Drogas

Fui la mano derecha del jefe de una banda de narcotráfico

La era del crack en los años 80 y 90 fue una etapa de violencia sin precedente en la sociedad estadounidense. Con la violencia armada a niveles históricos, aquello parecía la ley de la selva, con los narcotraficantes alimentando a la bestia de la sobredosis por un lado y a las terribles bandas violentas por otro.

En 1990, los asesinatos en la ciudad de Nueva York alcanzaron la cifra de 2.245. Al mismo tiempo, varios políticos proponían aumentar los años de prisión para los sospechosos, incluso para aquellos que no se veían involucrados en casos violentos. Fue encarcelado un número de afroamericanos sin precedentes, gracias en parte a la disparidad de las sentencias, que eran cien veces mayores en caso de traficar con crack que de hacerlo con cocaína.

Videos by VICE

Kevin Chiles, fundador de la revista Don Diva y antiguo jefe de la banda de narcotráfico de Harlem, estuvo en el ajo junto con su pareja de toda la vida, Erika “Reika” Carter. Lo acusaron de dirigir una organización criminal después de que agentes del FBI afirmaran que fue el cerebro de la operación de la venta de toneladas de cocaína entre 1987 y 1994. Finalmente, Carter se libró de entrar en prisión y Chiles se casó con otra mujer. Sin embargo, mientras estuvieron juntos, Carter vivió las dos caras de la moneda del mundo de la droga en Estados Unidos. Esta es su historia.

The Rooftop, situada cerca del estadio Polo Grounds, fue la pista de skate más popular de Harlem a principios y mediados de los 80. La gente llegaba en coches lujosos, con joyas y ropa de gama alta. En The Rooftop se reunían personas de todos los rincones de Nueva York para hacer acrobacias, presumir y ligar con chicas. De adolescente, me encantaba hacer skate y pasaba allí todas las noches de los miércoles, cuando nos reuníamos las mujeres.

Mis amigas y yo éramos conocidas por todos los asistentes, especialmente por los DJ: Brucie B, DJ Hollywood y Lovebug Starski (DEP). Nos llamaban “The Go Girls”, ya que hacíamos numerosas acrobacias por la pista. Como éramos el centro de atención, cabía esperar que los chicos se me acercaran. Así fue como, el verano del 84, con quince años, conocí a mi primer amor, Kevin Chiles (KC).

KC nunca hacía skate. Estaba en su coche, muy tranquilo, y se dedicaba a observar. Siempre pensé que estaba ahí ganando dinero y, una noche, cuando estaba levantándome del suelo, me preguntó si podía invitarme a un refresco. Me hizo mucha gracia y me pareció un poco cursi, pero a la vez adorable. Además, me gustó que quisiera levantarme del suelo para hablar conmigo.

KC era más o menos delgado, vestía moderno y le encantaban las zapatillas Reebok Classic. Tenía un tono de voz muy bajo, no decía palabrotas y era muy respetuoso. Además, era una persona agradable y sabía cómo tratarme, de manera muy diferente a la mayoría. No gritaba como los demás trapicheros, mafiosos y traficantes. Estaba muy seguro de sí mismo y tenía una actitud positiva muy intrigante.

Después de invitarme al refresco, me dijo, “Cuando vuelva, no te vas a escapar”. En efecto, volvió, pero yo tenía otras prioridades, así que pasé de él. Aun así, KC fue insistente y volvió a la pista de skate todas las semanas, hasta que terminé saliendo con él.

“Éramos dos adolescentes en busca de amor, éxito y aventura”

No pasó mucho tiempo hasta que estuvimos juntos todo el rato. Nos recogía a mi hijo y a mí y nos llevaba a la tienda de su tía, L & N Deli, en Gun Hill Road (el Bronx). KC se encargaba de todo: hacía la compra, gestionaba la tienda y atendía a los clientes. Me llevó allí la primera vez que salimos juntos y tuve la sensación de que se ganaba la vida con aquello. Más tarde, me enteré de que estaba envuelto en el tráfico de drogas y movía kilos de cocaína, pero se lo tenía callado.

Recuerdo que conducía un Quantum de color oro. Toda la gente de la calle tenía su propio coche deportivo, pero el suyo era único y le quedaba muy bien. Volkswagen hizo alguno de esos con motor Audi en aquel entonces. Tenía las llantas de color oro y no había muchos como ese. A KC le encantaba llevarnos en ese coche. Éramos dos adolescentes en busca de amor, éxito y aventura.

“Tenía solo catorce años cuando nació mi primer hijo y ya sabía que tendría que buscarme la vida para poder cuidarlo. Cuando salí con KC por primera vez, le enseñé cómo cocinar crack, algo que había aprendido de mi hermano”

Nací en Brooklyn y crecí en Harlem. Me educaron de una manera un poco primitiva. A los 25 años, mi madre tenía un marido, un novio y un amante, del que me han contado que era mi padre biológico. La asesinaron cuando yo tenía dos años. La encontré muerta con su novio en nuestro apartamento. Mis hermanos y yo nos tuvimos que mudar a casa de mi tía, en las Torres de Polo Grounds, cerca de la cancha de baloncesto Rucker Park. Pasé de ser la más joven de cuatro a la más joven de ocho, en una casa donde no había lugar para más amor incondicional, ni tampoco espacio.

Mi hermano se hizo con un lugar donde poder hacer sus trapicheos y me tuvo a su lado. Pude observar y aprender cosas que después me serían útiles. Poco después, me quedé embarazada y mi tía me echó de casa. Tenía solo catorce años cuando nació mi primer hijo y ya sabía que tendría que buscarme la vida para poder cuidarlo. Cuando salí con KC por primera vez, le enseñé cómo cocinar crack, algo que había aprendido de mi hermano.

A los pocos meses de estar con KC, conocí a sus padres, quienes me trataron como si fuera una más. Mi hijo y yo nos mudamos con ellos a Academy Gardens (Soundview) y nos convertimos en una familia de verdad. Su madre siempre decía que yo era su hija y KC su yerno. Me obligó a terminar el colegio, y me enseñó a amar de manera incondicional (sobre todo a mis hijos) y a ahorrar y gestionar mi dinero. Fue una bendición vivir allí, pero al final KC terminó comprando nuestro propio apartamento.

Nunca me involucraba en su actividad delictiva, pero sabía lo que pasaba en las calles. Ya había salido con gente de la calle antes de conocer a KC. Cuando él llegaba a casa, yo me despertaba y le ayudaba a contar el dinero. Pasaba tan a menudo que le dije que quería el diez por ciento. Empecé “solo” con miles, pero rápidamente pasé a los cientos de miles de dólares en ocasiones.

En aquel momento, no me preocupaba mi estilo de vida. No sabía qué sería de mi vida, era joven y tenía una oportunidad de mejorar la calidad de vida que estaba teniendo. Vivía en una especie de piso de protección oficial con mi tía y siete niños, viajaba entre las Islas Vírgenes y los Estados Unidos, y tenía un bebé que cuidar. En aquel momento, cualquier cosa mejoraba esas condiciones. Kevin y su familia me daban todo el amor que no tenía, pero que necesitaba.

“Solía conducir por la ciudad como una jefa, con mis dos bebés y mucho dinero. Me iba de compras constantemente y me dejaba miles y miles de dólares en ropa, muebles y aparatos domésticos”

Nuestro hijo, el pequeño Kevin, nació en febrero de 1987. KC estaba entusiasmado con la idea, pero no me había dicho que ya había tenido un bebé con otra chica. Me quedé destrozada, pero KC me colmó de diamantes y coches. Me convertí en una de las primeras personas de Estados Unidos en tener una furgoneta BMW, uno de tantos vehículos que me compraría al año durante una década.

La BMW era negra con detalles cromados. Tenía un doble techo corredizo que se abría de atrás hacia delante. El interior era de cuero negro y tenía las llantas cromadas BBS. Solía conducir por la ciudad como una jefa, con mis dos bebés y mucho dinero. Me iba de compras constantemente y me dejaba miles y miles de dólares en ropa, muebles y aparatos domésticos.

“Pasé de ser una chica joven de clase baja con un bebé al que cuidar a convertirme en la primera dama de un imperio”

KC me tenía que aguantar. Él no era una persona escandalosa, pero yo sí, algo que disfrutaba y le resultaba conveniente porque me permitía hablar en su nombre. No le gustaba acudir a fiestas y no le interesaba verse tan involucrado, sino que era más de mantenerse al margen, por lo que hacíamos pequeñas apariciones de vez en cuando. Muchos de los que trapicheaban en Nueva York acudían a conciertos con sus chicas, algo que hicimos en alguna ocasión.

Pasé de ser una chica joven de clase baja con un bebé al que cuidar a convertirme en la primera dama de un imperio. Dirigíamos los negocios, tanto legales como ilegales, mano a mano, y pusimos en marcha un proyecto familiar.

KC amaba la industria musical y creó su propio sello discográfico, Big Boss Records, para intentar abrirse camino. Teníamos una tienda, Boss Sneakers, y después nos mudamos a la calle 125, entre la Séptima y la Octava, y abrimos Boss Emporium. A día de hoy, la gente sigue hablando de esa tienda que hace esquina y con la BMW aparcada en su interior. También había una cabina dentro. Pese a que KC se dedicaba a sus chanchullos, intentábamos hacer que todo fuera legal.

Siempre había chicas que se acercaban a KC para poder estar en mi lugar. De hecho, hubo una en concreto que se acostó con todos los buscavidas en un solo verano. Los pillé en el coche, aparqué el mío en mitad de una intersección en Harlem, me bajé dejando la puerta abierta, me acerqué a ellos y empecé a gritarle en medio de la calle. Obligué a la chica a que saliera del coche y seguí echando la bronca a KC sin que me importara el tráfico. Esa chica tuvo suerte de no llevarse una paliza.

Estaba tan cabreada con él que fui a por la caja fuerte. Estaba en la planta de arriba, la tiré por las escaleras y se rompió en pedazos. Me las apañé para meterla en el coche, pero me lesioné la espalda y pasaron dos días hasta que me recuperé. Durante todo ese tiempo tuve “secuestrada” la caja fuerte. ¿Te imaginas lo enfadado que estaba? Todavía nos reímos de aquello a día de hoy.

“No se puede tener este estilo de vida sin esperar que haya muertes, pero no podíamos imaginar lo dura que sería la marcha que sufrimos”

La vida tiende a equilibrar los buenos y los malos momentos. No se puede tener este estilo de vida sin esperar que haya muertes, pero no podíamos imaginar lo dura que sería la marcha que sufrimos. En 1989, la madre de KC fue asesinada. Fue un golpe muy duro para mí porque me sentía como si hubiera vuelto a perder a mi madre. En aquel momento, el pequeño Kevin tenía solo dos años y ella nunca pudo llegar a conocer a su única nieta.

Una tarde de 1994, KC fue arrestado y acusado de ser el jefe de una banda de narcotráfico. La gente lo sabía, pero nadie me lo dijo, por lo que a la mañana siguiente el FBI me llamó por teléfono. Les colgué porque creía que era una broma, pero eran realmente ellos. “Tenemos tu casa rodeada. No intentes deshacerte de nada por el retrete, te hemos cortado el agua”, me avisaron.

“Durante el juicio, un informante testificó en mi contra y me identificó en la sala. Declaró que en mis coches había compartimentos secretos donde escondía armas”

Cuando abrí la puerta, los flashes me cegaron los ojos. Entraron en la casa armados y recuerdo gritar, “¡Mis hijos, mis hijos!”. El pequeño Kevin intentó escapar, pero lo atraparon, y también arrestaron a la tía y los primos de KC. Me ofrecieron la oportunidad de llamar a alguien para que se hiciera cargo de mis hijos y me amenazaron con llamar a los servicios sociales. Fue un momento muy caótico.

Tanto KC como yo fuimos a los tribunales. A él lo mandaron a prisión preventiva y a mí me dejaron en libertad bajo fianza. Durante el juicio, un informante testificó en mi contra y me identificó en la sala. Declaró que en mis coches había compartimentos secretos donde escondía armas.

La única preocupación de KC era dejarme fuera del caso. Les dijo a sus abogados que asumiría los años que me fueran a caer a mí, por lo que me apartaron. Me declaré culpable, pero, aunque me querían acusar de un delito grave, conseguí que me juzgaran por un delito menor. Kevin no quería que tuviera un delito grave en mi historial.

KC tuvo dos juicios nulos, pero su abogado le dijo que el Gobierno se había gastado mucho dinero para intentar que su caso terminara con él entre rejas y no pararían hasta conseguir la pena máxima. En una circunstancia como esa lo normal es la cadena perpetua, así que KC valoró sus opciones y consiguió una pena de diez años.

“Mis hijos no entendían por qué habíamos pasado de vivir en una buena casa a un apartamento de una habitación”

Los agentes del FBI embargaron sus posesiones y la familia de KC se quedó con lo que había quedado. Se llevaron mis joyas, mis muebles y mi ropa. Estaba harta, así que cogí a mis hijos y me largué. Me mudé a un piso de una habitación en el Bronx, mis hijos dormían en la cama y yo en un colchón en el suelo. A las dos semanas de estar allí, entraron a robar y perdí casi todo mi dinero y aparatos electrónicos.

Mis hijos no entendían por qué habíamos pasado de vivir en una buena casa a un apartamento de una habitación. Tuvieron que ir a la cárcel a visitar a su padre durante la década siguiente y nuestras vidas cambiaron por completo. Dios me había quitado todo lo que tenía y tenía que volver a empezar de cero. No nos había quedado mucho dinero, pero KC seguía dándome un poco a pesar de estar en la cárcel.

“Mis hijos y yo nos teníamos que mudar con frecuencia, ellos padecían un trauma emocional y a mí me diagnosticaron cáncer de repente”

A lo largo de los años, me enfrenté a varios momento difíciles. Mis hijos y yo nos teníamos que mudar con frecuencia, ellos padecían un trauma emocional y a mí me diagnosticaron cáncer de repente. Aun así, cuando KC salió de prisión, todavía tenía lo que me había dado y se lo devolví.

Mis hijos y yo era todo lo que teníamos, y KC y yo permanecimos muy unidos. Fui su mejor amiga, su mano derecha, la madre de sus hijos y, lo más importante, todavía tengo recuerdos de su madre. Nuestros hijos ahora tienen 28, 31 y 34 años. Estamos preparados para ser abuelos y, treinta años después, nuestro vínculo sigue más fuerte que nunca.

Sigue a Seth Ferranti en Twitter.

Este artículo apareció originalmente en VICE US.