Artículo publicado originalmente por Tonic Estados Unidos.
Todos los días, cuando he acabado la parte divertida de mi trabajo y sólo me quedan las tareas más triviales, hago un viaje a la cocina y busco refrigerios.
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Lo más probable es que ustedes también lo hagan: comer por aburrimiento parece ser muy común; por ejemplo, hagan una búsqueda en Google y encontrarán que cada revista femenina ha escrito decenas de veces sobre cómo detener esta práctica. Pero por qué lo hacemos es más complicado de responder. “No conozco ninguna investigación que haya analizado específicamente el mecanismo que hace que las personas coman cuando están aburridas”, dice Stephan Guyenet, neurocientífico y autor de The Hungry Brain. Sin embargo, con base en lo que sabemos sobre la relación de nuestro cerebro con los alimentos, la extrapolación no es demasiado difícil, dice Guyenet.
“Comer es uno de los estímulos más poderosos para los humanos”, señala. Nuestros cerebros anhelan la estimulación; es por eso que también amamos cosas como los videojuegos y las montañas rusas. “Cuando estás aburrido, no estás siendo estimulado”. Sin embargo, añade comida a la ecuación y voilà: gratificación instantánea. Esa gratificación es aún mayor si buscas alimento chatarra. “No toda la comida es igual de gratificante”, dice Guyenet.
Cuando comemos un alimento nuevo, nuestras entrañas y cerebros están programados para medir los nutrientes en el interior, explica Guyenet. Los nutrientes como carbohidratos —especialmente del azúcar y el almidón—, grasas, proteínas, glutamato y sal producen una mayor liberación de dopamina en el cerebro que, por ejemplo, el apio crudo. Esa liberación de dopamina nos obliga a comer más y nos hace desear esa comida nuevamente. Es por eso que el apestoso queso francés podría parecer asqueroso la primera vez que lo comes, pero pronto lo estás buscando activamente.
Además, los refrigerios se diseñan metódicamente y se refinan para satisfacer al cerebro mediante el uso de sensaciones que te mantienen comiendo, como el crujido, el punto de fusión y otros factores sensoriales
. “Ciertamente hay teorías de que algunos alimentos están literalmente diseñados para atraernos, con el sabor y las combinaciones de textura perfectos, que nuestros cerebros simplemente no pueden resistir”, dice Heather Kaplan, una dietista que vive en Washington, DC y anfitriona del podcast RD Real Talk.
Cuánto consumes —y su falta de relación con tus niveles reales de hambre— es subjetivo. Podría haber componentes biológicos y genéticos, dice Aaron Mercer, un investigador de la obesidad que vive en Seattle. El sistema de melanocortina le dice a tu cerebro cuándo dejar de comer, dice Mercer, pero las vías de melanocortina de algunos individuos no funcionan correctamente. Y algunas personas, especialmente quienes tienen sobrepeso, no producen tanta leptina, una hormona que le dice a la vía de la melanocortina que el cuerpo está saciado. Si tienes menos leptina, sentirás hambre, incluso si no necesitas las calorías.
Esta podría ser una razón por la cual algunas personas son más propensas a comer que otras cuando en realidad no tienen hambre. Shana Adise, neurocientífica del Larber College of Medicine de la Universidad de Vermont, analizó este fenómeno cuando estaba estudiando su doctorado en la Universidad de Pensilvania. Primero hizo que los niños comieran hasta estar satisfechos. Luego los puso en una habitación llena de juguetes, juegos y comida. Aunque los niños deberían haberse sentido llenos, algunos continuaron comiendo. “Es normal que un niño muerda una galleta o una papita, incluso si no tiene hambre”, dice Adise, “pero estos niños —a pesar de sentirse llenos— decidieron sentarse a comer en lugar de ponerse a jugar”.
Luego, los niños se sometieron a escáneres cerebrales. Durante el escaneo, fueron recompensados con comida o dinero por hacer pequeñas tareas. En algunos de estos niños, el centro de recompensa del cerebro mostró una mayor activación cuando la recompensa era comida en lugar de dinero. Adise indica que aún no sabemos por qué algunos niños encuentran la comida más gratificante. “¿Nacieron de esa manera? ¿Tiene algo que ver con la forma en que se crían? Podría ser una combinación de factores”.
Sin embargo, es un hallazgo interesante porque ayuda a explicar por qué algunos de nosotros nos esforzamos más en no comer en exceso, mientras que otros no lo sufren. Por supuesto, eso no significa que te encojas de hombros y digas: “mi cerebro me obliga a hacer esto” mientras te zampas una bolsa de Doritos tamaño familiar. “Creo que tenemos cierta capacidad para controlar lo que hacemos”, dice Adise, “pero puede requerir un poco más de esfuerzo”.
Algo que Caplan recomienda son las intervenciones conscientes, o terapia conductual dialéctica para la alimentación consciente. “Mientras que algunas personas pueden entender que la alimentación consciente implica estar más atentos y presentes durante las comidas, la práctica puede extenderse a la conciencia emocional: ser consciente de por qué comes, no sólo de lo que estás comiendo”.
En otras palabras, la próxima vez que estés aburrido, no te pongas a revisar Facebook con una bolsa de Cheetos en mano. En su lugar, piensa, “lo que estoy sintiendo ahora es falta de estimulación, lo cual no significa que tenga hambre”. Esto requiere esfuerzo: no vas a ser emocionalmente consciente en sólo unos cuantos días, pero Caplan dice que es efectivo cuando lo pones en práctica con regularidad.
Sin embargo, otras intervenciones podrían no ser tan exitosas: Guyenet, por ejemplo, es escéptico con respecto a la mayoría de los consejos que sugieren las revistas para mujeres. “Si le dices a alguien que haga ejercicio cuando quiere comer, básicamente le estás pidiendo que haga algo que es difícil y no se siente muy bien en lugar de hacer algo que se siente genial. Eso no es realista”. Su sugerencia es controlar el entorno. Las barreras a la comida chatarra funcionan mejor. En otras palabras, si no estás en tu casa en primer lugar, es poco probable que inviertas tiempo en ir por los alimentos.