que se me subiera la presión por tanto estrés. Ya ni quería acostarme porque pensaba que moriría dormida.
Mi esposo juega en casinos pero no es ludópata. Él me pidió que buscara ayuda cuando me miró deprimida por no tener dinero para jugar; ya no me levantaba de la cama ni me bañaba. Solamente acumulaba ira. Era tan horrible lo que sentía que le pedía a Dios que me ayudara a detenerme. Dejaba de ir un mes y regresaba como una loca a gastarme 10,000 pesos en unas horas. Salía del casino llorando. Subía al auto y le pegaba al volante preguntándome cómo había podido gastar tanto dinero. Llegó un momento en que mi hijo iba al casino a quererme sacar pero yo le decía que me dejara en paz. “Mamá ya vámonos”, me pedía y yo le contestaba: “Espérame en el auto, la máquina está a caliente, está a punto de pagarme”.
No aguanté mi situación cuando a mi hijo le robé 15,000 pesos que estaba ahorrando. Por supuesto los perdí completamente. En el casino vi un teléfono 01800 en donde ofrecían ayuda a los jugadores compulsivos pero nunca me atendieron. Después me dieron el teléfono de un terapeuta pero no me decidí a dar el paso porque me daba vergüenza, y duré jugando varios años más. Actualmente ha disminuido mi ansiedad por jugar. Si paso frente a un casino ya no entro, me voy de largo. Sé que si entro no me controlaré y lo que tenga en la bolsa lo voy a gastar. La ludopatía es una enfermedad muy difícil de dejar porque te atrapa y no te suelta. Uno siempre tiene el pensamiento de que le puede ganar al casino pero eso nunca pasa.
Ya casi salgo de mis deudas y me siento más tranquila. Trato de no jugar ‘solo por hoy’, como dicen los Alcohólicos Anónimos. Me tranquilizo imaginándome dentro del casino donde todo es bonito y placentero. La verdad es que sentí dolor al tener que despedirme del casino y de las amistades que había hecho.
Artemisa, 40 años
Soy la peor ludópata porque esta enfermedad la tiene mi hermano y aún viendo cómo le desgració la vida yo terminé cayendo en ella. Ese hermano perdió casa, familia, trabajo, y como también es adicto a las drogas lo ingresé en un centro de rehabilitación donde me explicaron todo acerca de las adicciones. Y aún así yo terminé igual.
Primero iba al casino esporádicamente. Tenía trabajo y pensaba que al ganar el dinero con esfuerzo no me haría ludópata. Según yo todo lo tenía bajo control hasta que gané un 1,200,000 pesos. El ganar fue mi maldición porque comencé a jugar cantidades más fuertes. Tanto me enganché que el dinero me duró poco menos de medio año. Mi adicción ya era tanta que sin que mi esposo se diera cuenta comencé a gastarme sus ahorros de muchos años de trabajo. Diariamente me encerraba en el casino entre 10 y 12 horas hasta que me quedaba sin dinero. Fue cuando me comenzaron los ataques de pánico y ansiedad. Trataba de detenerme porque sabía que me estaba haciendo ludópata pero sólo lo lograba por unas temporadas, que en realidad servían para juntar dinero que me gastaría en el casino. Eran rachas horribles de gastarme mucho dinero.
Hace dos años decidí poner un alto a mi adicción. Hablé con mi esposo y le pedí que me quitara las tarjetas de crédito y el dinero. Pero como no creía que tenía una enfermedad guardaba el dinero en lugares fáciles de encontrar y yo lo agarraba de nuevo para irme a jugar. Cada que salía del casino lo hacía llorando porque pensaba que no debía gastar dinero de esa manera. Hubo un momento en que si las personas que estaban a mi lado ganaban dinero y yo no, sentía coraje y se me subía la presión, ya no era un buen ambiente para mí el casino.
Hace unos días fui con una psiquiatra para que me ayudara a superar mi adicción al juego pero apenas salí del consultorio me fui a jugar al casino. Lo peor del caso es que mis amigas que también van a jugar, porque la ludopatía no las deja en paz, me piden consejos para controlar su adicción y las aconsejo, lo sé, soy una hipócrita. Hace un año que dejé de jugar estuve enferma del estómago, tenía dolores de cabeza, dolores musculares, ataques de pánico y cuadros de depresión. Como tengo pocos días sin jugar la abstinencia no ha se ha manifestado, pero estoy días esperando sentirme mal en cualquier rato.