Esta crónica es un contenido original del medio feminista colombiano Manifiesta.
Es probable que muchas de las que marchamos este #8M en Colombia nos hayamos levantado a abrir el carrete de fotos de nuestros celulares una y otra vez para revisar las capturas que hicimos. De seguro va a ser un carrete diverso, lleno de colores y caras de otras mujeres. Habrá fotos de noche y habrá fotos de día. Habrá selfies, fotos con amigas con las que nos reencontramos en este día y fotos en las que todas parecemos caber en la imagen, convertidas en una masa compacta morada, verde y negra.
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Habrá fotos de escarcha y de pañoleta morada y verde, fotos de los carteles que nos gustaron, fotos de niñas con sus madres, así como habrá fotos de mujeres con capucha negra y tetas al aire. Habrá videos cortos de los toques de algunas artistas en tarima, habrá otros videos cortos de fuego y mujeres rayando las paredes y habrá videos de arengas feministas cantadas por cientas de mujeres a nuestro alrededor. Y para quienes llegamos al final de la movilización en la Plaza de Bolívar de Bogotá, es probable que tengamos fotos y videos de miles de mujeres alzando en sus manos una vela, coreando la Canción sin miedo, de Vivir Quintana, una de las imágenes que quizá mejor represente la movilización de este año.
Las fotos en nuestros carretes hablan de una jornada en la capital que fue diversa, extensa y llena de organización previa. Porque para la mayoría de feministas el ocho de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, no inicia ese día. Para muchas este día empezó desde enero, cuando volvieron a organizarse con otras mujeres con el objetivo de articular una jornada incluyente y autónoma. Para otras quizá empezó semanas antes con sus colectivas y las iniciativas que quisieron hacer para este día, o para las mujeres periodistas en medios, mientras planeábamos con nuestros equipos el cubrimiento de esta movilización.
La jornada de este año empezó un par de días antes en Bogotá. En Soacha se conmemoró el pasado 6 de marzo y en el sur de Bogotá decidieron hacer su propia movilización el pasado domingo 7 de marzo. La cita era desde las 9AM en el Parque San Cayetano, en el CAI de Juan Rey. El mismo CAI al que está suscrito el patrullero Ángel Enrique Estrada Álvarez, quien en mayo del año pasado abusó sexualmente de una menor de edad en una patrulla, ubicada a tan solo unos kilómetros de allí.
Luego de llegar al portal 20 de Julio y tomar el alimentador de Tihuaque, entre mujeres nos empezábamos a identificar: un pañuelo verde colgado en un morral, una camiseta morada, unos mechones de pelo violetas que se hacían más intensos en las puntas. Luego de la última parada se podían ver decenas de mujeres caminando por esa loma que une a la localidad de San Cristóbal Sur con Usme, llegando al punto de encuentro. Las mujeres feministas que apoyaron como acompañamiento de derechos humanos de la marcha se identificaban con cintas de color rosado fluorescente en el brazo, un color que contrastaba con el verde chillón de decenas de policías, hombres y mujeres, que estuvieron cerrando la marcha desde el inicio.
Arrancamos a movernos por el suroriente a las 10AM pasadas, con algunas batucadas que se unieron para acompañar la marcha marcándonos el paso. Cerca de 120 mujeres de todas las edades nos volvimos un hilito más compacto que se movía entre lomas y barrios. Por momentos nos deteníamos en el cruce de una bajada larga para esperarnos las unas a las otras. El vaivén de agua que caía del cielo por ratos no frenaba el ritmo de la marcha, que iba firme pero lento.
Tampoco bajaba el ánimo de las marchantes, que muchas veces se quedaban hablando entre barrios con las mujeres que abrían sus puertas o se asomaban por las ventanas, extrañadas por ese cántico que repetía duro: “¡Lavar, planchar y cocinar, también es trabajar!”. Muchas recibían un volante en el que se leía grande ‘¡Hasta la victoria!’ y hasta posaban con él mientras la marcha recobraba su ritmo.
La invitación que salía del megáfono de algunas organizadoras era la misma para todas las mujeres que nos escuchaban desde sus casas: “Vecina, hoy salimos a marchar por el 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora y Obrera, la marcha va a llegar a las canchas de La Victoria, en donde va a haber varias actividades programadas, para que caiga y nos acompañe”. Esta misma invitación sonó en parques, barrios y calles atestadas de comercio y de gente, mientras el hilito compacto del inicio se iba haciendo más grueso.
La Movilización de los Sures Diversos, como muchas nombraban la marcha, tenía sus propios hashtags, sus propios mensajes, sus propios carteles para pegar en las calles y sus propias arengas. La mujer trabajadora, obrera y cuidadora era el sujeto central de la marcha en el sur, así quedó claro durante el día. #CaminePaLaLoma y #8MSures eran los hashtags que tenían las piezas de invitación a la jornada del domingo. También se escucharon arengas exigiéndoles a los hombres hacerse su propio almuerzo y planchar sus propias camisas.
Al llegar a La Victoria quizá éramos mil personas, entre marchantes y mujeres y familias que esperaban en el parque. Una olla vegana nos esperaba a la entrada, con 200 menajes listos para servir un sancocho que calentara la tarde. En la mitad de la cancha una tarima pequeña con sonido y a su alrededor, marcando el perímetro, cerca de siete batucadas que con sus tambores sonando al mismo tiempo, dieron inicio a las actividades de esa tarde.
En esa tarima hubo espacio para todo: desde un discurso de las mujeres organizadoras de la marcha que hablaron de los sures diversos que se organizaban para conmemorar y exigir derechos para las mujeres trabajadoras, obreras y populares de sus localidades, hasta un acto de perreo que se fue hasta abajo con las cumbias antifascistas de Sara Hebe.
Hubo también actos donde el tejido fue protagonista por parte colectivas como Surcos en la piel, hubo rap feminista con Naturaleza Suprema y hasta algunos versos de rap feminista indígena. La cancha estaba rodeada de carteles que colgaron diferentes colectivas, incluidas mujeres feministas barristas, que estaban exigiendo su espacio dentro del fútbol colombiano. La jornada poco a poco fue llegando a su fin, con mujeres de diferentes partes del sur, mujeres que se transportaron hasta allá y familias de la zona que estrecharon lazos y tejieron comunidad durante toda la tarde, en torno a la conmemoración del #8M.
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La primera imagen del #8M, al día siguiente, puede ser la de varias frutas y flores extendidas en el suelo sobre mantas de colores, irrumpiendo la monotonía de la Plazoleta de Caracol Radio, ubicada en la calle 67 con carrera Séptima. La ofrenda, realizada por organizaciones de mujeres de Chapinero, recibía a quienes iban llegando para participar en el plantón. Barrios de los cerros orientales como Bosque Calderón, zonas más grandes como Chapinero central y Chapinero occidental, o barrios más al norte como El Chicó, se unieron para exigir en este plantón condiciones laborales dignas para las mujeres de Chapinero.
El plantón tuvo la presencia de activistas feministas reconocidas como Florence Thomas, así como tuvo la intervención de Ángela Juajibioy, una líder activista del pueblo indígena kamsá, que apoyó con la armonización del espacio de la plaza que estábamos ocupando. Aparte de arengas hubo exigencias, no solo en torno a nuestra situación laboral que cada mes que pasa en pandemia es más precario, sino también hacia la labor de grandes medios como Caracol, que en su labor periodística muchas veces revictimiza a las mujeres del país. El plantón fue llegando a su final cuando tiñeron de rojo la fuente en frente del edificio de Caracol, recordándole a lxs asistentes y a lxs curiosxs que nos mantenemos en un #LutoNacionalPorFeminicidios, una de las grandes motivaciones para salir a marchar este 8 de marzo por la situación de violencia machista que estamos viviendo en el país. En MANIFIESTA registramos en enero 31 feminicidios, en febrero al menos 17. La cuenta no ha parado en marzo.
Un par de horas más tarde el Parque Nacional empezó a llenarse de mujeres listas para salir a marchar. Este espacio, que ya nos ha visto congregadas antes, volvía a ser el punto de encuentro para movilizarnos. Muchas de nosotras no nos veíamos desde la marcha anterior y ahí estábamos nuevamente, con todas las medidas de bioseguridad pero listas para tomarnos las calles de nuevo por nuestros derechos. El parque bullía de morados y verdes brillantes, de carteles de todos los tamaños, pintas en el suelo, saludos amorosos de reencuentro, arengas en el aire y mujeres en toda su diversidad que poco a poco fueron bajando para tomarse la carrera Séptima.
La marcha de este #8M en Bogotá fue muy especial por una razón: fue la primera vez que mujeres con discapacidad y/o diversidad funcional abrían la marcha. Muchas de ellas integran el colectivo Polimorfas, que defiende la autonomía de las mujeres con discapacidad desde el feminismo, algo que en voz de sus integrantes ‘no solo tiene que ver con el lugar donde quieres estar en ese momento, sino de quién quieres estar acompañada’. En una breve entrevista nos contaron que había exigencias con las que no estaban de acuerdo por ignorar su autonomía, como por ejemplo la de convertir la movilización en un espacio no mixto. Polimorfas nos explicaban que para muchas su movilidad en el mundo dependía en muchas ocasiones de un familiar, de un hermano, de un esposo. Esas exigencias no tenían en cuenta variables que para ellas son fundamentales en su vida diaria, por dar un ejemplo.
Polimorfas pudo ser parte activa en el diseño de la ruta de este año con Somos un Rostro Colectivo, un espacio de articulación para todas las mujeres del país que desde 2019 gestiona la organización y la logística de la marcha del #25N y del #8M en Bogotá, intentando tejer lazos cada más amplios y fuertes. Gracias a los reclamos de Polimorfas en marchas pasadas que no estaban siendo accesibles para ellas, este año toda la movilización de la capital se organizó pensando en las necesidades de mujeres con discapacidad: desde la ruta hasta la traducción de señas en la tarima, la movilización de este #8M se vio y se sintió más diversa y accesible para cada vez más mujeres.
Fuimos avanzando a paso lento por la Séptima. La marcha iba superando las mil mujeres y algunos pocos hombres que todavía insisten en asistir y cubrir las movilizaciones feministas en medios de comunicación, a pesar de las exigencias previas de las organizadoras y de juntanzas como la Red de Fotógrafas Colombia. El pedido fue claro: queremos mujeres cubriendo nuestra marcha y todos los hombres que asistan deben hacerse en la parte de atrás. A lo largo de todo el recorrido se podían ver chalecos de color caqui que decían “prensa oficial feminista” o “DDHH feminista”. Cada año es más evidente la organización de mujeres que dejan un mensaje entre líneas muy potente: si nos organizamos podemos hacer todo de manera autónoma: desde el registro y la comunicación, desde la logística, desde la seguridad, desde el acompañamiento de derechos humanos.
La autonomía feminista construyendo en cada marcha de mujeres un camino propio dentro de la movilización social en esta ciudad. Un camino que sentimos nuestro.
Paramos en varios puntos. Nos detuvimos frente al Centro Comercial San Martín, estuvimos quietas un rato frente a la torre Colpatria, llegamos con paso lento al centro de Bogotá, acercándonos a la Plaza de Bolívar que era nuestro destino final. El ritmo acompasado solo era una oportunidad más para replicar de nuevo nuestras arengas, para reencontrarnos con amigas que dejamos cuadras atrás, para descansar, comer algo, buscar un baño. De tres a seis de la tarde fuimos un bloque masivo en cocción lenta y paciente, que se alimentaba de las mujeres que se iban uniendo en el camino.
Para muchas también fue la oportunidad de hacer acción directa, este concepto tan ligado a corrientes como la anarquista y tan criminalizado en nuestro país cuando salimos a marchar. Algunas expresiones de acción directa ayer tuvieron que ver con rayones y pintas en paredes y daños materiales en algunos establecimientos. Sin embargo, hubo tres puntos donde la acción directa de muchas mujeres que cubrieron su identidad se concentró más: la iglesia de Las Nieves, a la altura de la carrera Séptima con calle 20; el ataque a Pussycat, una sala gigante de videos porno que lleva muchos años funcionando en el centro de Bogotá, a pesar de denuncias relacionadas con abusos sexuales dentro de sus instalaciones, y la acción directa cometida contra la iglesia de San Francisco de Asís, a la altura del cruce en el edificio de El Tiempo, justo antes de llegar a la plaza.
Varias mujeres de grupos feministas radicales, con su identidad cubierta, se hicieron en frente de la iglesia prendiendo fuego e intentando tumbar la puerta. A pesar de que las gestoras de convivencia del Distrito y las mujeres feministas de derechos humanos intentaron disuadir al grupo de mujeres de abandonar la acción directa en ese espacio, esta solo creció. Lo que le siguió fue el sonido de una explosión, causada por alguien que pateó una lata de aerosol al interior del fuego, mucha confusión y el sonido de explosiones más conocidas: gases lacrimógenos que empezaron a lanzar de manera indiscriminada agentes del Esmad para dispersar la acción y la marcha.
Para muchas mujeres: madres, niñas, mujeres mayores, la movilización llegó hasta ese punto.
Luego de varios minutos corriendo, huyendo de los gases, las motos y esquivando transeúntes que no hacían parte de la movilización, la marcha del #8M recobró su curso normal con las mujeres que decidieron seguir hasta la Plaza de Bolívar a pesar del ataque del Esmad. La noche cayó como un cambio de escenario que marcaba otro momento de la jornada: ya estábamos en la plaza y estábamos juntas.
La cantidad de mujeres en la Plaza de Bolívar quizá triplicaba en número a las mujeres que salimos del Parque Nacional a marchar. Poco a poco el espacio se fue reduciendo con focos de reunión: el monumento del Simón Bolívar cubierto con la cara de una mujer víctima de feminicidio, ataviado con tiras moradas y un trapo que rezaba “por el territorio, por la vida ¡mujer! Mujeres de Suba combativas”. Cerca de él, un grupo de mujeres reunidas tocando bullerengue y bailando como una forma de hacerle frente al frío bogotano y al cansancio de la jornada. En la parte más cercana a la iglesia, una cuerda de lado a lado de la plaza sostenía carteles con las fotos y los nombres de mujeres que ya no estaban con nosotras desde 2020 y 2021 por culpa de la violencia feminicida.
Hacia un lado del espacio, un 8M gigante se trazaba en el suelo de la plaza con pintura blanca y velas que aún no estaban encendidas y estaban esperando su momento en la velatón de más tarde.
“Este 8 de marzo, con una pandemia que nos ha paralizado, volvimos a las calles”, se escucha en la tarima al fondo, gestionada por las mujeres que participaron este año en la articulación de Somos Un Rostro Colectivo. “Ustedes vieran desde acá: ¡la Plaza de Bolívar está llena de todas nosotras!”. El discurso de esta articulación nos reemplazó el frío por una llama colectiva, que luego compartimos en la velatón y el minuto de silencio que hicimos por el luto permanente por feminicidios que estamos manteniendo en el país. Asimismo escuchamos con atención lo que Polimorfas tenía para decir en la plaza reivindicando finalmente el espacio de las mujeres con discapacidad esa noche.
Pero como las formas de vivir un luto también son diversas, hubo espacio en la tarima para la música de varias mujeres artistas. Perreamos con los temas de Natural High & Crazy Lioness y también coreamos el rap feminista de Líricas del Caos; Maquífera, que rapeó en la memoria de Dylan Cruz; las letras de Cristal Prodigia y Kairuz que, conmovida decía entre canciones “¡No les conozco pero les amo!”. Artistas locales como Delfina Dib hicieron parte del cierre del evento, transmitiendo un mensaje que nos llevamos de anoche para el recuerdo: somos in-fi-ni-tas.
Si las fotos que vemos hoy en los carretes de nuestros celulares son diferentes a la información que se difundió en grandes medios nacionales no es porque hayamos asistido a una marcha diferente. Quizá es en esto, en el cubrimiento de la movilización feminista, que se vuelve tan importante reiterar el espacio de medios con perspectiva feminista que puedan contar todo el trabajo que hay detrás de una movilización, todo el poder que significa esta juntanza de mujeres en el espacio público.
La movilización de este #8M, sobre todo en ciudades como Bogotá, deja un doble mensaje: la organización de los movimientos feministas es una fuerza imparable que ni siquiera se ve diezmado por la pandemia. Pero esa fuerza puede empezar a ser estigmatizada por medios de comunicación que se enfocan en momentos específicos, e incluso criminalizada por entidades estatales. Es aquí donde la narrativa mediática cobra tanta importancia, y donde los proyectos periodísticos independientes tenemos una responsabilidad, pues ya sabemos que marchar en este país es un riesgo y un estigma. ¿La movilización feminista tendría entonces un doble estigma?