Salud

Pensé que correr era un escape pero realmente era una adicción

I-Am-Addicted-to-Running

“Hola cariño, ¿has visto mis tenis… los naranjas?”.

Mi esposo levantó la vista de su teléfono y recorrió la habitación con la mirada. Encontró un par de calcetines, chanclas, mis Adidas azul marino y un paraguas entreabierto, pero no estaban mis tenis anaranjados. No tengo tiempo para esto, pensé. Con un recién nacido, mi día gira en torno a la hora de jugar, la hora de dormir, la alimentación y las siestas. Además, el Servicio Meteorológico Nacional acababa de emitir una advertencia: la calidad del aire era muy mala y según mi aplicación, era posible sufrir un golpe de calor o agotamiento. Me puse mis pantalones cortos de neopreno, una pierna sin afeitar a la vez. Tomé un vaso de agua tibia y agarré mis llaves, iPhone y auriculares antes de ponerme un par diferente de tenis; no había tiempo para encontrar los otros, que eran mejores. Estos tendrían que funcionar.

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“Regresaré en un momento”, grité, pero era mentira. Un kilómetro se convirtió en dos y dos en cuatro, y antes de darme cuenta, estaba al otro lado de esta pequeña isla a la que llamo hogar porque tengo un problema. Un gran problema. Soy adicta al ejercicio. Específicamente, soy adicta a correr.

“La adicción al ejercicio a menudo permanece sin diagnóstico porque no se reconoce como un problema”, dijo Alyssa Williamson, una psicoterapeuta de Dallas, Texas, que se especializa en trastornos alimentarios. “Pensamos en alguien con un trastorno alimentario como alguien que está demacrado, pero nunca pensamos que podría incluir a atletas de élite o ese tipo que habla de CrossFit y come aguacates”. Pero según un estudio de 2011, el 3 por ciento de los adultos en Estados Unidos se ejercita más de lo que debería y Williamson le dijo a VICE que esa cifra en realidad podría ser mayor.

“Debido a que glorificamos el atletismo y la delgadez, muchas personas no consideran su relación con el ejercicio como un problema hasta que su cuerpo comienza a desarrollar complicaciones, como problemas cardíacos, aumento de lesiones, pérdida de densidad corporal o pérdida del ciclo menstrual en las mujeres”, dijo Williamson. Ese fue mi caso. Tenía (y tengo) un tamaño y peso “saludable”. Mis muslos estaban tonificados pero llenos. Mis mejillas eran redondeadas y no estaban huecas, y mi caja torácica estaba oculta detrás de una capa decente de grasa. La mayoría me veía solo como una corredora, una que se esforzaba mucho, entrenaba duro y era “dedicada”. Me elogiaron por mi persistencia, tenacidad y valor. Pero mis acciones no eran impulsadas por la pasión o el deseo de estar en forma: corría porque tenía que hacerlo. Lo necesitaba.

Como la mayoría de las adicciones, mis compulsiones comenzaron de manera benigna. He luchado contra enfermedades mentales la mayor parte de mi vida y descubrí que correr me volvía más tranquila y feliz. Cuando tenía los pies sobre el pavimento mi ansiedad disminuía. Las voces de miedo y autodesprecio eran silenciadas por el chirrido del metro y el ruido del tráfico. Pero correr se convirtió en un problema en sí mismo. Sentí que no correr ponía en riesgo mi salud mental y emocional.

Nadie sugirió que mis comportamientos fueran perjudiciales o peligrosos. Nadie me dijo que el ejercicio era (o podría ser) malo. De hecho, tanto mi psiquiatra como mi médico general celebraron mi dedicación. El primero incluso trabajó en mi plan de bienestar general, por una buena razón. Numerosos estudios han demostrado que el ejercicio refuerza naturalmente el estado de ánimo.

Pero después de ocho años, supe que las cosas estaban mal. Estaba corriendo más y más. Tormentas inesperadas o interrupciones en mi rutina de ejercicios me provocaban ataques de pánico y me sentía controlada por eso.

Seguí haciendo ejercicio, durante las alertas de tormenta y las advertencias de golpes de calor. Me ejercitaba cuando estaba feliz, triste, enojada, asustada o sola. He terminado relaciones, perdido amistades y faltado a almuerzos, comidas, cenas y citas para correr. He evitado tomar vacaciones y he cambiado itinerarios completos de viaje. He rechazado ofertas laborales y he corrido a pesar de las enfermedades y lesiones, y puedo decirles cómo es empujar mi cuerpo más allá de sus límites. Me torcí el tobillo dos veces y me rasgué el tendón de Aquiles. He pasado por dolores musculares, distensiones y fascitis plantar, y una vez me caí mientras corría. Me lastimé la pantorrilla y la cadera, me abrí la rodilla, pero seguí adelante.

Después de no poder encontrar mis tenis naranjas, registré 16 kilómetros antes de regresar a casa. Hoy corrí al punto de desvanecerme y desmayarme. La bilis en mi estómago se elevó junto con el sol y las lágrimas corrieron por mi rostro. La mezcla salada de sudor y tristeza combatió la amargura que fluía por mi garganta.

Por supuesto, no estoy sola. “Muchas lesiones musculares y esqueléticas son el resultado del ejercicio excesivo”, dijo a VICE Alice Holland, doctora en fisioterapia y directora de Stride Strong Physical Therapy en Portland. Además, dado que la adicción al ejercicio aún no es reconocida por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV), el problema persiste. Sin embargo, Hillary Cauthen, doctora en psicología y miembro de la junta ejecutiva de la Asociación de Psicología del Deporte Aplicada, explicó que la diferencia entre un hábito saludable y uno disfuncional es el impulso. Para aquellos adictos al “ejercicio [el acto] es una compulsión, un comportamiento deseado… deben hacerlo”, aunque Cauthen señaló que hay varios otros síntomas. La irritabilidad, la ansiedad y la frustración son comunes —especialmente si

/cuando el adicto debe tomarse un descanso—, al igual que los pensamientos obsesivos.

Me cuesta dormir porque, cuando no estoy corriendo, me siento perdida y vacía. Lucho con el dolor. Mis piernas tiemblan constantemente. Siento que estoy en movimiento incluso cuando estoy quieta, y puedo decirte cómo es medir la vida no en momentos, sino en kilómetros. La ausencia de ejercicio me causaba ansiedad. Fue entonces cuando supe que la cura que yo había elegido había cruzado una línea. En lugar de curar mi dolor, lo estaba causando.

Las redes sociales también pueden estar afectando nuestra relación con la salud, el bienestar y el ejercicio. Sonreímos, sudamos y acumulamos kilómetros y vueltas para que nuestros “seguidores” los vean. Mi Facebook estaba (y está) lleno de imágenes de mi FitBit, no de mi familia. Pero detrás de cada blog sobre fitness, publicación de Facebook o historia de Instagram hay una persona, y lo que vemos rara vez es lo que obtenemos.

“Las redes sociales, como Instagram, se suman a la manía y la cultura obsesiva vinculadas a verse y sentirse mejor”, dijo Holland. “El miedo constante a perderse una tendencia o la necesidad de mantenerse al día con los ideales empeora esta adicción”.

Las cosas han mejorado. No he realizado una carrera de más de 10 kilómetros desde abril. He sido honesta: conmigo misma, mi psicólogo y mi psiquiatra. Tengo un problema. Mi adicción se había descontrolado y aprendí a estar conmigo y mis pensamientos. Pero esto último ha sido difícil ya que mi mente todavía se acelera. La quietud todavía duele. Además, siento que debería estar moviéndome. Hay una voz en mi cabeza que dice que no soy lo suficientemente buena o lo suficientemente fuerte, que soy patética e inútil, una voz que me provoca una sensación molesta y que podría silenciar si tan solo corriera algunos kilómetros. Pero no lo hago. En cambio, trato de permanecer presente y permitirme sentir frustración, enojo, tristeza y dolor; estoy trabajando con mis médicos para sentirme cómoda con lo incómodo. Trabajamos en terapias alternativas donde escribo o medito para hacerme un espacio. La compulsión sigue ahí: ayer me rendí y salí a correr. No estoy curada y puede que nunca lo esté. Pero trato de tomar la vida un minuto, un paso y un día a la vez.