Artículo publicado originalmente por TONIC Estados Unidos.
Hace unas semanas, Marissa De La Cerda, una escritora de 21 años oriunda de Chicago, estaba presionada por un plazo de entrega de un artículo para sus prácticas profesionales, cuando de repente una fuente con la que habló para la historia comenzó a llamar y a enviarle mensajes, diciéndole que ya no quería que la historia saliera.
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“Estaba sentada en un restaurante con mi amiga cuando comencé a tener un ataque de ansiedad porque estaba nerviosa sobre lo que diría mi supervisor y por todos estos otros factores”, me dice. “Sentí el hueco de la ansiedad en mi estómago y vomité. No mucho, pero igual—Simplemente no pude manejar la ansiedad”.
De La Cerda, quien fue diagnosticada con trastorno de ansiedad a los 15 años, dice que ha experimentado náuseas y vómito inducidos por la ansiedad desde que tenía 12 o 13 años. “Solo recuerdo que siempre me sentía muy ansiosa y se me hacía un hueco en mi estómago que eventualmente resultaría en una sensación de necesidad de vomitar o en vómito de verdad”, dice.
Es un sentimiento con el que personalmente me puedo identificar. Durante la primera semana de mi primer año de la universidad, no bebí nada más que agua y solo comí paquetes instantáneos de sopa de miso, en un intento por calmar mis casi constantes náuseas y deseos de vomitar. Ese sentimiento de estar a punto de vomitar no se debía a que yo fuera lo suficientemente “cool” para estar bebiendo compulsivamente en las fiestas de fraternidad, sino porque la ansiedad aguda que estaba experimentando era la suficiente para hacerme sentir que iba a vomitar 24/7, especialmente si intentaba comer cualquier sólido. Por un lado, comenzar la universidad era emocionante. Por el otro, me acababa de mudar al otro lado del país, y mi estómago estaba agitado con la idea de tantos cambios.
Al final no terminé vomitando esa semana, pero para bien o para mal, Marissa y yo estamos intrínsecamente conectadas por nuestros deseos ansiosos de vomitar. Pero, ¿qué viene primero, el huevo o la gallina? Un estudio de 2002 publicado por el Center for Advancing Health que observó a 62.000 participantes con problemas gastrointestinales (como náuseas y acidez) en Noruega, encontró que esos que presentaban mayores quejas de náuseas eran más propensos a experimentar ansiedad e incluso depresión. De hecho, 41 por ciento de esos que sufrían de náuseas también tenían un desorden de ansiedad.
Drew, de 33 años y radicado en Brooklyn (y que pide que su apellido no sea utilizado en este artículo porque las siguientes menciones de cannabis podrían comprometer su trabajo), me dice que cuando era niño en Minnesota, se emocionaba mucho y se ponía ansioso de ir al restaurante mexicano Chi-Chi’s para su cumpleaños—tanto que cuando llegaba ahí, se embutía tres tacos, e inmediatamente lo vomitaba todo. “Si nombras un restaurante operando en las Ciudades Gemelas a mediados o finales de los 90, hay una gran probabilidad de que yo haya vomitado en él”.
Mientras bromea con el hecho de que ha “tenido un dolor de estómago desde el tercer grado”, Drew añade que cuando era niño, nunca comía desayuno o almuerzo porque estaba tan ansioso en la escuela y estando lejos de casa y estando en nuevas situaciones con nuevas personas que eso mataba su apetito. Después, sus dolores de estómago empeoraron tanto que los confundió con una úlcera y fue a la clínica de su universidad, donde fue diagnosticado con hipotiroidismo. “Una vez comencé a obtener el tratamiento para eso y también comencé a ver a un terapeuta, las náuseas y la ansiedad disminuyeron un montón, pero todavía la experimento cuando estoy realmente estresado”, dice.
Aunque las náuseas y el vómito pueden ser experimentados junto con el hipotiroidismo, no son generalmente pensados como los síntomas comunes, y rara vez son causados por la condición, dice el psicoterapeuta Ken Goodman, un portavoz de la Anxiety and Depression Association of America (ADAA). Esto implica que, como Drew pensaba, los problemas estomacales son más comúnmente asociados con la ansiedad.
Para Drew, Marissa, para mí, y los otros 40 millones aproximados de estadounidenses que experimentan ansiedad, es común sentir náuseas, así como otros síntomas físicos, dice Goodman. “Los síntomas físicos van desde náuseas hasta mareo, un ritmo cardíaco acelerado, presión en el pecho, y respiración con dificultad”, añade. “La ansiedad puede hacerlo sentir a uno como si estuviera teniendo una experiencia extracorpórea”.
Goodman—que también creó Quiet Mind Solutions, una guía sonora para combatir la ansiedad—dice que para algunos de nosotros, la ansiedad puede manifestarse como náuseas y vómito por la conexión entre el cerebro y el intestino. En cualquier momento que uno sufra de angustia emocional, eso se refleja de alguna manera, bien sea teniendo ataques de pánico, callándose y apagándose, o, como yo, sintiéndose profundamente agitado en la boca del estómago. La ansiedad puede usualmente adquirir la forma de problemas estomacales, dice, y agudizar cualquier problema gastrointestinal que uno ya pueda tener.
“Cualquier aflicción estomacal, como úlceras o el síndrome del intestino irritable—es exacerbada por la ansiedad”, dice. “La ansiedad puede causar que el cuerpo se apriete en cualquier lugar entre la boca, la tráquea, y todo hasta abajo [hasta el tracto gastrointestinal], así que se puede sentir como si uno no puede respirar, o que se va a vomitar”.
Además, la ansiedad causa que uno entre en un modo “pelear o huir”, en el que el cuerpo responde a una amenaza percibida dando una señal de alarma en el hipotálamo, un área del cerebro que entonces libera hormonas que lo preparan a uno o bien para huir del peligro o para luchar contra él. Y esas hormonas, según Goodman, pueden enviarnos a algunos de nosotros corriendo al baño para vomitar. “La adrenalina y el cortisol son hormonas que son liberadas [durante el pelear o huir] que causan que algunas personas se sientan mareadas, y que otras sientan náuseas”, dice Goodman.
Para esas personas que sí tienen los vómitos ansiosos, el alivio puede ser encontrado de diferentes formas. Drew dice que sus náuseas y vómito se calmaron cuando trató su ansiedad en terapia, pero no desaparecieron por completo, e igual tuvo que encontrar otras formas de tratar los síntomas.
“Solía auto medicarme con marihuana y tuve mucho éxito reduciendo las náuseas y aumentando mi apetito, pero desafortunamente con el paso del tiempo, también comenzó a aumentar mi ansiedad“, dice. “Ahora, hay gomas de CBD en todos lados, y he encontrado que ayudan con la relajación y las náuseas sin añadir ansiedad”.
De La Cerda ha tenido experiencias útiles en terapia que han ayudado a reducir por completo tanto sus náuseas como su ansiedad. “La terapia me ha enseñado muchas habilidades para ayudar a combatir algunos de los síntomas más fuertes y cuando siento que voy a vomitar, solo intento permanecer presente y respirar”. Goodman dice que si uno vomita cada vez que está ansioso, y eso interfiere con la vida de uno (o simplemente se vuelve muy molesto), hablar con un doctor o profesional de salud mental podría ser una buena manera de empezar a tratar el problema—incluso si no desaparece por completo.
“Si uno experimenta náuseas con la ansiedad, eso podría ser algo que continuará”, dice. “Pero la frecuencia del vómito podría disminuir, y uno podría tener más control sobre ello”. De cualquier forma, es normal para tu cuerpo experimentar síntomas de ansiedad, bien sea vómito ansioso, ganas de defecar por la ansiedad o los nervios, sudoración excesiva. Y lo que he aprendido, es que entender por qué el cuerpo de uno está reaccionando de la manera en que lo hace puede ayudar mucho en convertir a esos síntomas en algo menos aterrador, y ayudarle a uno a controlarlos.
“Las náuseas son muy comunes, y como todos los síntomas de la ansiedad, no debería nunca impedirle a uno hacer lo que quiere hacer”, dice Goodman.