Dinero

Documentando la vida de estudiantes extranjeros que trabajan en Estados Unidos durante el verano

Nikoleta, una estudiante búlgara de Plovdiv y uno de los personajes principales de ‘The Summer Help’, trabajando como empleada de servicio en Myrtle Beach, Carolina del Sur. Imagen via ‘The Summer Help’

Cuando Melody Gilbert, profesora estadounidense, dio clases en una prestigiosa universidad de Bulgaria hace cuatro años, jamás pensó que los estudiantes se quedarían dormidos en su clase.

“Después de las vacaciones de verano, la idea es que los estudiantes estén relajados, felices y cómodos”, dice Gilbert. En lugar de eso, “la primera semana, la mayoría estaba muy cansada”.

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Resulta que muchos de sus estudiantes habían pasado el verano trabajando de 80 a 100 horas semanales con un salario mínimo en Estados Unidos.

Los estudiantes llegan a Estados Unidos con una Visa J-1 de intercambio, que permite a extranjeros (casi siempre jóvenes) de algunos países trabajar temporalmente en el país con el propósito de generar “intercambios culturales”. Estados Unidos otorga más o menos 300.000 visas cada año, según el Departamento de Estado. Pero en vez de pasar el verano como estudiantes de intercambio, conociendo lugares y amigos estadounidenses, algunos de estos estudiantes sólo llegan a conocer el país a través de trabajos mal pagos como empleados de servicio o personal de cocina. Ellos son “el servicio”.

No todos los estudiantes bajo el programa de la Visa J-1 tienen una mala experiencia, y para algunos, el verano se vuelve una fiesta eterna. Pero para otros ––especialmente para estudiantes pobres de países en los que no se habla inglés–– la experiencia puede terminar siendo una mala oferta. En un reporte hecho por el Southern Poverty Law Center, algunos estudiantes dijeron que se sintieron “engañados” o “explotados” por el programa, y en 2011 cientos de trabajadores de Visa J-1 protestaron por los salarios injustos en la fábrica de Hershey’s en la que trabajaban. “No hay intercambio cultural”, dijo un estudiante chino al New York Times. “Sólo es trabajar, trabajar más rápido, trabajar”.

Gilbert convirtió este fenómeno en un documental llamado The Summer Help, que sigue a algunos de sus alumnos búlgaros desde que salen del país, casi siempre por primera vez, para trabajar en Estados Unidos durante el verano. Un par de estudiantes, Elena y Nikoleta, pasan el verano trabajando como empleadas de hotel en Myrtle Beach, en Carolina del Sur. A medida que se adaptan a sus nuevas vidas, mientras trabajan para estadounidenses en vacaciones (que no siempre son muy amables), vemos cómo reconcilian sus expectativas con la realidad de ser un extranjero en Estados Unidos.

Hablamos con Gilbert sobre su experiencia haciendo la película, sus estudiantes y las realidades contrastantes sobre vivir y trabajar en Estados Unidos.

Elena de Bulgaria, uno de los personajes principales del documental ‘The Summer Help’, haciendo pizza en su segundo trabajo. Imagen via ‘The Summer Help’

VICE: El programa J-1 debe fomentar el intercambio cultural entre estadounidenses y extranjeros, pero estos estudiantes vienen y simplemente trabajan por 80 horas semanales en varios empleos. ¿Quién se beneficia más del programa: los estudiantes o quienes los contratan?
Melody Gilbert: Cuando hago una película, no estoy juzgando. Sólo muestro la experiencia. Cómo ves [al programa J-1] depende de ti. Hay muchas ventajas en luchar y trabajar duro, sobrevivir al dolor. De eso pueden salir cosas maravillosas, sin importar de dónde vengas. Hay personas que sienten que se aprovecharon de ellos. Depende de los estudiantes decidir si valió la pena. Lo que yo veo de mis estudiantes es que hay algunas ventajas, incluyendo ganar mucha plata para ayudar a mantener a sus familias en países del este de Europa. También hay crecimiento personal. No soy crítica frente [al programa], no soy optimista tampoco.

Algo que me sorprendió al comienzo es que tienes que pagar para venir a trabajar a Estados Unidos y ganar salarios mínimos. Le pagas una cuota a una compañía que te da trabajo, pagas tu pasaje y pagas por vivienda y comida. Tú corres con todos los gastos por esta oportunidad de venir a Estados Unidos y trabajar por un salario mínimo. Algunas personas logran llevar plata de regreso y otras no.

¿Cuál era el objetivo del documental?
La idea era mostrar las experiencias que tienen estos estudiantes. También, para mí, era interesante ver cómo nos veían ellos a nosotros, los estadounidenses. Al comienzo pensé que estaba haciendo una película sólo sobre ellos [los estudiantes] y sus experiencias. Luego pensé, Wow. Mira cómo somos, cómo nos ven, lo derrochadores que somos, lo falsos que somos con nuestras sonrisas falsas y nuestros buenos días y todo eso. Fue muy interesante ver eso.

Las dos chicas a las que más sigues en el documental… ¿cómo cambió su percepción de Estados Unidos desde el comienzo hasta el final?
Ellas terminaron pasando por experiencias completamente diferentes. Al inicio, ambas estaban emocionadas y con la mente abierta. La única referencia que tienes de Estados Unidos es lo que ves en televisión y en películas. Creo que la primera semana es emocionante estar ahí y poco a poco vas enterándote de cosas… A una de las chicas le pasó que en su trabajo como aseadora en un hotel alguien mintió sobre ella, sobre algo que hizo. Simplemente aprendes a ajustar la forma de pensar y cómo abordas estos problemas. Si ella se hubiera quejado de ese hombre, que era estadounidense, probablemente habría sido despedida. Terminó renunciando de todas formas; hubo problemas de confianza y [en general] ningún lugar termina siendo lo que crees que es. Es decir, ¿acaso Estados Unidos es para alguien lo que ellos creen que va a ser?

Pensé: ‘Mira cómo nos ven, lo derrochadores que somos, lo falsos que somos con nuestras sonrisas falsas y nuestros buenos días y todo eso’. — Melody Gilbert

En tu documental, una de las chicas disfrutó la experiencia y la otra no; ¿por qué crees que pasó esto?
Puede ser por el lugar al que fueron. Myrtle Beach en Carolina del Sur probablemente no es el lugar más amigable para extranjeros. Eso podría ser, pero en realidad no sé. Eso muestra que puedes tener diferentes experiencias dependiendo del lugar en el que te ubiquen y del trabajo que te toque. Creo que muchos de [los otros estudiantes de mi documental] en Provincetown, Massachusetts y en Martha’s Vineyard tuvieron experiencias muy positivas. Aunque es un trabajo duro, es un mejor ambiente. Hay muchas personas con plata que los tratan mejor y les dan mejores propinas, y también logran sentirse parte de la comunidad. Algunos de los estudiantes que estuvieron en Provincetown volvieron cuatro o cinco veces.

En Myrtle Beach no vi a muchos estudiantes que se sintieran así. Simplemente pasó que los dos personajes principales eran mejores amigas, fueron al mismo lugar, trabajaron en los mismos trabajos y tuvieron experiencias completamente diferentes. A veces es por tu personalidad, o por el lugar en el que estás y la tolerancia frente a estudiantes internacionales. A veces son bien recibidos y a veces no. A veces simplemente trabajan. A veces son parte de la comunidad.

Para los estudiantes búlgaros, ¿qué tanto del incentivo fue financiero? ¿O era más por la experiencia cultural?
Financiero, completamente. Ellos tienen la oportunidad de hacer en un verano lo que sus padres podrían hacer en uno o dos años. La madre gana ocho dólares diarios, y ella [la estudiante] llega a Estados Unidos y gana ocho dólares la hora. Eso es progreso, ¿no?

Es una oportunidad para salir adelante. Una vez están ahí, también se animan a experimentar la cultura, a conocer gente y tratan de que las personas los conozcan. Pero la mayoría no está interesada. Simplemente los ven como trabajadores con nombres chistosos. Una chica de Kazakhstan trabajaba en un bar, y la gente a la que ella atendía le preguntaba siempre, ‘¿De dónde eres?’, y ella decía ‘Kazakhstan’. Una vez alguien le dijo: ‘¿Eso es un país?’ Aprendió a reírse de esto y entendió que puede educar a otras personas sobre su país. Quería mostrar que es una oportunidad para la interacción. A veces se genera más, y a veces no.

Pero algunos jefes estadounidenses también ven a los estudiantes como parte de su familia. ¿Esto fue común?
Uno de los jefes era un hombre que cuando hablé por primera vez con él me dio a entender que no le interesaba saber de dónde eran sus empleados. Pero entre más hablaba con él, me di cuenta de que en realidad tenía una percepción sobre los estudiantes muy parecida a la mía. Vio que eran personas especiales. No eran sólo empleados, sino gente que dejó muchas cosas por irse a Estados Unidos en el verano; que eran los futuros periodistas, abogados, banqueros y doctores de sus países. Siguió invitando a estudiantes que incluso se quedaron en su casa con su familia. Algunos de los empleadores son encantadores y otros no. Fui por todo el país para revisar dónde vivían los estudiantes. Algunos vivían en lugares donde dormían seis o siete en un mismo cuarto. Otros estaban en un mejor ambiente. No estuve ahí para juzgar, sólo documentar las experiencias.

En algunos momentos del documental parece haber algo de camaradería entre los estudiantes búlgaros y otros inmigrantes; como empleados de Centro América que han trabajado aquí por años. ¿Hay algún tipo de relación especial aquí?
Hay un punto en el documental en el que una de las chicas es invitada a una fiesta por uno de sus colegas mexicanos, que limpia en el hotel en el que trabajan. Y me parece que las otras personas le decían, ‘¿por qué vas a ir al cumpleaños de un mexicano?’ Ella se sintió más conectada a ellos porque todos estaban allí por la misma razón. ‘Todos estaban allí para trabajar’, dice ella. Además, son una familia muy cercana. Se mantienen juntos, y eso le recordó a su propia familia.