Entre los muchos directores que presentaron sus películas en el Festival de Cine de Berlín debe destacarse la trayectoria de Abu Bajar Sidibé en la producción audiovisual. Sidibé, quien salió de Malí y estuvo atrapado en el norte de África casi un año mientras intentaba llegar a España, jamás había pensado en hacer una película. Pero un día, dos cineastas le entregaron una cámara. Moritz Siebert y Estephan Wagner estaban interesados en hacer un largometraje sobre los refugiados en camino a Europa, y querían que la historia fuera contada desde la perspectiva de uno de ellos.
“Cuando me dieron la cámara pensé que era un chiste”, me dijo el refugiado. En el momento en el que cogió el aparato, era uno de los casi 1.000 hombres del África subsahariana que viven en condiciones difíciles en el Monte Gurugú, Marruecos.
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Desde la cima de esta montaña se ven las luces de Melilla, una ciudad autónoma española en el norte de África, pero los muros llenos de púas y los guardias armados con garrotes y spray de pimienta las hacen inalcanzables. Y con todo, al ser una de las pocas fronteras terrestres con la Unión Europea, el enclave es un punto de entrada seductor para muchos refugiados africanos.
Siebert y Wagner tuvieron una corazonada. Al darle una cámara a un refugiado y dejar que la vida de los migrantes fuera documentada por un migrante, lograrían obtener una nueva perspectiva de la vida en el Monte Gurugú. El resultado fue el extraordinario documental Les Sauteurs (Those Who Jump), que se estrenó en el Festival de Cine de Berlín el pasado febrero.
Durante tres meses Sidibé grabó lo que ocurría a su alrededor en el Monte Gurugú, con ayuda ocasional de sus amigos. Se grabó a sí mismo recolectando lluvia para lavar, filmó a los hombres de Costa de Marfil derrotando a los hombres de Malí en un partido de fútbol, filmó lo que le pasa a los hombres que rompen reglas no escritas como informarle a la policía local sobre las actividades de los refugiados. (Hay una ausencia notable de mujeres en las imágenes).
En síntesis, el documental muestra cómo subsisten Sidibé y sus amigos en el Monte Gurugú, cómo viven cuando no están intentando saltar el muro que divide a Marruecos de Europa. En lugar de imponer una narrativa, los directores buscaban compartir un retrato de un pedazo de la vida en el área.
De hecho, aunque el documental en sí nunca es aburrido, los refugiados viven gran parte del tiempo en un estado de aburrimiento. Somos testigos de cómo Sidibé pasa de ser un hombre apenas capaz de sostener una cámara, a convertirse en un camarógrafo capaz de enmarcar sus propias vivencias en imágenes. También vemos al protagonista planeando su escape hacia Europa, una estrategia que incluye intentar pasar la frontera con la mayor cantidad de hombres posible, con la esperanza de que al menos algunos logren cruzar.
Sidibé, que tiene 30 años, está ahora en Alemania intentando sacar papeles. Sin embargo, Europa no es lo que esperaba. “Europa no es la misma que vemos en televisión y en los medios”, me dijo en el lanzamiento del documental. “Cuando uno llega ve la verdadera Europa y se da cuenta de que en realidad no es tan buena como lo dan a entender”.
Para saber más sobre el documental hablé con Siebert y Wagner acerca del proyecto y lo que es editar el material personal de otra persona.
VICE: ¿Por qué quisieron hacer este documental y dejar la cámara en manos de Sidibé?
Estephan Wagner: Desde hace mucho estábamos interesados en este proyecto. En mi caso, es en parte por mi historia personal. Yo soy de Chile, pero mi papá es alemán. Nos abandonó cuando yo era niño y nos quedó el pasaporte alemán. Eso me posibilitó llegar aquí. Siempre he creído, y es en cierta medida injusto, que algunas personas son afortunadas y obtienen este pedazo de papel, mientras otras no lo son.
Antes de hacer este documental los dos habíamos tenido un vínculo con la migración —en un nivel personal y como cineastas— y habíamos hecho distintos trabajos alrededor del tema. Después, en 2014, comenzamos a leer más acerca de los “saltos en masa”, que es cuando las personas intentan cruzar el muro o [el obstáculo de la frontera] en grandes grupos, con la esperanza de que al menos algunos logren pasar. Nos preguntamos: ¿cómo podemos ir más allá de lo que ya se ha hecho sobre esto?
¿Cómo conocieron a Sidibé?
Moritz Siebert: Conocimos a un periodista que vive y trabaja en Melilla. Por años, ha cubierto la situación de los refugiados. Lo contactamos y le dijimos: “Tenemos un proyecto. Queremos darle una cámara a un protagonista, ¿nos puede ayudar?”. El hombre conocía a la gente de la comunidad de Malí que vivía en el Monte Gurugú, incluyendo a Sidibé, quien ya llevaba ahí catorce meses.
Voy a hacer de abogado del diablo. ¿Creen que importa que hayan tenido un plan definido desde el principio? Más que ser objetivo, este es un documental hecho para probar algo.
Siebert: De alguna forma sí teníamos una agenda. Esta agenda tenía que ver con un punto de vista. Pero nosotros no vivimos en Melilla, no vivimos en el Monte Gurugú, y no contratamos propiamente a un camarógrafo para que capturara las imágenes que nosotros queríamos. Nosotros estábamos bastante lejos, en Copenhague y en Berlín. Sidibé podía hacer lo que quisiera. Claramente en la edición nosotros volvimos a tomar el control. Sin embargo, durante la filmación, no le dijimos “filma esto o aquello”.
¿En algún momento le dieron a Sidibé indicaciones de lo que ustedes querían ver en la grabación?
Siebert: Al comienzo lo intentamos. Después de hacer la investigación escribimos una lista de escenas que pensamos serían ideales para la película. Sidibé filmó algunas, pero no se molestó en grabar todas y terminó filmando muchas otras cosas. Para nosotros eso fue parte del proceso: caer en cuenta de que lo que él filmaba era lo que le parecía interesante. Fue mucho mejor de lo que pensábamos y de lo que estaba en nuestra agenda. Pero sí, en un nivel conceptual, tuvimos un plan. Pienso que eso está bien.
Wagner: Era parte de la idea, del concepto. No sólo estábamos dándole la cámara por una razón estética o para que la gente se identificara con más facilidad. Tomamos la decisión de darle la responsabilidad, otorgarle el poder para que él tuviera la oportunidad de hablarnos.
¿Me pueden contar más sobre las narraciones de Sidibé en la película?
Siebert: Hicimos numerosas entrevistas con él. Algunas las hicimos unos días después de que hubiera saltado [el muro], otras cuando estaba ya en Madrid y varias aquí en Alemania. Las combinamos con sus diarios. Él había escrito su historia; el acercamiento no fue el de un periodista o un cineasta. No le pedimos una aclaración explícita de lo que estaba pasando para que la audiencia entendiera. Queríamos algo más intimo, una narración más esclarecedora. Obviamente Sidibé conocía su historia mejor que nadie, usamos sus fraseos en la voz en off para que pudiera moldear la historia como quisiera.
Creo que al permitir esa distancia se abre un espacio para la reflexión y, por lo mismo, la posibilidad de crear una imagen distinta del migrante. Cuando se habla de refugiados, nos bombardean con esa imagen miserable del hombre pobre que necesita nuestra protección y ayuda, pero queríamos enfocarnos en la fuerza de la gente que está en esta situación. No queríamos contar [esta historia] desde la perspectiva del pesar.
¿Le tuvieron que pagar a Sidibé por la película, cierto? En la narración él dice que si no le hubieran ofrecido dinero, habría vendido la cámara.
Siebert: Por ejemplo, para nosotros era importante dejar eso en la última edición. Demuestra que desconfiamos del protagonista en ese momento. No sabíamos si iba a vender la cámara. No sabíamos si de verdad iba a filmar. Ni lo conocíamos. La relación se fue construyendo en el proceso, así que fue importante demostrar que hubo una relación económica al comienzo.
Tradicionalmente los documentales buscaban una verdad objetiva. Pero en años recientes, con el auge de personajes como Michael Moore y Morgan Spurlock, los documentales se han vuelto más subjetivos y se hacen para entretener. ¿Dónde ubicarían Those Who Jump en ese contexto?
Wagner: No creemos que tengamos la verdad ni que el documental la tenga. Tampoco queremos ver este largometraje de 80 minutos como puro entretenimiento. Es una oportunidad de abrir un diálogo sobre algo de lo que normalmente hablamos pero no escuchamos. Tenemos la oportunidad de escuchar a alguien que no nos habla en un tono activista sino en uno mucho más humano.